jueves, agosto 31, 2006

Somos Subcampeones

Si de algo sabemos los colombianos es de quedar segundos en todo y de andar sin plata en el bolsillo. Siempre nos faltan cinco p’al peso. En cuanta competencia participe un compatriota es casi seguro que logre, en el mejor de los casos, el segundo lugar, porque a último momento tiene un traspié u otro inconveniente que le saca la victoria del bolsillo. En los reinados nuestra representante aparece como la candidata preferida, los periodistas juran que nadie le quita la corona y que las apuestas la dan como segura ganadora, pero a la hora de la verdad logra, como máximo, el segundo lugar. En tres oportunidades seguidas alcanzamos esa posición en Mis Universo. Claro que con un bizcocho de esos vale cualquier “posición”.

Dicen que a la larga lo importante no es ganar sino competir. Al menos eso le repiten a los mocosos cuando se ponen a berrear porque perdieron la carrera en bicicleta, aunque ese cuento no se lo traga nadie; a excepción del niño diferente al que le importa un pito quedar de último, e igual goza de lo lindo desde que le ponen el uniforme. El mejor ejemplo es el de los argentinos, que quedaron felices porque lograron el subcampeonato en la guerra de las Malvinas. Eso se llama humildad y conformismo.

Y de segundos quedamos en una encuesta mundial donde midieron el nivel de felicidad de los diferentes pueblos del planeta. El primer puesto se lo llevó una pequeña isla localizada en el pacífico sur, donde la gente se dedica a broncearse en unas playas paradisíacas mientras exprimen a los turistas que dejan allá sus divisas. Así cualquiera. En cambio nosotros, quienes según el resto de la humanidad vivimos llevados del diablo, comemos rila, hacemos fuerza y saltamos matones, la pasamos felices de la pelota. Mientas exista el trago, los vallenatos, la fritanga, el fútbol y el tejo, nada nos despeluca.

Cómo no va a ser feliz un pueblo que cuando la naturaleza arremete con saña contra su geografía, la gente se asoma detrás del reportero que presenta la noticia para la televisión del mundo, y con una sonrisa de oreja a oreja saluda, hace carantoñas, empuja al compañero, baila y le pone los dedos al vecino a modo de cachos encima de la cabeza para ridiculizarlo ante la cámara. Y al fondo pueden verse los niños que chapotean en el barro que dejó el deslizamiento o hacen clavados artísticos en el agua que cubre las calles del pueblo. Como quien dice, al mal tiempo buena cara.

Nuestra gente no se complica la vida. Mientras en otras latitudes la plebe se rebota y ejerce la presión que sea necesaria para lograr un objetivo, por estos lados cualquier motivo desbarata una manifestación. Pueden ser los sindicalistas más radicales y si se larga a llover, cada uno busca la forma de escabullirse para coger un bus y largarse para la casa. Que se mojen los demás. En el centro de cualquier pueblo o ciudad pululan los desempleados, pero usted nunca los ve hacer mala cara o protestar. Por el contrario, cualquier situación es excusa para entretenerse un rato y mamar gallo a su gusto. Por ejemplo se vara alguien en su carro y cuando abre la tapa del motor para ver qué pasó, los “patos” se arriman a opinar, a gozarse al encartado conductor y si toca empujar lo hacen con el mayor gusto.

Cómo no va a ser optimista y positivo un pueblo al que le dice el Presidente que vamos a realizar un mundial de fútbol, y la mayoría de la gente se come el cuento. Claro, dicen en los corrillos, hay que pensar en grande, ser echaos pa’lante, medírsele a lo que sea o de lo contrario nunca vamos a hacer cosas importantes. Y cuando escuchan a un analista comentar que la FIFA tiene unas exigencias muy claras para adjudicar la sede del evento, como por ejemplo que el país anfitrión debe tener un tren bala, opinan que aquí puede que no haya tren, pero que bala tenemos para dar y convidar.

Un pueblo feliz donde hay barrios que no tienen servicio de acueducto y los vecinos hacen largas filas detrás de un carro tanque para llenar del precioso líquido sus recipientes, pero si hay un camarógrafo filmando la situación, se matan por salir sonrientes en la toma y arman una recocha del carajo echándose agua con la manguera. No importa que habiten un inquilinato mientras tengan televisor para ver novelas y decadentes programas de concurso.

