martes, abril 19, 2011

La historia única.

En uno de los tantos videos que nos llegan por internet pude ver una conferencia de la escritora Nigeriana Chimamanda Adichie, en donde se refiere a lo que ella bautizó “La historia única”. Cuenta que desde sus primeros años se interesó por leer cuentos infantiles escritos por ingleses y estadounidenses, y que cuando al poco tiempo ella misma empezó con el ejercicio de escribir sus propios relatos, todos sus personajes eran blancos, rubios y de ojos azules. Y fue su mamá, quien por cierto debía leerse toda la producción literaria de la incipiente escritora, la que le hizo ver que a pesar de haber nacido y crecido en un país donde predomina la raza negra, los protagonistas de sus escritos eran gentes anglosajonas.

La mente del ser humano, sobre todo en sus primeros años, es sumamente influenciable. Por ello crecemos con una cantidad de conceptos, gustos, costumbres y prejuicios que sin darnos cuenta aceptamos como propios; preferencias en la comida, en la forma de hablar, la religión que profesamos, las ideas políticas, la manera de proceder, los principios y demás predilecciones. Muchos creen que la herencia es parecerse a los papás físicamente o imitar sus ademanes. Pero no, la genética se impone en los detalles nimios y cotidianos que asumimos a fuerza de convivir con ellos, hasta apropiárnoslos sin ningún esfuerzo. A quien se preocupa porque sus hijos no son lectores le digo que puede insistirles, conminarlos, ofrecerles premios a cambio, ponérselos como tarea y nunca podrá lograrlo; en cambio basta con que lo vean leer para que ellos solitos acojan la costumbre.

Es una condición de los humanos que la mente del infante sea maleable y asimile todo lo que observa como una verdad única. Muestra clara es la forma como Hollywood moldeó nuestra percepción en aquella lejana infancia. Gracias a las películas dedicadas a las diferentes guerras, para nosotros no existía nada más abominable que un alemán, sin distingo de sexo, edad o condición social; los japoneses, a quienes llamaban amarillos, eran seres diabólicos sin hígados ni sentimientos; y nombrar a los rusos era lo mismo que convocar al diablo. En cambio el soldado estadounidense era un héroe maravilloso a quien no le entraban las balas, y mucho menos las bayonetas. La falta de discernimiento, aparte de que nadie nos hacía ver la realidad, lograban que todos pensáramos de igual manera.

Ya de adultos, sin darnos cuenta, acogemos la costumbre de aceptar como verdad única cualquier cuento o chisme que escuchamos; siempre, sin excepción, debemos enterarnos de la otra versión del asunto en cuestión. Porque es una muestra clara de parcialidad no darnos la oportunidad de poner ambas versiones en la balanza de nuestra conciencia, para sopesarlas y así tener un veredicto claro y ecuánime. Viene alguien y nos habla pestes de un fulano, que es bandido, degenerado y arribista, y nosotros asumimos el hecho como cierto e irrebatible. Aunque nunca hayamos tratado al sujeto referido ya le tenemos ojeriza y muchas veces, al tratarlo en persona, quedamos pasmados ante la injusticia que cometíamos con él. Son comunes los conflictos entre las personas cuando hay dinero de por medio, lo que no debe influir en nadie diferente a los implicados. Casi siempre, en los negocios, hay uno que se siente tumbado y se dedica a hablar pestes del otro.

Cuántas veces hemos caído en la trampa del amigo que rompe con una relación sentimental, y después de que lo oímos despotricar, le servimos de paño de lágrimas y nos compadecernos de su situación, llegamos a odiar a la mujer, a su familia y a todo lo que tenga que ver con ella. Pero no acatamos que la mayoría de las veces el jodido es él, quien tiene mucha de la culpa, el intolerable y machista que logró espantar a su pareja; detalles de los que nos enteramos sólo al escuchar la otra versión. Lo peor es que un gran porcentaje de esas parejas se reconcilia y queda uno sintiéndose como un zapato cada que debe compartir con ellas.

De manera que nunca debemos juzgar basados en una historia única. Lo prudente es conocer ambas versiones antes de calificar o señalar; a no ser que tengamos pruebas fehacientes, que conozcamos de primera mano, que lo hayamos vivido en carne propia. Y aunque nadie es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo, también es cierto que existen unos personajes que francamente no se hacen querer de nadie; personas intolerantes, groseras, irreverentes y resentidas que parecen disfrutar su condición anti social.

Es común que en las empresas quien funge de pagador sea engreído, déspota y repelente, además de creer que le hace un favor inmenso a todo aquel que logra sacar su chequecito; como si fuera plata suya. Entonces quienes deben recurrir a ese despacho le llevan regalos y le lamben con tal de mantenerlo aceitado, lo que no hizo un señor muy decente que no sabía cómo funcionaba el asunto, al llegar a gestionar su pago ante una fulana de nombre Aurora. Después de que la vieja le dio caramelo, le hizo perder varios viajes y lo trató con displicencia, el hombre se salió de los chiros y le soltó esta perla, a todo pulmón:
-El cura que te puso Aurora, no ha visto amanecer negra hijue%&#!.
pamear@telmex.net.co

miércoles, abril 13, 2011

Pausa y relax.

