miércoles, agosto 31, 2005

Respuestas Oportunas

Siempre he pensado que no existe un arma más eficaz para calmar los ánimos, romper el hielo o sobreponerse a una situación embarazosa, que una respuesta genial y oportuna. El buen humor desarma a cualquiera y son pocos los que después de recibir una respuesta de estas no bajan la guardia y cambian de actitud. Sin embargo no todas las personas tienen esa cualidad, de decir la palabra correcta en el momento oportuno, y muchas veces resultan agresivos o cínicos. En todo caso no cabe duda de que un chispazo genial ayuda a sortear una situación difícil. Recuerdo algunas respuestas que me han parecido magistrales.

A diferencia de ahora, cuando la profesión de médico es mal remunerada, a los galenos les controlan el horario y son explotados por empresas prestadoras de salud que se metieron de intermediarias entre el médico y el paciente, los doctores de antes eran los chachos de la comunidad y repartían su tiempo como mejor les pareciera. Los especialistas eran escasos, la competencia mínima y para todos había trabajo. La mayoría de profesionales daban clase en la universidad, atendían su horario de trabajo en el hospital o en alguna clínica, tenían consultorio particular, prestaban sus servicios a las empresas y además terminaban la tarde haciendo visitas a domicilio. Claro que muchos de ellos llegaban a la casa como una “mica”, porque en todas partes les ofrecían un trago y al final del recorrido ya no sabían de quién eran vecinos.

Me cuenta el doctor Raúl Vallejo, gerente “vitalicio” del CAA de San Rafael, que su padre, quien se llamaba de igual forma, trabajaba 26 horas al día. En vista de que casi todas las labores las desarrollaban en el Hospital Universitario de Caldas, ya que entonces no existía esa proliferación de clínicas que hay ahora, los médicos cumplían con varios horarios al mismo tiempo porque en cada piso había una dependencia diferente. En uno estaba el Seguro Social, en otro los pacientes de caridad, en el siguiente la Caja de Previsión y en el quinto piso las habitaciones particulares. De manera que el doctor Vallejo trabajaba 8 horas para la Universidad de Caldas, 8 para la Beneficencia, 8 para el Seguro Social y dos horas para una empresa privada; además, tenía consultorio particular y llegaba a la casa temprano a revisar tareas y poner orden.

Hasta que cierta vez un organismo de control del estado empezó a investigar el horario de los médicos y todos ellos fueron visitados, y cuando llegaron al consultorio del doctor Manuel Venegas, eminente galeno recordado con cariño por los manizaleños, le presentaron documentos y pruebas que demostraban que él laboraba 25 horas al día. El funcionario de turno, muy envalentonado, le pidió que explicara cómo podía darse esa situación, y el doctor Venegas le respondió con ese acento bogotano que lo caracterizaba, y después de estudiar con detenimiento los papeles que le presentaron:
-Ala, te digo la verdad, me levanto una horita más temprano.

Compartir una velada con mi tío Eduardo Arango es una verdadera delicia, porque es magnífico conversador, tiene un humor maravilloso y es un mamagallista consumado. Claro que tiene la particularidad que no le gusta perder ni media. Alguna vez disfrutábamos de su compañía en la finca de su propiedad y mientras charlábamos al calor de unos tragos, se tocó el tema del gabinete que estaba conformando en ese momento un nuevo gobierno. Entonces todos estuvimos de acuerdo, menos don Eduardo, en que los ministros deben ser especialistas en el cargo que van a ejercer; médico el de salud, economista el de hacienda, ingeniero el de obras, etc. Sin embargo el tío, seguramente basado en que él ni siquiera terminó bachillerato y sin embargo ha sido un hombre de reconocida trayectoria, seguía en sus trece de que todos estábamos equivocados. El caso es que ante lo apabullante de las razones que le dimos acerca de que los tiempos han cambiado y ahora la tecnología se impone, el hombre comentó entre dientes:
-¡Hum!, de manera que estos son de los que creen que el cementerio lo debe administrar un muerto.

