lunes, diciembre 21, 2015

Todo produce cáncer.

Nada más cierto que la sentencia que asegura que todo lo bueno hace daño, está prohibido o es pecado. Puede tratarse de algo sano o inocente y sin embargo algún pero le encuentran, situación que mortifica a quienes creen en todo lo que oyen, esos que no tienen poder de discernimiento ni de analizar la información que reciben. Gentes sin carácter, maleables y cuya personalidad parece una veleta.

Nunca he parado bolas a esos estudios que publican a diario sobre alimentos, productos o situaciones, como montar en bicicleta, cuyo consumo puede causarnos cáncer u otro tipo de enfermedad grave. Son tantos los tabúes, creencias, recomendaciones y demás vainas que prohíben, que solo falta que digan que respirar puede ser nocivo para la salud. Un día publican que la sal, otro que el material de ciertos juguetes, después salen con que los alimentos quemados o preparados en la parrilla, o que la pintura utilizada en las cunas para bebés son altamente cancerígenos.

Hay quienes se vuelven paranoicos con semejante avalancha de información y para evitar contraer un mal cualquiera, empiezan a coger mañas y resabios que les convierten la vida en un infierno. La alimentación se vuelve un asunto complicado, empiezan por volverse vegetarianos y de ahí siguen a veganos, que es cuando deciden ingerir solo productos vegetales; además de las carnes de todo tipo, quedan prohibidos también los huevos y los derivados lácteos. Lo que no saben muchos por aquí es que algunas legumbres y hortalizas que conforman su dieta diaria son regadas con agua del río Bogotá, la mayor cloaca del país.

Sabrán sociólogos y demás conocedores a qué hora fue que se fregó este planeta, porque durante mi niñez, pubertad y adolescencia nunca oímos hablar de todas esas pendejadas que se inventan hoy en día. Para alimentarnos no había misterios o prohibiciones y ni siquiera oímos mencionar palabras como triglicéridos, colon irritable, cirujano maxilar, lactosa, fonoaudióloga, colesterol, diálisis o cualquiera de los tantos términos que nos apabullan ahora.

Del cáncer supimos ya creciditos, por cierto con muy poca frecuencia, porque pocos se morían de ese mal; o no nos enterábamos y tampoco existía la tecnología para diagnosticarlo. En todo caso nuestra crianza fue al sol y al agua y no recuerdo que nos hubieran embadurnado con bloqueador solar, repelente de insectos o cualquier otro producto por el estilo. Y aunque ya viejo el temido mal me pasó factura, supongo que fue porque me tocó en suerte, pues a ninguno de mis compañeros de andanzas de entonces –hermanos, primos, vecinos, etc.- les sucedió igual.

Lo cierto es que a la industria que le toque en turno el señalamiento que su producto presenta riesgo de ocasionar cáncer, enfrenta un reto difícil porque la información se riega como pólvora y en el mundo entero son muchas las personas que dejan de consumirlo. La mera sospecha los invita a evitarlo, así sea por un tiempo, lapso suficiente para causar estragos entre quienes dependen de esa actividad económica.

Además las noticias sensacionalistas resaltan el peligro, pero poco dicen acerca de que el consumo es dañino cuando es en exceso; como lo sucedido con las carnes rojas y embutidos, que mientras se ingieran de manera controlada y esporádica, los consumidores corren el mismo riesgo que el de los vegetarianos de sufrir la enfermedad. Hasta el deporte es perjudicial practicarlo en exceso. Por ello es recomendable consumir una dieta sana y balanceada, y que cuando se antoje de un chorizo o una chuleta, pueda comerlo sin miedos ni remordimientos. Porque sin duda es mejor morirse de cualquier cosa, menos de ganas.

Clavo caliente.

Defiendo como gato patas arriba el proceso de paz adelantado en La Habana, porque es la oportunidad más clara que he conocido de alcanzar un acuerdo que nos lleve algún día a disfrutar un país donde pueda vivirse en paz y armonía. Estoy seguro de que no me tocará ver los resultados, porque son muchos los entuertos por enderezar, pero que al menos las noticias sean de cosas positivas y no de tanta muerte y destrucción.

Mis primeros recuerdos se remontan al barrio Estrella donde viví hasta los siete años y esa primera infancia fue en la calle donde jugaba con mis hermanos y vecinos; ningún peligro nos acechaba, no había violadores ni conocíamos la palabra secuestro, tampoco robaban muchachitos y ni siquiera los carros nos pisaban. Nada, todo era tranquilidad. En el único canal de televisión que disfrutábamos, en blanco y negro, nuestros ídolos combatían a los bandidos con un látigo, como Hopalong Cassidy; Bat Masterson recurría a un pequeño bastón y muy de vez en cuando a una pistolita señorera que cargaba en el tobillo; y el Llanero Solitario desarmaba a los enemigos con una de sus balas de plata que impactaba precisa en el revólver del contrincante.

La muerte y la sangre no existían en nuestro entendimiento hasta un día, al caer la tarde, cuando se regó por el barrio la noticia que habían matado a un señor al frente de La Alaska. Sin entender de qué se trataba el asunto corrimos hacía allá, donde encontramos un tumulto que por fortuna nos impidió observar lo sucedido: un apache asesinó a don Floro Yépez cuando se bajó del carro para abrir el garaje de su casa; al menos eso fue lo que dijeron. Esa noche nuestros padres se vieron a gatas para explicarnos que eso podía suceder, que una persona le quitara la vida a otra.

Un año después llegamos al barrio La Camelia, incipiente y aislado, donde visitábamos a diario la tienda Milán de don Manuel López,  frente a la entrada del Batallón por la avenida Santander, para hacer mandados y comprar mecato. Muchas veces vimos cómo chorreaban coágulos de sangre por detrás de las volquetas que venían cargadas de cadáveres, caídos en los enfrentamientos del ejército con los pájaros de la violencia política, durante la fuerte arremetida del gobierno conservador de Guillermo León Valencia. Mi papá mantenía escondido un libro sobre el tema que contenía fotos aterradoras, y no era sino que nos dejaran solos para extasiarnos al mirar las dantescas escenas una y mil veces. Ahí perdimos la inocencia.

Vivimos pubertad y adolescencia en la calle; maldadosos, inquietos, dañinos y nunca nadie siquiera nos amenazó. Empezamos a tomar traguito y el programa era en el centro abejorriando coperas en los cafés, hasta el amanecer, cuando salíamos rascados para la casa mientras cantábamos y hacíamos bulla, sin que el concepto atracador o peligro cruzaran por nuestras mentes.

Y entonces empezó a joderse este país y además de las guerrillas tradicionales apareció el M-19 y el holocausto del Palacio de Justicia; y Pablo Escobar con la maldición del narcotráfico; paramilitares, retenes guerrilleros, bandas criminales, los diferentes carteles, el ácido a las mujeres, los niños violados y todo este terror que nos asfixia y estremece. Y la corrupción, que se encargó de hacernos perder la confianza en las personas y en las instituciones. Por eso me aferro a ese clavo caliente que representa la esperanza de lograr negociar con las FARC, porque por algo se empieza. No encuentro una opción diferente al proceso de paz que seguir dándonos plomo, y yo, más guerra, no quiero.

Ahogados en basura.

Podrá sonar egoísta pero me alegra saber que no tendré que presenciar la hecatombe ecológica que vivirá el planeta cuando se rebose la copa. Fallamos en muchos aspectos referentes al cuidado del medio ambiente y por ello seremos odiados por quienes habiten este peladero en un futuro próximo, los mismos que se preguntarán cómo es que por desidia y ambición permitimos la destrucción de algo tan maravilloso como la naturaleza.

