miércoles, marzo 16, 2016

Nauseabunda realidad.

Ahora años, cuando era necesario inducirle el vómito a alguien, lo obligaban a tomar agua tibia o le hacían cosquillas en la garganta con un palito, o con el dedo si no había más. Y eso era hasta que el cristiano botaba la pluma, lo que lograba aliviarlo así fuera de momento. Hoy en día es mucho más fácil: Basta sintonizarle un noticiero de radio o televisión, ponerle al frente cualquier periódico, enfrentarlo a la pantalla de la computadora y conectarlo a un portal de noticias, y el sujeto en cuestión de segundos empieza con las arcadas.    

Eso puede sucederle a cualquiera al toparse con informaciones referentes al desfalco en la Refinería de Cartagena, en el que las cifras citadas son de unas proporciones difíciles de asimilar; basta con saber que es mucha más plata que la que recibimos por la venta de ISAGEN o que con los recursos birlados podría construirse el metro de Bogotá. Dónde están los ejecutivos, los miembros de las juntas directivas, los funcionarios encargados de fiscalizar, los Ministros involucrados… Nadie dice nada, ninguno pone la cara, no aparecen los culpables y en cambio todos se tiran la pelota para evadir responsabilidades.

No podemos olvidar que es tan culpable quien mete la mano como quien la deja meter; por acción o por omisión, dice el léxico legal. Cómo es posible que los miembros de la junta directiva de Reficar, o los de Ecopetrol que es la dueña de la refinería, no hayan sospechado al ver que el proyecto cada vez costaba más, hasta llegar a cifras escandalosas. No hay que ser muy suspicaz para recelar que dichos ejecutivos, todos reconocidos por inteligentes y expertos, con algún propósito se hicieron los de la vista gorda ante semejante despropósito; vaya usted a saber por qué no quisieron escarbar.

A diario aparecen chanchullos que opacan los anteriores y así se pierden en la memoria casos como Foncolpuertos, o las barcazas que trajeron para ayudar en la crisis energética en épocas del apagón, las mismas que nunca funcionaron por ser incompatibles con el sistema eléctrico nuestro; y lo peor es que ya estaban pagas. Y qué tal la recuperación de las líneas férreas que se hizo para trocha angosta, sistema para el cual ya no construyen locomotoras ni vagones.      

Con sobrada razón el colombiano es reacio a pagar impuestos, porque sabe que su dinero puede ir a parar al bolsillo de otro. Para ello contrata un contador, pero no para que lleve cuentas y mantenga al día la contabilidad, sino para idear figuras y maromas que reduzcan al máximo la tributación. Muchos ex funcionarios de la DIAN tienen oficina de asesoría tributaria, lo que representa una ventaja porque conocen al dedillo los intríngulis del organismo estatal; lo que se conoce como la puerta giratoria.

Es triste saber que nos volvimos desconfiados y maliciosos por culpa de la mala fe que impera; cerrar negocios es muy trabajoso porque hizo carrera eso que para el mamón no hay ley, por lo que solo podemos cantar victoria al salir de la notaría. La palabra no se respeta y para la mayoría lo que sea legal es válido; la ética tiende a desaparecer. La cultura del ‘vivo’ y el ‘avispao’ nos tiene fregados; personas ventajosas que no tienen inconveniente en llevarse por los cachos a la mamá. Lo peor es que la comunidad los admira.

Por tramposos y marrulleros padecemos el karma de los insufribles trámites, en los que requieren examen de conciencia, conteo de espermatozoides, lectura de retina y fotocopia autenticada del genoma. Y sin embargo se los pasan por la galleta.

Edificios de antaño.

Sentí nostalgia al ver la demolición de la vieja casona donde hice mis primeros pinitos en el colegio, localizada entonces enseguida de la casa de don Pedro Emilio Salazar, donde hoy queda el edificio Meridiano, en la avenida Santander con calle 52. Allí funcionó El Divino Niño, el kínder al que asistía con mis hermanos, hasta que se trasladó definitivamente para el barrio Estrella a una casa grande ahí abajo de la falda en la calle 61; eso nos favoreció porque vivíamos a una cuadra del colegio.

Tenía yo cinco años cuando el kínder funcionaba en el caserón de la avenida, al que le llegó la pica del progreso para dejarlo convertido en un lote más, y me cuentan que ya estaba prácticamente derruido por el paso del tiempo, pues al hacerle las cuentas así por encimita calculo que debía tener al menos ochenta años de construido. La edificación era inmensa, con un patio interior con marquesina, y varios pisos hacia abajo hasta llegar al solar, que lindaba por detrás con la carretera que iba para el matadero.

Frente al colegio había un muro que cerraba un lote que llegaba hasta donde queda hoy El Triángulo, el primer edificio alto que se construyó poco tiempo después en este sector de la ciudad, y unos metros antes de llegar a la esquina estaba la entrada al convento del Buen Pastor, a cuya capilla nos llevaban con mucha regularidad para asistir a misa. El desplazamiento lo hacíamos en estricta formación por el andén de la avenida, bajo el cuidado de las profesoras que insistían en que pusiéramos cuidado para que nos cogiera un carro.

