martes, mayo 29, 2007

CUENTOS VARIOS.

Cada quien tiene una idea diferente sobre lo que es una persona con sentido del humor. Algunos lo reconocen en el personaje que en fiestas y reuniones se dedica durante horas a contar chistes, y quien carga una libreta donde tiene anotados los cuentos organizados por temas o por el grado de “verde” que contengan. Lo que algunos no entienden es que para ejercer ese oficio no es suficiente tener gracia, expresión corporal y lo que es más importante, ángel, sino saber escoger el momento oportuno para soltar el repertorio. El cuenta chistes puede ser muy gracioso y tener habilidad en ese arte, pero si el ambiente no se presta, no existe el menor riesgo de que tenga éxito.

Para otros tener buen humor es un asunto muy diferente. Es algo innato, que fluye sin dificultad y aparece en el momento oportuno. Es la persona que tiene el apunte fino en la ocasión precisa, la chispa y el genio para encontrarle chiste a cualquier situación. Es saber decir las cosas sin molestar, incomodar, discriminar ni humillar, pero con la gracia suficiente para que hasta al mismo implicado le parezca divertido. La malicia sin vulgaridad y el humor negro que no hiere, son posibles solo para quien tenga la facultad de ejercerlos. Las respuestas geniales también son etiqueta de buen humor.

Alguna vez Roberto Vélez Sáenz, a quien llamaban Robert, discutía con un amigo que aseguraba que en Pereira vivía más gente que en Manizales. Como entonces ambas ciudades estaban muy parejas en su desarrollo, y alimentada la discusión por la vieja rencilla regionalista que por fortuna languidece con el cambio generacional, era común oír enfrentamientos referentes al tema. Pues el contrincante se documentó muy bien y cuando se volvieron a encontrar, esgrimió las pruebas que demostraban que él tenía la razón. Entonces Robert, que como buen “azuceno” no perdía ni media, le refutó con el siguiente argumento:
-¡Ah! no, claro que Pereira tiene más habitantes. Lo que pasa es que usted habló fue de “gente”, y puedo asegurarle que de eso hay más en Manizales.

El humor negro es tal vez el más difícil de manejar y entre mis conocidos, José Fernando “Jota” Gómez es quien mejor lo aplica; burletero como él solo, tiene unos apuntes y salidas geniales. Pues como tantos otros, yo también caí en sus redes. Es común que el paciente sometido a quimioterapia pierda peso en forma considerable y mi caso no fue la excepción, por lo que todo el mundo comentaba sobre lo flaco que estaba en los últimos meses del tratamiento. En cierta ocasión me encontré con Jota, nos saludamos efusivos y después de mirarme con detenimiento, el hombre comentó que me veía como repuesto. Como a esas alturas era común que me insistieran que debía alimentarme mejor porque estaba en los puros huesos, agradecí su apreciación con optimismo y alegría, pero cuál sería mi decepción cuando con cierta sorna concluyó:
-Yo si lo veo como repuesto… pero como repuesto de lapicero.

En común ver en nuestros cafetales matas de limoncillo en los barrancos o zonas erosionadas, el cual se utiliza para “amarrar” el terreno y así evitar posibles derrumbes. Se trata de una planta parecida a la cebolla junca, o larga le decimos algunos, pero con el tallo más resistente y un agradable aroma a limón. Hace un tiempo hubo en esta región cultivos de limoncillo y citronela para extraer el aceite que ambas plantas contienen. Malojillo le dicen en Venezuela, en otras latitudes “lemon grass”, y es muy apetecido como ingrediente en la cocina tailandesa. Resulta que la familia Arbeláez Mejía tenía una finca cafetera en cercanías de Santa Rosa de Cabal. Tiempo después, cuando ya la habían vendido, alguien le preguntó a Luís sobre la topografía de esa tierra. Como casi todos los cafetales de la región son muy empinados y faldudos, el menor de los Arbeláez lo describió de manera muy expresiva:
-Vea hombre, no le digo sino que en la escritura de esa finca, cada tres renglones hay una hilera de limoncillo.

