jueves, octubre 20, 2016

La mejor compañía.

A los de mi generación no puede faltarnos un radiecito para oír todo tipo de programas, sobre todo en los que conversan de cualquier cosa. Muy temprano me chanto el audífono para seguir la información que difunde Julito Sánchez y su combo; en un duermevela delicioso el cerebro selecciona lo que vale la pena. Después a leer el periódico, desayunar y la visita al baño, siempre acompañado por el infaltable ‘loro’.

Atinado el eslogan de La mejor compañía, porque en eso se convierte la emisora preferida para uno, en inseparable adicción. Extraño de antes los programas de humor que tantas sonrisas nos sacaron, Montecristo, El show de Ever Castro, Los tolimenses, El manicomio de Vargas Vil. Ahora solo se habla de fútbol y de política. Pues nunca imaginé que terminaría yo participando en un programa radial y lo que empezó como un experimento, se convirtió en actividad ininterrumpida de once años.     

A finales de 1993 me invitó Iván Darío Góez a grabar anécdotas con humor para reproducirlas en el noticiero de RCN. Muy pronto me ‘sonsacaron’ de Caracol y Javier Giraldo, asesorado por Ramón Salazar, me propusieron participar con Yesid López en el recordado programa Pase la tarde con Caracol; debía conseguir una persona que nos acompañara y propuse entonces a la ex gobernadora Beatriz Londoño de Castaño, mujer maravillosa con una gracia natural, culta, bien informada y excelente conversadora.

Todavía bisoños Yesid salía del estudio y nos dejaba solos con los invitados, como la vez que debí manejar una entrevista que le hacíamos al reconocido dueto Los Hermanos Uribe. Cuando ya no sabía qué más decir se me ocurrió preguntarles si ellos tenían algún parentesco. Otra tarde se metió al estudio la Loca María, una fufurufa que a pesar de su avanzada edad se tongoneaba por las calles y vestía prendas atrevidas. Quería pedirle un favor a Yesid y sin importarle que estuviéramos al aire, conversaba indiferente. A todos nos dio un ataque de risa y ella simplemente comentó: ¡Y estos hijueputas de qué se ríen…!

Poco después se retiró Beatriz y luego Yesid, e ingresó al programa Ramón Salazar, con quién me entendí tan bien durante muchos años. También hacíamos programas de televisión, con Telecafé, y en esas entrevistamos a un par de trovadores, Serrucho y El Mariscal; ambos geniales, repentistas de campanillas, pero fue Jorge Ferney Díaz, Serrucho, quien llamó mi atención. Le pregunté si en Colombia se puede vivir de la trova y dijo que sí, pero que se vive más maluco que el diablo. Ahí resolví llevarlo para el programa.

Resultó ser un tipo fenomenal, culto, conocedor del idioma, inquieto y repentista profesional, con quien seguimos en el programa siempre con una tendencia humorística, pero dedicados a la cultura, el buen decir y los temas de actualidad. Don Carlos Arturo Lince nos acompañaba desde los controles, para hacer un programa que aún es añorado por muchos oyentes.

Yo trasmitía desde mi casa, mientras el señor Lince y Serrucho lo hacían desde el estudio del edificio Don Pedro. Una tarde me visitó el doctor Pacho González para uno de los tantos espacios que compartimos en el programa; le hice señas para que esperara mientras le daba cambio y como era común quise empezar con publicidad, por lo que lo invité a tomarnos una aguapanela de la marca del patrocinador. Dijo que ni muerto, que esa vaina era comida para chandosos. Yo le hacía señas para que captara pero seguía en sus trece, que aguapanela no tomaba. Cuando por fin entendió, no quedó sino morirnos de la risa porque ya no había posibilidad de recular.

Ignorancia atrevida.

Imagino la piedra que le daría a un científico como Stephen Hawking si llegara a oírme decir sandeces y pendejadas. Porque él, que ha dedicado su vida a la investigación y a la búsqueda de respuestas, no podrá concebir que a un ignorante como yo le parezca que no deberían botar tanta plata en proyectos y experimentos que supuestamente buscan mejorar la existencia a quienes habitamos este valle de lágrimas. En cambio siento respeto por personajes del talante de Llinás, Patarroyo o Hakim, porque ellos consagran su esfuerzo al avance de la ciencia médica, un asunto cuyos resultados son de suma importancia para el bienestar de la humanidad.

La verdad no es que me parezcan de poca importancia las investigaciones que hacen de tantas vainas de interés, sino que no puedo aceptar que se inviertan enormes presupuestos en asuntos que no representan un beneficio inmediato para la humanidad, mientras en el mundo entero existen tantas privaciones que requiere de intervención inmediata antes de que sea tarde. En todos los rincones del planeta habitan personas que tienen necesidades urgentes, sufren y sobreviven en medio del desespero y la desolación.

