viernes, septiembre 05, 2014

Seguro se confundió.

En la Grecia antigua los actores de teatro utilizaban máscaras, llamadas entonces personas, para reflejar la característica del rol que representaban: tristeza, alegría, ferocidad, asombro, malicia y demás estados anímicos. Después la palabra pasó a referirse a los ciudadanos con derechos, contrario a los esclavos que no eran considerados personas. Del mismo vocablo viene personalidad, que identifica las características de cada ser humano en su forma de pensar y de comportarse; así como en lo físico cada persona es única e irremplazable, la personalidad cumple con esa misma condición. Durante nuestra existencia sufrimos algunos cambios conductuales, pero al llegar a la madurez lo normal es que tengamos definido cómo somos y cómo nos comportamos.

Para mayor claridad cada quien puede exponer ciertas conductas que no van con su forma de ser o sus gustos, sin decirlo de una manera definitiva, porque es prudente tener claro que la vida es larga y nunca se sabe qué puede suceder. En mi caso refiero algunos patrones de lo que definitivamente no me gusta, para que si alguien sospecha haberme visto en una situación determinada, sepa que me confundió con otro porque son mínimas las posibilidades de que yo estuviera en tal escenario.

Por ejemplo si creen reconocerme en las afueras de un restaurante mientras hago fila para esperar que desocupen una mesa, no hay peligro de que sea yo. Es de las cosas que más detesto cuando visito Bogotá, donde es común ver el fenómeno, porque opino que fila para comer se hace en la cárcel o en un hospicio, pero mientras sea pagando no me le mido a esa humillación; con el mal genio que produce el hambre, para prestarse uno a semejante absurdo. Menos todavía si esa persona asegura que yo, para matar el tiempo durante la espera, leía concentrado un libro de Paulo Coelho; no le jalo a esas lecturas espirituales o de ayuda personal porque solo dicen cosas que la gente quiere oír, las mismas que no logran deducir por mantener el cerebro en vacaciones.

No existe posibilidad de que alguien se tope conmigo en la sala de espera de una bruja de esas que adivinan el futuro o donde un astrólogo de los que hacen la Carta Astral. Nunca podrá un fulano convencerme de que Marte o Saturno influyen en mi personalidad y suerte futura; con lo lejos que están esos planetas. Tampoco le como cuento a sanadores, quirománticos y demás vividores; si esos personajillos tuvieran ese don maravilloso, no trabajarían de sol a sol atendiendo incautos. Es fácil deducir que si alguien sabe lo que sucederá mañana, se gana el Baloto y a rascarse la barriga.

Me confunden con otro si creen verme en unos retiros espirituales o en trance con los brazos en alto mientras entono salmos en una celebración religiosa. Hace mucho tiempo descubrí que no necesito intermediarios para manejar mi espiritualidad, cuando fui consciente de que ella está en la mente de cada ser humano y por lo tanto es única y personal. Tampoco hay riesgo de toparse conmigo en un coctel político o cualquier otro evento donde pululen los lagartos; no me atan intereses económicos con nadie, ni debo favores y tampoco tengo compromisos de ningún tipo.  

Está equivocado quien asegure haberme visto pasear un perrito faldero, mientras espero que haga popó para recogerle la caca. ¡Ni muerto! Mucho menos si el chandoso tiene moños en las orejas y está vestido con pinta dominguera. O el que jure que yo estaba en una tienda de discos en la sección de pop latino y que no podía decidirme entre Ricky Martin y Enrique Iglesias. Tampoco me verán nunca en un velorio o en el entierro de alguien, porque he dicho reiteradamente que al único que pienso ir es al mío, y eso porque toca.      

Es remota la posibilidad de que me vean en un concierto de cualquier tipo, y menos aún si es de música del despecho, regetón o salsa; o en un centro comercial mirando vitrinas a ver de qué me antojo; o en un Mac Donalds enfrentado a un súper combo con hamburguesa doble carne, papas fritas y un litro de gaseosa; o en una película del estilo de Sherk, El Hombre Araña, Avatar, Robocop, Transformers y demás pendejadas. Me confunden si quien creen que soy está reunido con otras personas y se dedica a chatear o a hacer y recibir llamadas por el teléfono celular; para eso los aparatos modernos guardan la información de quién nos solicita, para llamarlo apenas nos desocupemos.

Conmigo es más fácil que se topen un domingo por la tarde en Chipre, mientras disfruto del paisaje y veo desfilar gente de todos los pelambres; o en el restaurante Mogollón a punto de despachar una chuleta de cerdo; y pueden confirmar mi identidad si en una fiesta me oyen comentarle al mesero que reparte copas de champaña, que si tendrá mejor un aguardientico por ahí. Soy de lavar y planchar, sencillo y sangriliviano, poco asiduo a sitios elegantes y en cambio disfruto pasear en carro y visitar los mecatiaderos de Manizales y sus alrededores. Y si alguien asegura que yo estaba dándole vueltas a la cancha del estadio al trote a las cinco de la mañana, ese sí que se pifió. Yo nunca madrugo.

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Buenas noches tataratataraprimo: me identifico plenamente con usted: es precísamente una de las cosas que admiro, su autenticidad Y jocosa irreverencia.

Me alegra conectarme con sus artículos, me hacen la vida agradable en medio del despelote en que se vive actualmente, despelote que se refleja en todo lo que usted dice. Feliz noche,

BERNARDO MEJIA ARANGO