Y para rematar, esta perla de mi primo Pablo Ocampo. El hombre ha sido muy parrandero y un jueves llegó a la casa a las 6 de la mañana. La mujer se puso como una tatacoa y le dijo hasta misa, y le advirtió que en adelante dejaría la puerta con tranca para no dejarlo entrar. Él mostró arrepentimiento y juró que no se repetiría, pero esa noche se presentó un programa especial, y aunque pensaba demorarse poco, llegó a timbrar a la casa cuando despuntaba el día. Entonces la señora se arrimó a la puerta y le dijo sinvergüenza, que si no le daba pena con los niños, que respetara, y que de una vez le recordaba que no le iba a abrir. Pablo con voz de angustia le dijo que por favor lo dejara entrar porque estaba herido, a lo que ella accedió de inmediato y el muérgano se escabullo hacia su cuarto a acostarse. La señora lo miraba por todas partes y cuando le preguntó que dónde estaba herido, que ella no veía la sangre, el hombre le respondió:
-No mamita, estoy muy herido con lo que usted me dijo ayer.

jueves, agosto 11, 2005

Adios a las Armas

Así tituló el escritor norteamericano Ernest Hemingway una de sus más reconocidas novelas, basada en su experiencia como voluntario para manejar ambulancias en la guerra que sostuvieron italianos y austriacos en la región del Piamonte. El joven aventurero resultó herido por una bala de fusil, y seguramente durante la convalecencia encontró la inspiración para desarrollar el relato.

El mismo título puede llevar una campaña a nivel mundial para que, así suene a utopía, le digamos no más a todo tipo de armas. Desde una navaja o una cachiporra, hasta un submarino nuclear. Parece inaudito que desde su aparición en este planeta el ser humano haya buscado la forma de construir armas de cualquier tipo, aunque en un principio lo hicieron para cazar y defenderse de las fieras. El problema empezó cuando dos fulanos se cogieron ojeriza y descubrieron que los garrotes y las lanzas también servían para deshacerse de un enemigo.

No existe período de la historia que no esté plagado de guerras. Los imperios basaron su poderío en los ejércitos que manejaban; los romanos con sus legiones, los mongoles con las hordas de jinetes, los ingleses y su poderosa flota naval, los alemanes con toda una maquinaria de guerra y ahora los gringos, que no saben qué más inventar para acabar hasta con el tendido de la perra. Parece increíble que un artista como Leonardo da Vinci no pudiera convencer a los príncipes y mecenas a través de su arte, sino con bocetos de poderosas armas de guerra que los haría más fuertes y poderosos que sus vecinos. En busca de eliminar otros seres humanos fue que algún día inventaron el arco de flechas, la ballesta, la espada, la catapulta, el arcabuz, el mosquete, el cañón, el gas mostaza, el fusil, la bayoneta, el lanza llamas, el mortero, los aviones y barcos de guerra, los tanques, el helicóptero artillado, la navaja automática y el revólver, entre otros miles de armas mortíferas.

Ahora cualquier mocoso consigue un fierro y después de que se carga al primer parroquiano, por encargo, por robarle el carro o porque le sacó la lengua, el asunto se vuelve para él lo más intrascendente y ahí es cuando la vida de los ciudadanos del común no queda valiendo un rábano. El destino lo lleva a usted a enfrentar a un bandido de estos y en un segundo, lo que demora en accionar el gatillo, es suficiente para que lo mande a la otra vida; un ser humano con ilusiones, con familia, con el futuro por delante, y en un abrir y cerrar de ojos quedó frito, despachado con un pedazo de plomo de unos pocos gramos entre la cabeza.

En un documental dirigido por el cineasta norteamericano Michael Moore sobre una matanza de estudiantes en una escuela secundaria, perpetrada por dos jóvenes alumnos, demuestra el gusto de los gringos por las armas de fuego y los graves efectos que esto ha traído a esa sociedad. La organización “Amigos del rifle”, liderada por el actor Charlton Heston, defiende la tenencia de armas y el derecho a defenderse por su propia mano. Por ello a diario se presentan casos como el referido, o el de niños que por accidente matan a sus hermanitos o compañeros porque tienen a mano dichos artefactos. Y como allá usted llega a una tienda y con solo llenar un formato y mostrar la identificación puede adquirir un fusil de asalto, una pistola, un revólver de grueso calibre, una ametralladora o cualquier tipo de arma, la proliferación de estos mortales elementos es aterradora.

