jueves, julio 14, 2005

Cambios citadinos.

CAMBIOS CITADINOS.
A veces me pregunto cómo encontrara la ciudad de cambiada el manizaleño que salió de aquí con rumbo al exterior hace unos veinte o treinta años, y que por alguna circunstancia nunca ha regresado. Porque si yo que he vivido siempre aquí disfruto viendo el desarrollo y siempre estoy recordando cómo era antes un lugar determinado, para compararlo con la apariencia que presenta actualmente, entonces para alguien que se encuentra de sopetón con tantas novedades, obras públicas, edificios, urbanizaciones y demás cambios, tiene que ser muy sorprendente.

Una obra que le ha cambiado la cara a la ciudad es por ejemplo el Bulevar del Cable. Además, desde que le endilgaron el nombre de Zona Rosa a todo ese sector, la vida comercial se adueñó del espacio y cada vez son menos las residencias habitadas por familias; porque es más rentable alquilar la casa para cualquier tipo de negocio, o sacarle varios locales comerciales, y así obtener una renta más jugosa. Los muchachos de ahora pensarán que ese cuento de la zona rosa ha existido toda la vida, pero definitivamente es un concepto muy nuevo. Empezó en Bogotá y luego fue copiado por las principales ciudades, y hay que ver ahora que en cualquier pueblito tienen un lugar destinado a la rumba y al comercio.

Hoy la gente no tiene que ir al centro a nada, porque la proliferación de comercios le ofrece todos los servicios en una zona que anteriormente era netamente residencial. En épocas pasadas si usted necesitaba mandar a hacer una llave, comprar unas bolsas de plástico, conseguir un pliego de cartulina o mandar a arreglar un electrodoméstico, la única opción era visitar el centro de la ciudad. Claro que cuando eso las señoras parqueaban el carro donde les daba la gana y sin duda el tráfico era menos pesado que en la actualidad; tampoco había que pagarle a nadie para que le echara un ojo al carro, porque un automóvil con cinco mocosos adentro peleando y jodiendo no se lo roba nadie.

Cuando los muchachos queríamos beber o levantarnos unas viejas, teníamos que ir al centro. Esa era la zona rosa de entonces. Allá tomábamos el algo con los amigos, recorríamos la 23 mirando vitrinas y decíamos piropos a las muchachas que pasaban por el lugar, para terminar parados contra una fachada, con una pierna doblada contra la pared, hablando pendejadas y mamando gallo. Ya por la noche nos metíamos a tomar trago al Caracol Rojo, un café que había al frente del Banco de la República, a abejorrear a las coperas y a estar listos para salir disparados cuando se formaba la primera gresca, para no terminar encanados. Si la rumba duraba hasta el amanecer, porque entonces no existía la ley zanahoria, preferíamos desayunar antes de irnos para la casa y los sitios escogidos eran Mi saloncito, Sorrento o El Parnaso.

Para levantar viejas no había como La Ronda, Dominó, Las torres del centro frente al hotel Las Colinas (que era sucursal de las Torres de Chipre y las del Cable), La Tuna, la Wiskería de Domo y otros metederos que ya teníamos bien analizados. Para comer bueno y barato sí que había lugares apropiados y a media tarde nos metíamos a tragar albóndigas y salchichas suizas a donde Mister Albóndiga, en el Parque Caldas, o empanadas con un pique delicioso en La Canoa, pasteles en La Suiza, y había que ver los algos que servían en la cafetería La Ecuatoriana, cuando salía uno con harta hambre de cine en el teatro Cumanday.

Hasta que empezaron a abrir negocios de comida por los lados del Cable y recuerdo que uno de los primeros donde ofrecieron hamburguesas y perros calientes se llamaba Casandra, y quedaba en un garaje al frente de la Universidad Católica; la especialidad del local era el perro en piyama, que consistía en envolver la salchicha con tocineta. En la avenida Santander con calle 50 hubo un sitio delicioso, Los pollitos dicen, donde vendían un chocolate espumoso con arepa, mantequilla y queso blanco; la arepa también podía pedirse con una carne asada delgaditica que sabía a gloria.

Don Juaco nació en un garaje y allí funcionó durante muchos años, y es tal vez el único negocio de esa época que no solo se mantiene, sino que cada día está mejor. Empezaron vendiendo empanadas y arepitas fritas y hay que ver ahora la delicia de carta que ofrecen. También recuerdo una venta de hamburguesas, las mejores del mundo, al frente del estadio y volteando como para la escuela Anexa, que se llamaba Pío Pío; hoy en día venden ahí unas empanadas de un tamaño como para calmar el hambre de los estudiantes. El mero guiso representa un seco.

Son pocos los negocios que perduran porque en Manizales hemos sido muy noveleros y recién abren un establecimiento todo el mundo quiere ser el primero en disfrutarlo, pero al poco tiempo se pasa la fiebre y por ello muchos deben cerrar. No se me olvida cuando inauguraron Donkin Donuts en el sector de Las Palmas, que la pelotera era tal que hasta el tráfico por la avenida se vio perjudicado. Y como así es para todo, terminamos haciendo el oso cuando inauguraron las escaleras eléctricas y todo el pueblo se fue a hacer fila para darse una palomita. pmejiama1@epm.net.co