En YouTube pueden verse videos referentes al tema de las basuras, los cuales dejan al descubierto una realidad que los humanos nos empecinamos en desconocer. Cifras asombrosas como que Estados Unidos produce al año cinco veces más toneladas de basura que la India, país este que multiplica por cuatro el número de habitantes del imperio americano. Y aunque la que tiene fama de sucia es la nación asiática, los gringos generan tal cantidad de desechos por su poder adquisitivo, además de un consumismo desbocado.

Con la tecnología apareció la basura electrónica, la cual se caracteriza por ser muy contaminante. Entonces aprovechan los poderosos para mostrarse generosos al donarles a las naciones del tercer mundo los dispositivos electrónicos que ya no usan, pero con la trampa que además de unos pocos cacharros obsoletos, que todavía pueden tener alguna utilidad, envían montañas de carcazas y mecanismos que ya no sirven sino para tirarlos a la basura. Y toda esa chatarra electrónica está inundada de baterías, elementos de difícil manejo por su toxicidad altamente contaminante.

Durante mi niñez nuestra piscina natural fue el río Chinchiná, que pasaba por la finca familiar cerca a la vereda El Rosario. Allí disfrutábamos del baño hasta que con la corriente empezaban a bajar cáscaras de huevo, zapatos viejos, restos de comida, plásticos y demás porquerías, por lo que debíamos salir a las carreras para evitar el contacto. Resulta que en el pueblo recogían la basura en volquetas, las mismas que desocupaban su carga en el río; lo mismo sucedía en todas las poblaciones. En Manizales la echaban a la quebrada Olivares.

Toda esa contaminación envenenaba los causes e iba a parar al mar, donde productos como el plástico perduran por décadas debido a su dificultad para biodegradarse. Con el paso de los años se han formado islas de basura en lugares donde confluyen las corrientes marinas, lo que impide que los elementos flotantes se dispersen; la más extensa está localizada entre la costa occidental de Norteamérica y el archipiélago de Hawái, y es del tamaño de Texas. El daño ecológico que estos desechos le han hecho a los océanos no tiene nombre.

Por más que se insista, la humanidad no quiere comprometerse con el problema. Cómo es posible que en los supermercados utilicen esa cantidad de bolsas plásticas para empacar las compras de los clientes, basura que se suma a los empaques vistosos y exagerados de muchos productos; además de contaminantes. Los jóvenes empacadores meten cada producto en una bolsa, luego varios en otra bolsa más grande, por seguridad usan otra de refuerzo y así el cliente lleva a su casa varias docenas de chuspas.

Las campañas de reciclaje en los hogares no han calado lo suficiente y todavía hay personas que tiran la basura a la calle. Manizales se ha caracterizado por ser una ciudad limpia, aseada, donde una empresa eficiente dedicada al manejo de residuos se encarga de procesarlos y por último enterrarlos en un relleno sanitario. Esa modalidad es preferible a tirarla al río, aunque no dejamos de parecernos a los gatos que entierran su porquería; también cabe decir que es como barrer y esconder la mugre debajo del tapete.

viernes, noviembre 13, 2015

Decían las mamás… (I)

José Fernando ‘El flaco’ Marín presenta en la emisora cultural Remigio Antonio Cañarte su ‘Carnet de caminante, Pereira 1950-1970’. Se trata de reminiscencias de la ciudad vecina y al referirse a la vida en familia, las costumbres y sobre todo la forma de expresarse las mamás, me da golpe la similitud con lo vivido en nuestra casa por la misma época; también las comenté con un amigo y de inmediato las recordó, y se identificó con ellas. Entonces se me ocurrió recurrir a mi hermana mayor para que entre ambos nos acordáramos de términos y expresiones.

Cuando un muchachito decía palabras feas, boquisucio que llaman, mi mamá amenazaba con meterle en la trompa cáscaras de huevo que dizque mantenía en el horno, para que aprendiera a respetar; y si rechistaba, zambo altanero, seguí así y te volteo el mascadero. Al que contestara de mala gana o de forma golpeada lo invitaba a bajarle al tonito; si alguno mostraba pereza para hacer un oficio lo tildaba de descomedido, y si lo hacía de mala gana le recomendaba ponerle fundamento.

Con regularidad nos supervisaba el baño y se aparecía con el estropajo y la piedra pómez. A quien tuviera tierra en el cuello le preguntaba si pensaba sembrar papas; luego pasaba a las orejas, los sobacos, y dele con ese estropajo; después le ordenaba que se lavara bien las partes, para seguir ella con los jarretes y terminar en los pies, donde restregaba con la piedra pómez hasta dejarlos en carne viva. Si el muchachito se quejaba por la brusquedad, ella respondía que no fuera zalamero que de eso no se había muerto nadie.

Al ver un clóset abierto comentaba: ¿Aquí dan misa ahora?; si uno preguntaba por qué, respondía que las únicas que mantienen las puertas de par en par son las iglesias. Después de cada comida revisaba la mesa y si alguno dejaba el puesto sucio, aseguraba: Ve… aquí comió un perrito. Por la noche, al despedirse uno para irse a dormir, recomendaba lavarse los dientes, hacer pipí y rezar alguna oración, nunca acostarse como un animalito. A la mujer que se sentaba con las piernas abiertas le preguntaba si iba a tener un muchachito; si por alguna causa mi papá estaba en la casa en horario laboral, ella decía tener el santísimo expuesto; a los problemas familiares los llamaba pasiones y por muy triste que estuviera, se mantenía bien arreglada porque las penas tienen su pudor.

Estar manga por hombro era algo machetero o desordenado; las cosas que no servían y estorbaban, reblujo; desgualetado a quien anduviera de camisa afuera y calzones caídos; julepe al movimiento y al agite; y enguanda para algo complicado e inoficioso. Cuando la prole estaba inaguantable se cogía la cabeza, miraba al cielo y exclamaba: ¡Ustedes me van a llevar a la tumba, tengan caridad! A una hija o parienta que estuviera mal arreglada, le soltaba: Qué es esa facha tan infame, mijita; francamente… ¡hágase algún beneficio!

Si llamaban por teléfono antes de las 8 de la mañana o después de las 9 de la noche, contestaba golpeadito y decía que esa no era hora de llamar a una casa decente. Para pedirle algo a mi papá, un libro para el colegio, unos zapatos, un permiso, le preguntábamos a ella cómo estaba la marea: Ni se le ocurra porque amaneció con el mico al hombro; ese hombre anda de muy mala vuelta y allá está pegado del periódico haciendo una trompa que da nudo; espere mijito a que amanezca enguayabado y verá que eso es como con la mano.

Decían las mamás… (II)

Produce nostalgia saber que esas expresiones que heredamos de los mayores morirán con nuestra generación, porque a la juventud actual le tocó una época muy diferente en todos los aspectos. Su léxico está enfocado a la tecnología y la modernidad, y pocos se interesan por mantener viva la tradición oral; tampoco le jalan a las actividades  culturales o a la lectura. Otra cosa es que ahora los muchachitos comparten con la mamá un ratico por la noche y los fines de semana, mientras que nosotros la teníamos de tiempo completo. Sigo pues desempolvando terminachos.

Siempre que caía un rayo mi madre se daba la bendición y exclamaba: ¡Santa Bárbara bendita! Al achapado que aparentaba juicio o inocencia le decía mosca muerta; güete o privada era estar feliz; a cualquier exceso de expresividad, zalamería, repelencia. Al poco hábil para un oficio, no le dicta; a una angustia, entripao o capilla; no decía loco sino deschavetao; un peye es algo de mal gusto, raído, inservible; para una ‘muda’ muy elegante, percha o trusó; y la ropa que se lleva puesta,  encapillao.

Si uno de los niños estaba achilado, mi madre lo llamaba: Fulanito, diga a ver qué le pasa que anda remontado hace días; y mire esa facha, parece de la violencia… péinese las greñas y métase la camisa a ver si queda más presentable. A veces llegaba de hacer mandados, rendida, se echaba en la cama y sentenciaba: Me les voy a maluquiar… vengo rechinada con ese resisterio... además, con semejante patoniada traigo los pies como unos bancos.