Para mi gusto el humor fino es el que surge del diario vivir de las personas, ese que brota de la espontaneidad; el comentario oportuno, la salida genial, el suceso risible. Cuentos que para los niños son situaciones normales, pero que para nosotros, los mayores, suenan como genialidades dignas de admirar. A diario nos topamos con este tipo de anécdotas, pero debido a que la mayoría de las personas no acostumbran anotarlas, se pierden en el olvido. Y es una lástima, porque la vida está hecha de estos pequeños detalles. Cuántos momentos maravillosos de la infancia de los hijos suceden en cualquier familia, los cuales ya nadie recuerda por no haberlos dejado registrados de alguna manera; en fotos, en video, como grabación de voz o anotados en una libreta.

Por fortuna adquirí la costumbre de recopilar todos los cuentos que para mi gusto son dignos de repetir, y cada cierto tiempo, como una especie de pausa entre tantas noticias y acontecimientos que nos agobian en este mundo loco, prefiero dedicar una columna a compartir esos hechos que aunque no tienen ninguna trascendencia, no dejan de ser simpáticos.

La vida es una acopio de conocimientos, experiencias y situaciones que poco a poco nos alimentan el disco duro, y con la acumulación de calendarios, cada vez son menos las cosas que logran asombrarnos; me refiero a asuntos comunes y cotidianos, porque los avances tecnológicos sí descrestan al más recorrido. El caso es que nos olvidamos de que los niños ven el mundo desde otra óptica, porque para ellos es novedad lo que para nosotros es sabido. Una muestra de esto le sucedió a una amiga, alguna vez que viajaba por carretera en compañía de sus dos pequeños hijos. En determinado momento se detuvo en un parador del camino y mientras ella compraba lo que buscaba, los muchachitos se fueron a mirar unas vitrinas donde ofrecían diversidad de viandas, entre ellas una provocativa lechona. En cierto momento apareció el menor, que tendría unos 6 añitos, y con los ojos volados de la impresión le preguntó:
-¡Mami!, ¿tú sabías que los marranos, en vez de tripas, están rellenos de arroz?

Y ahora que hablo de acumulación de calendarios, es curioso ver cómo para muchos es difícil aceptar que por nuestra edad ya no somos aquellos jóvenes de ayer, y que los demás nos ven como personas maduras que estamos más cerca de la tercera edad que de aquella juventud perdida. Los hombres vemos a los amigos como a unos pollos y las señoras cincuentonas nos parecen buenísimas; y aunque las sardinas (que ya son mujeres hechas y derechas) también nos desvelan, las preferimos para admirarlas o para echarnos una canita al aire.

Es común que a quienes laboran les hagan encargos desde la casa para que los lleven por la nochecita, y así le sucedió hace poco a un personaje que trabaja en el centro. Se dirigió entonces a un supermercado cercano a su trabajo y aunque el hombre es jovial y vigoroso, porque siempre ha sido deportista y lleva una vida sana y tranquila, ya está canoso y con las arrugas normales que presentan quienes están ad portas de llegar al sexto piso, como decimos coloquialmente. Mientras hacía la compra, el joven que pesa y empaca las verduras, por querer parecer amable, le comentó que si andaba disfrutando de la jubilación; seguro lo confundió con uno de esos pensionados que durante el día hacen mandados para matar el tiempo. Al hombre no le gustó ni cinco el comentario y en tono golpeado le dijo que cuál jubilación, que él trabajaba todos los días, inclusive los sábados. Entonces el muchacho comenta con cierta malicia:
-Pero ya casi ¿cierto?

Va la familia en el carro y de pronto, sin ningún preámbulo, Felipe el niño de 7 años comenta que cuando grande quiere ser bombero. El papá, para darle importancia a lo que dijo el muchachito, preguntó si era que le gustaba el uniforme de los bomberos, si quería que lo llevaran en ese camión rojo y grande con las luces y la sirena encendidas, si soñaba con apagar incendios y echar agua con una de esas mangueras potentes, salvar vidas y demás actos heroicos. El zambo lo mira intrigado y aclara:
-No papi, ¡qué va! Yo quiero ser uno de esos que echa gasolina en las bombas y que siempre anda con un fajo de billetes en el bolsillo.

Un cliente asiduo de una charcutería aquí en Manizales visita el lugar para comprar una botella de vodka, algo de rancho y otros antojos. Después de conversar un momento con el propietario, que es un viejo amigo, hace su pedido y espera mientras lo despachan. Cuando el otro procede a empacar los productos, aprovecha para contarle que le llegó un whisky muy fino y a buen precio. El cliente se interesa y quiere saber la marca, si viene en botella o litro, los años de añejamiento y otros detalles, y al quedar satisfecho con las respuestas decide que también lo lleva. Como el comerciante se dirige hacia la trastienda, al comprador le da mala espina y pregunta si se trata de licor estampillado. El otro voltea a mirarlo y con cierta ironía le pregunta:
-Oíste Chepe… y es que vos te volviste filatelista o qué…
pamear@telmex.net.co

jueves, abril 07, 2011

¿Racistas nosotros?