La tragedia de los padres de familia en la actualidad es ayudarles a los hijos con las tareas y lecciones. En los colegios no tienen consideración y en muchos hogares se trasnochan en función de las benditas tareas. Estaba mi hermana Mónica bregando con su hijo para que este memorizara una lección sobre el viaje del descubrimiento de América, y el muchachito ponía cuidado a todo lo que pasaba a su alrededor menos al tema que los ocupaba. Después de mucha paciencia, de repetir el relato y tratar de concentrarlo, al fin el zambo retuvo la información necesaria para defenderse en el examen. Cuando Arturo se disponía a salir a jugar, la mamá le dijo que ni lo pensara porque faltaban los otros viajes de Colón. Entonces el mocoso muy ofuscado comentó:
-No joda mami, y ese viejo güevetas a qué volvió por aquí.

El Negro Peláez sale a trotar todos los días con un grupo de amigos; han participado en competencias nacionales y hasta en una maratón internacional. Cuando me enteré de que un amigo común, a quien no imagino en esas, los acompaña en ciertas ocasiones, indagué con intriga si el fulano trota. Y responde el Negro, con esa malicia y agilidad mental que lo caracterizan:
-¡Trata!
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miércoles, mayo 23, 2007

Mi súper héroe.

Compañeros infaltables de los niños son los súper héroes. Cambian con los tiempos, evolucionan y hasta son reencauchados, pero sin duda se convierten en el ejemplo a seguir por infinidad de infantes que ven en ellos todas las virtudes que anhelan adquirir. De mis primeros años recuerdo a Maciste, un coloso griego que tenía tremenda macana y se enfrentaba a puño limpio con docenas de soldados romanos; El Santo, el enmascarado de plata, a quien en los tinglados de lucha libre no vencía nadie; y a dos vaqueros que se las sabían todas: Roy Rogers y Hopalong Cassidy. Ellos eran los “guapos” de las películas que veíamos en social doble los sábados por la tarde, en el teatro Olympia. Después aparecieron, entre muchos otros, los tradicionales Superman, Batman y Robin, Flash Gordon, Tarzán y El Fantasma.


Lo cierto es que al crecer pierde uno el gusto por este tipo de cosas, aunque algunos adultos todavía disfrutan al ver una película del Hombre Araña o del moderno Superman. Yo no las miro siquiera por curiosidad, aunque me insistan en que los efectos especiales son muy bien logrados y la banda sonora impresionante. Definitivamente no le jalo. Porque una cosa es ver cine de ficción, con historias creíbles y bien narradas, y otra muy distinta un pisco que sube por los edificios pegado a las paredes como araña de tanque, y salta de terraza en terraza chilingueado de redes que emanan de sus brazos.

Pero cuando creí que ningún súper héroe iba a moverme el piso, apareció uno que me dejó matriculado desde el primer momento: El Chapulín colorao. Gratos recuerdos reviví con las entrevistas que concedió el comediante mejicano Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, en su reciente visita a nuestro país, y junto a mi hijo reímos de nuevo al ver los maravillosos personajes creados por el carismático artista. Cuando el entrevistado apareció en la pantalla mi mujer comentó sobre lo viejo que está, a lo que anoté: lo viejos que “estamos”.

Lo que parece increíble es que hace veinte años, cuando junto a mi hijo nos entreteníamos con los programas protagonizados por los diferentes personajes encarnados por el actor azteca, Chespirito tenía 58 años de edad. Cómo es posible que un mocoso callejero, el Chavo del ocho, y sus compañeros Kiko, La Chilindrina y Ñoño, aunque sean actores adultos uno los ve como niños traviesos e inocentes. Ahí está la magia del elenco, porque aunque los programas varían muy poco, ya que siempre repiten las mismas frases, se comportan de forma igual y el argumento en poco cambia, los espectadores siguen fieles frente a la pantalla. Como imitador Gómez Bolaños es magistral cuando representa, en compañía del actor que interpreta al señor Barriga, a la inolvidable pareja de El gordo y el flaco; y hay que verlo encarnar a Charles Chaplin.

Ante una programación plagada de violencia y de mala energía sintonizar los programas de Chespirito es una delicia, porque aparte de divertir al televidente dejan mensajes positivos y ejemplarizantes. Nunca se burlan de nadie ni discriminan por color, sexo o religión. Personajes como el doctor Chapatín; el Chómpiras, el Botija y la Chimoltrufia; los Chifladitos; el profesor Girafales (o el maestro Longaniza), Jaimito el cartero (nacido en Tangamandapio), Ron Damón, la bruja del 71 o doña Florinda, le llegaron al alma a muchas generaciones de latinoamericanos. En la actualidad aún reciclan los programas en canales de diferentes países y nuevos admiradores entran al grupo de seguidores de los comediantes mejicanos.