Otra ventaja es que padecemos de amnesia colectiva. Un funcionario público, del presidente para abajo, puede hacer las triquiñuelas que quiera y al poco tiempo nadie se acuerda de lo sucedido. Y así se acuerde, el señalado bandido puede seguir con sus marrullas y no hay forma de atajarlo.

La única forma de erradicar la felicidad de nuestro pueblo es quitándole el trago. En cualquier tipo de acontecimiento, sea triste o feliz, el aguardiente y la cerveza aparecen como por arte de magia. Hay que ver al desplazado con 8 muchachitos que fía en la tienda el “chorro” para celebrar el nacimiento de otro petacón. No es por nada, pero en esta competencia sí debimos quedar de primeros. ¡Y hágale que está sin calzones!

viernes, agosto 25, 2006

Logros, Metas, Retos...

En la actualidad el agite de la vida ha logrado aumentar en forma preocupante el número de suicidios. Cuando yo estaba pequeño no era común oír que alguien se quitara la vida, y mucho menos los niños que no podíamos meternos en las conversaciones de los mayores; aparte de que poco nos interesaban. Ahora venimos a enterarnos de que algunos de esos suicidas eran del otro equipo, gremio que es muy afín a dicho proceder. Líos de calzoncillos que llaman. Lo grave es que actualmente la mayoría de quienes toman tan absurda decisión son jóvenes ejecutivos, adolescentes y muchos niños.

Quienes pertenecemos a generaciones pasadas debemos estar agradecidos por no habernos tocado en la etapa de estudiantes, o ya como empleados, la modalidad de logros, metas o retos que se pusieron de moda en la actualidad. Claro que la calidad de educación que recibimos no puede compararse con la que imparten ahora, pero de igual manera sacamos el cartón de bachilleres, muchos pasaron por la universidad, y hay que ver las lumbreras que se destacaron en los diferentes campos profesionales. Porque si hoy en día salen del colegio y dominan varios idiomas, son unas hachas para todo lo que tenga que ver con las computadoras, se peinan con la tecnología y aprovechan las oportunidades que ofrece el mundo entero para seguir preparándose, en un hecho que muy pocos han leído siquiera un libro. Tampoco les interesa la música clásica, el arte, la astronomía o cualquier otro tipo de conocimiento que no produzca plata o resultados tangibles.

Al conversar con amigos que tienen hijos en el colegio, es común escuchar las quejas por la exagerada carga de responsabilidades académicas que les imponen. Los muchachitos viven a mil por hora, angustiados y en permanente incertidumbre, porque muchas veces el tiempo no les alcanza para colmar las expectativas de los profesores. Porque ahora les ha dado por convertir en bilingües de un día para otro (sin exagerar, de un año para otro) colegios donde nunca dieron mucha importancia a la enseñanza del idioma inglés. Esa vaina es imposible, y lo que logran es confundir a los educandos y hacer que le cojan pereza a la materia.

Los estudiantes actuales no hablan sino de logros. Es la palabra de moda. Y hay que ver las estadísticas acerca de la cantidad de suicidios en la época de fin de año, cuando muchos prefieren tomar la fatal determinación antes que presentarse en la casa con la noticia que no aprobaron. También es preocupante la competencia que existe entre los diferentes colegios, o de los mismos compañeros por sobresalir en el grupo. Porque a diferencia de antes, cuando la gran mayoría eran maquetas y solo un pequeño grupo estudiaba y le ponía cuidado al profesor, ahora lo raro es un alumno que pierde materias y patina para avanzar. Claro, como los menores tienen pocas libertades debido a la inseguridad, no les queda sino quedarse en la casa estudiando. Qué más hacen. Y les ponen unas tareas que no las resuelve ni Panesso Robledo.