Durante nuestra adolescencia mi mamá se acomodó al lenguaje que acostumbrábamos y era común oírla decir que tenía la malpa, estaba friquiada o que había amanecido con la fiaca. Si le pintábamos cualquier programa llamativo, respondía: Meto; porque eso sí, novelera como ninguna. Una vez la llevé a Pereira a hacer una vuelta y al parar en la carretera a mecatiar, antes de meterle el diente a las viandas preguntó: ¿acaso no vamos a pedir gasimba?

El sufridor para amortiguar o evitar tallones; pedir de manera lastimera, lambrañar; la solterona, quedada; en vez de siesta, cocha o perrito; la muchacha díscola, grilla o brincona; algo insignificante, ñurido, piltrafa, viruña; el platudo, acomodao o pudiente; el muy pendejo, atembao, sorombático, bajito de punto; zapotiar, picotear la comida o dejar algo empezado; berrinche para una pataleta o un fuerte olor a orina; y quien se desempeña con facilidad en alguna actividad, tiene mucha cancha. Para pedir un favor, hágame una caridad; un paquete grande, joto; un mocoso repelente, culifruncido; la cuelga era el regalito de cumpleaños; y el juego brusco de los niños, patanería o rochela.

Los problemas familiares, pasiones; y emprender cualquier actividad, poner función. Cuando se desesperaba con los muchachitos se cogía la cabeza, miraba al cielo y exclamaba: Cristicos, jesusitos… ¡me les zafé! Algo muy iluminado o aparentador, parece un altar de corpus; alguien con mal semblante, traspillao; de dudosa procedencia, de medio pelo; el pedigüeño y quejica, cagalástimas; y quien se notaba bajo de ánimo, cariacontecido. Si en un velorio los familiares del muerto parecían tranquilos y sonreídos, comentaba que estaban muy buenos de tristes.     

Celosa de su estirpe, tan común en ellas, ya en edad de tenoriar nos recomendaba antes de salir: Cuidadito pues se me aparecen aquí con una pájara porque me da un infarto. Porque eso sí, cualquier mujer voluptuosa, sexy y con prendas sugestivas, la tildaba de inmediato como una negra asquerosa. Y que el remate sea el que acostumbraban nuestros mayores para cerrar cualquier discusión: ¡Porque sí, porque yo digo y punto!

Cómo es posible…

Con regularidad publican estudios realizaos por universidades de renombre internacional, en los cuales miden comportamientos y costumbres de quienes habitamos este planeta. Aunque muchas veces la información suena superficial y de poco interés, la espinita de la curiosidad nos obliga a ojear qué lugar ocupamos en la lista de los pueblos más felices, qué tan sedentarios somos, cuántos libros leemos, cuál es el consumo de carne, cómo preferimos dormir, si nos defendemos en desempeño sexual, si somos fieles e infinidad de banalidades por el estilo.

No recuerdo es que se hayan referido a qué tan permisivos somos, porque seguro estaremos entre los primeros lugares. Los colombianos nos tenemos confianza cuando se trata de criticar, renegamos por todo, vivimos escandalizados con las situaciones aberrantes que suceden a diario y nos lamentarnos de nuestros dirigentes, pero al momento de protestar nadie está dispuesto.

Tenemos claro que en cualquier rincón del planeta los poderosos son quienes ponen las reglas y se lucran de los demás, aunque en otras latitudes lo hacen con sutileza mientras que en nuestro medio actúan de frente, sin ambages ni vergüenza porque se saben frente a un rebaño de ovejas que hacen fila para que las esquilen; o las esquilmen, palabra que se acomoda mejor a nuestra realidad.

Cómo es posible, por ejemplo, que nuestra justicia opere de una manera a todas luces indebida, porque está politizada, es corrupta y manipulable, y el pueblo vea pasar ante sus marices todo tipo de irregularidades sin que nadie tenga una herramienta para impedirlo. Qué indefensión tan angustiante. Saber que en este país usted puede cometer cualquier tipo de delito y mientras pueda contratar a uno de los abogados mediáticos –Granados, Lombana, De la Espriella, Iguarán y demás personajes por el estilo-, tiene la seguridad que lo sacarán libre o como máximo recibirá una condena mínima para cumplir desde su domicilio.

Lo sucedido con el juicio por el asesinato del joven Colmenares parece un guion de telenovela y pasan los años sin que se dicte una sentencia. Mientras tanto resultan testigos falsos, liberan a unos mientras involucran a otros, las muchachitas como que sí pero que tal vez, y los abogados echan mano de todas las argucias habidas y por haber para evitar la condena de sus defendidos. Todavía más escandaloso el proceso contra Samuel Moreno, quien después de amangualarse con su hermano para llenarse los bolsillos con dineros mal habidos, contrató abogados expertos en dilaciones para evitar la realización del juicio y a ese paso está a punto de recobrar la libertad por vencimiento de términos.    

Todos los días desfilan frente a nuestros ojos unos casos que en medio de la ira producen a veces hasta risa, por absurdos y reprochables, y todos nos preguntamos cómo es posible que semejantes bandidos se salgan con la suya ante la mirada atónita de un pueblo que no reacciona, que espera en la comodidad de su casa que sean los demás quienes protesten y hagan valer sus derechos. No voy a la marcha porque se me embolata el almuerzo, parece que va a llover, se tira la siesta, es muy peligroso, voy a la próxima porque tengo como ganitas de entrar al baño…

Y llegan las elecciones y votamos por los mismos, situación que nos condena a soportar esta realidad por los siglos de los siglos. 

Analizo procederes.

Parece increíble que nuestro ADN se diferencie del de los primates por un estrecho margen y que en esa mínima diferencia contemos nosotros con el poder de raciocino. La inteligencia humana es tan maravillosa que nos permite dominar a los demás seres vivos sin importar su fiereza o condición física, lo que nos sitúa por encima de la cadena alimenticia. Lástima grande que el hombre no haya asumido con responsabilidad el cuidado del planeta, mientras los seres irracionales nos dan ejemplo de cómo se respeta la naturaleza.

Cada mente es un mundo capaz de las proezas más inimaginables, un puente que nos conecta con la realidad y permite que interactuemos con ella. Nuestro intelecto no tiene límites y está en cada quien aprovecharlo en la medida que su condición lo permita, porque nada produce tanta satisfacción como cultivarlo y mantenerlo activo. Dice el mito que Einstein, el científico por antonomasia, utilizó solo el 10% de su cerebro, lo que nos invita a cavilar acerca de cuánto lo explotamos las personas del común. 

Lo cierto es que muchos mantienen el cerebro en vacaciones y para subsistir siguen a la manada, como los animales, sin interesarse en nada que pueda aportarles información o cultura. Esas mentes vacías son terreno abonado para influenciarlas con cualquier causa o creencia, receptoras naturales de basura digital y programas insulsos, fáciles de cautivar y con un déficit absoluto de carácter. Cuando me detengo a analizar algunas de las acciones que realizan me pregunto hasta dónde puede llegar la estupidez humana.

Como los Récord Guinness, que embelesan a tantos, donde por ejemplo certifican a la persona que tiene las uñas más largas del planeta; una vieja con garras de un metro en cada dedo que posa orgullosa y muestra su trofeo. Acaso no es consciente de que ha desperdiciado la vida con esa enguanda, porque basta imaginar lo que será vivir el día a día con semejantes garfios; vestirse, rascarse un oído, ir al baño, comer…

Hace años hice un programa de televisión con un personaje de Armenia a quien le faltaba visitar unos pocos países del mundo para que le dieran el ansiado certificado. Decepcionado quedé al enterarme de que el tipo llegaba a un país, se tomaba la foto en un sitio emblemático, compraba la camiseta correspondiente y corría hacia el siguiente destino; nunca se interesó por la historia, la cultura, la gastronomía o cualquier dato de interés del sitio visitado. Qué desperdicio la plata en manos de semejante badulaque.