El Chapulín es para mi gusto el mejor de todos, porque de una manera inteligente hace una burla magistral de los súper héroes tradicionales. Es el tipo más bruto que uno pueda imaginar, pero con la malicia suficiente para disimular su torpeza. Su sentido de la justicia es innato y a pesar de representar al defensor de los desvalidos, deja aflorar sus miedos y temores. Y a diferencia de otros que utilizan armas y poderes especiales, este se bandea con un martillo de plástico, el chipote chillón, con el que golpea a los bandidos hasta ponerlos en su sitio. Como amante es un fracaso, y a pesar de su buena voluntad, debido a su ineptitud son más los daños que hace que lo que ayuda. Ahora que lo pienso es posible que para la creación de este personaje se haya inspirado en Maxwell Smart, el súper agente 86. Igual de bruto e iluso.

El lenguaje de los personajes de Chespirito caló tanto entre la gente que sus frases y palabras entraron a formar parte del lenguaje cotidiano. Si está indispuesto tiene la chiripiorca; si algo sale mal se chispotió; cuando quisiéramos pasar por debajo de una puerta añoramos la chiquitolina; y ante la sorpresa o la admiración solo queda decir ¡chanfle! Y quién no recuerda frases como: lo sospeché desde un principio; no contaban con mi astucia; ¡que no panda el cúnico!; síganme los buenos. O la que resume su entrega y bonhomía, ¡se aprovechan de mi nobleza!, y la fórmula para invocarlo: ¡oh!, y ahora quién podrá defenderme.

Cuando Kiko, ese mocoso arrogante que humilla al Chavo a cada momento, lo hace antojar de una chupeta para después restregarle en la cara que no le va a compartir, el humilde mocoso se hace el desinteresado mientras comenta: ¡al cabo que ni quería!
pmejiama1@une.net.co

martes, mayo 15, 2007

ME PARECE OIRLA.

Así como reniego de la modita que han cogido de chantarle un doliente a cada día del año, para fomentar el comercio porque aspiran que el homenajeado diario reciba un regalo, acepto que el único que debe perdurar es el día de la madre. El símbolo de la abnegación, la entrega, el amor, la ternura, la comprensión y núcleo de la familia es la mamá. Muchas personas no quieren a los hermanos, odian al papá, no la van con tíos, abuelos y otros familiares, pero es difícil encontrar a alguien que no quiera a la progenitora.


Todo el mundo piensa que la mejor mamá es la suya; la más cuarta, la mejor persona, la más bonita, la que todo lo puede. Por costumbre en cada hogar se le nombra de una manera diferente, y los apelativos más comunes son madre, madrecita, mamá, mamita o mami. En esta región preferimos llamarla amá, amacita o simplemente má. Vale recordar esas frases que utilizaban ellas a diario, cuando renegaban y echaban vainas a los hijos por desconsiderados. Los maridos de entonces poco entraban a la casa, y muchas veces llegaban copetones y no le paraban bolas a sus quejas.

En las mañanas, con levantadora y pantuflas, mientras arreaban muchachitos y recogía desorden mascullaban furiosas: un día de estos se levantan y no me encuentran, a ver qué camino cogen. Y haga oficio, y vaya y venga, disponga y organice, pero nadie les reconocía su labor, por lo que decepcionadas comentaban: claro, como aquí tienen a la “sirrrrrvienta” que les hace todo.

Como éramos tantos hijos metían a varios a la ducha y empezaban a dirigir la bañada. Vea, usted, échese jabón detrás de las orejas; y el cuello… hágale duro con ese estropajo que lo tiene lleno de tierra… mire qué porquería, ahí se pueden sembrar papas. Y usted, fulanito, estréguese por allá, en las partes… pero sin miedo por dios… y las uñas, qué es ese mugrero. Este otro carajito, lávese la cara que está lleno de lagañas, puerco. Luego cogían la piedra pómez y nos restregaba los jarretes hasta sacarnos la chapola. Mi mamá, mientras nos vestíamos, siempre recomendaba: cuidadito se ponen medias o calzoncillos rotos, porque nadie está libre de ir a parar al hospital.