Caso aparte es el ritmo de vida que llevan los ejecutivos modernos. A dichos sujetos no les quitan la enjalma ni para dormir. En cualquier empresa el común denominador es tallar al subalterno, de la misma manera que aprietan al jefe de turno. Porque son muy pocos los que no dependen de alguien, a excepción de los famosos “cacaos” que son los dueños de la pelota. Usted puede ser el gerente de una empresa, pero cada mes debe enfrentar a la junta directiva para rendir cuentas y recibir garrote sin piedad. Entonces sale de la junta de mala vuelta y estresado, y la emprende contra los subgerentes para desquitarse con ellos. A su vez, estos arremeten contra los que siguen para abajo y así sucesivamente hasta que alguien le mete un repelo de miedo a la señora de los tintos. Como quien dice, nadie se salva.

En las ciudades intermedias son muchos los directivos de compañías y empresas multinacionales que dependen de un jefe en otra ciudad del país o del exterior, el cual los mantiene al soco de sol a sol. Y en el medio todo el mundo los ve como los ejecutivos estrellas, pero en realidad son explotados y no tiene autonomía ni para comprar una escoba. Por ejemplo la gerente de una corporación de ahorro y vivienda debe cumplir con una cuota de recaudos al mes, y la pobre mujer recibe a toda hora llamadas del jefe para recordarle la fecha y que no está ni tibia para cumplir con lo pactado. Claro que si la ejecutiva tiene una meta por ejemplo de mil millones y la cumple, entonces al mes siguiente le suben a mil doscientos y así sucesivamente hasta que se reviente.

A ella no le queda sino apretar a sus empleados y pasan el día en reuniones para ver cómo van a salir del embrollo. Por lo tanto, empiezan a despachar el trabajo diario a las cuatro de la tarde y deben quedarse hasta media noche en la oficina. Para completar, a toda hora hacen diplomados, postgrados, cursos, estudian idiomas y acumulan información hasta quedar más preparados que un tamal. Porque de lo contrario, les corren la silla. Viéndolo bien, se suicidan muy poquitos.

Novios en Pelota

Estoy convencido de que el éxito que tiene Andrés López con su show, donde en un monólogo maravilloso retrata las diferencias entre la vida familiar de nuestra generación y la actual, se debe a que los espectadores se ven retratados en todo lo que dice, además de que trae unos recuerdos inolvidables. El tipo se está llenando de plata -y muy merecido porque ayuda obras sociales y otras instituciones con parte de sus ingresos-, porque no queda silla disponible en ninguna de sus presentaciones. Recorre todas las ciudades del país, se presenta varias veces en cada una, en el exterior es igual, y lo mejor es que en el escenario solo están él y un pequeño banco. Lo único que gasta es saliva e imaginación, porque es unánime la opinión que el hombre es un genio.

Como en esta vida hay que inventarse algo para conseguir plata, se me ocurre copiar algo parecido pero con un tema específico y tres actores en escena. Creo que hasta en el nombre puede haber plagio, porque si Guillermo Díaz copió el programa La Luciérnaga de una forma vulgar, ya que hasta el animal que escogieron para el nombre es un bicho similar, puedo pensar en algo así como “Novios en pelota”. Es muy sencillo: consigo un cucho buen conversador y con excelente humor, que hable de cómo se desarrollaban los noviazgos en su época; yo comparo cada situación con la que nos tocó a nosotros y completa un adolescente que cuente los pormenores de las relaciones afectivas en la actualidad.

Cuando escuchamos a los viejos relatar sus aventuras amorosas pensamos que vivían en la época de las cavernas, porque la visita era por la ventana y la única forma de salir con la muchacha era acompañarla a misa el domingo, siempre fiscalizados por una chaperona. Muchos llegaban al matrimonio, ceremonia que celebraban al amanecer, sin haberle dado siquiera un beso a la prometida. Ni hablar de la tupia con que debían llegar esos muchachos al tálamo nupcial. Los de mi generación debemos comparar esas diferencias, para no escandalizarnos con la realidad actual en ese aspecto.

Porque los muchachitos desde los 14 años ya se cobijan con la novia a ver televisión, entran como Pedro por su casa sin saludar a nadie, comen como unas dragas, se jartan la gaseosa que haya, no sueltan el celular y les importa un pito que los suegros estén molestos con su actitud. De lo que no se tienen que preocupar los papás es que perjudique a la niña, porque los zambos viven empalagados de sexo. Lo máximo es que le pega una abejorriada como para entretenerse un rato. Para lo otro aprovechan los paseos que hacen sin adultos que los controlen, en el apartamento de un amigo cuyos padres están de viaje o en una discoteca de esas de ahora, donde todos parecen poseídos.