Me da golpe oír a la gente decir que su mascota consiguió pareja, que los animalitos se adoran, coquetean y hasta hacen el amor. Se les olvida que los únicos que tenemos sentimientos somos los humanos, mientras el resto se basa en instintos; ellos no hacen el amor, se aparean. Un perro se le trepa a cualquier hembra en calor sin importar el vínculo de sangre que tengan. Y que tal el can que declararon héroe y homenajearon con medalla porque descubrió un cargamento de droga, cuando el chucho lo único que esperaba encontrar era un hueso carnudo, que fue como le enseñaron.

Estúpidos quienes se hacen matar por un equipo de fútbol, quienes permiten ser manipulados por sectas y religiones, quienes no disfrutan la vida por atesorar, aquellos que rinden pleitesía a artistas y demás personajes, y miles de etcéteras. Mención especial para los que acampan durante varios días en las afueras de un almacén para ser los primeros en comprar un dispositivo cualquiera; porque ni siquiera van en busca de un descuento. Esos sí son los campeones de la estulticia.

Consumidores a granel.

Hace cincuenta años la única manera de adquirir la canasta familiar era en la plaza de mercado, lugar que visitaban los clientes de jueves a domingo por ser los días de mayor oferta y por ende de los productos más frescos. Disfrutábamos mucho el turno de acompañar a la mamá, sobre todo porque algunos tenderos tenían la costumbre de regalarnos monedas, las mismas que gastábamos donde Carmelita, una señora que vendía dulces artesanales en uno de los pabellones. Lástima que hoy en el sector campee la inseguridad, además del desorden de los vendedores informales que invadieron todo espacio disponible.

En aquella época los más acomodados evitaban ir a la ‘galemba’ y simplemente llamaban por teléfono a La Colmena, de don Antonio Llano, que allá quien contestara les tomaba el pedido; cada cliente tenía una lista de mercado impresa y simplemente leía los productos y decía cuánto quería de cada uno. Luego empacaban todo en canastos grandes que llegaban a las casas en las camionetas de reparto; ese negocio se distinguió por manejar las mejores marcas y ofrecer mercancías de excelente calidad. El mercado libre ha sido otra opción para conseguir los productos básicos y el primero que recuerdo funcionó en el parque Liborio; después durante muchos años detrás de Caldas Motor; y el actual, bastante limitado, en la entrada al barrio Peralonso.  

El salto a la modernidad lo dimos a mediados de 1970 cuando inauguraron el primer supermercado, La Milagrosa (calle 24 con carrera 17), a una cuadra del almacén París, negocio que acondicionaron en un antiguo convento al que le tumbaron algunas paredes para obtener el espacio necesario para acomodar las góndolas. Claro que tampoco es que fuera mucha el área requerida para ese tipo de negocio, ya que a diferencia de ahora que la oferta de productos atiborra las estanterías, en esa época de cada mercancía se ofrecían dos o tres marcas; Fruco o La Constancia, Luker o Corona, La Rosa o Noel, Lux Kola o Postobón…

Poco tiempo después construyeron el centro comercial Los Rosales, enseguida del Seminario Mayor, cuyo primer piso fue destinado a un supermercado que llevó ese mismo nombre. Fue muy bien recibido por la población residenciada en el sector, ya que hasta entonces no existía ningún tipo de comercio y para adquirir cualquier producto era necesario ir al centro; claro que también estaban las tiendas de barrio para solucionar urgencias y necesidades. Después de este primer negocio montaron otros que también desaparecieron con el paso del tiempo, hasta que empezaron a llegar las grandes cadenas a monopolizar el mercado.

En la actualidad hay una proliferación de supermercados que nos hace preguntar cómo es que hay tantos consumidores en la ciudad, porque pueden contarse dos o tres mercados de esos en una sola cuadra. Y basta entrar a cualquiera para observar las filas de clientes en las cajas con sus carritos llenos de productos, mientras por los altoparlantes anuncian promociones que atraen compradores como si de moscas se tratara. El consumismo en su máxima expresión se refleja en esas góndolas pletóricas de productos coloridos, provocativos y variados, la mayoría de ellos artificiales e insalubres.

La política de estos negocios es cubrirle al cliente todas las necesidades y después de amarrarlo por medio de una tarjeta de crédito, proveerle servicios hasta escurrirlo. Varias multinacionales compiten con una empresa manizaleña en el negocio de los supermercados, esfuerzo digno de admirar porque se enfrenta a rivales de mucho peso. Por ello debemos apoyarla para que las utilidades se queden aquí y no vayan a parar a los bolsillos de los inversores extranjeros. 

Libertad o libertinaje.

A mi generación le tocó enfrentar una época bien difícil, porque nos criamos regidos por unas reglas pero a la hora de educar a nuestros hijos las condiciones empezaron a cambiar. Varió el trato entre adultos y menores, el mismo que perduró durante siglos con las variantes correspondientes a cada época y lugar. Como en todo, la justa medida que aconsejan la razón y la mesura debe imponerse, porque así como es repudiable el maltrato a los menores, estos tampoco deben abusar de su condición.

La regla de oro que nos inculcaron desde chiquitos fue el respeto a los mayores, lo que incluía personas de todo tipo y condición social. Siempre que uno respondía sí o no a cualquier requerimiento, no faltaban los papás, el profesor u otro adulto que expresaba en voz alta: ¿Sí qué?, sí señor, debíamos agregar. Fue tanta la repetidera que al fin lograron inculcarnos la instrucción, hasta convertirse en hábito de nuestro vocabulario. Aprendimos a decir permiso, buenos días, gracias, con gusto, por favor…

En cada hogar regían unas reglas que todos acataban sin chistar, las mismas que los papás no tenían que estar repitiendo a toda hora porque para los hijos era algo que se convertía en costumbre. El no cumplimiento acarreaba una serie de castigos que no pasaban de un recorte en la mesada, prohibición de sacar la bicicleta o no poder salir durante el fin de semana. Claro que también había violencia familiar y algunos adultos maltrataban a los hijos; papás que se quitaban la correa y les metían unas pelas brutales a la prole.

También era común que los profesores les cascaran a los alumnos, sobre todo a los más pequeños; darle con una regla en las corvas o en la palma de la mano cuando el mocoso no entendía. En el Colegio de Cristo los Hermanos Maristas utilizaban un instrumento de madera, la Chasca, que hacían sonar para reclamar silencio en el salón; claro que además lo utilizaban para darle en la cabeza al que estuviera muy cansón. Y en el Gemelli el profesor Oxfaro Bustamante, de educación física, tenía un anillo inmenso con el que le daba coscorrones a quien no cumpliera con la rutina.

Por fortuna en la actualidad existe la policía de menores para evitar esos abusos, aunque se les va la mano y ahora los padres de familia no pueden siquiera reprender a los vástagos porque los ponen en vueltas. Por ello tantos zambos se crían sin dios ni ley y desde pequeños irrespetan a los mayores; y después no tienen inconveniente en coger a las trompadas al policía que los reconviene.     

En mi época nunca oímos hablar del libre desarrollo de la personalidad, licencia que aprovechan ahora muchos jóvenes para comportarse como unos salvajes. Otros echan mano de esa figura para actuar de una manera que molesta e incomoda al resto de la sociedad. Lo sucedido con Sergio Urrego en Bogotá es muestra de ello. Porque un muchacho puede escoger su preferencia sexual, pero no pretender besuquearse con el novio en el colegio y que nadie diga nada.