Una pregunta típica de ellas era: ¿mijito, usted sí reza y se persigna antes de dormirse? Como la respuesta era siempre afirmativa, mi amá negaba con la cabeza y decía que uno no puede vivir como un perrito. Con el mismo animal nos relacionaba cuando al comer dejábamos harinas o arroces en la mesa: ¡miren, aquí comió un perrito! Cuando alguien sacaba algo de su closet y dejaba la puerta de par en par, haciendo referencia a las iglesias que siempre están abiertas, echaba esta indirecta: ¿a qué hora empieza la misa?

Ya mayorcitos, muy amigueros y con novia, el teléfono de la casa no daba abasto. Se pegaba uno de ese aparato y ella decía en voz alta, como quien no quiere la cosa: yo no me explico qué es lo que conversan si estuvieron juntos todo el día. Cuando ella contestaba, mientras llamaba al solicitado no perdonaba el vainazo: estos zambos de ahora ni siquiera dicen buenos días o hágame el favor. Hay del que osara comunicarse por teléfono después de las nueve y media de la noche, porque sin ningún recato le soltaba: ¡esta no es hora de llamar a una casa decente!

Ni hablar de la piedra que le daba cuando llegaba un amigo y empezaba a pitar para que uno saliera. Decíle a ese baboso que se baje y timbre, que esto no es un drive-in, era su comentario. Y cuando llegaba alguno a anunciar que consiguió novia, lo primero era indagar por los apellidos. Que quiénes son los papás y los abuelos; que yo no conozco esa gente; que no se me vaya a aparecer con una cualquiera porque me da un infarto. Si uno de nuestros amigos no le caía bien, no descansaba con la cantaleta: ese muchacho no le conviene, se va a acordar de mí.

En la adolescencia empezaban los roces y cuando le pedíamos un permiso era seguro que dijera: vaya pregúntele a su papá a ver qué dice. Y si uno se envalentonaba, se ponía furiosa y remachaba: le recuerdo que usted no se manda solo, cuando trabaje y se mantenga hablamos; y mientras viva en esta casa se hace lo que yo diga. También amenazaba: de una vez le advierto que se motila porque parece una nena, y esta noche sale hasta la hora que acordamos; ni un minuto más. ¡Y cuidadito con alzarme la voz porque le reviento la boca!

Otras frases características eran: ¡estos mocosos me van a volver loca!; ¿usted cree que esto es un hotel?; ¡este culicagao es igualitico al papá!; ¡no hay poder humano!; para qué pregunta si va a hacer lo contrario. Y con la que se zanjaban todas las discusiones: ¡porque yo soy su mamá, y punto! Lo que es inexplicable, es que el tiempo y la paciencia les alcanzaran para levantar semejantes tropas. Y la mayoría con muy poquita plata. Cuando alguien dice que las mamás de antes no trabajaban, ellas tienen razón en expresar con énfasis: ¡Me muero de la ira!
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martes, mayo 08, 2007

SABIA USTED QUE...

A veces uno se entretiene con unas pendejadas que francamente. Ahora recuerdo una sección que aparecía en los diferentes periódicos y se titulaba: “Aunque usted no lo crea, por Ripley”. Sandeces sin pies ni cabeza que con seguridad eran inventadas, porque no creo que nadie fuera a comprobar la seriedad y confiabilidad de los datos allí divulgados. Mientras la mayoría trabaja como burros para conseguir el sustento diario, algunos se las ingenian para vivir a cuerpo de rey con solo poner a funcionar la imaginación. Por algo dicen que el vivo vive del bobo.


Me parece ver la sección a la que hago referencia, la cual presentaba el caso del día en dos o tres renglones y lo acompañaba con un dibujo hecho a la carrera que le daba al lector una idea somera del asunto. Aunque siempre hemos oído decir que a la gente hay que creerle, ahora me entra la duda de la veracidad de dichas informaciones. Bastaba con escoger en el mapa un villorrio apartado en Siberia o La Patagonia, y relatar que uno de sus vecinos nació con las piernas donde deben ir los brazos y viceversa, y que así se las arregló durante muchos años en los cuales adquirió habilidades asombrosas. Entonces no existía la tecnología en las comunicaciones, ni habían inventado internet, por lo que no era probable que alguien se echara el viaje hasta la fuente de la noticia a confirmar el hecho. Porque ahora con la red electrónica el mundo se volvió un pañuelo y en cualquier rincón hay un cibernauta dispuesto a confirmar la información, y desenmascarar el embuste de ser necesario.

