martes, marzo 31, 2009

Paciencia infinita.

Nadie puede entender, ni siquiera ellas mismas, cómo hacían las mamás de antaño para manejar un hogar con una prole numerosa. Ahora vemos a los papás que muchas veces se ven a gatas para controlar dos o tres muchachitos, aparte de que sostenerlos es cada vez más costoso, y al que tiene más le dicen que ya va a completar el kínder. Porque cuento aparte es el aspecto económico, el cual también es inexplicable porque un padre de familia con un salario de empleado levantaba ocho, diez o doce hijos. Y es que las familias de seis retoños se consideraban pequeñas, algo que hoy en día es impensable para cualquiera. Claro que nuestras familias, como la mía de nueve hijos, eran reducidas al compararlas con las de aquellos colonizadores antioqueños que no rebajaban de la docena y algunos llegaban a los veinte.

Debido a que éramos tantos niños en la casa la mamá no podía dedicarles tiempo a todos y pasaba casi todo el día al cuidado de los bebés que todavía no se defendían solos. Como entre los hermanos nos llevábamos solo un año de diferencia, en las casas siempre había un chino recién nacido, otro de un año, uno de dos y otro de tres. Con eso tiene cualquiera para enloquecerse. Y súmele que no había pañales desechables, esterilizadores de teteros, intercomunicadores, coches sofisticados, sillas especiales para el carro y demás elementos que ofrece hoy el mercado para facilitar la crianza de un bebé.

De manera que por ahí desde los cuatro años uno ya quedaba destetado y se le pegaba al grupo de los más grandecitos para aprender a defenderse solo. En las horas que no podíamos jugar en la calle, porque entonces sí obedecíamos, no quedaba sino entretenernos en la casa. Desde el mismo momento que la mamá salía a hacer mandados empezaba la recocha y el despelote colectivo, y uno de los primeros recuerdos que tengo se desarrolla en una casa del barrio Estrella, donde viví mis primeros años, un día que sobró una gran caja de cartón porque compraron una brilladora. Aquí tengo la cicatriz que me hice con un cuchillo que saqué sin permiso de la cocina para quitarle unas tapas a la caja, la cual utilizamos para meternos dentro y rodarnos por las escalas de madera que comunicaban con el segundo piso. Otro día la monjita que nos cuidaba llegó con un pato y una gallina de regalo, y lo primero que hicimos fue arrearlos por toda la casa; los animalitos despavoridos subían y bajaban, salían al patio, pasaban por la cocina y al final quedaron plumas hasta en el techo. Cuando llegó mi mamá estaba esa monja que cogía el monte y hubo chancleta para todos.

Años más tarde, cada que llegaba la temporada de las cometas, nos preparábamos para armarlas con la técnica que conocíamos todos los muchachitos. Unos palitos de guadua muy bien pulidos, con la navaja que todos cargábamos en el bolsillo, el papel especial y un buen rollo de hilo que sacábamos del costurero. Pero el alboroto se formaba cuando todos nos metíamos a la cocina a preparar el engrudo, con Maizena y agua, y cada uno cogía una cacerola y empezaba a hacer el preparado. Los regueros y el desorden ponían a renegar a la cocinera, sobre todo después cuando debía lavar el pegote de los recipientes.

Otra enguanda que recuerdo muy bien fue una moda que impusieron cierta vez y creo que nadie se quedó sin lucirla. Nosotros estrenábamos ropa muy de vez en cuando, pero en la calle 19 donde quedaban los “agáchese” que eran catres de lona donde ofrecían todo tipo de mercancías de contrabando, como quien dice el inicio de lo que después fueron los Sanandresitos, vendían unas camisetas chinas que eran muy baratas. En las ciudades de la costa atlántica también las ofrecían de todos los colores y se trataba de una camisetica sencilla pero muy bonita. Entonces a alguien se le ocurrió darle un toque moderno a la prenda y el proceso consistía en lo siguiente. La camiseta se amarraba en varias partes, bien fuerte con un pedazo de cabuya, y después la metíamos en una olla que teníamos previamente preparada con agua hirviendo y una cajita de Iris para teñir tela. Con un palo sacábamos las prendas, les quitábamos las piolas y a secar a la cuerda. Esa vaina quedaba con unos círculos sicodélicos y solo debíamos esperar a que estuviera lista para estrenar.