Oí a la rectora del colegio, desde la cárcel, leer unas cartas escritas por el joven mencionado. En ellas habla de su odio a la vida, sus tendencias suicidas, una rebeldía innata e infidencias con su enamorado que confirman un comportamiento reprochable; como sugerirle al noviecito que no usara calzoncillos para facilitar el manoseo en clase. Por fortuna yo no era profesor de ese colegio porque los hubiera sacado del salón a los correazos, por degenerados e irrespetuosos, y ahora enfrentaría una larga condena.

jueves, octubre 08, 2015

Memorias de barrio (12).

Calculo que fue en 1970 cuando dejamos el barrio La Camelia para irnos a vivir a Palogrande, frente al parque de El Cable. La casa fue construida por mi tío Alberto Arango muchos años atrás y como se iban de ahí, la ofreció a mis papás porque era amplia y agradable. Se hizo el negocio y muy contentos procedimos con el trasteo. Esa casa es recordada porque tiempo después allí funcionó durante varios años el restaurante El Virrey.

Uno de los tantos atractivos que encontramos fueron dos árboles de feijoa, poco conocida entonces y por lo tanto muy apetecida, que producían fruta todo el año. Además en el patio había moras, guayabitas del Perú, brevas, cedrón, frondosas y coloridas veraneras, y una rosaleda muy bella; y debajo de unas escalas el espacio perfecto para construir un palomar. Queríamos palomas mensajeras pero eran muy costosas, por lo que tomamos “prestados” algunos ejemplares que capturamos con una trampa simple; después, cuando tuvieron suficientes crías, soltamos los adultos para que regresaran a su querencia.

La tienda más cercana era La Rambla, de don Ignacio Pinilla, un hombre callado y servicial que horneaba panes, cañas, mantecadas y demás mecatos. El negocio era sitio de reunión de los vecinos y en la única mesita siempre estaba don Indalecio, el viejo que cuidaba las vacas que pastaban en las mangas donde construyeron años después el barrio que lleva el nombre de la tienda. A Indalecio le mamábamos gallo y nos perseguía dispuesto a darle una pela con la funda del machete al que lograra alcanzar. Nunca pudo.

Donde queda ahora la rampa para subir a Juan Valdez había una casita diminuta y en ella vivía Alfonso, el guarda-parque, con su familia (la tienda de café está construida encima de un gran tanque de almacenamiento). Era empleado del acueducto y recorría las calles, serio y concentrado en su labor, siempre con su uniforme color caqui y una cruceta larga al hombro que servía de llave para abrir y cerrar válvulas. Cada que se iba el agua todas las señoras del barrio mandaban un muchachito a preguntarle cuánto demoraban en conectarla de nuevo.

En el portón de la casa coincidían a diario mis amigos y los de mis hermanos, imagino que por ser sitio estratégico, y nos sentábamos al frente en el pradito del parque a mamarle gallo al que pasara; pocas mujeres bonitas se atrevían a dar papaya. En ese tiempo se radicó en Manizales una cantante reconocida, Claudia Osuna, y hay que ver la silbatina y las cosas que le decíamos cuando pasaba en su carro; hasta nos arrodillábamos para suplicarle autógrafos.

Ni hablar de la ira de mi mamá cuando al entrar encontraba una moto que goteaba aceite en el corredor, un perro amarrado de uno de los postes, libros y cuadernos, chaquetas y sacos, y todo lo que guardaban allí los amigos mientras íbamos a dar una vuelta. También acostumbrábamos jugar ‘picaitos’ en el parque y al finalizar, varios se metían a los baños a refrescarse y por lo tanto dejaban todo vuelto un desastre. Mi madre renegaba y echaba vainas, pero de ahí no pasaba porque siempre se caracterizó por ser una ‘cucha bacana’.

Después mi papá compró una finquita y los viernes sin falta se iban al caer la tarde, todos menos los muchachos que debíamos quedarnos a cuidar la casa por turnos. Nosotros lamentábamos esa situación y hacíamos el papelón, pero apenas salían empezaban las fiestas en los diferentes ambientes de la casa. El domingo pasábamos el guayabo ‘virutiando’ y encerando pisos para borrar cualquier huella delatora.

Recuerdo cuando… (I)

Soy dado a escarbar en la memoria para revivir esas primeras impresiones que logro rescatar, a veces sin poder calcular la edad que tenía en cada suceso pero convencido de que algunos son de cuando apenas abría los ojos a este mundo. Ahora dicen que el pasado hay que enterrarlo, que solo importa el presente y hacer planes para el futuro, pero a muchos nos gusta revivir momentos inolvidables de una existencia que sin duda era más fácil de llevar. Estos repasos no son aptos para quienes prefieren ocultar su edad.

Recuerdo por ejemplo cuando el cura daba la misa en latín y de espaldas a los feligreses. A esa edad uno no entendía ni forro, y menos en ese idioma tan raro, pero se entretenía con la ceremonia y esperaba ansioso a que echaran el incienso o a que el sacristán hiciera sonar la campanita. Me parece ver al padre Uribe frente al altar, siempre de espaldas, mientras los niños nos aburríamos y empezábamos a secretearnos y a reírnos de cualquier bobada. Mi mamá nos regañaba y nos metía uno que otro pellizco, hasta que por fin oíamos la única frase que entendíamos, la misma que anunciaba el fin de la ceremonia.  

A los cuatro años ya salía los domingos a caminar por los alrededores de Manizales con mi papá y mis hermanos mayores; deduzco mi edad porque veo que el tren dejó de operar en 1959. Alcancé a verlo de cerca y recuerdo que veníamos por la carrilera, por donde queda hoy el barrio Aranjuez, y en esas apareció con su gran columna de humo. Mi papá dijo que nos tumbáramos cerca a la vía para sentirlo vibrar; el estruendo de ese monstruo, los chorros de vapor y las pavesas que saltaban del fogón quedaron grabados en mi memoria. En la estación de Villamaría, donde queda ahora la bomba de gasolina a la entrada del municipio, había un tanque inmenso de agua del que abastecían las calderas de las locomotoras.   

El cable aéreo a Mariquita funcionó hasta 1961 y ese también lo recuerdo con claridad. Algunos chinches subían al Cerro de Oro a esperar las góndolas, que ahí pasaban muy bajitas, para treparse y echarse el paseo hasta la estación; aunque debían saltar unos metros antes de llegar a la plataforma y salir a las carreras, para evitar que los castigaran por imprudentes. Las góndolas recorrían muy despacio el extenso corredor de la parte trasera del edificio del cable y allí los coteros descargaban, para después, siempre en movimiento, acomodar la carga que salía de una vez para el oriente. También viajaban montañeros que se acomodaban encima de los bultos con su ruana y sombrero, dispuestos a que lloviera o a que se fuera la luz y quedaran por ahí varados en algún precipicio.

Del centro de la ciudad recuerdo que los avisos de los almacenes no estaban adosados a la pared, como ahora, sino de manera perpendicular para que los peatones pudieran verlos mientras recorrían las aceras. Al anochecer los encendían y era un hervidero de colores y luces de neón, pues cada uno buscaba llamar la atención. En diciembre procedían con el alumbrado navideño, que consistía en unos cables llenos de bombillos de colores que instalaban de lado a lado en las carreras 22 y 23, en el sector comercial, dándole un ambiente festivo a la ciudad. En las terrazas de los edificios del Parque de Bolívar había grandes avisos, como el de Hijos de Liborio Gutiérrez, al que le daba movimiento el neón y representaba a un señor poniéndose el sombrero Barbisio.

Recuerdo cuando… (II)

Cierta vez oí decir que a medida que uno acumula calendarios el paso del tiempo le pasa a los vuelos, dizque por tener más de dónde comparar. Y parece razonable, porque sin duda cuando éramos niños el transcurso de un año se hacía eterno. Vivíamos en función de las vacaciones y desde el inicio del año lectivo empezábamos a preguntar cuánto faltaba para la Semana Santa; después a hacerle ganas al asueto de mitad de año, el cual era lo suficientemente extenso como para olvidarnos del colegio. Por último el premio mayor, las vacaciones de diciembre, un lapso que parecía interminable para nosotros.