Como la mayoría de los casos referidos ocurrieron en el pasado, es posible que hayan resultado del manoseo de los relatos a través de tantas lenguas. Porque si un chisme fresco sufre mutaciones en cuestión de horas, qué podemos esperar de una narración que sobrevive varias generaciones. El ser humano es amigo de exagerar y adornar los cuentos para ponerles ají y emoción, situación que vemos a diario en nuestro entorno.

Alguna vez leí acerca del origen de una palabreja en inglés que utilizan a cada momento para insultar, hacer énfasis en las frases o para cuando se meten un martillazo en un dedo. Me refiero a “fuck”. Pues en una recopilación de datos curiosos decía que la expresión viene de un letrero que debían poner las parejas de enamorados en el portón de su residencia cuando se disponían a cascarle al peluche; y deduzco que era para quienes no se habían casado, porque la palabra fornicar corresponde a tener relaciones sexuales por fuera del matrimonio. Creo que fue el rey Enrique VIII el que implantó dicha norma y el mencionado letrero tenía escrita una palabreja formada con las iniciales en inglés de la ley oficial que decía: “fornicando bajo el consentimiento del rey”. Como es de complicado encontrar un desnucadero discreto para retozar con la amante, y tener que anunciarlo a todo el que pase por el frente de la casa. Con el pereque que ponen las mujeres para acceder a estos encuentros furtivos, imagino lo difícil que sería que se le midieran con semejante restricción. Y qué tal todo el vecindario y los amigos esperando afuera a que salieran los tortolitos para detallarles el caminado y verles la cara que traían.

Otro asunto que pone a pensar es el que tiene que ver con los record Guinness. En un principio parece un tema interesante y curioso, pero a la larga se trata de pendejadas que no aportan nada y que solo producen satisfacción al que las logra. Lo último que supe al respecto es que en un pueblo español se dieron a la tarea de fabricar el chorizo más largo de la historia. Dice la nota que lograron rellenar más de 110 metros de tripa, pero nada mencionan de quienes se lo tragaron y cuántos limones y arepas gastaron para acompañar esa bobadita. De solo imaginarlo quedo empalagado y con agriera.

Otro caso es el de un personaje que entrevisté hace un tiempo en Armenia (Quindío) porque estaba a punto de homologar el hecho de haber visitado todos los países del globo terráqueo. Le faltaban media docena y por lo tanto adelantaba el papeleo para obtener el certificado de Guinness. Recuerdo que el hombre tenía un mapa inmenso en una pared con alfileres que marcaban los diferentes destinos, además de fotos tomadas en el lugar más representativo de cada uno de los países y una camiseta característica del lugar. Lo paradójico es que aunque podía demostrar su estancia en cada sitio marcado, no conocía ninguno en detalle. Porque sus maratónicos recorridos solo le permitían llegar al sitio escogido para la foto, la compra de la camiseta respectiva y salir a la carrera para el próximo destino de la agenda con el fin de visitar la mayor cantidad en cada uno de sus viajes. Valiente gracia.

Me parece un absurdo vivir bien incómodo por lograr tener las uñas más largas jamás registradas o vanagloriarse de ser el humano al que más le ha crecido el pelo. Al momento de morir podré decir que tengo el record de no haber roto ninguna marca de este tipo durante mi existencia. Y así no me blanqueo.
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viernes, mayo 04, 2007

AL FIN QUE?

Una vaina complicada es la forma como la iglesia ha querido difundir su mensaje para que cualquier ser humano, sin importar su inteligencia o capacidad de entendimiento, pueda asimilar las enseñanzas y compartir con los demás feligreses la palabra de Dios. Y digo complicada porque así como las parábolas llevan consigo un mensaje que cada uno debe interpretar a su manera, aparte de otras narraciones que encontramos en la Historia Sagrada, muchas personas con poca preparación las acatan al pie de la letra. Claro que cuando les da por echarle cabeza al asunto empiezan a dudar de la veracidad de las mismas.


