jueves, octubre 27, 2011

Dos asunticos.

Primer asunto: por fortuna el Senado de la República hundió el proyecto de ley que proponía condenar de nuevo el aborto en las tres modalidades que la Corte Constitucional despenalizó anteriormente. Una comisión compuesta por 18 congresistas, entre los que había una sola mujer, discutió la iniciativa presentada por el partido conservador; por cierto, algunos integrantes del partido azul parecen haber regresado a tiempos de la inquisición.

Todo indica que detrás del andamiaje está el Procurador Ordoñez, un rezandero consumado que no ofrece garantías de imparcialidad; absurdo que unos pocos decidan por todo un pueblo, sin tener en cuenta la opinión de los millones de personas que pueden verse afectadas por un asunto tan delicado. Oír las declaraciones de Enrique Gómez Hurtado produce rabia e indignación, por la forma como defendió la controversial iniciativa; decir que ahora todas las mujeres que quieran suspender un embarazo alegarán haber sido violadas bajo la amenaza de una pistola en sus cabezas, es un acto de cinismo y desconsideración. Torquemada se quedó en palotes.

Nuestra carta magna dice que somos un estado laico, aunque eso sólo parece cumplirse sobre el papel porque la realidad es que aquí dan por supuesto que todos somos católicos, apostólicos y romanos, y además practicantes. Los jerarcas de la iglesia meten basa en los asuntos de estado y pontifican como si tuvieran la última palabra, sin tener en cuenta que entre la población hay ateos, agnósticos, practicantes de otras religiones, satanistas, indecisos, libres pensadores, impíos, nihilistas, etc. Ahora propone la “godarria” derrotada un referendo nacional para definir la política a seguir en el caso del aborto, que es lo que debieron pensar desde un principio para que decidamos entre todos.

Cómo le parece, en el siglo XXI y que una niña menor de edad sea obligada a llevar a término un embarazo no deseado para que al final entregue su hijo en adopción; aparte del trauma de la violación, sufrir la gestación a una temprana edad y rematar con el dolor de desprenderse del bebé recién nacido. Y qué tal una pareja joven obligada a recibir un hijo con malformaciones, lo que hará muy difícil la existencia para todo el grupo familiar, sin contar los costos económicos que ello representa. O una madre saludable, a lo mejor con varios hijos ya, que no pueda suspender un embarazo que pone en riesgo su vida y el porvenir de su familia. Pretendían castigar además métodos anticonceptivos como la píldora del día después, o tratamientos de fertilidad para quienes tienen dificultad de engendrar hijos. Sólo les faltó amenazar con el sambenito, el potro y la hoguera.

En estos casos quienes salen perjudicadas son las personas de escasos recursos económicos, porque el rico consigue quién le practique el aborto en condiciones de seguridad o viaja al exterior donde el procedimiento sea permitido. Mientras tanto la muchacha humilde que es violada y obligada a parir, terminará sus días de empleada del servicio para conseguir con qué pagar una persona que le cuide el muchachito. Que la iglesia amenace con excomulgar a quienes no cumplan sus normas, que les prometa el fuego eterno, que los expulse de sus templos, pero ante todo que respete el libre albedrío.

Segundo asunto: elegimos pronto gobernador, alcaldes, concejales y diputados, quienes tendrán la responsabilidad de iniciar el rescate del buen nombre de nuestro terruño, ese que durante tanto tiempo ostentamos ante el resto del país. El departamento modelo; de gente honesta, trabajadora y señorial; meridiano cultural; pueblo de principios y convicciones; seguidor de buenas costumbres, amable y ancestral. Así nos veían antes de quedar señalados como nido de ratas, foco de corrupción y sinónimo de desgreño administrativo.

Y debemos asumirlo porque somos nosotros quienes hemos elegido a esos que nos han hecho quedar tan mal; los que buscaron el beneficio propio antes que el general, que desfalcaron las arcas públicas y acabaron con lo más sagrado que teníamos: el buen nombre. Cambiar esa percepción llevará tiempo, sudor y lágrimas, pero algún día hay que dar el primer paso y esta es la oportunidad. Cada ciudadano debe tomar conciencia de la responsabilidad que tiene, porque después sólo nos quedará llorar sobre la leche derramada.

