martes, mayo 26, 2009

Ya hace un mes…

Cada quien asegura que su madre es un dechado de virtudes, la más tierna, inteligente y cariñosa; algunos no quieren al padre, pelean con los hijos, aborrecen a un hermano o no se tratan con algún miembro de la familia, pero son poquitos los que riñen con la mamá. Puedo decir con orgullo que la mía es la persona más extraordinaria que he conocido, y que hasta su último aliento recibí de ella alegría, ternura y buen ejemplo. Nos enseñó a disfrutar las cosas sencillas de la vida, a no tener apegos materiales, a enfrentar la existencia con optimismo, a reír en cualquier situación, a ser unidos y solidarios.

Su última lección fue acerca de cómo morir dignamente. Ya hace un mes nos dejó y por fortuna la enfermedad fue corta; los médicos que la trataron con tanto cariño y dedicación se encargaron de que no sintiera dolores. Siguió las indicaciones y aceptó los tratamientos, pero era consciente de su gravedad y esperó el ineludible desenlace con una entereza que no podremos olvidar. Nunca una queja, una lágrima, una muestra de miedo o incertidumbre. En cambio hasta el último momento hizo reír a quien la visitaba y hablaba de su situación sin tapujos ni misterios. Poco antes de morir le recomendó a mi hermana que no hiciera las vueltas para programarle un procedimiento quirúrgico muy delicado; “yo sé por qué se lo digo, mijita”, fueron sus palabras. A los dos días solicitó los santos óleos y esa misma noche perdió el conocimiento.

La lucidez era su bien más preciado y hasta último momento la mantuvo intacta. Cuando ya parecía desconectada de este mundo, alguien le preguntó al oído si sabía lo que pasaba y respondió con dificultad: “lo que tanto he pedido a Dios”. De pronto sonó el timbre y ella alcanzó a balbucear: “llegó Eduardito”. Porque fue la más amorosa con sus sobrinos y ni qué decir de las sobrinas que siempre la vieron como a una segunda madre; adoró a sus hermanos y hermanas pero la relación con Eduardo, el único que la sobrevive, siempre fue especial. Eran uña y mugre, llaverías, inseparables. Sus amigas extrañan las tardes de costurero cuando les alegraba el rato con sus ocurrencias.

Al recordar a mi madre la veo con un dedo en los labios en señal de silencio, cuando uno le decía cualquier pendejada que la hacía reír, porque todo le causaba gracia, y entre carcajadas alcanzaba a pronunciar una frase típica en ella: “no se diga una palabra más, muchachitos”. Entonces se doblaba de la risa, se recostaba contra una pared, llevaba sus manos a la vejiga y empezaba a rogar que no siguiéramos porque se iba a reventar. Luego debía cambiarse los calzones, las medias y a veces hasta las pantuflas.

Era novelera, gocetas y burletera; generosa y sobre todo servicial; le fascinaba pasear en carro, así fuera hasta Chipre a comer obleas; las tortas y los pasteles, las tertulias familiares, saborear dos aguardientes al caer la tarde, darle gusto a los nietos y observar el panorama. Enemiga de modas y vanidades exageradas, de eventos sociales y lujos innecesarios, fue ante todo sencilla y buena como el pan. Una madre todo terreno, bacana, chévere y cómplice de sus hijos. Nos hacía cuarto para todo y se igualaba con nosotros hasta en el vocabulario; al invitarla por ejemplo a un programa respondía: meto, de una, p´a las que sea. No decía que estaba deprimida sino friquiada.

Al hablar de mi amá a uno se le salen las lágrimas, pero de la risa. Después de la misa de cenizas nos reunimos hermanos y nietos y no hicimos otra cosa que carcajearnos al recordar sus cuentos, salidas y chispazos. Todo el que la menciona termina en las mismas. Por ello cuando me preguntan si estoy triste, respondo que solo agradecido con la vida por haberme permitido disfrutar de unos padres maravillosos por más de cincuenta años. Aunque mi papá era muy Mejía en eso de fruncir el ceño y no pronunciar palabra cuando estaba de mala vuelta, no le quedaba sino reírse cuando mi amá le decía alguna ociosidad.