Así una a una desaparecen esas viejas edificaciones que nos conectan con el pasado y ahora recuerdo algunos de esos iconos de la ciudad que servían de referencia para ubicar a quien buscaba una dirección. En la boca del túnel de la 51 hacia la avenida Paralela, donde funcionó Lavautos, quedaba la antigua Gallera, una edificación inmensa en forma de kiosco circular. No recuerdo haber visto allí actividad de gallos y más bien era un vetusto edificio abandonado que después de mucho tiempo tiraron al piso.  

En la avenida Santander con calle 40 quedaba el orfanato, una antigua construcción que ocupaba todo ese lote donde ahora se levanta un conjunto cerrado de edificios. Desaparecido el inmueble, el lote se aprovechó para montar la carpa del circo de turno, una ciudad de hierro o el consabido mercado Persa que acompaña cualquier feria o celebración. En el parque de El Cable, al otro lado de la avenida, había un hermoso hospital de estilo francés con sus amplios corredores y ventanales, todo en madera, y a un costado la capilla; el cerramiento del predio era una verja en hierro forjado, muy elaborada.

Quién no recuerda el imponente castillo de la calle 63, también sobre la avenida, que nos hacía sentir en la Europa del medioevo; allí vivieron varias familias conocidas y por ello pude recorrer todos sus recovecos. Y al subir hacia la plata de Niza, una cuadra después del Batallón Ayacucho y a mano derecha, quedaba Milancito, un restaurante típico que por las tardes se convertía en bailadero, para que los soldados en licencia se dieran gusto brillando baldosa con las entroderas del sector.

Por último el antiguo cuartel de los bomberos en la esquina de la carrera 22 con calle 14, sector del parque Olaya. Desde ahí se atendían todas las emergencias porque era la única estación y la característica que más recuerdo es la potente sirena que encendían religiosamente a las doce del día.

Reformas urgentes.

Aunque soy lego en la materia, pienso como muchos de mis conciudadanos que a la justicia de nuestro país hay que meterle mano, ¡pero ya! Y aunque hablan de reformas urgentes, de equilibrio de poderes, comisiones de aforados, ‘supercortes’ y demás perendengues, lo cierto es que los colombianos vemos a diario ejemplos de una justicia ineficaz y amañada. Con el agravante que la mayor podredumbre está en el gajo de arriba, donde los magistrados de las altas cortes dan mucho de qué hablar.

Sin duda el peor pecado de la justicia es que sus mayores representantes son nombrados por el Congreso, hecho que se presta para que éstos sean ‘manguianchos’ al momento de juzgar a quienes los eligieron; entre bomberos no se pisan la manguera. Entonces quien aspire a formar parte de una alta corte no requiere ser reconocido como ciudadano ejemplar, ni presentar una hoja de vida inmaculada, sino que le basta con hacer lobby político para conseguir el apoyo necesario que le asegure la coloca. 

Preocupa saber que en nuestro medio la meritocracia no tiene cabida y que si así funcionan las cosas en las altas esferas, qué podemos esperar del juez raso que despacha en un juzgado municipal; lo injusto es que en todos los niveles de la justicia hay funcionarios honestos y comprometidos, pero están estigmatizados por una mala fama que ya hizo carrera. En todo caso más allá del elemento humano, nuestro código penal genera unos dictámenes que muchas veces nos dejan estupefactos y definitivamente enfurecidos.

Con esta modita que cogieron ahora los noticieros de televisión de presentar videos donde quedan registrados robos, asesinatos, asaltos y demás delitos, modalidad repudiada por muchos televidentes, no dejan de ser efectivos para que las autoridades adquieran pistas que pueden agilizar las investigaciones.

El caso es que así nos enteramos, por ejemplo, de una pandilla de habitantes de la calle que en un sector de Bogotá aprovechan que un vehículo cualquiera está detenido en la congestión, para arrancarle espejos, plumillas, biseles, copas, etc., mientras el conductor y demás ocupantes miran indefensos la agresión. Luego salen caminado como si tal cosa y si alguien osa perseguirlos, lo amenazan con lanzarle bolsas llenas de excremento humano. Tras un seguimiento de varias semanas y recopilar todas las pruebas, registradas en los videos, por fin la policía detiene a los implicados y los presenta ante las cámaras de televisión. Los ciudadanos de bien celebramos el hecho, pero cuál sería nuestra frustración al enterarnos de que un juez dejó en libertad a esos apaches, dizque porque no representan un peligro para la sociedad. ¡Háganme el favor!

En Cali registran las cámaras de seguridad a una banda de travestis que todas las noches, en la misma cuadra, atracan a los transeúntes y les quitan celulares, dinero, joyas y demás objetos de valor, y quien se resista es agredido con navajas. Cuando ya la policía los tiene identificados y sabe dónde guardan el botín, proceden a detenerlos. Pues los desadaptados alegan que son comunidad protegida y que como mujeres solo pueden ser requisadas por una mujer policía. Hasta ahí llegó el impulso porque no había personal femenino de la institución a la mano y por lo tanto tuvieron que soltar a semejantes delincuentes.         

Muy cierta es la opinión popular que la justicia es para los de ruana, porque está comprobado que ricos y poderosos tienen privilegios al momento de ser juzgados. Mientras tanto las cárceles están abarrotadas de ciudadanos que son ‘un peligro para la sociedad’ porque le tocaron la nalga a una mujer o se robaron un Caldo Maggie. Realismo mágico.