Peor cuando nos dio por hacer los símbolos de la paz con moldes que fabricábamos en madera, para rellenarlos de plomo que derretíamos en un perol en el fogón. El reguero de metal incandescente quedaba por todas partes y el recipiente perdido. Del patio también disponíamos y siempre había perro, gato, conejos, palomas, gallinas y pollos de engorde, los cuales convertían el prado en un muladar de pantano y rila. En otra época resolvimos sembrar una huerta para cultivar hortalizas; los rábanos parecían balines, las zanahorias eran tan delgadas que al pelarlas no quedaba nada y las lechugas tenían más babosas que hojas. Sin embargo, mi madre nos compraba la producción y los rilosos que medio engordaban. Eran pollos negros que parecían gallinazos escuálidos y había que matar media docena para un almuerzo. Madres dignas de canonizar.
pmejiama1@une.net.co

martes, marzo 24, 2009

Turismo sin vías.

Cómo pretendemos traer turismo a nuestra ciudad si no hay una sola vía decente en los alrededores para llevarlos a pasear y a disfrutar de los lugares de interés. Produce lástima ver el estado de las carreteras, que por falta de mantenimiento y la arremetida de un invierno que no da tregua parecen trochas en muchos de sus tramos. Rutas de suma importancia para el desarrollo del departamento se dejan abandonadas y el paso del tiempo y de los vehículos se encargan de empeorar las condiciones de la capa asfáltica. Pequeños huecos que podrían arreglar con facilidad se convierten en unas troneras donde cabe el carro entero, y así recorridos que antes eran agradables de transitar se convierten en una verdadera tortura para los pasajeros.

Hace poco sugerí a unos amigos caleños que subieran a los termales del Ruiz y sin alcanzar su cometido regresaron aterrados por las condiciones de la vía. A pesar de que tenían un vehículo todo terreno se vieron a gatas entre lodazales, derrumbes, precipicios y pasos restringidos. La soledad de esa montaña y la ausencia absoluta de otros turistas los dejó abismados y cuando voltearon la cola no veían la hora de llegar a la civilización. Para ir al nevado por la vía principal está sujeto el visitante a que no haya llovido la noche anterior para que el derrumbe de Sabinas y otros tantos sitios críticos que hay en el tramo no presenten cierres. Visitar los pueblos del norte hasta llegar a Salamina para disfrutar de sus gentes y su arquitectura es una ruta obligada, pero el tránsito para llegar al destino es un verdadero martirio. Un zigzag rodeado de abismos y deslizaderos que le revuelven el estómago al más valiente.

Con un buen amigo salimos un domingo a recorrer algunas rutas cercanas a la ciudad, para comprobar con pesar cómo se deterioran algunas vías que hace muy poco tiempo estaban en perfectas condiciones. Salimos para Chinchiná por la carretera vieja, que para mí representa un recorrido lleno de recuerdos porque fue el que transitamos desde pequeños para bajar a la finca. En la curva de La Cumparcita, mi amigo cogió por una desviación que sube ahí a mano derecha y empezó a trepar por una carreterita que si no fuera porque tiene pavimento en las curvas y tramos más pendientes, por ahí no subía ni un gato herrado. Después empieza el descenso en similares condiciones y cuando me preguntaba a dónde iríamos a parar por esa ruta, salimos de nuevo a la principal en el sector de La Siria. Tantos años por esos pagos y no conocía ese balcón atiborrado de paisajes.