Alcanzó a estar un año viuda y cuando le preguntaron cómo se sentía, respondió que si era bueno así, cómo sería con plata. En el mercado compraba una caja de aguardiente de las más chiquitas y los viernes por la tardecita le decía a la hija mayor, que vivía con ella: “Maria, tomémonos uno que hoy es viernes cultural”. Luego comían y a dormir. Mi papá manejaba la economía de la casa y ella usaba una tarjeta débito que envolataba a diario, lo que hacía renegar al viejo, y en cada mercado se birlaba unos pesos para mandar a arreglar la plancha o a forrar una silla; ni muerta le decía a “ese hombre” para que no jodiera porque un electrodoméstico no duró sino treinta años. Al enviudar encargó a mi hermana de llevar las cuentas; que le diera platica para tener a mano y poderle dar la paladita a los nietos. Como no estaba acostumbrada a manejar recursos y debido a que la plata no le rendía, cierto día comentó: “Moniquita, estoy tan confundida. Creo que me estoy robando a mí misma”.

Quedan pendientes los cuentos y anécdotas de mi madrecita, y recordémosla como ella siempre quiso: con risas y alegría.
pmejiama1@une.net.co

viernes, mayo 22, 2009

Dimes y diretes.

Podemos estar seguros de que desde el mismo momento en que el ser humano aprendió a comunicarse nació el chisme y la maledicencia. Imagino a una cavernícola murmurando que a fulana la sacó el marido arrastrada de las mechas porque la pilló revolcándose con un vecino de tribu. Mientras tanto los hombres reunidos alrededor de la hoguera comentan que las viejas son chismosas y lengüilargas, pero no dejan de escuchar al que asegura que fulano es como dañado, porque no se le conoce hembra y además prefiere acompañar a las mujeres del clan a cargar agua, en vez de irse a cazar mamuts. Porque la verdad es que los varones no lo hacemos nada mal cuando se trata de comer prójimo; o sino de qué hablamos durante un chico de billar, en la mesa del café, al jugar tejo o turmequé, en los velorios o cuando nos sentamos a jartar trago y a hablar paja.

Es imposible definir cuál época de la historia universal ha sido la más golpeada por ese deporte tan dañino de destruir la fama y la honra de los semejantes, porque es innato del ser humano conspirar, intrigar, denigrar, opinar acerca de lo que no le importa, descalificar al prójimo, criticar sin distinciones, azuzar, sembrar cizaña y repetir sin cansancio cualquier rumor del que se entere. Desde pequeños los niños llegan del colegio a contarle a la mamá que están peleados con fulanita porque dijo esto o aquello, y por fortuna ese tipo de disgustos duran poco porque al otro día aparece otro que lo opaca. Me atrevo a asegurar que no existe dependencia o círculo de personas en la sociedad donde no exista esta nociva modalidad, porque hasta en los conventos de clausura los cotilleos y murmuraciones ruedan sin control.

En las empresas, sin importar el tamaño, las noticias vuelan y nadie se explica cómo se filtran informaciones altamente confidenciales. Se reúnen los directivos a planear un recorte de personal y no ha finalizado la junta cuando hasta el portero sabe quiénes salen por líchigo. O quien tiene un romance con un compañero de trabajo y a pesar de tomar todas las medidas para no ser detectados, todo el mundo se muere de la risa cuando los ven en público tratarse de usted. Las envidias que genera el hecho de que un empleado sea promocionado por su buen desempeño, se ven reflejadas en los cuentos que le inventan para tratar de degradarlo ante los jefes.

Que tire la primera piedra el que nunca haya comido prójimo. Algunos insisten en que son enemigos del chisme, pero en las reuniones son los que más preguntan y se interesan. Porque están equivocados quienes piensan que chismoso es aquel que se inventa un cuento para fregar a otro, lo cual supongo hacen muy pocas personas, ya que el daño se hace, seguro sin mala intención, cuando el rumor pasa de boca en boca y ahí es cuando se distorsiona. Es común que uno comparta con la mujer alguna murmuración, y al rato cuando la oye repetirlo a una amiga por el teléfono, es necesario corregirle varios datos que no corresponden. Si esto sucede con la primera divulgación, cómo será cuando haya pasado por varias estaciones.

