jueves, junio 27, 2013

Viven del cuento.


El otro día puse en twitter que los libros de autoayuda tienen mucho éxito entre las personas con pereza mental; también son indicados para los bajitos de punto. Porque basta con echarle cabeza a la existencia, ponerle sentido común, aprender del día a día y apelar a la lógica, para encontrar las premisas y consejos que llenan las páginas de esos folletos comercializados por vividores y mercachifles. Es entendible que personas ignorantes y analfabetas queden extasiadas ante la palabra de cualquier tramador, pero que alguien que haya estudiado y tenga cierto nivel cultural se deje embaucar así de fácil, es inadmisible.

El mundo está lleno de charlatanes que amasan fortunas a punta de carreta. Basta sintonizar un canal religioso en el televisor donde el pastor embelesa con sus peroratas, gestos y zalamerías, mientras todos los presentes entran en trance, repiten salmos y frases prefabricadas, alzan las manos al cielo y algunos llegan a desmayarse. Falsos mesías, personajes histriónicos con facilidad de expresión que recurren a la debilidad del ser humano para lucrarse. Se aprovechan de personas perdidas en un mar de incertidumbre, quienes buscan desesperadas algo de dónde agarrarse.

Reconozco que soy escéptico. No puedo aceptar que un astrólogo pueda predecir el futuro y definir una personalidad basado en la alineación de los planetas; a mí no me vengan con ese cuento. Cuando veo a un vergajo como Walter Mercado me provoca darle una pela. Para mí es increíble que llenen un coliseo de papanatas para ver a un cura sanador, esperanzados todos en que el milagrero ponga sus benditas manos encima de la cabeza del que padece parálisis infantil y santo remedio; que alivie con una mirada al paciente terminal de cáncer; o el que llegó con muletas las tire a la jura porque ya no las necesita. Así lo vea con mis propios ojos, le buscaré al hecho una explicación lógica o científica.

Cuento aparte los curas que ganan fama en los medios de comunicación y a punta de reflexiones, alegorías, obviedades y mucha palabrería, se vuelven figuras públicas. El vulgo es manipulable y basta decirle lo que quiere oír, para cautivarlo y volverlo adicto a la palabra del embaucador de turno. Entonces al ganar el curita reconocimiento empieza a cobrar hasta por las bendiciones y al poco tiempo la agenda no le da abasto, porque es el invitado de honor en todo tipo de eventos. El negocio es redondo porque entonces empieza a dictar conferencias, para lo cual tiene un agente que programa las presentaciones y él solo debe desplazarse, con todos los gastos pagados, hablar cháchara dos horas ante un público que lo ve como a un salvador y después recibir el jugoso cheque que engrosará su cuenta bancaria.

Alguna vez el Club Activo 20-30 buscaba ideas de cómo conseguir recursos para realizar sus obras sociales, y como ya habían programado basares, novilladas, peleas de gallos y demás eventos, alguien propuso que trajeran a un cura que causaba sensación por esos días en Cali, un tal padre Gallo. Todos supusieron que por ser un sacerdote no les costaría mucho, que seguro podrían alojarlo en la casa de alguno de ellos, más el transporte y los viáticos. El encargado de contactarlo llamó al manager del religioso y este le dijo que venía pero en avión, a hotel cinco estrellas, con todos los gastos pagos y además debían cancelarle una suma millonaria por la presentación. Pues de hecho el clérigo se volvió famoso y como eso a la iglesia le da piquiña, le prohibieron revolverle guadua al ministerio. Entonces renunció, se fue para Estados Unidos y llegó a donde era, porque si aquí hay incautos, allá son maleza. Y mientras unos se retiran aparecen otros, como los padres Chucho y Linares, que van por el mismo camino.

Inaudito que exista tanto marrano. Ha venido a la ciudad un pisco que dice tener el poder de hipnotizar a los asistentes para que dejen de fumar. Como lograr superar una adicción es tan difícil, la gente acude desesperada a esa solución que parece tan sencilla; pagan un dineral por la entrada, llenan el auditorio, le oyen las babosadas al fulano y salen convencidos de que su inversión valió la pena. Y aunque al otro día están de nuevo con el pucho en la boca, pasado un tiempo regresa el estafador y muchos de los que ya asistieron repiten sesión.