Seguimos nuestro camino y el estado de la vía entre las dos poblaciones es bueno y con mantenimiento no la han dejado deteriorar. Problema grave el que enfrentarán los constructores de la doble calzada cuando le metan el diente a la intersección del sector de la bomba en Chinchiná, para terminar de una vez con ese absurdo que deben ejecutar los conductores en ese lugar, porque el piso presenta una falla geológica de grandes proporciones.

De Chinchiná seguimos a darle vuelta al proyecto del aeropuerto. La vía entre los dos pueblos está en muy regular estado y ya en la cuchilla donde se adelantan los trabajos nos encontramos con una sola máquina que mordía una inmensa mole de tierra para cargar la fila de volquetas. Localizados en el terraplén, donde ya puede verse cuál es el nivel de la pista, al mirar hacia donde se proyecta el resto de los trabajos puede deducirse que lo que falta por remover es mucho material. Yo esperaba encontrarme con una verdadera flota de máquinas removiendo la montaña, pero después de lo que encontré solo puedo decir que se me cayó el carriel. Así no van a acabar nunca.

Ahora viene la parte más triste del paseo y me refiero al estado que presenta la vía entre Palestina y Santagueda, por La Plata. No hay derecho a tanta desidia. Una carretera que por sí sola es un atractivo turístico, porque ninguna la iguala en diversidad de paisajes, está convertida en un solo hueco que hace imposible su tránsito. En casi todo el recorrido no queda sino arrancar los restos de pavimento y volver a empezar de cero, y presenta unos hundimientos que son un desafío para amortiguadores y riñones.

Como es domingo Santagueda es un hervidero humano. Gentes variopintas ocupan todos los negocios del sector y después de pasar por allí no queda duda de que se trata del destino turístico preferido por los manizaleños; además de la infinidad de fincas y casas de recreo que ocupan el valle y sus alrededores. Por ello es increíble que los pocos kilómetros que unen a Tres Puertas con el sector de La Rochela estén invadidos de huecos, derrumbes y pasos restringidos, lo que hace su tránsito lento y complicado. Qué vergüenza tener que llevar a los turistas por semejantes trochas.

Regresamos por la carretera de La Cabaña que aparte de algunas fallas geológicas que han deformado la calzada en algunos sectores, todavía está en buenas condiciones. Claro que hay derrumbes sin recoger desde hace meses y muchas curvas no tienen barreras de seguridad. Se va un carro por un voladero de Malpaso y no sale ni en el periódico.
pmejiama1@une.net.co

martes, marzo 17, 2009

Cosas que pasan.

Quienes me conocen saben que solo acostumbro reproducir en este espacio anécdotas y cuentos que escucho en las tertulias que tanto disfruto cuando me reúno a conversar con amigos y allegados. Me encanta charlar al calor de unos tragos bien sabrosos, mientras entre todos resolvemos qué tipo de comida pedimos a domicilio; o programamos la reunión con cocinada y todo, para tragar saliva con el olor y zapotear las viandas, así al momento de servir ya estemos llenos. También disfruto conversar con los agregados o trabajadores en las fincas (a quienes llamábamos antes “de la otra casa”), y si encuentro niños o adolecentes entre los participantes al paseo, o que residan en el lugar, siempre les hablo de temas intrascendentes para conocer su léxico y la forma como ven la vida. Igual me gusta oírle sus cuentos al viejito de la calle o a cualquier otro transeúnte.