Los chismes circulan en estratos sociales determinados, porque es natural que personas de otros niveles no conozcan ni se interesen por lo que suceda a los implicados de un entorno diferente al suyo. Los rumores ruedan sin control en el colegio, en la sala de espera, en la junta comunal, en el equipo de fútbol, entre los socios de un club, en la asociación de profesionales, etc., y existen campos abonados para ese deporte como las tiendas de barrio o las peluquerías. Son innumerables las disputas, con heridos y hasta muertos, que se presentan entre los vecinos porque fulanita dijo esto o aquello. Y lo que ignore un peluquero es porque no ha sucedido.

Entre más pequeño el pueblo es peor el chismerío y en ciudades medianas como la nuestra todavía no podemos sacudirnos de esa maldición. Cualquier reunión empieza con comentarios acerca del último chisme y quien lo cuenta debe repetirlo cada que llega uno de los asistentes. Semanalmente un cuento diferente entretiene las ávidas mentes y los temas preferidos son las infidelidades, divorcios, adolescentes embarazadas, quiebras personales o empresariales, personas aquejadas por enfermedades graves, los que salen del closet, el que gasta más de la cuenta, los políticos y cualquier cuento que clasifique como chicharrón.

Mucha de nuestra clase dirigente anda en la picota pública y lo lógico es que esperemos la decisión de los jueces antes de entrar a condenarlos, pero con justa razón nos hemos vuelto desconfiados ante las arbitrariedades que se cometen a diario en nuestro sistema judicial; claro que a quien acepte su culpa que lo descaderen a punta de lengua.

Los velorios son ideales para el cotilleo y supe de un grupo de amigos reunido en una sala de velación mientras observaban la entrada para hacer comentarios acerca de los asistentes. En esas ingresó un personaje que desde hace años soporta graves quebrantos de salud, y uno de los contertulios anunció que había llegado “cinemark”. Cuando preguntaron a qué se debe ese apodo, la respuesta fue perentoria: - ¡Próximamente en esta sala!
pmejiama1@une.net.co

lunes, mayo 11, 2009

Cambio de hábitos.

El mundo entero anda con los pelos de punta por la aparición de un virus que amenaza la humanidad. En todas partes toman medidas de emergencia para evitar que la epidemia traspase las fronteras, lo cual es muy difícil porque los síntomas demoran cierto tiempo para manifestarse, lapso suficiente para que una persona ingrese a un país y contagie a otra gente antes de que su caso sea detectado y atendido. Méjico, país donde empezó el asunto, por ser uno de los mayores atractivos turísticos recibe visitantes de todas partes, además de que cuenta con una numerosa población que mantiene contacto con el resto del mundo. Debido a su extensión no es fácil controlar la epidemia y pasará mucho tiempo para que logren llegar con las medidas de prevención a todos los rincones de su geografía.

Muchos ven la llamada gripa porcina como una venganza de esos animales contra el ser humano, por haberlo explotado durante toda su existencia como fuente de alimentación. En la mayoría de las culturas no se concibe una celebración, fiesta o repichinga sin tasajear siquiera un chancho, y lo único que varía es la forma de prepararlo y consumirlo. Aquí acostumbramos ofrecer lechona cuando los comensales son muchos; en las festividades navideñas sacrificamos un marrano con la tradicional puñalada en el mango, para luego chamuscarlo y proceder a estragarnos con las delicias que nos ofrecen sus abundantes carnes; además consumimos infinidad de platos que llevan como ingrediente principal una presa del sacrificado animal. A pesar de las recomendaciones científicas que aseguran que la enfermedad no se trasmite por el consumo de carne porcina, la paranoia generalizada invita a las personas a evitar ese majar y son los cerdos los únicos que resultarán favorecidos con la aparición del virus.

