jueves, junio 30, 2005

LAS LECHERAS.

Desde hace mucho tiempo se impuso la moda entre los muchachos que cursan el último año de bachillerato, de organizar un paseo a algún sitio turístico para celebrar todos juntos la finalización de esa etapa de la vida. Según el estrato de los estudiantes el viaje es al exterior, a San Andrés, a Cartagena o en un bus a disfrutar de la piscina con olas en Supía. Cuando los graduandos son de escasos recursos empiezan a hacer rifas, festivales, basares y cualquier otra actividad donde puedan recolectar fondos, los cuales muchas veces son destinados a colaborarle a ese compañero que no puede recibir la ayuda de los padres para financiar el paseo.

Pero hoy en día los jóvenes a esa edad ya han experimentado todo tipo de situaciones y un viaje sin chaperona no es ninguna novedad. En cambio en épocas anteriores, los que habían sido controlados en forma exagerada por sus padres, o eran muy zanahorios, aprovechaban el paseo para soltar la gata y dar rienda suelta a sus instintos. No faltaban las muchachitas que regresaban con la barriguita llena de huesos y los zambos que llegaban “pringados” con una enfermedad venérea, porque hasta la cachucha la dejaban por allá en cualquier cuchitril de mala muerte.

Ahora los sardinos aprovechan los puentes festivos y fines de semana para salir de paseo a alguna parte, lo que hacen en el carro que le prestan a algún miembro de la barra. Muy distinto al tipo de recreación que se acostumbraba en nuestra época, cuando el destino obligado era uno de los tantos sitios que había para realizar las excursiones de pesca. Claro que muchos aprovechaban lo de la pesca como una disculpa, porque en realidad lo que hacían era dedicarse a tomar trago, a fumar marihuana y a masturbarse sin temor a que los pillaran en la casa.

Recordé aquellos paseos cuando reparé que la leche de las fincas ganaderas ya no la recoge la tradicional “Lechera”, sino que lo realiza un pequeño carrotanque muy moderno, el cual hace la visita cada cierto tiempo porque en los hatos cuentan con tanques refrigerados para almacenar el precioso líquido. En cambio antes el vehículo encargado, casi siempre camiones, camionetas y camperos para los sitios más remotos, tenía que llegar muy temprano a las fincas, sin falta, porque de lo contrario la leche se dañaba.

Y ese era nuestro medio de transporte: las lecheras. El chofer nunca desechaba los pasajeros porque era un ingreso extra para él. Siempre viajábamos en la parte de atrás, donde el ayudante recibía las canecas con leche en cada parada, le metía un palo que tenía una medición, anotaban lo recibido y luego pasaba el palo por entre los dedos para escurrirlo. Ese procedimiento hacía saltar el líquido por todas partes y el tipo olía a diablo rodado, mientras en el piso del camión se formaba una porquería de barro y leche derramada.

Había que ver lo tenaz que era montarse en una camioneta de esas, casi siempre destapada, a las cuatro de la mañana para agarrar para la Laguna del Otún. El viaje duraba horas porque las paradas eran muchas y el frío que aguantábamos era impresionante. Además, entre más canecas recogían peor era la incomodidad y mayor el esfuerzo para que los morrales y la carpa no se impregnaran del pantano lechoso del piso.

Otro destino preferido por los muchachos de la época, aunque allá no había pesca, era “El salto del cacique”. Localizado en cercanías del aeropuerto de Santagueda, los fines de semana siempre había varios campamentos con excursionistas que disfrutaban de una caída de agua espectacular y de un clima maravilloso. Y como no había ninguna actividad para desarrollar diferente a bañarse en el charco y tirarse por la cascada, entonces la juventud aprovechaba para jalarle a todo tipo de vicio conocido.

Más delante de Arauca queda la quebrada Cambía que al desembocar en el río Cauca presenta un lugar muy bueno para tirar el anzuelo. En un extenso potrero se acomodaban los diferentes paseos, no sin antes “tirarle” cualquier cosa al agregado de la finca a la que pertenecía el terreno para que nos dejara instalar. Allá el programa era subir por el cauce de la quebrada con neumáticos y colchones de inflar, para tirarnos luego por la corriente desafiando los rápidos y las piedras. En el sector del kilómetro 41 también había muchos sitios perfectos para acampar, pero entonces la correría para llegar hasta allá era muy larga.

Respecto a la pesca recuerdo el cuento de un hermano de Berceo, quien tenía una barra de amigos aficionados a este deporte y hacían unos paseos espectaculares. Cierta vez les soplaron que por allá en el Chocó había un caño donde cundían las sabaletas y sin importar que debían coger avión y luego lancha río arriba, emprendieron la aventura. El sitio quedaba en los mismísimos infiernos y cuando al fin llegaron, uno de ellos se arrimó a la casita de un colono que vivía a la orilla del caño y le preguntó si era cierto que estaba lleno de sabaletas. La respuesta del tipo los dejó bien aburridos:

-Pues le digo mi don que debe estar lleno, porque es mucho el anzuelo que les han tirado y hasta ahora no han sacado la primera…

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