De esa primera infancia recuerdo que cuando tenía seis años subía del barrio Estrella a comprar la parva a la panadería La Victoria, estimulado porque don Roberto siempre me daba unas gafitas o un mojicón de encima. Luego me quedaba de novelero frente a una casona que había donde está hoy el Multicentro Estrella, la cual acababan de alquilar a una empresa mejicana encargada de la construcción del oleoducto que viene de La Dorada. Era un caserón inmenso estilo mejicano, con un amplio corredor lleno de arcos que daba hacia la avenida, y hervía de movimiento por la cantidad de personas que entraban y salían. Al regresar a la casa mi mamá me regañaba por la demora, ya que siempre le daban nervios de que me cogiera un carro al cruzar la avenida.

Como aún no existían las pasteurizadoras de leche, el necesario alimento se compraba en una camioneta que recorría las calles y para tal fin bastaba llevar una cantina, recipiente característico, donde le echaban los litros que se hubieran estipulado en la contrata. Era leche cruda, sin ningún tratamiento diferente al agua que le agregaban para bautizarla (léase rendirla), y así se consumía en los hogares, muchas veces sin siquiera hervirla. Y nada de inflarse la barriga, de diarrea, irritación del hígado o cualquiera de esos males que nos aquejan ahora. Aparecieron las empresas lecheras y en un principio el producto venía en botella, con una tapita de cartón muy odiosa porque al tratar de abrirla era común que el líquido saltara por todas partes.

Siempre que voy a Pereira no dejo de pensar en lo que representaba visitarla en aquella época. El paseo arrancaba por la antigua vía a Chinchiná, en el Bajo Tablazo había un retén de Rentas Departamentales, con guadua y todo, y en la recta de Java el peaje cuyo tiquete costaba un peso. Después de cruzar Chinchiná, en un tramo de la carretera llamado La batea, otro retén de rentas que era el coco para quienes traían matute de San Andrés y llegaban por el aeropuerto Matecaña.

A Santa Rosa también había que atravesarlo y después de coger carretera otra vez se llegaba al peaje localizado en La Romelia, apartada entonces de Dosquebradas que era apenas un pueblito. En Pereira íbamos a comer helado y pandeyuca al parque Uribe Uribe, el del laguito, y después a dar una vuelta por el aeropuerto y la Circunvalar. La primera vez que fui hasta Armenia, que parecía bien lejos, mucho tramo de la carretera estaba aún sin pavimentar.

Para bajar a Villamaría tocaba coger la falda de la calle 36, desde la avenida, pasar Ondas del Otún y enfrentar ese curverío por entre potreros; la única edificación que se topaba era un antiguo seminario abandonado desde el terremoto de 1962. Al cruzar el puente Jorge Leyva había un bailadero con piscina pública y de ahí todavía faltaba subir hasta el pueblo. Siempre es que esto ha cambiado mucho.

sábado, agosto 22, 2015

Quién me explica.

Existen detalles del diario vivir que por más que les demos vueltas no podemos encontrarles una explicación, situación incómoda que ofusca y desespera. Comenta uno esas situaciones con amigos y contertulios y todos están de acuerdo, se hacen las mismas preguntas y lamentan saber que a pesar del sentimiento unánime parezca imposible evitar tanto abuso, y que aunque es de conocimiento de todos quiénes son los responsables, no haya forma de castigarlos. Nadie dice nada, nunca pasa nada y los pícaros seguirán montados en el potro por siempre jamás.

Quién puede entender que uno vaya al banco a abrir un CDT con unos ahorros bien luchados y le paguen unos intereses de miseria, que lo único que producen es rabia. Pero va a la misma entidad financiera a solicitar un crédito y hay que ver la tajada que le sacan desde que firma; ni hablar de los intereses por un sobregiro o por el consumo con tarjeta de crédito. De igual manera cobran un dineral por cualquiera de los servicios que ofrecen. Un banco funciona con el billete de los clientes y así abusen y nos den en la cabeza, ahí seguimos todos en fila a la espera de que nos atiendan. Si seremos bien pendejos. 

Otro cuento que nos tiene con el pelo parado es el embeleco de los dos peajes que piensan clavarnos de aquí a Mariquita. Hasta ahora nunca se habían atrevido a gravar ese recorrido con un peaje porque las especificaciones de la vía son arcaicas e incómodas, pero ahora que le están metiendo mano se les abrieron las agallas y vieron ahí la oportunidad para ponernos a pagar. Está bien que si la carretera rectificada nos va a ahorrar tiempo, si no será necesario atravesar Padua y Fresno porque tendrán variantes y demás mejoras significativas, instalen un peaje que ojalá sea después de Petaqueros, para que no aísle más una rica región del oriente del departamento.

Falta menos de un semestre para que finalice la administración de nuestro alcalde y aprovecho para hacerle un cuestionamiento desde ahora, porque es sabido que en las últimas semanas no queda tiempo para nada y menos para dar explicaciones. Varias veces desde esta columna he preguntado lo mismo y nada que recibo una respuesta satisfactoria. Pero insisto, doctor Rojas: ¿puede decirnos qué pasa con el cable a Los Yarumos?

Lo último que recuerdo, hace ya mucho tiempo, es que hacía falta un repuesto, que ya estaba encargado pero que se demoraba un poquito. Supusimos entonces que sería cosa de dos o tres meses, pero ahí está ese elefante blanco desde hace varios años con el único fin de sacarnos la piedra cada que lo vemos. Desde que lo inauguraron y durante el poco tiempo que funcionó, quienes lo usaron decían que eso sonaba muy miedoso, que parecía que fuera a caerse en cualquier momento. Pues tenían razón, porque muy grave tuvo que ser el diagnóstico para que la única opción fuera abandonarlo.

Sabemos que usted recibió el cable ya inaugurado, pero eso no quiere decir que su administración pueda desentenderse del problema. Vamos a completar cuatro años con ese monumento a la desidia, que costó más de 6 mil millones de pesos, y nadie volvió a decir nada al respecto. Yo al menos quiero saber en qué va ese proceso, si tenemos esperanza de verlo operar de nuevo, cuánto se demora, etc., y lo más importante: Quiénes son los directos responsables de semejante descalabro. Qué tal que alguno ande de candidato para algún cargo y la ciudadanía, olvidadiza que es, termine por premiarlo.

Habla el vulgo.

Disfruto ver en los telenoticieros cuando entrevistan a la gente de la calle para pedirles una opinión, o debido a que han sido testigos de algún hecho. Personajes que se expresan de una manera auténtica y coloquial, con términos y dichos característicos de su condición, y que además salen con unas burradas que son causa de los nervios que produce a las personas hablar ante un micrófono. Pero así desconozcan las reglas del buen decir, siempre tienen una opinión acerca de todo lo que sea actualidad y además les encanta conversar con quien se topen en cualquier esquina. Por eso disfruto el palique con el cuidandero de carros.

Dichosos los ojos, dotor. ¿Yo?, ni pa qué le digo que bien porque me tiene agobiao este resisterio tan verriondo; yo reniego mucho del frío y del agua, pero bueno es culantro… La chispa de mediodía hasta las tres de la tarde me pone es a sudar ¿oiga? Claro que el trabajito se mejora, porque con buen tiempo este centro parece en ferias; no cabe un alma. ¿Cómo dice? Fíjese que sí, se ve mucho gringo de esos que andan con un morral al hombro; dentran a la catedral, toman fotos, recorren el setor y hasta tragan porquerías por ahí. Claro que tienen fama de chichipatos quisque porque son duritos pa gastar.

