Uno de los mayores sueños de
cualquier adolescente es llegar a la edad en que pueda tramitar su licencia de
conducción. Es común que los infantes pidan al papá que les deje llevar el
timón cuando recorren una vía terciaria, después quieren meter los cambios y
por último se acomodan con un cojín y estirándose al máximo tratan de manejar
el carro, así sea por unos pocos metros. Mientras se presenta el chance de dar
una palomita al timón el muchachito pregunta todo lo referente al funcionamiento
del vehículo, por qué necesita gasolina, cómo opera la caja de cambios, cuánta
velocidad puede alcanzar, dónde se enfría el aire acondicionado y demás
inquietudes por el estilo.
Ahora la ley exige adelantar un
curso de conducción donde deben cumplirse cierta cantidad de horas al volante,
para después recibir la licencia así el aspirante esté runcho en la materia; y
como todo lo nuestro, le dicen al novel conductor que debe volver después para recibir
las clases teóricas. Como es lógico ninguno acata esa orden y por ello se
quedan sin saber acerca de señales de tránsito, normas en las vías, responsabilidades
del conductor y demás minucias. En cambio nosotros aprendimos desde la pubertad
porque mi mamá necesitaba ayuda con la cantidad de mandados que resultaban a
diario en la casa; entonces no había tecnología y electrodomésticos, muebles y
demás trebejos se dañaban con regularidad.
Recuerdo que aprendimos en el
viejo DeSoto por las noches, yo apenas alcanzaba los pedales, acolitados por mi
mamá y aprovechando que mi papá llamaba a decir que se demoraba. Con mi hermano
Felipe, un año mayor, cogíamos la Paralela que entonces era una vía ancha con
frondosos Urapanes a los costados; nos turnábamos al timón mientras el
acompañante hacía críticas y correctivos. Los policías de tránsito eran muy
pocos y solo operaban de día y en el centro, y un permiso de conducción se
conseguía por unos pocos pesos en la oficina del Tránsito que quedaba en el
Edificio de La Licorera, por la carrera 20. En cuanto a mandados cada familia
tenía sus preferencias, y hago una lista de los más comunes que se ofrecían en
mi casa; además la forma como mi madre hacía las recomendaciones del caso.
A ver mijo, lo primero es que
cambie este cheque porque estoy sin un peso. Vaya a la bomba Palogrande y le
dice a Manuelito; si le pone pereque, entre a la oficina que Mercedes Ángel le
hace el favor. Si es verdad que no tienen, le toca ir primero al centro y arrimar
a La Colmena, que ahí Toño y Josefina siempre mantienen efectivo. Espere ma, le
digo una cosa, cuando termine de hacer los mandados me presta el carro porque…
Ya le dije que sí, no friegue más y arranque de una vez. Pero es que después
sale uno de mis hermanos con que mi apá se lo había prometido a él y… Que no,
es que no entiende o qué; el carro es para usted pero primero me hace las
vueltas. Listo, pero me da paladita porque uno con carro pero sin plata…
Bueno, como va a empezar por el
centro vaya al almacén Artístico y le dice a Evelio que si está listo un
trabajito que le encargó su papá hace días. Seguro él no se acuerda, por lo que
le toca entrar hasta el taller de marquetería y buscar dos acuarelas de Teodoro
Jaramillo; ¿se acuerda?, unas que estaban colgadas en el corredor. Fíjese que
estén bien enmarcadas y se las trae, y a Evelio que después arregle con su
papá. Y no se demore allá, porque me parece verlo embobado en esa vitrina antojándose
de lo que vendan.
Después le lleva este paño a don
Carlos Aldaz, pero acuérdese que él ya no está al lado del edificio San Vicente;
desde hace días cerró La Quinta Avenida y ahora tiene la sastrería en la casa. Busque
usted en el cuaderno las medidas que le tomó a su hermanito y dígale que es
para el pantalón que le va a hacer para la Primera Comunión; él ya está muy
turulato y después quién sabe con qué me sale. Y adviértale que lo necesito
para el otro sábado. Amá, pero es que me da tentación de risa desde que fui
allá chiquito y como el viejo tiene ese tic que parece negando a toda hora, le
pregunté por qué no me quería hacer el uniforme; a usted también le dio un
ataque de risa y nos tuvimos que ir para La Ecuatoriana. No mijito, deje la
bobada que usted ya está muy grande; haga la vuelta que yo no tengo tiempo de
ir hasta allá.
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