A finales del año pasado tuvimos la fortuna de visitar una casa ubicada a orillas de la Ciénaga de Ayapel, en el departamento de Córdoba. Ni siquiera nosotros creímos que el sol se fuera a asomar, con tan buena fortuna que hizo presencia a diario y sin escatimar. El paisaje es paradisíaco, el clima delicioso, un pueblo típico del interior de la costa, la gente amable y abierta, y en general una cultura diferente a la nuestra a pesar de estar relativamente cerca. A diario la mayoría de los compañeros del paseo madrugaban muy juiciosos para hacer algo de deporte antes de empezar a darle gusto al paladar; todos estiraban para proceder con el ejercicio y mientras unos preferían caminar hasta la plaza del pueblo, comprar algunos encargos y regresar a buen paso, otros hacían el recorrido al trote, más largo y con exigencia para el organismo. Un día regresaba Jaramillo como a las 10 de la mañana, en una carrera forzada y sostenida, bañado en sudor y resoplando por el cansancio acumulado. Los alrededores de las casas de recreo son habitados por gentes muy pobres y algo descuidadas, y ese día había dos negros recostados en sendas hamacas donde se protegían del sol y el calor reinantes. Fernando llegó muerto de la risa porque alcanzó a oír cuando uno de los morochos le decía al otro, mientras hacía cara de incredulidad y repudio:
-Eche, no jooooda. ¡Eso cachaco sí son bien ocioso!

Definitivamente ellos nos ven con algo de curiosidad, sentimiento que es recíproco debido a nuestras culturas tan diferentes. Hace poco tuve el gusto de recorrer los caminos de La Guajira, con el aliciente que Gabriel Pinedo, nuestro anfitrión, prefirió nuestra compañía para los desplazamientos. Yo debo ser hasta cansón, porque quiero saberlo todo. Cómo se llama aquel río, cuál es este pueblo, en qué trabaja la gente, quiero conocer el nombre de cada árbol y como dicen por ahí, pregunto más que un perdido. Pues Gabriel tiene el mismo gusto y por ello tuvo la paciencia para relatarnos todo tipo de anécdotas. Cierto día me dio mucho golpe conocer el nombre de un caserío cercano a la finca, y al hacerle el comentario respondió:
-Ajá, ven acá te digo una vaina. ¡Eso cachaco sí son bien bruto! Cómo te parece que esto se ha llamado toda la vida “Pericoaguao”, y vienen los sabio que marcan la carretera a ponerle dizque “Perico aguado”. ¡Hazme el favor!

El semillero de anécdotas de los niños es infinito. Me cuenta un buen amigo que ahora años, cuando para los católicos madrugar a comulgar el primer viernes del mes era sagrado, una vecina del Parque Caldas llamó al Padre Zuluaguita para recomendarle que al otro día le mandaba uno de los hijos para que lo confesara. El mocoso llegó cumplido, se presentó y el cura quiso ser amable para darle confianza, y en tono cómplice le preguntó si él de vez en cuando decía palabras feas. El zambo miró a ambos lados, puso cara de pícaro, juntó todas las yemas de los dedos para demostrar cantidad y soltó de sopetón: ¡Como un hijueputa, padre!

Un amigo reniega siempre que recuerda cuando su hija fue invitada por una amiguita a dormir, con otras compañeras, y como la señora de la casa se iba de fiesta, alquiló la película El Exorcista para que las mocosas se entretuvieran. Quién dijo que las muchachitas volvieron a dormir solas en sus habitaciones. Mi hermana Mónica se llevó a Arturo como de 7 años a ver una película y resultó ser de miedo. Como al barrigón ya le habían comprado todo el mecato prometido, en cierto momento jaló la manga de la mamá para decirle en secreto:
-Mami, apenas haya una propagandita nos vamos…

Un día Pedro Luís estaba desesperado porque no servían el almuerzo, mientras el papá trataba de explicarle que para todo hay un horario y debemos tratar de respetarlo. Cuando ya el chino estaba en lo suyo, buscó conversación y le preguntó al papá si el abuelo, quien murió hace poco, también almorzaría a esa misma hora. Mi hermano buscó la forma más clara y lógica de explicarle que el cuerpo de las personas se queda en la tierra, mientras el alma busca otros niveles en el espacio, hasta que el niño lo interrumpe para aclarar:
-¡Ah no!, entonces yo no me quiero morir. Porque si es para aguantar hambre…
pmejiama1@une.net.co

martes, marzo 10, 2009

Autoridad y disciplina.