Desde un principio me gustó Héctor Jaime Pinilla para alcalde. Lástima que las cosas no han dado como esperábamos sus seguidores, e imagino que fue por falta de tiempo para convencer y asegurar ese voto cívico e independiente que tanta falta hace a la democracia. Siempre tuve claro que enfrentarse a candidatos que reciben apoyo de coaliciones políticas es arriesgado, porque la competencia es muy desigual. Mientras el candidato independiente debe empezar de cero, en cuanto a número de seguidores se refiere, los otros cuentan con una gran cantidad de votos amarrados que aportan quienes los avalan.

Para gobernador creo que el indicado es Gabriel Vallejo. Miembro de una distinguida familia manizaleña, estudioso y con amplio recorrido en el campo ejecutivo, ha desempeñado con éxito diferentes cargos en varios países y además le pasan al teléfono los poderosos en Bogotá, algo muy importante al momento de ejercer un cargo público. Conocí a Rojas y me pareció un joven comprometido y emprendedor; Guido Echeverry es reconocido como persona honorable; y de Mancera no tengo información. Los que no me gustan son algunos de quienes los respaldan.

miércoles, octubre 19, 2011

Marranos per sécula.

Qué habrá más desalentador que oír decir que nuestro electrodoméstico no tiene remedio y que lo mejor es comprar uno nuevo. Crecí en una sociedad donde las cosas se arreglaban y por ello en mi casa muchos aparatos no fueron al taller; el secador del pelo, la plancha, la licuadora o el transistor, en la mayoría de los casos se arreglaban al corregirles una soldadura o cambiarles el suiche. Lo triste es que ahora los aparatos duran muy poco y añoramos aquellos electrodomésticos que nos prestaron servicio durante varias décadas, con sólo hacerles mantenimiento preventivo o cambiarles alguna pieza.

Cada vez nos parecemos más a los consumidores del primer mundo que practican aquello de comprar, usar y botar, ya que en dicha práctica radica el éxito de la economía mundial, que con el consumismo como herramienta principal pone a la gente a comprar por comprar. Y aunque siempre hemos sospechado que los productos tienen un tiempo determinado de uso, produce indignación ver un documental en internet donde personas calificadas explican cómo es la historia de la obsolescencia programada, que nació de la mano de la revolución industrial, la producción en masa y la sociedad de consumo. Ya en 1928 un artículo de prensa alertó sobre los productos de larga duración, catalogados como una tragedia para los industriales. Pero que sean los ejemplos que presenta el video los encargados de contarnos cómo funciona el asunto (ver en Youtube: “comprar, tirar, comprar”; duración, 52 minutos).

En 1879 Tomas Edison inventa la bombilla eléctrica y promete una duración de 1500 horas de uso; en la década de 1920 los fabricantes aumentaron el ciclo a 2500 horas y por la misma época se crea en Ginebra una sociedad llamada Phoebus, con el fin de controlar el ciclo de vida de las bombillas. Nace además el “Comité regulador de horas”, encargado de multar a las compañías que excedan los límites de duración establecidos. De todo esto existen pruebas porque un historiador alemán encontró en un archivo copias de actas de juntas, listas de compañías multadas, montos de las sanciones, etc. Lo peor es que conocedores del tema aseguran que Phoebus aún existe, aunque el nombre ha sido cambiado en varias ocasiones para ocultar su rastro.

La prueba de lo que puede durar una bombilla está en un cuartel de bomberos de una población en California, donde descubrieron en 1971 una bombilla instalada en 1901 y que desde entonces estuvo encendida. Procedieron a monitorearla con cámara web y en 2001, cuando cumplió 100 años de funcionamiento, ya iba por la tercera cámara porque las anteriores se fundieron. Los seguidores del artefacto celebraron su centenario con fiesta, torta y velitas, y el lugar es ahora un santuario para los enemigos de la obsolescencia programada.

En 1940 la Dupont presenta el nailon, una fibra sintética usada entre otras cosas para fabricar medias de mujer. En un principio la publicidad mostraba cómo se utilizaban varias medias amarradas entre sí para remolcar un carro; así eran de resistentes. Poco tiempo pasó para que las directivas de la empresa ordenaran a ingenieros y diseñadores producir una fibra mucho menos duradera, a pesar del orgullo que sentían todos por haber descubierto un producto tan maravilloso.