Un día mi mujer, decidida a dejar de fumar, llegó con el cuento que la Liga contra el cáncer promocionaba a un personaje que ofrecía un novedoso sistema para dejar el maldito vicio, basado en el manejo de las energías. Le dije que ni hablar, que cómo se iba a gastar ciento ochenta mil pesos en esa pendejada; sin embargo una amiga la invitó y allá se fueron la fecha indicada. Estaban confiadas porque no podían creer que una institución seria como la Liga fuera a traer a un payaso que las engañara. Después de unas horas regresó muy emocionada a contarme que las acostaron en camillas y que el tipo pasaba, les cogía los dedos con delicadeza y los jalaba como para sacarles las malas energías y listo, eso fue todo. Cuando terminó su relato, se fue a la cocina a fumarse el pucho de antes de acostarse.
pamear@telmex.net.co

martes, junio 18, 2013

Detestable modalidad.


Seguramente quienes no vivieron épocas pasadas no encontrarán tan detestables los cambios generados por la tecnología en ciertos aspectos, porque simplemente no tienen con qué comparar. Claro que todo evoluciona y se moderniza, la agilidad y la optimización se imponen, y el objetivo es disminuir costos de operación, pero el sufrido usuario es quien debe soportar situaciones que lo hacen trinar de la ira y desesperarse a cada momento. El caso es que todos los días son más los seres humanos remplazados en su trabajo por las máquinas y a esa interacción con la cibernética es a la que no podemos acostumbrarnos muchos.

Es curioso que al analizar los economistas el problema del desempleo nombren diversos factores como causa del mismo, pero nunca se refieren a que la tecnología ha desplazado numerosos puestos de trabajo. Ejemplos son muchos y nombro el caso de edificios pequeños en los barrios residenciales, cada uno de los cuales tenía un portero día y noche para vigilar y atender las necesidades de los inquilinos. Como es lógico esto requería de al menos dos empleados que se turnaban, aparte del que hacía el remplazo del domingo, y además se generaban horas extras por festivos y nocturnos. Pues hoy en día la mayoría de esas edificaciones tienen puertas eléctricas en el garaje y una cámara que registra a quien timbra en el portón principal, el cual puede abrirse de manera automática desde cualquiera de los apartamentos.

Recuerdo que durante mi niñez, como todos vivíamos en casas, en la época de vacaciones era común que los propietarios dejaran un celador en la residencia mientras la familia se iba de paso o a temperar a la finca. Pues ahora instalan alarmas y cámaras de seguridad en las propiedades y desde una central unos pocos empleados monitorean cualquier irregularidad que se presente. Hoy en día al llegar al parqueadero de un centro comercial debe accionarse un botón que entrega el recibo y luego abre la barrera para dar paso; lo mismo sucede a la salida y es así como la tecnología realiza esas labores que antes desempeñaban seres humanos. Y los patronos felices porque dichos aparatos nunca piden permisos, no se enferman ni se sindicalizan, no exigen aumento y mucho menos llegan enguayabados. 

Antes debíamos ir al banco varias veces a la semana a consignar, cambiar cheques, hacer giros, sacar una chequera, pagar facturas, pedir extractos y demás diligencias, gestiones todas que quedaron en el pasado porque ahora pueden hacerse desde un cajero automático o con la computadora personal. A la entidad bancaria ya no hay que ir sino a pedir plata prestada o a ponerle la cara al gerente cuando el sobregiro está salido de madre.

Pero sin duda las innovaciones más detestables son los contestadores automáticos y los centros de llamadas, conocidos como call center. A quién no han hecho echar chispas, cuando llama desesperado y después de saltar de tecla en tecla no logra solucionar su problema. Porque la añorada recepcionista podía mentirle a uno, darle caramelo, envolatarlo o ponerlo a oír una odiosa tonada mientras buscaba una disculpa para darnos, pero al menos quedaba la opción de desahogarse con ella cuando no encontrábamos una respuesta satisfactoria. En cambio a una maldita máquina qué le dice uno, cómo le explica, a quién se queja, qué camino coge si no logra encontrar quién solucione su inquietud.