Compromiso grande el que tienen los padres que deben criar hijos en la actualidad, en una sociedad regida por el dios dinero, el cual marca el nivel de éxito de cada individuo sin tener en cuenta ningún otro parámetro diferente al poder económico que pueda lograr. Si es rico es exitoso. En el mundo de los negocios ya no cuentan la moral, los buenos principios, la honestidad y la ética del individuo, atributos que se reemplazan con un buen desempeño laboral que produzca utilidades.

Así como en la actualidad el éxito está basado en la capacidad de producir, sin duda en el futuro lo determinante será el carácter del individuo. Diferente a lo que se piensa, que será el dominio del conocimiento y el poder de las comunicaciones los que marcarán la pauta del éxito, una personalidad con temple que sepa enfrentar los fracasos y convertirlos en un desafío será el objetivo de los seleccionadores de personal. Y una personalidad definida y un carácter recio se logran solo si se recibe una buena formación en el hogar, donde gracias al buen ejemplo y los sabios consejos el individuo aprende a reconocer el camino del bien. Porque definitivamente hay cosas que no se aprenden ni pueden comprarse, como los buenos principios, la rectitud y la condición de ciudadano ejemplar.

Lo más importante en un hogar es que exista igualdad de criterios entre ambos padres para la educación de los hijos, porque de lo contrario es imposible marcar pautas y poner condiciones en un ambiente en el que los muchachitos no saben a quién obedecerle. Los padres deben ponerse de acuerdo hasta para el más mínimo detalle, y nunca desautorizar al otro porque ello puede ser utilizado por los vástagos como disculpa para justificar su mal comportamiento. Es común que en cada hogar uno de los padres sea el bravo, el regañón y el estricto, situación que debe manejarse con mucho tino para no hacerlo aparecer como el malo del paseo, sino como la persona que impone disciplina en la casa.

Y el principio de autoridad en el hogar es primordial para marcar pautas. Desde que nace el bebé trata de manipular y con sus llanto desesperante busca comer a sus horas, dormir entre sus padres, que lo carguen en todo momento y lo arrullen. A medida que crece el niño siempre buscará tener a sus padres bailando en la uña, y es común oírlo cuando ya tienen tres o cuatro años con la cantaleta que coge cuando quiere lograr algo. Empieza a repetir su petición sin pausa y en un tono de plañidera desesperante, porque sabe que con esa táctica uno de sus padres va a ceder a sus peticiones. Entonces son niños que se acostumbran a lograr lo que quieran con una herramienta que no falla: la manipulación.

Y así como ahora años la autoridad se ejercía a golpes de correa y a chancletazos, hoy en día los mocosos no se dejan tocar y hasta pueden denunciar al papá ante las autoridades por abuso; y lo peor es que tienen todas las de ganar y el adulto resulta inmerso en un pleito que le sacará unas cuantas canas. De manera que la autoridad ahora hay que ejercerla es con razones, con exigencias y demandas, de una manera civilizada que no atropelle los derechos de nadie.

El problema está en que ningún padre quiere que su hijo sufra y por ello busca solucionarle los problemas y calmarle sus antojos. Pero a la vida se viene a sufrir y si no les enseñamos aunque sea un poquito, entonces, ¿cómo aprenderán? Si les resolvemos todas sus dificultades, ¿cómo van a torear la andanada de inconvenientes que deben enfrentar en su existencia? A los niños hay que aterrizarlos, hablarles con la verdad y hacerles conocer los problemas de la vida. Que no crean que las cosas se alcanzan con solo estirar la mano.