Afortunadamente este abuso se topó ahora con una juventud inquieta y conocedora de la tecnología, que no se deja engañar. La impresora de un joven español deja de funcionar un día cualquiera, sin causa aparente. Después de buscar quién la arregle y de que le digan en repetidas ocasiones que lo mejor es comprar una nueva, el tipo, que entiende del tema, escudriña en internet hasta enterarse de que a esos aparatos les montan un chip encargado de contar las impresiones y que al llegar a cierto número, dejan de funcionar. Siguió con su investigación y encontró en la red a un ruso que le ofreció un software para reiniciar el contador, lo instaló, y la máquina empezó a operar de nuevo.

En Estados Unidos un adolescente compra un iPod con sus ahorros y a los tres meses el aparato se queda sin batería. Quiere reponerla pero le informan que no la venden y que debe adquirir un equipo completo, por lo que decide recorrer las calles con una plantilla y pintura, para plasmar su denuncia encima de la publicidad que promociona dichos adminículos. Acto seguido produce un video con la historia y lo monta en Youtube, el cual reporta tres millones de visitas en un mes. Una abogada se interesa por el tema, reúne a un grupo de inconformes y demanda a la empresa Apple, la cual debe aumentar la garantía y pagar las demandas económicas correspondientes.

La obsolescencia programada perdurará mientras existamos marranos que le sigamos el juego, porque está claro que entre los consumidores son muy poquitos los que proceden como los jóvenes mencionados. Los demás nos quedamos viendo un chispero y no encontramos otra opción diferente a reponer el aparato dañado, mientras la basura electrónica inunda a países como Ghana, que recibe al año miles de toneladas de equipos que reportan como de segunda mano, pero que en realidad sólo unos pocos son recuperables.

Y mientras el planeta se intoxica, la gente hace fila y acude al crédito de ser necesario, para comprar lo que le ofrezcan sin siquiera preguntarse si de verdad lo necesita.
pamear@telmex.net.co

viernes, octubre 14, 2011

De leyes, normas y exigencias.

Desde cuando los primeros humanos empezaron a vivir en comunidad existen las leyes para mantener el orden y hacer cumplir la justicia. De otra manera el caos reinaría y cada quien actuaría por su cuenta, lo cual no sucede ni siquiera con los animales salvajes donde la naturaleza se encargan de mantener un orden establecido. Si en un país como el nuestro que tiene leyes para todo reina el despelote, cómo sería si no existieran constitución, códigos y autoridad para hacerlas cumplir.

Aunque estigmatizan a los abogados de pillos y oportunistas, la verdad se trata de una profesión noble que busca el entendimiento entre las personas. Como en cualquier gremio existen malandrines que dan la razón a quienes los critican, pero la gran mayoría son honorables, éticos y entregados a su oficio. Lo que debemos reconocer los ciudadanos es que el abogado nos parece muy bueno cuando ganamos el pleito, pero si sucede lo contrario vamos a calificarlo de ladrón e ineficaz. Además de que el representante de la contraparte siempre nos parece desalmado y ventajoso.

Las leyes son confusas para quienes no las hemos estudiado y es común por ejemplo que al enterarnos de algunos fallos de las altas cortes, los vemos equivocados porque parecen favorecer al enemigo. Tampoco entendemos cómo es posible que nuestros mandatarios promulguen leyes y decretos, los cuales son declarados inconstitucionales poco tiempo después de ponerlos en práctica; para qué tienen entonces oficinas jurídicas, asesores, expertos en jurisprudencia y demás personajes que deben estudiar a fondo cada caso antes de sancionarlo.

Ahora me pregunto si durante mi adolescencia y juventud las leyes eran diferentes, no las conocía o simplemente nadie las cumplía, porque al compararlas con las actuales noto unas diferencias abismales. Y voy a referirme a unos pocos casos para corroborar lo dicho, como por ejemplo lo que se refiere a los derechos de mujeres, niños y animales. A las damas siempre las han golpeado, pero ahora al menos existe castigo para el agresor si alguien lo denuncia. Antes nadie intervenía en un caso de violencia intrafamiliar y a quien ponía la queja, le respondían que no fuera metido y que ese tipo de problemas se arreglan de puertas para adentro; y que si a la vieja le daban en la jeta, algo habría hecho.