Y esa modita de pedirnos los datos personales a toda hora desespera y ofusca. Llamar por ejemplo a que le solucionen un problema con la señal de televisión o de internet y después de escoger entre varias opciones del menú, por fin contesta alguien y lo primero que hace es solicitar el nombre del titular de la cuenta y el número de cédula; después quiere saber la dirección y el teléfono, no sin antes echarle una retahíla acerca de los beneficios que ofrece la empresa que representa. A cada momento suspende la comunicación, para volver al cabo de unos minutos y dar las gracias por la paciente espera. Estos personajes hablan como por dentro de un tarro y al pedirles que repitan, insisten con ese susurro monocorde e impersonal.

Los centros de llamadas libraron a empresas, entidades, corporaciones, despachos, etc., de tener que tratar con el público. Ellos se encargan de contactar a los clientes y como es lógico, no tienen ni idea de lo que hablan porque repiten como loras las instrucciones que reciben. Por ello me da golpe ver como la gente los insultan, les echan vainas, los regañan y hasta les hacen sugerencias, mientras a dichos personajes les importa un carajo porque con seguridad mientras realizan su labor están pensando en los huevos del gallo.   

Hoy en día las entidades bancarias hacen sus cobros por medio de estos centros de llamadas, comunicaciones que acostumbran realizar los domingos muy temprano en la mañana. Entonces el indignado moroso se sale de la ropa, vocifera, reniega e insulta al desprevenido empleado, como si el tipo tuviera contacto directo con el gerente del banco que reclama su pago. También causa gracia que quienes no pagan sus obligaciones, por la causa que sea, utilizan como arma de defensa el ponerse dignos y de mal genio cuando les cobran. Como si la culpa fuera de quien con todo el derecho reclama lo que le deben.
pablomejiaarango.blogspot.com

martes, junio 11, 2013

Temas de ciudad.


Aunque aseguran los entendidos que el ritmo de la construcción ha bajado en los últimos tiempos, a diario vemos nuevas obras que se adelantan en la ciudad. Y la pregunta de todos es, de dónde sale gente para ocupar semejante cantidad de apartamentos que ofrece el mercado; porque está claro que en la mayoría de los casos son personas que cambian de vivienda, porque mejoran sus ingresos o simplemente quieren estrenar, pero a su vez ellos desocupan el inmueble donde residían. Desde mi ventana puedo ver, sólo en los barrios aledaños, ocho edificios en construcción. Ahora noto con agrado que demarcaron el lote donde se construirá el Centro Cultural de la Universidad de Caldas, a un costado de la facultad de Veterinaria.

Importante el desarrollo que presenta el sector aledaño a la avenida Kevin Ángel, en el tramo que va de la empresa Mabe hasta Aguas de Manizales, donde los concesionarios de vehículos construyeron sus vitrinas, también hay comercios, almacenes y una gran cantidad de edificios de apartamentos que ocupan un costado de la vía. Ni hablar del auge de la construcción que presenta la región de La Florida, que aunque pertenece al municipio de Villamaría, está poblada por ciudadanos manizaleños. Numerosos conjuntos campestres donde las casas se construyen por cientos, además de muchos colegios que aprovecharon el ambiente campestre del entorno para instalarse allí. Lo grave es que la infraestructura no avanza al mismo ritmo y por ejemplo las vías ya no dan abasto.

Empezaron los trabajos de la conexión vial en la entrada a Villamaría, muy necesaria para solucionar un cuello de botella que genera gran peligro a los conductores que tratan de ingresar al flujo vehicular de la Panamericana. Ojalá el contratista no sea el mismo que construye la doble calzada de La Playita a Lusitania, porque ahí sí perdemos la esperanza; pasan los meses, los años y una obra de kilómetro y medio de longitud no está ni tibia. A este paso de tortuga no veremos nunca terminada la doble calzada desde la Estación Uribe hasta el sector de Potro Rojo, que es el tramo necesario para agilizar la comunicación entre los dos principales ingresos a la ciudad.