Pero el problema con los gringos no es por la cantidad de armas, sino porque se han vuelto paranoicos e intolerantes. La prueba la presenta el señor Moore en el programa al comparar con sus vecinos canadienses, donde existen mayor cantidad de armas debido a su gusto por la cacería, y las cifras de asesinatos son ínfimas. Ese año en los Estados Unidos hubo más de once mil asesinatos mientras en Canadá no llegaban a cien. En ese país indagó con el comisario de una ciudad del tamaño de Manizales cuántas muertes violentas hubo en el último año, y el tipo se puso a echar cabeza porque no recordaba cuántos años hacía que no ocurría un hecho de esta naturaleza. Parece mentiras que en nuestra ciudad maten dos o tres personas al día, en Caldas fueron 35 los asesinatos en un mes, en Cartago “quebraron” ocho en una semana, y en Colombia… ya ni llevamos la cuenta. Pero en Tokio, una metrópoli de 30 millones de habitantes, a junio de este año había ocurrido un solo asesinato. ¿Cómo puede ser posible?

Vuelvo con lo que pasa en Estados Unidos. Hace poco una pareja de amigos estuvieron de vacaciones en el estado de Carolina, y mandaron los niños a un campo de verano. Entonces me puse a conversar con los chinos para que me contaran qué tal es esa vaina, y el mayor, de doce años, me hizo un recuento de todas las actividades que desarrollaron en su estadía. Claro que fue enfático en que lo que más le gustó fue el polígono, y que de los tres tipos de armas que le enseñaron a disparar, su preferida fue la pistola de 9 milímetros. ¿Habrá derecho a que los gringos sean tan brutos?

miércoles, agosto 03, 2005

Qué Nombrecito

Todavía no me explico a quién se le ocurrió bautizar los padecimientos graves con el terrorífico nombre de enfermedades catastróficas. Esa vaina le tumba el carriel al más optimista. Pudieron llamarlas tipo A, de alto costo, de trato especial o simplemente graves, pero le zamparon el catastrófico como para dejar al paciente bien preocupado. Y lo triste es que las llaman así por el alto costo que representan los tratamientos que requieren, porque es una catástrofe para ellos un paciente con SIDA, cáncer o insuficiencia renal.

Por fortuna en este país la justicia defiende los pacientes y en la mayoría de casos las tutelas son falladas a su favor, lo que obliga a las entidades de salud a prestarle el servicio necesario. La gente se aterra que en Colombia necesitemos acudir al juez para recibir atención médica, pero desconocen que existe un POS (Plan obligatorio de salud) que en muchos casos no cubre los medicamentos indicados para ciertos tipos de tratamiento. Entonces al recibir el fallo de tutela, el gobierno, por medio del FOSYGA, debe reconocer a la entidad la diferencia del costo entre el medicamento que ofrece el POS y el que requiere el paciente. Así se curan en salud y es el estado el que corre con ese gasto extra, porque de lo contrario ya habrían quebrado todas las EPS.

Catastróficamente hablando yo padezco una enfermedad catastrófica. Hace un año mi primo Rafael Arango vino a decirme que el resultado de una biopsia que me hizo en la mejilla izquierda, resultó ser un melanoma. Como es común, siempre le tuve terror a la palabra cáncer y pensaba que a quien se lo diagnosticaran, de cualquier tipo, estaba despachado. Sin embargo, con el tratamiento recibido y el manejo de la enfermedad por parte de los médicos y demás personas comprometidas, uno aprende a convivir con el problema y a tornarse optimista y positivo. Claro que sin meterse mentiras ni desconocer la gravedad del asunto.