¿Qué si yo qué? Nooo, dotor, nunca le he jalao a eso porque me va mejor en este destino. Esa gente tiene que andar pilas a toda hora pa recoger la mercancía y abrise a correr, porque aparece de pronto la tomba y si les echan mano, pierden los cacharros y además los ponen en vueltas. Lo pior es que tienen que respondele al patrón por el billete, porque después que usté reciba una esistencia no hay disculpa pa no pagala. Como así… ¿acaso usté cree que los vendedores son dueños de lo que ofrecen? Bájese de la nube y ponga cuidao: por ejemplo un cliente trae un viaje de tomate, pero de redrojo del que no reciben en los supermercados, y se los entrega a dos docenas de vendedores pa que trabajen.

Unos tienen carretilla, otros un mero guacal y los más vaciaos se acomodan en el borde del andén; el patrón les entrega además unas bolsitas de plástico pa que los empaquen y les enseña cómo presentar los más bonitos revueltos con la viruña, y uno que otro medio podrido. Ahí está la utilidá.

Otros produtos, como el aguacate, se los roban de una finca por la noche y al otro día ya están en las calles pa arreglale el almuerzo a más de un parroquiano. Todas esas mercancías pertenecen a mayoristas que ponen a la gente a trabajar pa ellos. Lo mismo pasa con la música y las películas; el que ofrece chancletas; fugo recién esprimido; frutas y fritangas; el de los paraguas y demás chucherías que llenan los andenes sin dejar por dónde caminar.

¿Que por qué sé tanta cosa?, pues por andar toda una vida por aquí en el rebusque. Toda esa gente que usté ve ahí no tiene otra oción de trabajo y por eso les toca medísele a lo que sea, a ver si consiguen algo pa llevar a la casa; el que no camella no come, así de sencillo. Y aparte de estar todo el día en una esquina, llueva, truene o relampaguié, tienen que batutiar las mafias que se mueven por aquí, cuidase de los tombos, no dejase marraniar de nadies y ponese abeja pa vender la esistencia. No crea que eso es cualquier lagaña e’mico.

Reflexiones.

Tengo la percepción que al alcalde Rojas le ha ido bien, la misma que he captado entre quienes me rodean. Durante la primera etapa de su administración era común oír a la gente preguntarse qué había hecho el alcalde, refiriéndose a que no se le veía ningún resultado, pero a medida que pasó el tiempo la opinión cambió porque empezaron a notarse las obras y los programas adelantados bajo su mandato. Además me enteré de que la mayor inversión se ha hecho en los barrios populares y entre la población de los estratos bajos. Bien por eso.

No puedo referirme a resultados porque no conozco un balance de los mismos, pero así por encima quiero resaltar la cara bonita que le ha dado a la ciudad con la siembra de flores y jardines en las zonas verdes. Para mi gusto el barrio Estrella es un verdadero espectáculo. Recorrer sus calles atiborradas de hortensias a lado y lado de la vía, para desembocar siempre en el parque con su gran rotonda pletórica de esas mismas flores -rosadas, azules, blancas-, es algo digno de admirar. Ahora siembran jardineras por todas partes, en los separadores de las avenidas, en los antejardines, parques y cualquier espacio que lo permita, y en Chipre unas materas descomunales llenas de colorido y buen gusto.

La entrada a Manizales por la avenida Centenario es una maravilla y para referirme al Parque del agua me quedo sin palabras: qué derroche de belleza. Lástima señor alcalde que toda esa buena imagen que trae el visitante se pierda unos metros más adelante, en esas primeras cuadras de la avenida que baja hacia el templo de Los Agustinos. Desde que construyeron esa avenida, hace 40 años, hay unos esperpentos de edificios que producen pena ajena; sobre todo el que está poco antes del semáforo, a mano derecha, al que nunca le echaron siquiera una mano de cal. Mire a ver doctor Rojas qué puede hacer la alcaldía para mejorar ese entorno, porque es una vergüenza para la ciudad.

Ojalá quien herede el primer cargo del municipio siga con la campaña de embellecimiento, porque a este paso llegará a convertirse en un atractivo turístico más; que nos conozcan como la ciudad de las hortensias. Por cierto, entre los aspirantes a la alcaldía para las próximas elecciones de octubre está Adriana Gutiérrez, quien dejó a más de uno descontento con la noticia difundida hace unas semanas. Eso de aceptar el apoyo del Yepismo es algo difícil de asimilar, porque después de conocer la rencilla personal que han mantenido desde siempre ambas corrientes políticas no puede entenderse que ahora estén de amigos.

Como jugada política puede darle los votos necesarios para ganar, porque los tienen cautivos, pero como persona la deja muy mal parada. En qué quedó ese cuento que nos vendió durante tanto tiempo, cuando decía que Omar Yépez pertenecía al grupo de los malos mientras ella estaba del lado de los buenos. Qué falta de coherencia, qué cachetada a sus seguidores. Pero lo que más ofende es que digan que el apoyo es sin esperar retribuciones, comentario que pudieron ahorrarse porque sin duda es una burla a la inteligencia de los ciudadanos.

Por último, me pareció muy atinada la escogencia del Caldense del año 2014. Darío Gómez Jaramillo es sinónimo de civismo, emprendimiento, entrega y bonhomía. Desde el colegio se conoció su liderazgo y después de prepararse en el exterior, algo poco común en esa época, regresó a la ciudad para seguir una carrera de empresario que ha sido ejemplar. Merecido homenaje a quien ha dado tanto a nuestro terruño.

viernes, julio 31, 2015

Cuando no te toca…

Contrario a quienes encuentran la muerte de una manera inverosímil, otros se le puchan a diario y siguen tan campantes. Tampoco obsesionase con los peligros, como sucede con madres sobreprotectoras, quienes no permiten al hijo vivir con tal de alejarlo de todo riesgo. Sin ser osado debe llevarse una existencia normal y dejar que sea el destino el que decida; muy claro reza el dicho: ‘Cuando no te toca, aunque te pongas’.

A mediados de la década de 1980 la Aeronáutica Civil instaló en la cabecera de la nueva pista de aterrizaje en La Nubia unas luces AVASI, las cuales ayudan a los pilotos en el momento de la aproximación. Si la operación se hace en el ángulo correcto ve las luces de cierto color, pero si está más alto o más bajo los colores cambian. Después de los trabajos en tierra seguía la calibración de los equipos, operación que adelantaban los técnicos desde un pequeño avión destinado para tal fin.

Por esos días regía el Ideca, ente departamental propietario del aeropuerto, un señor de apellido León, quien aprovechó para que le dieran una palomita en la avioneta de marras; consistía en despegar de La Nubia, hacer un giro sobre la ciudad y aterrizar de nuevo. Pues preciso en ese vuelo algo falló al momento de tocar tierra y la avioneta golpeó con la trompa la cabecera de la pista, con la fortuna que por centímetros no se destrozó sino que alcanzó a seguir por el asfalto en medio de un chispero; destrozados quedaron la hélice, el tren de nariz y toda la parte inferior del motor. No acababan de salir los ocupantes del aparato accidentado cuando llegamos los noveleros, y recuerdo bien la cara de susto de León; la verdad ese día se salvaron por los pelos.    

Rememoro otro accidente increíble. Transcurría un sábado tranquilo, con pocos pasajeros, y uno de los Twin Otter con base en La Nubia realizaba uno de los tantos vuelos que nos comunicaban a diario con Bogotá. La tripulación era manizaleña y después de mediodía se alistaban para partir de Eldorado, pero debieron esperar porque faltaba un pasajero del total registrado en la planilla. A los pocos minutos procedieron a cerrar la puerta del avión, encendieron motores, se retiró el personal de tierra y solo quedaba iniciar el carreteo.   

En esa época los pasajeros debían caminar unos 50 metros por la plataforma hasta donde parqueaban los aviones y de pronto apareció el pasajero retrasado como un bólido, con el cuello arriba para no mojarse con la llovizna y la mirada baja. Ambos tripulantes lo vieron venir y supusieron lo que pasaría, por lo que el piloto apagó el motor izquierdo; así las palas de la hélice se giran y dejan de cortar el aire, aunque seguían a gran velocidad cuando el señor se les metió de frente.