Es importante enseñarle a los vástagos que así como pueden exigir sus derechos deben cumplir con sus deberes. Porque ese es el principio básico de la convivencia: dar y recibir. Pero al momento de darles es necesario restringir sus peticiones para que tengan conciencia de la falta de algo; como el zambo que prefiere no jugar con sus amigos si no tiene el uniforme de moda que usan los demás. Ahí es cuando un padre debe actuar para hacerle entender al hijo por qué debe ceder en su petición, esgrimir razones para que entienda y buscar la manera de que el muchacho disfrute lo que tiene y nunca envidie lo de los demás. Es muy importante que aprendan a agradecer y a disfrutar sus cosas, así como es primordial que sepan carecer de otras.

Grave error el de los padres que no enseñan a sus hijos a comer todo tipo de alimentos, porque van a sufrir mucho en la vida. Mocosos llenos de remilgos que cuando los invitan a cualquier parte van a pasar vergüenzas, además de hambre. Tampoco saben los niños tender una cama, recoger la ropa sucia, lavar los platos o colaborar con cualquier actividad del hogar. Viven como príncipes y lo único que saben hacer es desorden, mientras la mamá detrás como una sirvienta les colma todos sus deseos. Esperen a que crezcan y tengan que vivir solos.
pmejiama1@une.com.co

lunes, marzo 02, 2009

Las plagas modernas (I).

El Antiguo testamento siempre ha despertado interés en los infantes, aunque recuerdo que entonces sentí cierto recelo por algunos apartes que no dejan de ser espeluznantes. Cuando el profesor refirió el cuento de las plagas de Egipto, que cayeron sobre esa nación como presión para que dejaran arrancar a Moisés con el pueblo judío desierto adentro, siempre le metió imaginación y pintó el panorama tétrico y aterrador. Las aguas del Nilo convertidas en sangre; plagas de mosquitos, tábanos, langostas y sapos; la muerte del ganado; el granizo que destruyó cultivos; la muerte de los primogénitos; y las tinieblas que taparon el sol, fueron las maldiciones que cayeron sobre los súbditos del faraón.

Durante mi infancia se presentaban cada año, en épocas diferentes, invasiones de insectos muy característicos. Recuerdo los “polochos”, que eran unos bichos inofensivos que cubrían las calles. En mayo aparecían las chicharras que mortificaban la vida de las niñas, porque les tenían pavor y los muchachitos aprovechábamos para pegárselas del pelo; había negras con un solo cacho, o de color carmelita, más grandes y con doble cacho. En el campo pululaban cocuyos que recogíamos en grandes cantidades dentro de botellas, dizque para hacer lámparas. También llegaban nubes de unos avispones que chapaleaban alrededor de las luces en las noches, y de pronto los árboles amanecían adornados con racimos inmensos de gusanos.

Sin duda el paso del tiempo cambia las cosas y después de varios miles de años no podemos esperar que las plagas sean las mismas. Tal vez sin darnos cuenta, el Creador ha mandado plagas de todo tipo que invaden nuestro planeta sin control ni cortapisas. Cada quién las ve desde su punto de vista, y para mi gusto algunas de esas plagas modernas son la contaminación ambiental, los teléfonos celulares, los policías de tránsito, las telenovelas, las motocicletas y el cigarrillo.
Por ejemplo el asunto de las motocicletas se ha vuelto incontrolable en el país.

Ahora años muy pocos tenían la posibilidad de adquirir moto y era común que la usaran para dar una palomita y llevar la novia a Chipre el domingo, mientras que la persona de escasos recursos que lograba conseguir un vehículo de ese tipo, debía conformarse con un pelle con mucho kilometraje, en muy mal estado y que para prenderla había que darle cran por lo menos cincuenta veces. La moto entonces era un artículo de lujo que despertaba la envidia de muchos y proporcionaba placer a unos pocos.

