jueves, abril 28, 2005

Evolución del castellano.

EVOLUCIÓN DEL CASTELLANO.

Maravilloso idioma nos tocó en suerte a la mayoría de habitantes del nuevo mundo, por el simple hecho de ser el que hablaban en el país que entonces hizo el descubrimiento. Por un pelo no hablamos todos portugués, ya que fue mucho lo que le bregó el Almirante Colón al monarca que reinaba en ese territorio para que se comiera el cuento que había forma de llegar a las Indias Orientales por una ruta desconocida, la cual partía precisamente por el otro lado, es decir, hacia el occidente. Al rey le sonaba la idea, pero como ha sido costumbre en todas las épocas se le ocurrió nombrar una comisión de sabios que avalaran el proyecto, y hasta ahí llegó el asunto.

 

Entonces al navegante no le quedó sino buscar apoyo en otra parte y se enflechó para donde la reina Isabel de Castilla, quien pocas bolas le paró en un principio porque entonces andaba tratando de sacar a los moros de España; además, el ambiente estaba alborotado porque a don Fernando y doña Isa, siempre asesorados por la picadurita de Torquemada, se les ocurrió que una buena forma de alimentar las famélicas arcas de la corona era desterrar a todos los judíos del territorio y apoderarse de sus fortunas. Varios años anduvo el navegante siguiéndole la pista a la soberana, pero como para variar, allá también decidieron nombrar comisión y como era de esperarse tampoco le jalaron al proyecto. Por fortuna don Cristóbal tenía buenos amigos religiosos y debido a que la reina era medio beata, siguió los concejos monacales y al fin resultó el billete para emprender la aventura.

 

Pero igual pudieron haber sido los italianos los primeros en llegar a estas tierras, donde había indias a la lata así fueran orientales u occidentales, y entonces parlaríamos el idioma de Garibaldi y Mussolini; o los holandeses que también fueron grandes navegantes y estaríamos más enredados que el diablo porque esa gente habla muy raro; o los ingleses que se dejaron ganar de sus archienemigos españoles, porque de haberse avispado, en la actualidad no estaríamos todos con la culequera que hay que aprender a hablar inglés o nos fregamos. Y hasta los japoneses o chinos podrían haber llegado primero, por el otro lado, y esta es la hora en que todos andaríamos en la brega por aprender a leer y a escribir semejantes galimatías.

 

El caso es que nos tocó la lengua castellana, que no el idioma español, porque en la madre patria existe la polémica que este último incluye el valenciano, el catalán, el gallego y el vasco. El nuestro es originario del reino de  Castilla y la verdad es que debemos estar orgullosos porque es un idioma maravilloso. En tiempos remotos decían con razón: “Hablemos bien la lengua castellana/ la lengua de Isabel y del manchego/ la lengua sol, con el latín y el fuego/ por noble, por fecunda y por cristiana”. Y a fe que nosotros la hablamos mejor que los mismos oriundos del territorio español, y con menos acento que quienes habitan centro y sur América.

 

Mucho ha evolucionado el idioma desde que nos descubrió el genovés y a diario aparecen terminachos y palabrejas que inventa el vulgo, y sobre todo la juventud. Aunque los adultos a veces las rechazamos en un principio, terminan por imponerse y hay que reconocer que algunas se acomodan muy bien a su significado. Por ejemplo a muchos contemporáneos míos les habría caído de perlas la palabra hiperactivo, porque se habrían librado a diario de pelas, castigos, coscorrones y correctivos por parte de padres y educadores. Entonces al niño hiperactivo le decían maqueta, mico, bruto, cansón y cuanta voz existe para definir a un mocoso insoportable.

 

Otro término relativamente nuevo es “mamera” y vino a reemplazar una cantidad de palabras que buscan referirse a lo mismo, como pereza, jartera, incomodidad, recelo o malestar. Ahora, cuando uno no quiere ir a alguna parte, simplemente dice que le da mamera y no tiene que dar más explicaciones. Una modalidad rebuscada y empalagosa han cogido ahora muchas personas, preferida por reinas y modelos, y es la de reemplazar un simple no por el fastidioso “nada que ver”. Le preguntan a una damisela por ejemplo si tiene en su cuerpo alguna cirugía plástica, y la vieja responde: Nada que ver; que si le gusta fulanito y lo mismo: Nada que ver.

 

Quienes pertenecen a los estratos más bajos decidieron resumir todas los vocablos que se refieren a lo excelente, maravilloso, excelso, genial o superior con una expresión que además no pronuncian bien, porque en ves de decir máximo se refieren a “másimo”. Antes se acostumbraba nombrar lo mejor como lo máximo, pero el artículo desapareció y con la nueva pronunciación por ejemplo la película de moda es calificada de másima. También se impuso con el mismo fin la locución “una elegancia”.  

 

Algunas novedades hacen carrera y otras desaparecen con la misma facilidad que fueron implementadas, pero hace un tiempo la juventud aportó el vocablo “intenso” para referirse al personaje llenador, lagarto, acelerado, maluco, sabiondo y definitivamente desagradable. Difícil encontrar una palabra que resuma mejor todos esos defectillos que hacen repelente a la persona calificada con dicho sambenito, y me atrevo a proponer que el sinónimo para tal expresión sea “inmamable”.

pmejiama1@epm.net.co