lunes, mayo 24, 2010

Un asunto judicial.

Hace 20 años dejé de trabajar en el aeropuerto y todavía pienso, cada que amanece el día nublado y lluvioso, que siquiera no estoy en ese tierrero tan espantoso que se arma en el terminal aéreo cuando el clima no colabora. Mientras que durante el verano todo funciona como un relojito, a excepción de algunos inconvenientes que se presentan por problemas técnicos o de otra índole, al llegar el invierno a los empleados de la parte operativa, desde quien atiende el counter hasta el piloto del avión, los agobia el estrés y el acelere que son el pan de cada día. Fueron muchas las experiencias vividas durante ese lapso y ahora mismo recuerdo una en particular.

Iban a instalar las luces de aproximación en la pista de La Nubia y para hacer las pruebas respectivas, vino una avioneta de la Aerocivil con los técnicos y el personal necesarios. En vista de que debían efectuar varios aterrizajes, el director del ente oficial que administraba el aeropuerto se antojó de darse un champú y ahí lo encaramaron para que calmara fiebre. El caso es que en una de las aproximaciones algo salió mal, el piloto, una ráfaga de viento o una falla mecánica, y la avioneta se golpeó de frente contra la cabecera de la pista con tan buena suerte que en vez de destrozarse contra el piso, alcanzó a rodar por el asfalto y a pesar de los daños, todos sus ocupantes salieron ilesos; aparte del susto y de algunos golpes menores.

Como soy novelero por herencia fui uno de los primeros en estar en el lugar del accidente, pateándome la evacuación de los tripulantes, la evaluación preliminar de los daños, las posibles causas y todo lo que se dijera en los corrillos. Por fortuna en ese momento el voleo era poco y después de regresar a mi oficina, recibí una llamada muy extraña de un periodista de La Patria que me acusaba sin argumentos y por último amenazó con demandarme penalmente. Entonces hablé con un directivo del periódico para preguntarle de qué se trataba el asunto y me explicó que el periodista marcó al teléfono de mi oficina, y al indagar por lo sucedido con la avioneta, quien respondió la llamada le dijo que no fuera pechugón, que bajara hasta el aeropuerto a cumplir con su trabajo que para eso le pagaban; y que no jodiera más que necesitaba el teléfono. Y la verdad, me dijo, el comunicador cree haber reconocido por el tono la voz al Director de Valorización Municipal, el doctor Germán Mejía Arango.

Pichón le decía todo el mundo a ese personaje, aunque en el aeropuerto lo llamábamos el capitán bombillo flojo, porque tenía un tic que lo hacía parpadear en todo momento. Era un tipo genial, mamagallista, de fino humor, amable y dicharachero, además de amante de la aviación; le gustaba tanto volar que quienes negociaban con él decían que era muy “avión”. Muchas veces, antes de empezar su jornada laboral, muy temprano llegaba al aeropuerto y me invitaba a que lo acompañara a dar un vueltón en su Paiper Navajo Chieftain; en menos de media hora íbamos a monitorear desde el aire alguna obra que tuviera en construcción, hacíamos cualquier pirueta y regresábamos al hangar. De manera que apenas me lo nombraron supuse que era cierto, ya que nunca dejaba de pasar por la oficina para pegarse del teléfono a tenoriar, porque además era coqueto como ninguno.

Los días pasaron y me olvidé del asunto, hasta que una tarde llegó un juez con su secretario a tomarme declaración juramentada sobre el caso. Cuando dije mi nombre completo el juez preguntó, con cierta ironía, si yo era hermano del acusado, a lo que respondí que ni riesgos, que mi dios me amparara, que era una simple coincidencia. Siguió el interrogatorio y en esas entró Pichón como un ventarrón, hablando duro con ese ronqueto que lo caracterizaba, y como es de suponerse yo no sabía qué camino coger. No me quedó sino informarle de qué se trataba el asunto y procedí a presentarle los funcionarios, a lo que respondió que no jodieran con eso, que ante semejante tarde tan bonita mejor se fueran a dar una palomita en el avión. Con ese desparpajo tan suyo sacó la hoja de la máquina de escribir, mientras el secretario lo miraba estupefacto, la echó a la basura y le pasó el brazo por los hombros al juez mientras lo sacaba de la oficina con dirección a los hangares. Allá se los llevó mientras hablaba como una lora sin dejarlos siquiera rechistar.

Yo me quedé de una sola pieza. Los nervios me invadían e imaginaba que ya iban a aparecer con el piloto esposado y que a mí también me iban a echar mano por cómplice, por sapo o simplemente por estar en el lugar equivocado. Pues muy errado estaba porque llegaron al caer la tarde; venían del aeropuerto de Medellín donde el acusado les había comprado turrones del Astor, pasteles, donas, ambos estrenaban cachucha y el juez andaba güete porque Pichón le había soltado el avión durante un corto trayecto. Recogieron la máquina de escribir portátil, sus maletines y se montaron al carro de Germán, quien de esa manera se libró de un asunto que pudo llegar a empapelarlo.
pmejiama1@une.net.co

martes, mayo 11, 2010

Faranduleras.