En estos casos es cuando las autoridades no pueden escatimar esfuerzos para difundir las precauciones que deben tomarse para evitar el contagio, y con la colaboración de los medios de comunicación hacerlas llegar a toda la población. El problema está en que muchos de esos medios explotan la noticia hasta abusar del ciudadano, y al poco tiempo uno ya no quiere oír mencionar el tema. El noticiero de televisión de Caracol del mediodía dedico los primeros 40 minutos, durante al menos dos semanas, a machacar información referente al tenebroso virus. Esa noticia puede resumirse en 5 minutos con los datos que más interesen al televidente y dedicar el resto del espacio a difundir tantas cosas que suceden en nuestro país y en el exterior.

En vez de ofrecer variada información, con un manejo ágil y ameno de las secciones, se dedican a hacer unas notas estúpidas que no contribuyen en nada a la solución del problema. Lo primero es transmitir remotos desde todos los puertos, aeropuertos y terminales de transporte del país, donde los corresponsales repiten exactamente el mismo estribillo; después recorren una buena cantidad de hospitales de las diferentes ciudades para que también digan lo mismo; siguen con la entrevista a la directora de una guardería infantil que dice una sarta de babosadas; a una vendedora de lechona le dedican 10 minutos para que repita hasta el cansancio que está al borde de la quiebra; un reportero detiene a los peatones para indagar si les incomoda usar tapa bocas; otro visita varias droguerías para enterarse de cuántos adminículos de estos han vendido; y por último hacen una extensa nota para mostrar el nuevo timbre de teléfono móvil que imita los chillidos de un caribajito cuando enfrenta al matarife. Habrase visto estupidez igual.

Mucho más práctico es iniciar el noticiero con una información clara y concisa sobre la epidemia, y durante el resto de la emisión, cada cierto lapso, presentar consejos y datos de interés que ayuden a difundir entre el pueblo las medidas de precaución que deben tomarse; claro que dedicarle un espacio exagerado a enseñar algo tan elemental como lavarse las manos y después hacer entrevistas callejeras para preguntar con qué frecuencia la gente práctica esa sana costumbre, también me parece una pendejada.

La función de los medios es informar y difundir las medidas de prevención, pero sin crear falsas alarmas ni fomentar el pánico y la paranoia. Ahora al constipado lo discriminan y todos lo miran como si tuviera la peste negra, y me pregunto si me llega a dar, mientras viajo por ejemplo en un “transmilleno”, una crisis alérgica de unas que me ponen a estornudar más de 20 veces sin parar. Lo mínimo es que me avientan por la ventana en pleno recorrido.

Que al menos esta coyuntura sirva para que la gente aprenda a tener unos buenos hábitos de higiene, conozca cuáles son los medios más comunes de contagio, y dejemos de una vez por todas esa manía de apretar manos ajenas y besuquear a diestra y siniestra. Nada más fastidioso que una mano blandita, resbalosa y caliente. Ni hablar de quienes sin importar que estén sudados se abalanzan a besar sin miramientos, o reparten picos cuando apenas conocen a las otras personas. Nada, dejemos esas confiancitas solo para los seres más íntimos y de resto imitemos a los orientales: una venia respetuosa y punto.

Algo que me preocupa, sin querer ser alarmista, es que nuestro país debe ser territorio abonado para la reproducción del virus porque tenemos sobrepoblación de marranos.
pmejiama1@une.net.co

lunes, mayo 04, 2009

El jugo de tubería.

Dice el refranero popular que las cosas se aprecian más cuando se pierden. Una moraleja muy cierta que podemos comprobar en casa si por alguna causa carecemos de uno de los servicios públicos domiciliarios, a los cuales nos acostumbramos hasta no poder vivir sin ellos. Cortan el teléfono y de inmediato toca llamar para que lo reparen, aunque ahora con los celulares la cosa no es tan grave; el gas falla muy poco pero si sucede nos enfrentamos mínimo a quedar sin fogón ni agua caliente, que es lo peor; sin luz quedamos más desprogramados que un poste; y el caos definitivo es cuando abrimos la llave del agua y se oye un ronquido como de volcán en erupción.