Los de mi generación podemos decir, después de analizar estas situaciones, que ni muy muy, ni tan tan. Porque aunque siempre había muchas restricciones, uno buscaba la forma de calmar las hormonas y la ansiedad. Lo que llamábamos la arrechera. Las novias tenían que pedir permiso hasta para ir a cine, pero era común que con algunas condiciones, las dejaran ir. Las salidas de noche eran con hora de llegada y los paseos a una finca, siempre de día entero, los vigilaban varias señoras que no despintaban el ojo de todas las parejitas. Algunos papás también asistían, pero con ellos no había problema porque eran los primeros en clavar el pico de la rasca.

Existían entonces algunas oportunidades que no podían desaprovecharse y la más común era el cine. Al salir del teatro nadie sabía de qué trató la película, porque el maniculiteteo y la chupadera de trompa no dejaban tiempo para mirar la pantalla. Lo que sí era digno de mirar de reojo, eran los personajes que se levantaban una bandida en la calle y se acomodaban en los rincones de atrás de la platea, porque esos sí coronaban a como diera lugar.

Otra opción era la visita de novio. Los suegros también se molestaban porque cuando entraban a la sala el zambo no se ponía de pie, pero no entendían que se debía a que había otro que estaba parado desde hacía rato. Y como la moda no incluía pantalones anchos y camisetas hasta la rodilla, el pretendiente parecía con una linterna en el bolsillo. Ahora que hablo de moda, comparo lo que era meterle mano a un buzo cuello de tortuga o a un pantalón con la pretina a la altura del ombligo, con las camisetas ombligueras y los bluyines descaderados, donde la mercancía está ahí no más.

Si el muchacho lograba que le prestaran un carro, el sitio obligado era un “drive in”. Dos gaseosas, esperar que los vidrios se empañaran y mano al cajón. Amoblados entonces no había y a las niñas les daba oso meterse a un hotel. Además, con qué plata. En medio de todo nos tocó la mejor época, y al menos esperamos no ver que el auge de los gays llegue al punto que un hijo de 16 años reciba visita del novio de 20; o la nena de la casa haciendo arrumacos con una machota bien repelente. Al menos yo, no estoy preparado.

Competencia Electrónica

Es común que la gente se pregunte por qué, si la industria y la economía han repuntado en los último años en forma considerable, al mismo tiempo el desempleo disminuye, pero a paso de tortuga. Muy sencillo: porque la tecnología remplaza al ser humano en casi todas las áreas y es así como cada vez son menos los empleados que requiere una empresa. Basta con recordar lo que era antes el departamento de contabilidad en cualquier firma comercial, donde debían llevar los tradicionales libros a mano, archivar facturas y recibos, asentar a diario los movimientos y demás operaciones, trabajos que ahora se hacen con sofisticados programas computarizados que se encargan del control absoluto de cuentas y balances. En un informe desde Alemania mostraron una de las principales fábricas de cerveza de ese país, en la cual laboran únicamente tres operarios. Hágame el bendito favor. Robots, maquinas sistematizadas, cintas transportadoras y demás técnicas innovadoras, que requieren solo de unos pocos pares de ojos que controlen monitores y de vez en cuando opriman una tecla determinada. Por fortuna nuestra topografía no permite que el café sea cogido por una máquina, como proceden en muchas regiones de Brasil, porque ahí sí quedaría este país en la física olla; lo mismo sucede con las cortadoras de caña o la recolección del espárrago (los campesinos dicen que este último trabajo rinde, pero de la cintura). Con razón antes había camello para todo el mundo, si hasta para fabricar una veladora eran necesarias varias manos.

