jueves, febrero 22, 2007

AL PAN PAN...

No me explico por qué les ha dado por cambiarle el nombre a las cosas. Serán ganas de innovar, pues no creo que se trate de evolucionar el idioma porque reemplazan palabras que hemos utilizado toda la vida y que hasta ahora nos han servido de maravilla. Hablar como nuestros antepasados, en muchos casos, se ha vuelto un irrespeto y no falta el que se torea porque nombran su profesión o condición con un vocablo determinado. A cuenta de qué una palabra pierde su estatus y debe cederle el turno a otra que han impuesto, sin ninguna causa o razón justificada.

Una cosa es que un escritor, profesor, científico o cualquier persona con cierto bagaje intelectual aproveche sus conocimientos del lenguaje para adornar, o simplemente para describir con precisión cuando escribe o en una disertación, y otra muy distinta que la gente del común empiece a utilizar terminachos rebuscados para expresar lo que siempre ha dicho de una manera simple y sencilla. Mientras que en una novela se menciona, por ejemplo, un personaje esmirriado, de rostro enjuto, cabello hirsuto y andar desgarbado, para un ciudadano común es un tipo flacuchento, carichupao, mechudo y que camina como chencha la gamba.

De cuándo acá es pecado decirle negro a un negro; puede ser un corroncho de esos que parece embetunado, y ahora cogieron por referirse a él como de color, morocho o afro descendiente. Igual como le decimos mono al rubio o amarillo al oriental. Para mí un tipo es alto, no espigado; enano, en vez de chaparro, paturro o canijo; prefiero gordo a robusto, y churrusco en vez de ensortijado. Al cabello le digo pelo, a la tez cara, al rictus carantoña, a las vistas ojos y al trasero fundillo.

Nadie está libre de sufrir alguna malformación o enfermedad que lo incapacite, la cual puede ser de nacimiento o por un desafortunado accidente, lo que conlleva a que lo llamen de una manera determinada que describe su condición. Peor para el que se ponga como un tigre porque le dicen inválido en vez de minusválido; boquineto cuando tiene labio leporino; chapín si nace con los pies deformes; o garetas porque tiene las piernas como paréntesis. Es común que le digan sordo al que es como una tapia; si el sujeto no ve ni por la familia, o parece un topo, se conoce como ciego, aunque ahora les dio por llamarlo invidente; y el que tiene estrabismo es tan bizco que cuando llora se le moja la espalda.

La persona de escasos recursos es simple y llanamente más pobre que las ratas y no tiene ni con qué pasar una maluquera. Lo que ahora se conoce como un habitante de la calle, en mi infancia se llamaba chinche; en el intervalo le han dicho gamín o ñero. Nada más común que comentar que a fulanito se le corrió la teja y que por ello lo enchiqueraron en el manicomio. Válgame dios semejante irrespeto, porque la sociedad ahora exige referirse al loco como desequilibrado mental y la institución que lo acoge es la clínica siquiátrica. No me explico a qué hora el preso se convirtió en interno; el embolador en lustrabotas; el cotero en estibador; la guaricha en trabajadora sexual; el policía en patrullero (antes era tombo) y la de los tintos en asistente de oficios varios.

El diccionario dice que chofer es quien se desempeña laboralmente como conductor de un vehículo, por lo que no entiendo a los que se enfurecen porque los llaman de esa forma, y exigen que los traten de conductores o profesionales del volante. De manera que quien maneje taxi, bus, colectivo, buseta o carro particular, es un chofer así le pique y le rasque. Cualquier ser humano, si no estira la pata antes, llega a la vejez indefectiblemente. Ahí pasa a ser un viejo, palabra utilizada desde siempre para referirse al anciano, aunque se puso de moda decirles adultos mayores o personas de la tercera edad. Si uno es viejo es viejo y por más apelativos que inventen nadie lo salva de los achaques, chocheras y decrepitudes que acumula con el paso de los años, y lo seguirán llamando chuchumeco, vejestorio, cucho o catano. No sobra recordar que al ancianato ahora le dicen geriátrico.

Diferente cuando alguien habla en público, o publica un escrito, y hecha mano de expresiones más suaves y sonoras que las que acostumbra el vulgo. Como cuando al futbolista le dan un puntapié dizque en las partes nobles, según el narrador de turno (¿por qué le dirán nobles a esas partes?) En cambio nadie necesita aclaración si oye decir que a fulano le zamparon una patada en las pelotas y lo dejaron p’a tío. O al que recibió una cachetada que le causó un fuerte moretón, lo que en lenguaje popular quiere decir que le dieron en la jeta y quedó con un ojo picho.

Más fastidiosos aún son los extranjerismos, utilizados por aquellos que creen ser mejores por hacerlo. Hay que oír hablar a un ejecutivo joven de esos que acomoda una palabra importada en cada frase que pronuncia. Sí, de los que no dicen compras sino shopping y speech en vez de discurso o presentación. Y para rematar reemplazaron un simple no por el empalagoso nada que ver.
pmejiama1@une.net.co

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jeje, no podría estar más de acuerdo.

Nada más idiota que esa onda de lo "políticamente correcto" que ya nos está llegando acá. Inventos de los republicanos, hasta en eso nos están untando y dando cátedra: en doble moral.

"Afrocolombiano", hágame el hijuemadre favor!!!

Y si quiere oír transmisiones de fútbol con las palabras que son, le sugiero que sintonice radioactiva. A mi me parecen divertidísimas.

PD
Oiga, me sentí leyendo "Postre de notas". Y es Viernes y todo.

Andrea Salazar dijo...

y ni se diga de los Humanistas que empizan a hablar de Coyunturas en vez de problemas....

buenisimo post
Saludes

Jules dijo...

Me hizo recordar a Rico, Pobre y Medio Rico de Daniel Samper Pizano:

"...Los tres hacían lo que hacen todos los niños de su edad. Billy era travieso; Guillo era desesperante y el Gato un chino hijuemadre. Billy mojaba las sábanas; Guillo se hacía pipí en la cama; el Gato se orinaba en la cuna. Cuando comían mucho, a Billy le daba enteritis, a Guillo diarrea y al Gato churrias..."