Vi en televisión un programa de cuando filmaron la película Titanic, en el que el director del filme, míster Cameron, se ideó una expedición de científicos encargados de investigar por qué se hundió el transatlántico. Muchas veces bajaron hasta los restos del naufragio en pequeños submarinos especiales para tal fin, mientras en un barco en la superficie un grupo de investigadores se encargaba de analizar lo descubierto. Que cómo fue la grieta abierta por el choque, por qué se partió el barco, que si el dueño se salvó de primero, que hasta qué hora tocó la orquesta, que cuánto duró el hundimiento…

A la legua se notó que la intención del programa era hacerle publicidad a la película y aunque costó una fortuna, sin duda la jugada comercial fue un éxito porque la mayoría de los televidentes quedaron antojados de conocer las respuestas. En cambio opino que para qué carajo sirve conocer esos datos, un barco que se hundió hace más de cien años. Que inviertan lo que sea para prevenir desastres con los cruceros actuales y evitar que se repita lo sucedido con el Costa Concordia, que no pasó a mayores porque fue en la costa y cerca de un pueblo, porque de haber sido en alta mar…

Hace unos años realizaron en Europa un experimento con el que lograron reproducir, por medio de un acelerador de partículas, la explosión del Big Bang, la misma que dio origen a nuestro planeta. Esa vaina sucedió hace mil quinientos millones de años y entonces me pregunto qué pasa si nos quedamos sin saber cómo sucedió; aparte de ahorrarnos un dineral, no veo qué puede cambiar. Cómo servirían esos miles de millones de euros para darle saneamiento básico a la gente más pobre, vivienda, salud, educación, comida…

Ahora les dio por mandar una sonda a Saturno para conocer detalles de ese planeta, si hay agua o atmósfera. Suponga que el descubrimiento es positivo, qué nos ganamos si eso queda en los infiernos; nadie se le medirá a viajar hasta allá, durante varios años, para toparse con un peladero inhabitable.  

En este mundo arrevesado el dinero está muy mal repartido. Es natural que haya ricos y pobres, pero las diferencias no pueden ser tan desproporcionadas. Que unos pocos atesoren fortunas mientras la mayoría sobrevive a los trancazos, es inaceptable. Ojalá no suceda, pero de llegarse a sublevar el pueblo, a los ‘cacaos’, mafiosos y nuevos ricos no les quedará sino pegar para Saturno.

Frivolidades.

A diario me pregunto si soy raro, no tengo sentimientos o se me apagó el piloto, porque cada vez me importan menos las cosas que suceden a mí alrededor; excepto familiares y amigos, el resto me trae sin cuidado. Claro que prefiero mantenerme informado para poder meter la cucharada, pero de ahí a preocuparme o perder el apetito por un hecho específico, no hay cinco de riesgos. En cambio me asombra ver cómo en nuestro hemisferio dedican el mejor espacio de los informativos para resaltar el éxito de un deportista o lamentar la muerte de un artista, mientras apenas mencionan la explosión de un carro bomba que deja doscientos muertos en un país del medio oriente.

Me dio golpe oír a dos periodistas como Julio Sánchez y Alberto Casas a punto de derramar lágrimas por la muerte de Juan Gabriel; hicieron pucheros, se dieron golpes de pecho y debieron combatir el nudo en la garganta, mientras dedicaron toda una mañana del noticiero para lamentar esa pérdida invaluable, según ellos. Entonces proceden a llamar a otros artistas para que expresen su dolor y empieza la repetición de la repetidera; resulta que todos eran amigos íntimos del personaje. Y muelen música del aludido, canciones de cinco minutos, mientras uno esperanzado hace fuerza para que cambien de tema.

Una de las corresponsales de La W Radio dijo con voz entrecortada que ahora qué vamos a hacer sin la música de Juan Gabriel, cómo vamos a disfrutar las fiestas sin sus canciones, a quién le provocará tomarse un trago sin su compañía. Qué tal esta, como si ella bebiera siempre acompañada del personaje; que busque videos en la red que ahí están todos. Como si al morir un artista todas sus grabaciones se borraran de golpe. Que vieja tan pendeja.

Aunque no soy amigo de ese tipo de música reconozco que sus canciones son agradables y pegajosas, pero el enterarme de su muerte ni siquiera me produjo un parpadeo; imagino que la misma reacción que habría tenido él si el muerto fuera yo. Debido a que no existe posibilidad de que yo espere dos horas al teléfono para expresar mi opinión, debo aguantarme la gana de decirle todas esas cosas a Julito: que el tipo me parece maluco, repelente y detesto sus zalamerías. Respeto que a Julio le guste, pero debería ser más moderado con el tiempo dedicado a lamentar su muerte para satisfacer a todos los oyentes.