Menos mal en los países desarrollados ya no le jalan a desempeñar cierta clase de labores, y dejan así una oportunidad para tantos cesantes que no encuentran oportunidades de trabajo en sus respectivas naciones. Se quejan por ejemplo en Estados Unidos porque la ola de inmigrantes los invade, pero no aceptan que si no fuera por esta mano de obra necesitada y humilde, ellos no encontrarían quien les cuidara los culicagaos, les fritara las hamburguesas, aseara los escusaos y les mantuviera limpio el jardín. Pude ver en la televisión un alto funcionario del gobierno español, relacionado con el área del empleo, donde explicaba la clase de trabajos que realizan las personas nacidas en ese país, y luego definió las labores destinadas solo para extranjeros e inmigrantes. El europeo no lava platos, ni parquea carros, ni recoge basuras. Tampoco recolecta aceitunas, no carga camiones y mucho menos desempeña trabajos de alto riesgo o que a largo plazo pueda tener consecuencias en la salud del operario. Qué sería de los españoles sin “sudacas” y africanos, o de los alemanes sin turcos, o de los ingleses sin indios y paquistaníes.

En cualquier comunidad, hospital, hotel, fábrica o entidad, ahora años había una centralita telefónica donde varias muchachas metían y sacaban clavijas para comunicar a las personas. Como en casi todos los casos el servicio se prestaba las 24 horas del día, era necesario contratar varios turnos. En cambio ahora ese trabajo lo hacen los conmutadores y contestadores automáticos, aparatos que sacan de casillas a quien llama, porque no le dan opción de hablar con una persona que pueda escucharlo, ofrecerle una explicación o presentar alguna solución a su inquietud. Y qué decir de los teléfonos celulares que ahora sirven para tomar fotos, grabar videos, mandar mensajes por internet, grabación de voz, agenda y muchas otras arandelas; además, cada vez son más delgados, pequeños y funcionales.

Siempre que veo un modelo diferente, en vez de envidia, siento un fresco al recordar que soy la única persona que conozco que no tiene una mecha de esas. Todos mis sobrinos, el señor de la portería del edificio donde resido, la empleada doméstica, los domicilios, los trabajadores de la construcción, la totalidad de mis amigos y familiares, y hasta el gato, tienen celular. En cambio a mí nunca me ha sonado el aparatejo en momento inoportuno, y no puedo olvidar cuando un gerente bancario me dijo que por orden del presidente de la entidad, debía mantener el trebejo prendido en todo momento, sin excepciones. Y el jefe empezaba a joder desde las 4 de la mañana. Va la madre.

La construcción siempre ha sido una buena fuente de empleo, con el agravante que las obras cada vez se ejecutan más rápido y por lo tanto los “rusos”, como les dicen en Bogotá, quedan varados cada cierto tiempo. Pero en ese renglón el modernismo y las máquinas reemplazan la mano de obra en forma considerable, como las grúas que mueven ladrillos, varillas, formaletas, concreto y demás materiales que antes debían cargarse al hombro. Con los prefabricados y los paneles, en muchas construcciones no es necesario pegar ladrillos ni revocar, y se adicionan químicos a la mezcla del cemento para que fragüe más rápido. La maquinaria es un descreste, y la instalación de grifería y demás aditamentos es mogolla. Por fortuna todavía es necesario enchapar a mano, armar los casetones de esterilla, enderezar puntillas, remojar adobe, cargar arena, tirar plomadas y “canchar” paredes.

Que tiemblen los asalariados porque en cualquier momento inventan un aparato que los remplace. Por fortuna falta mucho para que ensamblen robots que funjan de gariteros, cojan goteras, parchen llantas en carretera, le corran el catre a las vagabundas, vendan caldo con albóndigas al amanecer, sustituyan ayudantes de bus, lleven antojos a domicilio o asen arepas al carbón.

miércoles, agosto 02, 2006

Nunca Fallan

Un personaje a quien recuerdo a diario es a un tal Murphy, el de las famosas leyes. Si cada ser humano escribiera un ejemplo de una ley de este tipo, surgiría el documento más extenso conocido hasta la fecha. Porque a lo mejor muchos nunca han oído hablar del asunto, pero basta explicarles y nombrarles algunos casos para que de inmediato hagan sus aportes. Es común que le digan a uno, cuando reniega porque las malditas leyes lo tienen fregado, que no sea negativo y no le pare bolas a esas bobadas.