Por otra parte, es lamentable el estado que presenta el entorno de la avenida del centro en el tramo que va del Parque Olaya hasta el sector de Fundadores.  A excepción del templo de Los Agustinos no hay una sola edificación presentable y hay edificios levantados cuando se construyó la avenida, hace unos 30 años, a los que nunca les han dado siquiera una mano de pintura. Mala imagen se llevará el visitante que entre a Manizales por ese sector, porque los alrededores del parque Alfonso López dan grima; cantinas, cacharrerías, ventorrillos y pensiones de mala muerte. Al frente de Sanandresito hay un edificio de parqueaderos, que tiene una fachada en curva forrada con tabletas color ladrillo. Al dinamitar el antiguo edificio de la alcaldía, hace ya muchos años, grandes parches de esa fachada se desprendieron y esta es la hora que sigue sin reparar.  

En casi todas las capitales del país se implantan sistemas de transporte masivo, lo que parece un imposible en nuestra ciudad porque debido a la topografía las pocas avenidas que tenemos no permiten una mínima ampliación. Pensar en un tren subterráneo es una utopía y se me ocurre que una solución realizable es continuar con el sistema del cable. Una red que llegue a Chipre, La Sultana, La Enea, La Linda, El Tablazo, Bosques del norte, Maltería y demás sectores de Manizales. Un medio de transporte amable con el ambiente, sin congestiones ni ruido; rápido, agradable y además es un atractivo turístico. Espero que la línea que pronto nos conectará con Villamaría sea un éxito y así se anime la administración municipal a ampliarlo hacia otros sectores.

Además en calles y avenidas ya se nota la saturación de tráfico; porque con esa forma de vender vehículos de todo tipo, mientras que de nuevas vías no existen ni siquiera proyectos, muy pronto no habrá por dónde circular. Para colmo, son muchos los conductores que no cumplen con las normas de tránsito y el caos que generan con sus infracciones repercute en todas las esquinas. El otro día arrimamos a Mercaldas de Sancancio a comprar unas cosas. Esa firma comercial adquirió varias casas aledañas para adecuar un parqueadero muy cómodo y allí metimos el carro, pero mientras mis acompañantes hacían las compras conté los clientes que llegaron en sus vehículos al lugar: de doce sólo uno ingresó al parqueadero, porque los demás prefirieron dejar el carro en la calle a todo el frente del supermercado, calzada que está inundada de avisos de prohibido parquear.

Por fortuna esta primera temporada de lluvias del año estuvo moderada, ya que al menos en nuestra región pasó casi desapercibida. Así los recursos pueden invertirse en obras de infraestructura, en vez de dedicarlos a reparar vías, remover derrumbes, reponer puentes, intervenir laderas inestables, y además, repartir auxilios a tanto damnificado. La triste realidad es que en nuestro país la peor calamidad que enfrentamos es la corrupción administrativa, la misma que anima al ciudadano de bien a no pagar impuestos porque nadie entrega sus recursos a sabiendas de que irán a parar al bolsillo del político inmoral. ¡Nule-busque más!
pablomejiaarango.blogspot.com

martes, junio 04, 2013

Memorias de barrio. (3)


Mientras construían la casa de La Camelia, para reducir gastos mi papá alquiló la finca La Cecilia, de don Javier Mejía, localizada donde hoy queda el barrio Molinos del viento, arriba de Confamiliares de San Marcel. Nosotros felices de vivir en el campo pero prontico mi mamá se reveló, porque pasaba el día en el carro mientras trasteaba muchachitos, hacía mandados, visitaba a la abuela y demás diligencias. Como faltaban pocos meses para estrenar casa, resolvimos mudarnos a una edificación en el centro, calle 24 con carrera 20, al frente de donde después construyeron el Teatro Colombia; en ese entonces había un parqueadero donde guardábamos el carro de la casa.

El caserón, típica construcción de la zona, tenía un subterráneo lleno de trebejos y telarañas que se convirtió en nuestro sitio de recreo. Como es lógico, nos sentimos prisioneros porque no podíamos salir solos a recorrer el centro; y como nos criamos en la calle en el barrio Estrella, para después conocer la libertad que encontramos en La Cecilia, el horizonte se nos limitó drásticamente. En semana pasábamos el día en el colegio, pero el fin de semana teníamos poco de dónde escoger. Algunos sábados por la tarde mi papá nos regalaba unas monedas para que fuéramos a la esquina, a la tienda “Visos”, donde vendían todo tipo de dulces y mecatos. Entonces comprábamos chitos, frunas, bombones Charm´s y salvavidas, y nos sentábamos toda la tarde a ver televisión: Bonanza, La isla de Giligan, Hopalong Cassidy, Roy Rogers y otras series de la época.