A usted le dicen que tiene cáncer y los primeros meses no piensa en otra cosa. Cuando se despierta es lo primero que recuerda y el resto del día se la pasa echándole cabeza a la cuestión e imaginándose lo peor. Por fortuna uno se acostumbra a todo y con el paso del tiempo se familiariza con la situación.

Por tratarse de un tumor maligno hay que actuar rápido y en el CAA de San Rafael mi amigo Raúl Vallejo me colaboró para gestionar una cantidad de exámenes que ordenaron. A los pocos días estaba en el quirófano, pero me sentía como en casa porque el anestesiólogo era mi primo Juan Bernardo Mejía, un tipo maravilloso, y la cirujana la doctora Cristina Ángel, a quien también considero como de mi familia y además tiene unas manos prodigiosas. Esta es la hora en que ya casi no se nota el machetazo que me tuvo que hacer en la mejilla.

Pero faltaba lo peor, porque a los dos meses apreció un ganglio inflamado en el cuello. Otro primo, Luis Alfonso Mejía, patólogo, me sacó una muestra con una jeringa y apareció un líquido como aceite quemado. Metástasis y el procedimiento a seguir fue vaciamiento del cuello al lado izquierdo. Otra vez para la Clínica de Villa Pilar y esta vez fue el doctor Andrés Chala, un as del bisturí, acompañado de nuevo por Juan B. Esa noche la pasé en cuidados intensivos, más trabado que un bulto de cachos a punta de morfina, y cuando desperté pensé que me habían arrancado la cabeza y me la habían vuelto a pegar. Con el cuello de la camisa la vaina no se nota pero es como si un tiburón me hubiera zampado un tarascazo en el pescuezo, porque para curarse en salud me sacaron hasta el apellido.

Luego vino la radioterapia en el Instituto Oncológico, ION, donde encuentra uno la gente más querida del mundo. Desde la gerente hasta la señora que reparte los tintos son de una amabilidad que le suben el ánimo a cualquiera; claro que la radiación mina el organismo y termina uno como Superman cuando le mostraban la criptonita. Ahora estoy en quimioterapia, con un medicamento más caro que el diablo; ni vendiendo hasta los calzoncillos hubiera tenido para pagar ese tratamiento. Y todo lo referido por cuenta del Seguro Social, o Rita Arango como se llama ahora, por lo que no me canso de agradecer a Dios haber estado afiliado a esa entidad. Además, porque todos sus funcionarios se han manejado como unos príncipes conmigo.

En estas encrucijadas de la vida es cuando se da uno cuenta de la clase de familia y de amigos que tiene, y eso reconforta. Muchos de ellos, para subirme el ánimo, hablan de un pariente o amigo que pasó por el mismo tratamiento, tuvo idéntica reacción pero al final le fue muy bien. Claro que al preguntar que cómo está el fulano, casi siempre dicen que ya viajó.

Sigo muy confiado en mi médico de ION, el doctor Juan Paulo Cardona, pero me tiene un poquito orejón que el hombre además de ser radio oncólogo, es especializado en tanatología (estudio de la muerte). De manera que debo estar pilas por si deja de tratarme con la primera especialización y pasa a la segunda, porque eso quiere decir que uno ya estoy oliendo maluco.

PRIMERO LO PRIMERO

Seguramente van a decir que soy muy ignorante y cachicerrado, pero no hay poder humano que me convenza de la utilidad que generan las investigaciones que hace el hombre en el espacio exterior. Mejor dicho, acepto que los resultados pueden ser beneficiosos para el futuro del hombre en la tierra y que es importante buscar nuevas fronteras para las generaciones venideras, pero lo que me parece absurdo es que mientras en este mundo exista tanta hambre, tanta necesidad y semejante desigualdad, se gasten esas millonadas en pendejadas que por ahora de nada nos sirven.