Al abrir el grifo, la pluma le dicen los costeños, pocas veces apreciamos ese don que tenemos a la mano y por el contrario la dejamos correr sin pensar que con la cantidad de agua que se pierde mientras nos lavamos los dientes, podría sobrevivir un habitante de un lugar inhóspito donde carezcan del precioso líquido. La comunidad de los bosquimanos, que habita el desierto de Kalahari en el sur de África, sobrevive prácticamente sin consumir agua y depende del líquido que surge de los escasos alimentos que por su conocimiento ancestral encuentra en tan árido entorno. Produce desazón verlos con una capa de mugre acumulada en toda una vida, y para un habitante de la civilización que debe lavarse las manos a cada momento porque no resiste el fastidio, parece inaudito que un ser humano pueda vivir así. Basta imaginar a qué les olerá la horqueta. ¡Gaquis!

Para no ir muy lejos, en los cinturones de miseria de nuestras ciudades la gente carece del servicio de alcantarillado y acueducto, y deben cargar agua desde alguna fuente que tengan cerca; claro que casi siempre se trata de aguas empozadas que presentan altos grados de contaminación, lo que causa problemas de salud en la comunidad y en los niños hasta la muerte. Si cada persona piensa cuánta agua tendría que cargar para cubrir lo que gastan un día en su hogar, seguro que deberá buscar la forma de comprar un carro tanque. Cuando veo las filas de gente con sus baldes, canecas, ollas y demás recipientes para conseguir el indispensable líquido, pienso para qué puede alcanzarles esa cantidad. Desocupar un sanitario requiere varios galones; el baño de una persona, así sea lavado de gato, consume otro tanto; puede que alcance para cocinar, pero no para lavar los platos; ni pensar en lavar la ropa; y hay que dejar un cuncho para consumo humano y cepillado de dientes.

Lo peor es que todos los días desaparecen quebradas, humedales y ciénagas, porque los humanos nos encargamos de desestabilizar el ciclo normal del planeta. Grande va a ser el odio que van a sentir los habitantes que nos reciban la posta en un futuro no muy lejano, cuando se vean abocados a una crisis mundial por falta de agua. Seguro los poderosos se quedan con las pocas fuentes y al común de la gente le tocará tomar un curso con los bosquimanos a ver cómo es que se vive a palo seco. De toda el agua del planeta, salada y dulce, esta última solo representa el 3%; los ríos, lagos, ciénagas y picos nevados del planeta corresponden al 1% y el resto está congelada en ambos polos. Estos últimos se derriten al desprenderse del casquete polar y su contenido se diluye en el agua del mar, la cual no puede consumir el hombre. No les quedará más remedio a nuestros lejanos descendientes que recurrir a la tecnología para montar plantas en los polos donde derritan hielo, y trasportarla por tuberías submarinas como hacen ahora con los hidrocarburos. Menos peligro correrán nuestros bandidos expertos en perforar los tubos para robar su contenido, y seguro el gobierno le pondrá sobre- tasa.

Eso de comprar botellones de agua es algo relativamente nuevo, porque a nosotros nos tocó en la finca tomarla de un nacimiento que muchas veces venía turbio. La dejaban reposar durante la noche para asentarle la mugre, luego sacaban la más limpia, la ponían a hervir y listo. Al servirla en un vaso podía notarse su color ámbar, pero nuestros mayores eran muy sangrilivianos y no le paraban bolas a esas minucias. Tiempo después, cuando íbamos a acampar al monte, el agua procedía de ríos y quebradas que muchas veces tenía un color terroso; en un pocillo de peltre sacábamos el agua, le escurríamos un limón, diluíamos una pastilla que dizque la volvía potable y al buche con ella. A muchos los atacaban las amebas pero bastaba con purgarlos y problema solucionado.

No quiero siquiera imaginar el día que los conflictos en la tierra sean por agua. Así como ahora el petróleo representa poder, llegará el momento que los que tengan recursos hídricos mandarán la parada. Por eso hay que disfrutar el agua, cuidarla, valorarla, agradecerla, ponderarla y degustarla. Cuando tenemos sed recurrimos a las gaseosas y todo tipo de bebidas artificiales que ofrece el mercado, cargadas de azúcar y productos químicos, pero la “guillotina”, como le dicen los malevos a esa necesidad de hidratar el organismo, solo se calma con el precioso líquido. Por algo aseguran que nada como el jugo de tubería.
pmejiama@une.net.co