A lo mejor soy muy de malas pero siempre que viene un técnico a mi casa para una reparación o mantenimiento, nunca falla que llegue en momento inoportuno. Si es hora de almorzar, de ducharse, hacer la siesta o atender una llamada telefónica de larga distancia, preciso aparece el fulano de turno. Como es urgente solucionar el problema toca atenderlo y esperar que arregle el daño. Pero ahí es cuando el tipo dice que olvidó traer una herramienta especial, o sin revisar a fondo asegura que “eso no se va a poder”. Después pregunta que si por casualidad tenemos una llave brístol milimétrica de tres octavos y una pistola para poner remaches.



Si voy a la cocina a hervir una leche debo supervisar sin parpadear para evitar que se suba, pero basta con mirar a otro lado para que suelte el hervor y el reguero inunde el fogón. Ahora venden las arepas medio crudas y chupan candela de lo lindo, por lo que uno se confía y decide que alcanza a contestar el teléfono. Cuando regresa la arepita está como una suela, retorcida y no le entra el diente; porque si al menos se quemara, que entre otras cosas queda deliciosa, pero les echan tantos químicos que primero se fosilizan antes que dorar como debe ser. Y quédese parado echándole ojo para que vea cuánto se demora.



Dicen que todo lo del pobre es robado. Necesita usted vender cualquier propiedad y debe bajarse los calzones en cuanto al precio se refiere, porque le sacan todo tipo de peros e inconvenientes. Ni hablar si la venta es de urgencia para cubrir alguna necesidad o porque está a punto de perder la casa, porque pueden pasar años antes de que resulte un cliente que no quiera aprovecharse de la situación. Lleve su carro a donde un comisionista para que lo venda, y después de que por teléfono le dijo cuanto vale según el modelo y el estado del vehículo, apenas lo ve empieza a rascarse la cabeza y a decir que los carros de ese color no tienen salida; que la placa termina en cero y eso es fatal; y que si fuera 1300 no habría problema, pero que el modelo que viene con motor 1600 es un hueso, y que hasta regalado es caro.



Nada que ofusque más que se pierda cualquier pendejada en la casa, lo cual sucede siempre porque lo usan y no lo vuelven a poner en el puesto. Por ejemplo se envolata el abrelatas y usted empieza a escarbar en los cajones de la cocina, revisa la caneca de la basura, mira en todos los rincones, abre la nevera y el horno a ver si algún despistado lo dejó ahí, pregunta hasta el cansancio y termina buscando hasta en el tanque del inodoro. Como no es lógico que un ladrón entre solo a eso, es menester seguir buscándolo. Pero qué va, aparecen un mundo de cosas que echábamos de menos pero el bendito adminículo desapareció como por arte de magia. Meses después aparece debajo de la lavadora, oxidado y lleno de polvo.



Hay casos simples que no parecen tener importancia, pero en los cuales se cumple sin falta la mencionada ley. Por la cuadra donde resido pasa todos los días, a la misma hora, un hombre que ofrece aguacates a voz en cuello. Si el almuerzo es una lasaña, espaguetis, carne con salsa de champiñones o cualquier otra cosa con la que no combine el aguacate, el tipo cumple con su rutina diaria; pero si en cambio vamos a comer “sudao”, frijoles, sopa de mondongo o un buen sancocho, tenga la seguridad de que el vendedor ambulante no da señales de vida.



Es mal agüero desafiar las teorías de Murphy, porque hay cosas que pueden pensarse pero nunca decirse en voz alta. Para la muestra un botón: si viaja por carretera y por fortuna no hay muchos camiones en la vía, lo cual hace el recorrido ágil y placentero, la dicha dura hasta que un acompañante suelta el comentario y en la siguiente curva aparece una fila de tracto camiones pegados unos de otros como si fuera un tren, y los cuales son prácticamente imposibles de adelantar.



Si alguien llama por teléfono y debemos anotar cualquier dato que nos suministren, no aparece el lapicero, ni un papel y mucho menos algo en qué apoyar. Recuerdo una vez que mi mamá hablaba por teléfono con una empleada domestica y le dio la dirección del apartamento para que la visitara a ver si podían arreglar. La pobre mujer no encontraba con qué anotar y mi madre le ofreció que si necesitaba un lapicero, ella le prestaba uno que tenía ahí a la mano.