En cambio hay que ver la oferta que existe hoy en día en ese mercado. A diario vemos la publicidad de una marca nueva y los precios son cada vez más asequibles. Claro que falta esperar un tiempo a ver qué tan finas resultan muchas de esas motos importadas de China, que a primera vista parecen muy buenas pero que en la actualidad sus dueños ya se ven a gatas para conseguir repuestos y servicio técnico. Pensar que lo que antes era un artículo de lujo, ahora lo entregan con una cuota inicial de 200 mil pesos y el resto se cancela con cuotas mensuales que no llegan ni a los 100 mil. Un obrero que devengue el salario mínimo y que su compañera trabaje en el servicio doméstico de por días, perfectamente pueden adquirir un aparato de esos. Seguro que les sale más barato cumplir con la cuota mensual que pagar el trasporte en servicio público de ambos.

El problema es que le entregan la motocicleta a cualquier montañero que no sabe ni montar en bicicleta, le enciman el casco y el chaleco, y hágale a cometer infracciones y a chambonear por las calles sin dios ni ley. Basta con presentar la cédula, llevar la cuota inicial, firmar unas letras y conseguir un fiador, y de arriero lo convierten en motociclista como por arte de birlibirloque; y con moto nueva, cero kilómetros, con ese olorcito particular que solo podían disfrutar los ricos.

Una motocicleta bien utilizada es una herramienta de trabajo indispensable para muchas personas (incluidos los sicarios, infortunadamente), soluciona el trasporte a familias enteras, permite a los menos favorecidos pasear y divertirse, y el consumo de combustible es mínimo. Dos personas le echan 15 mil pesos de gasolina a su moto y viajan a Bogotá sin pagar siquiera peajes, costo que no puede compararse siquiera con dos pasajes en el más barato de los transportes terrestres como buses, taxis o colectivos.

Ahora inventan las motos taxis y en ciertas ciudades el negocio de los amarillos está en peligro porque la competencia es imposible. Los aseguradores no saben qué camino coger ante la avalancha de reclamaciones del seguro obligatorio, porque los improvisados conductores causan accidentes por montones y la mayoría de estrellas negras que vemos en calles y carreteras corresponden a motociclistas. Sin conocer el código de tránsito, sin experiencia ni conocimientos de inercia, fuerza centrífuga, equilibrio y demás pormenores, apenas le cogen confianza al velocípedo siguen derecho en la primera curva.

La mayoría de motociclistas no respetan los semáforos, violan vía, transitan por los andenes, hacen cruces prohibidos y cuanta barbaridad se les ocurra, y las hordas que inundan las calles ofuscan y desesperan al más tranquilo.
Las plagas modernas son muy diferentes a las del antiguo Egipto, aunque coincidimos en que por aquí todavía se ven muchos tipos de sapos.
pmejiama1@une.net.co

Las plagas modernas (II).

La humanidad, en todas las épocas, ha soportado diferentes plagas que mortifican su existencia y en muchas ocasiones se han encargado de menguar la población. A finales del siglo XX aparece el SIDA, que gracias a campañas preventivas, a unas comunicaciones que volvieron el planeta un pañuelo, a los adelantos tecnológicos y a las investigaciones en el sector de la salud, han impedido que el fatídico virus se expanda sin control. Como sucedió por ejemplo con La gran plaga, conocida también como peste negra o bubónica, que en el siglo XIV asoló a Europa y mató a un tercio de sus habitantes, y la cual era trasmitida por las pulgas que viven en las ratas. ¡Qué susto!, con el mundo de ratas que hay en nuestras calles.

Claro que sin duda las plagas más famosas son las de Egipto, que según el Antiguo testamento cayeron sobre los súbditos del faraón para que dejaran en paz al pueblo judío. Como los egipcios andaban confundidos con la montadera de la naturaleza contra ellos, que los había cogido de mingos, Moisés aprovechó el descuido para salir empecuecao con sus pupilos a buscar la tierra prometida. Entonces el Faraón se espabiló y arrancó a perseguirlos, pero ahí fue que el profeta se mandó una parada que yo todavía no logro asimilar: dizque abrió las aguas del mar Rojo y cruzaron como pedro por su casa sin siquiera mojarse las alpargatas.