En nuestra infancia el Catecismo del padre Astete fue el encargado de que aprendiéramos todo lo relacionado con el tema. Sencillo, porque un niño no se devana los sesos con el asunto de Jonás y su estadía de varios días en el buche de una ballena, para después ser regurgitado y devuelto a la playa sano y salvo. Ya en bachillerato, el muchacho va a decir que cómo así, si las ballenas no comen gente, y que una persona se ahoga en par patadas en semejante aventura. Las mismas inquietudes lo van a asaltar con historias como la del mar rojo desocupado para el paso del pueblo de Moisés, Sansón tumbando edificios a los empujones, o Daniel en un foso con varios leones hambrientos sin que le echaran muela. Lo peor es que al joven, ya universitario, no le interesa el asunto y poco tiempo va a dedicar para tratar de descifrar los mensajes implícitos en las historias.

El relato de Adán y Eva en el paraíso, que corren viringos por los campos mientras disfrutan del aire puro y los frutos que ofrece generoso el entorno, para luego embarrarla por el capricho de la imprudente mujer, es fácil de masticar para cualquiera. El problema es cuando después le hablan de la teoría de la evolución y el cuento original sale por líchigo, porque el sujeto empieza a cavilar sobre el tema y con seguridad va a quedarse con la teoría más creíble. Pero como mucha gente pasa su existencia sin acceso a ningún tipo de educación, mueren convencidos de que el edén existió tal y como lo describen los textos sagrados.

Los cristianos en el mundo son muchos, y un gran porcentaje de ellos son analfabetos sin recursos, parroquianos que tragan entero y siguen a pie juntillas todo lo que les diga su pastor espiritual. Ahí es cuando muchos curas aprovechan para utilizar el miedo como un instrumento que garantiza la fidelidad de su rebaño, igual que hacían con nosotros cuando estábamos pequeños. Pocas cosas producían más terror que la amenaza de ir a parar a los profundos infiernos por una mala obra, de la misma manera como un buen desempeño como cristiano aseguraba una eternidad sosegada y plena en el anhelado cielo.

Por lo menos a mí las figuras del diablo y el infierno me amargaron la existencia hasta que tuve la edad suficiente para razonar. Mejor todavía cuando el Papa Juan Pablo II confirmó que el sitio como tal no existe, porque así no quedaron dudas para ningún cristiano por iletrado que fuera. La paila mocha, el crujir de dientes, los alaridos lastimeros y las almas en pena pasaron a calificar servicios, y hasta la Divina Comedia dejó de ser una de las obras cumbres de la literatura universal, porque el sueño de Dante quedó convertido en una amarga pesadilla. Mucho menos el patas con cola, cachos y echando candela por las cuencas de los ojos.

Pero cuál será la desazón de los creyentes cuando sale el actual Papa, Benedicto XVI, con la noticia que el infierno como que sí existe. De manera que vuelve y juega con el tire y afloje, con el agravante que no todo el mundo se enteró del comunicado, y no faltan los que así lo conozcan, prefieran quedarse con las palabras del pontífice anterior, a quien por muchas razones la mayoría de los fieles le tienen más cariño y confianza; por algo está a punto de ingresar al santoral sin tocar aro.

Confieso que desde hace días vengo echándole cabeza a un asunto. Imagino que como los ejemplos anteriores, debe tener un mensaje oculto o una moraleja, pero nada que doy con ella. Se trata del caso de un cura del municipio de Soledad que fue obligado por la ley a reconocer un barrigón de 7 años que tuvo con una de sus fieles. Siempre hemos oído hablar del celibato, y en mi ignorancia supuse que esa condición incluía además la prohibición a tener hijos. Pues ahora resulta que los altos jerarcas de la iglesia católica perdonaron al sacerdote, con la condición que reconozca al zambo, lo sostenga y sobre todo que no lo vuelva a hacer.

Lo que faltaba: la plata de la ponchera para comprar leche en polvo. Porque imagino que después de esta sentencia muchos van a querer dejar descendencia, aunque la sociedad se llene de hijos únicos porque la condición de “no volverlo a hacer” es impajaritable. Y a pesar de que siempre nos han martillado con el cuento que la familia es lo primero, ¿qué carajo va a pasar con esos muchachitos que van a tener “padre”, pero nunca podrán compartir con un papá?
pmejiama1@une.net.co