Si un muchachito salía con el cuento que el cura de la parroquia lo había manoseado, le zampaban una pela y lo encerraban en el cuarto por irrespetuoso y fabulador; lo mismo le pasaba si acusaba a un vecino u otra persona mayor. Por cualquier otra pilatuna el papá le daba con una correa, la funda del machete o el cable del teléfono; y las mamás amenazaban a los mocosos con meterles cáscaras de huevo hirviendo en la trompa si decían groserías. Mientras tanto a nadie se le ocurría que pudiera denunciar a un padre de familia por brutalidad.

En los solares de las casas había animales salvajes en calidad de mascotas: venados, tatabras, babillas, loras, micos y hasta tigrillos, situación que ninguna autoridad prohibía. Si frente a una casa había un árbol que echaba mucha basura sobre el techo o simplemente tapaba la vista, el dueño procedía a tumbarlo con un machete y no pasaba nada. Los zorreros recogían basuras y escombros que tiraban en las orillas de las vías o en cualquier lote, sin que mediara sanción para ellos. Y para trabajos menores, como el de empleada del servicio, todero, celador de cuadra o mensajero, no se pagaban prestaciones sociales ni salud.

Sin duda lo que más ha cambiado es lo que tiene que ver con el tránsito automotor. Lo primero es que desde los quince años uno ahorraba para “comprar” en la oficina de tránsito, con la ayuda de un tramitador, un permiso para conducir mientras cumplía la edad correspondiente; me parece ver el documento con la foto y una línea roja que lo atravesaba en diagonal. Con respecto a las infracciones comunes en la actualidad, basta recordar que los carros ni siquiera tenían cinturones de seguridad; nadie cargaba extinguidor, botiquín o señales de emergencia; en las carreteras no se reparaba en la línea central que divide la calzada; a nadie multaban por exceso de velocidad; la gente parqueaba en cualquier sitio y no existía revisión mecánica, control de emisión de gases u otro tipo de reglamentación. Tampoco se utilizaban los cascos protectores.

Pero sin duda lo más reprochable era la mezcla de licor y gasolina. Para coger carretera lo primero que se empacaba era la botella de aguardiente y el chofer bogaba parejo; a nadie se le ocurría pedir un taxi porque estaba tomado; el programa de parar en las fondas a beber estaba establecido; y como no existía hora zanahoria, al amanecer era común ver a los borrachos que a duras penas lograban conducir sus vehículos por la calzada. Para ellos existía la cárcel de choferes si causaban un accidente con víctimas fatales, lo que se arreglaba con plata e influencias.

Ahora me pregunto: ¿cuántos traumas familiares pudieron evitarse?, ¿acaso nadie defendía los derechos laborales?, ¿quién velaba por la naturaleza?. Y con tantas falencias en cuanto a normas de tránsito, ¿cómo no causamos más tragedias y accidentes? Después de recordar nuestro comportamiento al volante en esa época, puedo decir que sobrevivimos de arepa.
pamear@telmex.net.co

viernes, octubre 07, 2011

Tolda fría, desastre anunciado.

Recuerdo un programa radial presentado por el humorista uruguayo Hebert Castro, en el que a uno de sus personajes, el Pobre Peraloca, se le dijo, se le advirtió, se le re-co-men-dó… pero no hizo caso. Lo mismo puede decirse de los seres humanos en cuanto al cuidado del medio ambiente, porque muy pronto la naturaleza nos pasará factura por el daño que le infligimos a diario; ya empieza a coaccionarnos con la deuda y los avisos vienen en forma de terremotos, tsunamis, crudos inviernos, huracanes, fallas geológicas, sequías y demás fenómenos naturales que se agudizan con el paso del tiempo.

La verdad es que, al menos en nuestro medio, la conciencia ecológica demoró mucho en implantarse y durante mi infancia y adolescencia nadie nos habló al respecto. No existía en el pensum escolar una materia que mencionara la palabra ecología, ni le oímos nunca a un educador alguna frase o campaña relacionada. En la casa tampoco decían nada y mientras tanto la entretención de los niños en potreros y montes cercanos era cazar pájaros con cauchera, perseguir ardillas y zarigüeyas, tumbar árboles y rastrojos, echarle candela a las mangas y cuanta pilatuna se nos pasara por la cabeza.