No encuentro razón para que inviertan 350 millones de dólares en un proyecto que consiste en abrirle un huraco a un cometa que vaga tranquilo por el universo, para tomar fotos del totazo y seguramente interesados en ver si en el interior de esa piedra hay petróleo, oro, diamantes o cualquier otra riqueza que pueda hacer a los colosos del norte todavía más poderosos. Toda esa plata que gastaron en semejante ociosidad es poca si la comparamos con el presupuesto destinado a los lanzamientos de los transbordadores, donde unos astronautas se dedican a investigar cómo se reproducen los ratones en un medio sin gravedad, cuánto se demora una semilla de maíz para germinar, y tomarle fotos a los huracanes y demás fenómenos climatológicos que suceden en nuestra atmósfera, lo cual se ve patentico desde allá. Repito que soy lego en la materia y esos piscos deben hacer unos experimentos muy importantes, pero de todas maneras me parece que lo primero es lo primero.

Antes de buscar por fuera, por qué no solucionar los innumerables problemas que enfrentamos en este sufrido planeta. De todos es bien sabido que la caridad empieza por casa y la pobreza en que viven miles de millones de seres humanos es aterradora. Sin irnos muy lejos, hace poco me enteré de una estadística que asegura que en nuestro país ocho de cada diez personas se acuestan con el estómago vacío. Eso quiere decir que cualquier día, mientras en compañía de mi mujer nos disponemos a comer, existen ocho compatriotas que están pasando física hambre. Así pierde el apetito cualquiera.

Pero cómo estarán de vaciados en los países del continente negro, que los ojos del mundo están puestos en la pobreza extrema que se vive por allá. Al menos los artistas se preocupan por la miseria de los demás, y es así como un grupo de músicos famosos organizó un concierto para buscar que los países más ricos le perdonen la deuda externa a algunas naciones africanas. Pero se pueden ir bajando de la nube, porque esos ricachones no dan puntada sin dedal. Ellos pensarán que si les aplican lo de borrón y cuenta nueva, se impone la cultura del no pago y ahí sí se les pone el dulce a mordiscos. Además, los demás países del tercer mundo vamos a mover cielo y tierra a ver si también nos meten en semejante beneficio.

Cómo es posible que en este mundo exista tanta desigualdad. Por qué los seres humanos permitimos que haya personas que derrochan dinero sin medida, mientras la mayoría no tiene siquiera para comprar un pan. Cuándo vamos a reaccionar ante las cifras que hablan de los millones de infantes que mueren cada año por falta de oportunidades, de medicinas, de comida. Qué ley natural permite que mientras algunos niños tienen derecho a disfrutar de una infancia feliz con todas las comodidades y facilidades, la gran mayoría deba trabajar desde sus primeros años para llevar ayuda económica a sus hogares; siempre que tocan el tema de los menores trabajadores en la televisión, muestran a unos muchachitos de diez o doce años que laboran en unas minas de carbón, aquí en nuestro país, y que se arrastran por unos socavones mientras jalan unos carros llenos de material, como si fueran animales de tiro. Eso parece el infierno de Dante.

Da tristeza ver cómo en los países desarrollados gastan inmensas fortunas en obras de infraestructura y a los pocos años les meten dinamita para levantar unas más modernas. Y la competencia por cuál construye el puente más largo, el edificio más alto o el estadio con mejores condiciones técnicas y de seguridad. Siempre que escucho el costo de cualquiera de esas mega construcciones no puedo dejar de calcular cuántas viviendas se podrían construir con tanto billete; o cuántos platos de comida se comprarían para que la gente al menos calme el hambre; y cuántos hospitales se lograrían abrir para que ningún ser humano muera por falta de recursos.

El derroche de la guerra sí que es absurdo. Soy vecino del batallón y casi todos los días hacen polígono desde muy temprano hasta la noche, y puedo asegurar que disparan un tiro por segundo. Calculen el costo de esa munición. Y aclaro que se trata solo de un entrenamiento, porque ni hablar del presupuesto necesario para sostener un ejército. Del otro lado los grupos insurgentes gastan miles de millones (mal habidos, por supuesto) en asolar los pueblos de los indígenas y de los campesinos pobres con bombardeos indiscriminados. Si invirtieran esa plata en llevarles mercados, medicinas y obras que les mejoren la calidad de vida, con seguridad ya se habrían tomado el poder; por eso nunca he podido entender la forma de proceder de nuestros revolucionarios.