Algún día se le ocurrió a Yamid Amat cerrar su noticiero de televisión con una sección donde una muchacha bien bella presentara los chismes y las banalidades de actualidad, y desde ese día la modita se impuso hasta llegar a ocupar un buen porcentaje del contenido de los informativos. La pionera fue Viena Ruiz, quien con un carrizo provocativo y sensual puso a suspirar a más de uno, mientras hacía cara de pícara y maliciosa para acabar de enloquecer a sus fervientes admiradores. Ahora la competencia no se basa en presentar las notas más llamativas e impactantes, sino en conseguir las presentadoras más buenas (y no me refiero a buenas profesionales o buenas personas).

Es triste reconocerlo pero la farándula se robó la atención del público y nuestro país no es la excepción. En España los chismes del corazón, como les dicen allá, arrastran más audiencia que cualquier otro tema; en los Estados Unidos pesa más el affaire de un famoso que el peor escándalo político; los mejicanos respiran farándula y en todo el planeta las telenovelas acaparan la audiencia en la pantalla chica. Ahora años la programación de la televisión colombiana presentaba una novela en el horario nocturno y además había programas de opinión, musicales, humorísticos, documentales, deportivos, concursos y variedades para todos los gustos. En la actualidad las novelas empiezan a medio día y así se van hasta el final de la noche, solo interrumpidas por los noticieros que dedican más tiempo a la farándula y los deportes que a la información relevante. La bobería de nuestro pueblo puede reflejarse en un dato que es bien preocupante: la revista que más ejemplares vende es un magacín dedicado a las telenovelas. ¡Válgame dios!

Hay que ver el papel y el espacio en radio y televisión que le han gastado por ejemplo al caso del compañero de Shaquira. Que el tipo es un bueno para nada, un mantenido, un vividor que se la gana de ojo. Y si a ella le provoca mantenerlo y además tiene con qué, a quien carajo le importa. Para qué va a trabajar ese personaje si la muchacha nada en la abundancia y a lo mejor el cliente se gana su plata por la noche cuando se meten debajo de las cobijas; así como ella paga por tener su avión, mansiones, ropa y joyas de marca, tiene derecho a pagar por un buen taladro. Si algún día se aburre y decide reemplazarlo, y lo manda para la porra sin un peso encima, el problema es solo de él.

Ahora qué tal el follón que le armaron al negrito golfista por andar “porfueriando”. Yo no me explico cómo sus manejadores pretendieron vender la imagen de un personaje de ese perfil como un tipo casero, juicioso y fiel como perro faldero, si para nadie es un secreto que un hombre como él, con plata, fama y presencia, está expuesto a todo tipo de tentaciones. Entonces cuando sucede lo inevitable y el hombre tiene su resbalón, se le viene el mundo encima y empiezan a aparecer sucursales por todas partes. A quién se le puede ocurrir que un personaje como ese, que pasa la mayor parte del tiempo en diferentes lugares del mundo y vive rodeado de admiradores, además de hordas de mujeres que lo acosas y cortejan, va a acostarse todos los días en el hotel a suspirar mientras contempla la foto de su familia. Un hombre a esa edad piensa en sexo a toda hora y papaya que le dan, papaya que parte. Ahora les dio dizque porque Tiger es adicto al sexo y tiene desórdenes síquicos; ¡qué va!, que no sean pendejos que ese cliente lo que tiene es plata de sobra para sostener semejante batallón de mozas. Otra cosa es que si el moreno, además de billete y fama, hace honor a su raza en cuanto a armamento se refiere… ¡No pregunte más!

Los famosos hacen cualquier cosa para atraer la atención de los medios de comunicación. Cazan peleas, arreglan matrimonios, anuncian divorcios, simulan querellas, difunden rumores o lo que sea necesario para mojar prensa. Para la muestra la noticia que ocupó los titulares de los principales medios donde el cantante puertorriqueño Ricky Martin anunció que pertenece al otro equipo. Valiente tontarrón, descubrió que el agua moja. Noticia impactante si le dicen a uno que Vicente Fernández, Alberto Cortez, Serrat o Juanes son maricas, pero de semejante loca, que desde chiquito se le nota por el caminado, a nadie va a coger por sorpresa la información.

Muchas mujeres se habrán sentido engañadas porque en su momento tuvieron romance con el boricua y otras tantas quedarán decepcionadas al enterarse de que a su ídolo sexual se le moja la canoa. Mientras tanto, la comunidad gay habrá recibido con beneplácito la noticia referente a que el cantante llega a engrosar las filas de los dañaos. Ya se conoce el machucante del personaje, quien resultó ser su productor musical, además de que se manda la misma pinta de filipichín repelente. El caso es que la primicia tiene al artista en todos los titulares y pasará tiempo antes de que los cazadores de chismes pierdan interés por el caso; deben andar todos que les pica la lengua para preguntarle a Ricky si en esa relación el funge de sopla-nucas o de muerde-almohadas.
pmejiama1@une.net.co

lunes, mayo 03, 2010

Trágame tierra.