En nuestra cultura deberíamos enfrentar desde pequeños el tema de la muerte; que desde kínder los niños se familiaricen con ella, para no crecer con ese terror que le produce casi a la totalidad de la gente. Aceptar que todo lo que nace tiene que morir, sin saber cómo ni cuándo, a ver si los niños sufren menos al pensar que sus padres pueden morir en cualquier momento; peor aún los hijos que procreamos nosotros, que por hacerles la vida más fácil los criamos dependientes e inseguros. Por hacer bonito hicimos feo.

La gente se lamenta porque murió un viejo cacreco que dizque estaba como un lulo, a lo que respondo que yo en cambio me alegro mucho, porque se evitó todos esos achaques que agobian al ser humano durante la vejez. Nada más ingrato que enfrentar el deterioro del organismo mientras la mente permanece lúcida, porque los que ya están chuchumecos ni cuenta se dan. Por eso es tan cierto eso que si uno se despierta después de las 50 años y no le duele nada, ¡es porque se murió! Y qué tal esta joya: Morir es como quedarse dormido, pero sin despertarse a orinar.

Piques nocturnos.

Son muy comunes las personas a las que les gusta asentarle la chancleta al carro, el mismo que consienten como si fuera su más precioso tesoro. Desde el día que lo sacan del concesionario le dedican toda la atención, lo soban a diario con un dulce abrigo hasta dejarlo reluciente, no permiten que nadie se monte con los zapatos entierrados y mucho menos que fumen en su interior. Cuando esporádicamente se meten a un hueco y el ‘pichirilo’ se golpea por debajo, les duele como si fuera en carne propia. Y después de cinco años de comprado pretenden que siga en el estado del primer día de uso.

En la juventud es innato el gusto por la velocidad y ante la falta de escenarios para practicarla, la muchachada busca sectores de la ciudad donde puedan competir en carreras improvisadas, siempre al abrigo de la oscuridad. El primer sitio que recuerdo de esos encuentros nocturnos fue en los alrededores del estadio Palogrande; todo el complejo deportivo, el estadio, la piscina olímpica (que nunca funcionó y quedaba donde hoy es el coliseo menor), las canchas de la liga de tenis, el coliseo mayor y el Tenis club, tenían como cerramiento un muro de ladrillo.

Las carreras consistían en darle varias vueltas a esa gran manzana y los espectadores buscábamos acomodo seguro para evitar que algún piloto primíparo se saliera de la vía y nos atropellara. Esas reuniones nocturnas eran ideales para coquetear con las amigas mientras disfrutábamos del espectáculo, el cual era protagonizado por jóvenes menores de edad y algunos padres de familia que a pesar de su edad no se aguantaban las ganas de competir; don Guillermo Isaza y su hijo Pepe, en la pulga Volkswagen, eran infaltables.

En vista de que ese sector era muy habitado los reclamos de los vecinos no se hacían esperar y por ello las autoridades de presentaban con regularidad a poner orden. Entonces la convocatoria clandestina encontró otro escenario en el sector que hoy ocupa el barrio Bajo Palermo; desde una cuadra antes de la iglesia de Palermo, por la Paralela que todavía no era avenida, arrancaban los bólidos a recorrer la incipiente urbanización en la que aún no había viviendas construidas. La pista tenía la dificultad de carecer de peraltes en las curvas y por ello era común que los carros se golpearan contra los sardineles, lo que le dio el nombre al lugar del Autódromo ‘Rin torcido’.

De niños mi papá era aficionado a jugar golf en el Club campestre, que funcionaba donde ahora es el Bosque popular. La condición de mi madre para dejarlo ir era que se llevara siquiera cuatro muchachitos, por lo que pasábamos allá todo el día jugando con los hijos de los compañeros del golf. Cuando los cuchos terminaban en el campo se acomodaban en el bar del club a tomar aguardiente y jugar ‘cacho’, mientras echaban cuentos y apostaban los vales que habían firmado durante el día.

En cierto momento suspendían el juego y salíamos a las carreras para el parqueadero, porque se volvió costumbre que el regreso era apostando carreras. Con regularidad jugaba con ellos Eduardo Gómez Arrubla, quien siempre tenía el carro más cachaco del pueblo, por lo que todos los mocosos buscábamos cupo en la lancha de turno. Nunca nos pasó nada, por fortuna, y debo recordar que en esa época era culturalmente aceptado que la gente manejara mientras tomaba trago. Pocos años después el programa con mis amigos era que alguno se volara en el carro de la casa, para irnos a hacer irresponsabilidades por toda la ciudad. Cómo cambian las costumbres…