Cincuenta años en la historia de la tierra son insignificantes y sin embargo en tan corto lapso mi generación ha visto el deterioro acelerado del entorno. Porque con mis hermanos recorríamos la quebrada Manizales y con la ayuda de un canasto atrapábamos pequeños peces que metíamos en frascos a manera de acuario. Nos bañábamos en calzoncillos y nadábamos, tragábamos agua, improvisábamos pequeñas represas para formar estanques y así nos entreteníamos toda la tarde. En el río Chinchiná se pescaban sabaletas de buen tamaño y las truchas abundaban en las quebradas que bajaban del páramo.

Al mismo tiempo, era tanto el descuido ecológico que las empresas encargadas de la recolección de basuras descargaban sus camiones en los cauces de ríos y quebradas. En Manizales el botadero quedaba a un costado del puente de Olivares y los desechos iban a parar a la quebrada del mismo nombre; con el agravante que entonces nadie reciclaba y al cauce caían por igual botellas, plásticos, cartones, tapas metálicas, retazos y cuanta basura produjera la sociedad. ¡Qué desastre!

Por fortuna existieron ciudadanos, como el ingeniero forestal Conrado Gómez, que desde entonces se preocuparon por cuidar los bosques aledaños a la ciudad para asegurarnos el precioso líquido. Gracias a ellos Manizales puede mostrarle al mundo una de las aguas más puras y ricas en elementos, reconocimiento del que nos vanagloriamos quienes apreciamos ese maravilloso privilegio. Por ello siento “escaramucia” y se me ponen los pelos de punta de sólo oír hablar de la posibilidad de explotar a gran escala una mina localizada en la cuenca que surte el acueducto de nuestra ciudad.

Tolda fría se llama la mina que hasta ahora ha sido explotada de manera artesanal, sin daño significativo para el medio ambiente, pero que está en la mira de multinacionales que hacen estudios para calcular el potencial de las vetas y así resolver si le meten el diente. Si con solo las pruebas de material ya bajan las quebradas de la zona turbias, qué podemos esperar cuando la explotación sea a gran escala. Yo sí sé, porque en mi juventud acostumbraba ir con los amigos a pescar al río La Miel; pero no lo hacíamos con caña y sedal, sino armados de arpón y careta. El agua del majestuoso río era cristalina y la visibilidad perfecta, lo que hacía posible esperar los peces en las palizadas donde eran presa fácil. Tiempo después abrieron unas minas de oro aguas arriba y su caudal se convirtió en un lodazal impenetrable; por fortuna los yacimientos se agotaron y el río volvió a su estado natural.

La locomotora minera puede convertir a Colombia en un árido desierto y desde ya las diferentes regiones adelantan campañas para evitar un desastre natural. El Quindío está alerta ante la noticia que algo más del 60% de su territorio contiene recursos mineros; en los antiguos territorios nacionales extreman medidas para combatir la explotación ilegal de minas de coltán y tungsteno (también llamado wolframio); en Santander evitaron la explotación de una mina de oro a cielo abierto en el páramo de Santurbán; y en San Andrés prenden las alarmas ante la posibilidad de una explotación petrolera en inmediaciones de la isla.

Por fortuna el señor José Fernando Echeverri, como Presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales, instauró una Acción Popular que busca frenar semejante atropello a nuestra ciudad, ya que de dicha cuenca depende el agua que abastece el acueducto Luis Prieto Gómez. De alguna manera, redes sociales, manifestaciones, plantones, etc., debemos elevar una voz de protesta para evitar que nuestras fuentes naturales resulten contaminadas; además, las minas de oro a cielo abierto utilizan grandes cantidades de agua para su operación.

Debemos exigirle a PROCUENCA, CORPOCALDAS, Aguas de Manizales, corporaciones ecológicas, alcaldías y gobernación, la CHEC y demás entidades relacionadas con el tema, que opinen y se pronuncien al respecto. Y que cada ciudadano diga si prefiere que las arcas del municipio reciban jugosas regalías, que seguro irán a parar al bolsillo de unos pocos, o que sigamos contando con un excelente servicio de acueducto como al que estamos acostumbrados.
pamear@telmex.net.co