El golpe fue brutal, el fuselaje salpicado de sangre, las tres palas de la hélice dobladas y el personaje boca abajo con la cabeza destrozada en medio de un charco pestilente. Impresionados desocuparon el avión mientras los pilotos y el personal esperaban la llegada de las autoridades, y en esas el accidentado empezó a moverse. Pensaron que eran estertores, pero ¡oh! sorpresa cuando los paramédicos constataron que estaba vivo. Por fortuna todo el daño fue de tejidos blandos y recuerdo que poco tiempo después viajó de nuevo, con la cabeza calva llena de costuras; parecía una pelota de béisbol. Ambos tripulantes debieron presentarse durante varias semanas en una inspección de policía en Fontibón, y nadie sabía para qué. Esta justicia nuestra tan acuciosa.

Cuando te toca…

Somos muy dados a lamentar hechos sucedidos mientras especulamos sobre las posibilidades de haberlos podido evitar, renuentes a aceptar una realidad que no tiene reversa. Muere alguien en un accidente y en el velorio familiares y amigos dedican el tiempo a enumerar las tantas maneras que tuvo el finado de burlar a la muerte, mientras se olvidan de un dicho que refleja la realidad: ‘Cuando te toca, aunque te quites’. Claro que otros preferimos: ‘Nadie se muere la víspera’.

A finales de 1985 hubo un fuerte invierno y quienes trabajábamos en el aeropuerto soportábamos mucho estrés, dado que por ser temporada muchos viajeros van de vacaciones o a reunirse con sus familias para disfrutar las fiestas. Casi a diario el clima impedía las operaciones aéreas y muchas veces el aeropuerto permanecía cerrado hasta después del mediodía. Una mañana el agente Orrego, un policía que vivía en la terminal aérea con su familia, me pidió que le ayudara con dos cupos para la mujer y el hijo del subcomandante de policía del departamento, quienes iban a acompañar al hijo mayor que se graduaba de bachiller en Bogotá.

Al rato volvió a decirme que en plataforma estaba la avioneta que movilizaba personal de la firma Pinski, que construía la clínica de Villa Pilar, y que el piloto, un griego radicado en Colombia, le dijo que sobraban cupos; que pidiera permiso y él los llevaba. Había mejorado la visibilidad y estaba próximo a que autorizaran la operación del aeropuerto. Orrego quería ganarse la simpatía de su superior y me pidió que llamara a la constructora a ver si nos ayudaban. Yo pensé que la peor diligencia es la que no se hace y me comuniqué para exponerles el caso. Después de algunas consultas aceptaron con gusto prestarle el servicio al oficial y así pudo despacharlos en el vuelo privado, a tiempo para que alcanzaran a llegar a la ceremonia.

El agradecimiento del oficial fue inmenso, pero le dije que toda esa labor era de Orrego, que yo apenas había colaborado con una llamadita; el subalterno se pavoneaba satisfecho mientras su superior le palmoteaba la espalda y le repetía que ese favor no se le olvidaría. Al fin se fue tranquilo y contento, mientras Orrego les refregaba a sus compañeros de turno que ahora sí la había sacado del estadio.

Seguimos la rutina y al momento ni me acordaba del asunto, hasta que a eso de la una de la tarde apareció otra vez el oficial desencajado a mi oficina; pálido, tembloroso y con una ansiedad que no le permitía quedarse quieto. Me preguntó si sabía dónde había aterrizado la avioneta al llegar a Bogotá; que si acaso en Guaymaral; que si sus ocupantes debían seguir algún protocolo de seguridad que los demorara; todo porque esa era la hora que no tenía razón de su familia. Procedí a llamar a la torre de control para confirmar los datos del vuelo y el operador me dijo que acababan de declarar perdida la avioneta.

De inmediato avisamos a los pilotos privados que tenían aviones en La Nubia para que ayudaran con la búsqueda, que por fortuna dio frutos cuando el primer sobrevuelo encontró el siniestro en un cerro de la cordillera. En plataforma había tres helicópteros gringos facilitados para transportar científicos al volcán Arenas, por su reciente erupción, los mismos que ofrecieron para colaborar con el rescate de las víctimas, labor que estuvo completada para el final del día. Qué tarde tan triste debió enfrentar ese oficial, el mismo que vimos feliz apenas unas horas antes. ¿Y Orrego?, escondido debajo de la cama.

Mascotas extrañas.

Encuentro en la televisión por cable unos pocos canales que valen la pena, algunos de ellos dedicados a mostrarnos el mundo: culturas, tradiciones, razas y paisajes; gastronomía, folclore y rarezas que instruyen y amplían nuestras fronteras. Muestra clara de lo distintos que somos los seres humanos y que definitivamente entre gustos no hay disgustos. Por eso llamó mi atención cuando a escala mundial promocionaron una feria en una ciudad de China, donde se realiza el festival de la carne de perro, y por estas latitudes las voces de protesta se oyeron con fuerza. ¿Dónde dice acaso que uno puede mascarse cualquier otro animal, pero comerse un perro es una aberración imperdonable?

Con frecuencia encuentro rechazo de algunos contactos en las redes sociales respecto a comentarios, ácidos algunos, de la íntima relación que mantienen con sus mascotas. Así sea repetitivo insisto en que respeto el gusto de cada quién, pero que llama mi atención lo distinto que es tener un animal en un hogar actual, comparado a los que manteníamos ahora años en el patio de la casa. Hay que ver lo que invierten en el sostenimiento de un perro o un gato, los cuidados que le dedican, los privilegios y beneficios; en el mercado ofrecen infinidad de productos que invitan al consumidor a comprar, tales como pañitos húmedos para mascotas. ¡Qué tal!

Otro día sigo un programa que muestra mascotas extrañas y después de verlo quedo aterrado. Si me parece incómodo mantener a una mascota tradicional en estos apartamentos tan estrechos, qué decir de escoger un marrano como acompañante. Será porque crecí viendo los cerdos en la cochera, revolcados en el lodo y la porquería, dedicados a tragar ‘aguamaza’ y a engordar para ser sacrificados en Navidad, que me da ‘escaramucia’ pensar que un chancho se pasee libre por mis aposentos; porque el puerco de marras se sube a las camas para que le soben el tocino.       

Ahora es común ver a la gente sacar el perrito a que desocupe el intestino, por fortuna con una bolsa plástica en la mano, listos a recibir el desecho directo desde el correspondiente agujero. Entonces pienso cómo será con un marrano, con semejantes plastas que acostumbran; o el día que al bicho le de una urgencia y evacúe en el tapete de la sala, para después echarse encima del bollo a revolcarse un rato. Mejor dicho, que llamen a los bomberos.

Otra vieja comparte su apartamento con tres serpientes pitón de un tamaño descomunal, con las que duerme enroscadas como si fueran sus amantes; qué tal el día que un bicho de esos amanezca de mala vuelta, o que alguna se pase de revoluciones al momento de abrazarla. La mascota de otro fulano es un lagarto inmenso al que pasea con una traílla como si tal, lo acaricia, le hace mimos y hasta le da besos en la jeta. Y como el consumismo no tiene límites, se inventaron un negocio para disecar mascotas cuando les llegue la hora; los dejan acomodados como si estuvieran vivos e hicieran la siesta, para que el amo pueda sobarlos y conversarles.

Qué papel juega una iguana en un acuario, un perro atrapado en un apartamento o un gato sin poder salir a hacer sus rondas nocturnas. A eso llamo maltrato animal, cuando el egoísmo del ser humano está por encima de la autonomía de los animales, de permitirles vivir en su ambiente con libertad y la posibilidad de compartir con otros de su especie. Basta imaginar que una jauría de lobos se enamore de uno y lo lleve a vivir con ellos a su madriguera.