Resulta que una de esas plagas fue que quedaron inmersos en una absoluta oscuridad y no volvieron a verle la cara al sol, y hay que enterarse de la aburrida que se pegó esa gente con el frío que hace en el desierto cuando “el mono” no se asoma. Pues fíjese que en la actualidad estamos a punto de sufrir la misma maldición, porque la contaminación hace estragos y de seguir al paso que va, no falta mucho para que empiece a oscurecerse el panorama. Las grandes ciudades presentan una nube de smog que las cubre y sin importar el clima, a toda hora el cielo está plomizo y al mirar a la lejanía, se observa una bruma que semeja calima pero que en realidad son gases y desechos tóxicos que envenenan a cuentagotas a sus habitantes. Las chimeneas de las grandes industrias y el escape de los vehículos automotores, sobre todo los que funcionan con combustible diesel, son los principales responsables de envenenar el aire y opacar el ambiente.

Claro que existen otras formas de contaminación, como la que agobia nuestra existencia por el ruido que produce el diario machacar de la vida moderna. Un zumbido al que nos acostumbramos y solo a media noche notamos la diferencia, cuando es necesario bajarle considerablemente el volumen al televisor que era apenas audible al medio día. Ya en la calle, los tímpanos se resienten con el rugir de los motores, cornetas y pitos, el vendedor que promociona a los berridos, las grúas de las construcciones, los altoparlantes, el taladro hidráulico, los equipos de amplificación en la puerta de los negocios y otros tantos ruidos que se mezclan en un solo estruendo atronador.

Además nos mortifica la contaminación que entra por los ojos, la visual. Por fortuna existen normas y reglas que controlan este tipo de atropello a nuestros derechos, como también sucede con las otras formas de polución, porque de lo contrario el afán del ser humano por producir sin importar el bienestar de los demás, nos tendría sin para dónde mirar. La publicidad es necesaria pero con moderación, porque no hay derecho a que aprovechen hasta el mínimo espacio disponible para acomodar letreros, pasacalles, avisos, logotipos, pendones, vallas y cuanta manera de promocionar se les ocurra. Hay que ver por ejemplo la publicidad que alcanzan a acomodarle a un carro de carreras, además de la que portan en sus uniformes el piloto y el resto del equipo.

Aterra la estupidez del ser humano al convertir en cloacas las fuentes de agua, consciente de que dicho líquido es el elemento más importante para nuestra supervivencia en la tierra. Un organismo deshidratado muere en poco tiempo y la ingesta de agua impotable causa traumatismos gástricos que también nos llevan a la tumba. Cuando nos acostumbramos a tener agua pura en todo momento en el grifo de nuestra casa, nos desespera que el precioso líquido falte aunque sea por un momento. Ríos, quebradas, arroyos, cascadas y lagunas son regalos que nos da la naturaleza, y tenemos el atrevimiento de envenenarlos y cortarles sus fuentes hasta hacerlos desaparecer.

Después de observar y oler el río Bogotá cuando desemboca en el Magdalena, es difícil aceptar que de esa gran arteria fluvial se nutren los acueductos de muchos municipios localizados en sus orillas. Claro que aparte del albañal a que me refiero, infinidad de afluentes llegan al río mayor para contaminarlo con todo tipo de porquerías, porque aunque parezca increíble, en muchos pueblos aún botan la basura al río; y para no ir muy lejos, hasta hace unos años en las ciudades intermedias procedían de igual manera. Cada año son menos los peces que habitan nuestras fuentes naturales y llegará el día en que su fauna desaparezca definitivamente.

Fíjese que si los egipcios se horrorizaron al ver el Nilo convertido en sangre, aquí nos encargamos de volver un estercolero nuestro río Magdalena.
pmejiama1@une.net.co