Pero sin duda el programa favorito era irnos el sábado después de almuerzo a pagar trabajadores a La Teresita, la finca de la abuela paterna en la región de El Rosario. Salíamos en el Land Rover de Plumejía, la ferretería de la familia, pero antes de arrancar convencíamos a mi papá de enroscar la carpa atrás para poder mirar hacia afuera. Adelante iban mis padres con la hermana mayor y los bebés, mientras en la parte trasera nos acomodábamos los muchachitos, después de rifar los puestos. Claro que nos rotábamos, porque los únicos que viajaban a gusto eran los que iban en el extremo trasero, desde donde podían disfrutar la vista al exterior. Lo que no fallaba es que en cierto momento la carpa se desenrollaba y soltaba un polvero espantoso, dejándonos más aburridos que el diablo.

Si durante el camino alguno se atrevía a proponer que paráramos en una fonda, mi mamá le decía que no molestara porque acabábamos de almorzar. Poco después de cruzar el puente de Cenicafé, en la finca La Piedra, tomábamos las partidas hacia El Rosario. Primero estaba la vereda Colegurre y luego el antiguo puente que se llevó la avalancha, para seguir chupando polvo hasta donde queda hoy la entrada al Club Campestre, poco antes de la fonda Cobraderos, donde nos desviábamos hacia la finca. Unos metros adelante quedaba la tiendita Los Tolimenses, después San Rafael, la finca de mi tío Alberto Arango, seguía el desvío para La Graciela, la finca de la otra abuela y del tío Roberto Ocampo, y una cuadra después llegábamos a La Teresita. Por lo tanto conocíamos la región como la palma de la mano, porque los niños hacíamos muchas veces el tramo desde La Piedra a pie y además dominábamos potreros y cafetales del entorno familiar.

Mi papá se dedicaba a cuadrar planilla con el agregado, “El Mono” Monsalve, mi mamá conversaba con la señora de este, las hermanas y don Eleuterio, el patriarca de esa familia, y nosotros nos poníamos a corretear por ahí, pendientes de que salieran a dar vuelta para pegarnos a la caminada por el predio. A la hora de regresar cargaban el jeep con bultos de café y mi papá nos acomodaba en los espacios que quedaban entre la carga. Subíamos hasta Chinchiná y en la calle que entra hacia la plaza de Bolívar parábamos en El venado de oro, una cafetería donde vendían unos pandeyucas deliciosos en forma de media luna; mi papá nos pasaba la gaseosa y el mecato por entre los recovecos, y allí encogidos disfrutábamos del algo. Sin falta todos nos profundizábamos durante el recorrido, arrullados por el vaivén y la comodidad de la acogedora guarida.

Desde la entrada a Manizales mi mamá comenzaba a anunciar la proximidad con la casa para despertarnos y que nos desperezáramos, y al llegar nos bajábamos entumidos y destemplados para subir las extensas escaleras como unos zombis; veíamos televisión un rato mientras nos daban la comida, para por fin irnos a acostar, no sin antes lavarnos los dientes a regañadientes. Al otro día, domingo, el programa era salir a dar una vuelta por la tarde, comer empanadas con gaseosa en el drive in Los Arrayanes de Chipre, para después ir expectantes a darle vuelta a la obra de la casa que esperábamos estrenar muy pronto.

Una de esas tardes, al regresar al hogar, mi mamá se queda mirándonos y comenta: Mijo, me parece que aquí falta un muchachito… Y preciso, se había quedado olvidado uno de los menores en la obra, a quien encontramos muy asustado con el celador, quien trataba de convencerlo de que no lo habíamos abandonado. Desde ese día mis padres acostumbraban contarnos a cada rato para que no les volviera a suceder.
@pamear55