Una persona senil muchas veces incomoda a los demás por su imprudencia. Para su fortuna, el anciano no debe recurrir a esa hipocresía que utilizamos los demás para no herir susceptibilidades, y son como los niños que dicen las cosas sin tapujos. Claro que su acompañante hace mucha fuerza cada que se encuentran con alguien para que el viejo no meta las patas, y se desespera porque no entiende lo que le dicen, deben hablarle duro, se confunde y tergiversa las cosas. Olvida que se trata de una enfermedad como cualquier otra y que nadie está libre de padecerla.

Claro que para decir imprudencias basta con abrir la boca. Una vez estábamos en Bogotá en un almacén y nos topamos con una parienta de mi mujer, con quien no se veía desde hacía mucho tiempo. Ana María se le abalanzó a abrazarla, darle besos y sobarle la barriga mientras con voz tierna le decía que qué era esa belleza, que por qué nadie le había contado que esperaban un bebé. La pobre muchacha miró a su marido con cara de asombro y alcanzó a balbucear: No, qué va, ¡yo acaso estoy embarazada! Ahí es cuando uno quiere que la tierra se lo trague.

Es común que al encontrarnos con alguien no recordemos su nombre, por lo que debemos hacer un esfuerzo para entender lo que el otro dice mientras el subconsciente trabaja a marchas forzadas para dar con la información. O cuando queremos preguntarle por su familia y toca echar cabeza para recordar si el fulano tiene los padres vivos, y al final resolvemos que es preferible pasar por mal educado que meter las quimbas.

Mis padres eran amigos de subir a Chipre a mirar el paisaje y mecatiar, a pesar de la nube de mendigos y vendedores de chucherías que pululan allí. El viejo era muy seriote y le ofuscaba que llegaran a echarle cuentos, como un señor en silla de ruedas que ofrecía boletas para la rifa de un cuadro pintado por él. En un principio le compraba, porque el hombre además tenía artritis en las manos, pero al cabo del tiempo ya estaba jarto de participar en el sorteo. Entonces se arrima el tipo a entablarle conversa a mi padre, quien le respondía con monosílabos, y en esas le pregunta por su hermano Fabio. Él murió hace como tres años, le dice mi padre de mala gana, por lo que el tipo comenta como para no cerrar el diálogo:
-¡Ah, de razón que no lo he vuelto a ver!

Mi mamá, que por cierto era bien despistada, se moría de la risa cuando se le olvidaba algo o hacía alguna pendejada. Un día envolató el teléfono inalámbrico y no había manera de encontrarlo, hasta que por fin timbró y apareció dentro de la panera. Y entre más pensaba por qué lo había guardado en ese lugar tan absurdo, más risa le daba. Al final de su enfermedad hubo que administrarle medicamentos muy fuertes para el dolor, los cuales a veces la confundían un poco, por lo que al despedirse de una señora que fue a visitarla le mandó saludes a una amiga que tenían en común. La otra, sorprendida, le respondió que cómo así, que si acaso no se acordaba que ella había muerto hacía poco. Y mi mamá, que era muy consciente de su condición, le dijo con mucha gracia:
-Ah, no, entonces olvídate de las saludes que yo se las doy personalmente.

Otro día le recordó a mi hermana la promesa que le hicimos de llevarla al Santuario de Buga. Mónica, angustiada de que mi madre creyera que pronto se iba a recuperar, le dijo que claro, pero que debíamos esperar a que estuviera mejorcita. Entonces mi madre responde muy tranquila:
-Mija, por Dios, yo me refiero es a las cenizas.

Y nos fuimos en patota con algunos familiares, llevamos fiambre, dormimos por allá y tomamos aguardientico, como le gustaba a ella. A los días de regresar, mis hermanas no sabían qué hacer con las cenizas y decían que con ellas por ahí rodando se sentían como en Cien años de soledad. Entonces resolvimos depositarlas en la tumba de mi padre, por lo que un día encontré a Mónica muy confundida porque en el Jardín Cementerio le dijeron que ese mandado costaba lo mismo que un entierro. ¡Olvídese!, le comenté, se van de vista el domingo, llevan unas flores y una palita para hacer jardinería, y cuando hayan removido la tierra riegan con disimulo las cenizas, que de una vez sirven como abono.

Resulta que en medio de las tumbas de mi papá y Ardilla, mi hermano, está la de otro señor que casualmente también es Mejía. Llegan mis hermanas al cementerio muy compungidas, nerviosas de que las pillaran, y cuál sería la angustia cuando después de llevar a cabo el plan, Maria Clara se percata de que la otra regó las cenizas en la tumba del vecino. La pobre Mónica sólo atinó a escarbar con los dedos, y utilizándolos como rastrillos, trataba de empujar lo más que pudiera al sitio correcto. Ahí la tristeza se tornó en carcajadas y lloraban, pero de la risa, y la conclusión fue que lo que se hereda no se hurta, porque a mi madrecita le hubiera sucedido exactamente lo mismo.
pmejiama1@une.net.co