En todos los momentos de la historia el ser humano ha visto con malos ojos a quienes no pertenecen a su misma raza. Los romanos generalizaron con el apelativo de bárbaro a todos aquellos que vivieran por fuera de sus fronteras, sin importar que se tratara de pueblos cultos y desarrollados. Es innato en el homo sapiens, desde sus inicios prehistóricos, despreciar a las tribus enemigas y combatirlas para demostrar poder, además de asegurar la continuidad de la especie. Las personas, sin importar cuán humilde sea su origen, siempre tienen como referencia a alguien más vaciado para darse consuelo.

Lo ideal sería que en las sociedades no existieran estratos ni divisiones de clase, pero es difícil erradicar esa costumbre. En la India es imposible para una persona cambiar de casta; si pertenece al último nivel, el de los intocables, no puede, además de que ni siquiera lo aspira, subir uno o varios escalones en la variada gama de castas que conforman esa sociedad. Si nació predestinado a dedicar su vida a limpiar cloacas y letrinas, allí debe cumplir su ciclo vital antes de pasar a otra reencarnación. En eso se basa su existencia, en aceptar el presente con resignación y rogar para que en el futuro tenga mejor suerte.

En sociedades modernas, donde se profesa un socialismo moderado, la clase media ocupa una gran mayoría de la población y por ello no es muy marcada la diferencia de clases; unos pocos pertenecen a la aristocracia y otro tanto son pobres o paupérrimos, pero el común de la gente vive en unas condiciones muy similares. La mayoría de los países desarrollados en la actualidad presentan ese modelo de sociedad, muy distinto a quienes pertenecemos al tercer mundo donde las diferencias son tan marcadas. Un ejemplo claro es nuestro país, donde los ciudadanos están clasificados en 6 estratos según su condición económica.

Y así como el militante del estrato alto no ve con buenos ojos que su vástago se involucre con alguien de uno más bajo, igual sucede con quienes ocupan los demás niveles. El que pertenece al 3 mira por encima del hombro a los de abajo y muchas veces entre los pobres es donde más se marcan las diferencias. Sin embargo, debemos reconocer que el celo por los apellidos y la prosapia es algo que ha perdido terreno, porque para las nuevas generaciones el tema ya no es tan importante. Para nuestros abuelos era inadmisible una relación con alguien de extracción baja; nuestros padres vivían pendientes de saber con quién nos relacionábamos; y hasta nosotros llegó la costumbre de preguntarles a los hijos por la procedencia de sus amistades.

Gente bien, decían nuestros mayores para referirse a alguien de estrato alto; los bogotanos, que por ser de la capital se creen de mejor familia, acostumbran decir gente divinamente; y los antioqueños, que prefieren catalogar por el poder monetario, siempre que hablan de alguien lo relacionan con el grupo económico o la empresa a la que pertenece: ¿vos conocés a Toñolópez, el de pinturas X?; ayer estuve con Laurajaramillo, la de almacenes Y; se lo vendí a Elsatrujillo, la de constructora Z; es hija de Calichearango, el del grupo fulano. Así como al hablar juntan el nombre con el apellido en una sola palabra, se ha vuelto costumbre acomodarle esa especie de segundo apellido que nombra el poder económico que lo respalda.

Y la gente insiste en que no es racista, pero al repasar la sociedad vemos que las minorías tienen muy pocas oportunidades de progresar. Cierta vez mi mamá encontró a su hermana Lucy muy acongojada porque uno de sus hijos le presentó la novia. La muchacha, estudiante pereirana y muy bonita por cierto, era bastante morena y eso a la tía no la convencía del todo, por lo que mi madre, que también la conocía, trataba de tranquilizarla: no te mortifiqués Mona que eso se llama piel canela; fijáte que ahora todas quieren tener ese color que logran a punta de asolearse; agradecé que es una niña muy querida y educada. Entonces Lucy la frena y le dice: mirá Lety, es que vos no la has detallado; con decirte que es de jarrete blanco.

Cuando conocí a quien hoy es mi mujer, por allá en 1972, el círculo social era mucho más estrecho que ahora y todo el mundo se reconocía. Entonces le conté a mi mamá del levante y de inmediato preguntó de quién se trataba, a lo que respondí que era una niña de apellido Morales. ¿Morales? -me dijo mientras abría los ojos como un dos de oros-, ¡pero esa gente no es de por aquí!; porque al único que conozco con ese apellido es a Otto Morales, y es un negro de Riosucio (por cierto, ese distinguido caldense fue amigo de mi mamá en su juventud y hasta llegó a cortejarla). Entonces le explico, para tranquilizarla, que era una familia recién llegada de Bogotá y que por cierto mi suegra era viuda y vuelta a casar con un señor de apellido Martínez. Ahí se puso más arisca porque el apellido tampoco le era familiar, aunque después de unas pocas averiguaciones quedó tranquila con la prosapia de la nuera.

Toda la vida nos advirtió: cuidadito se me aparecen a la casa con una grilla.
pamear@telmex.net.co