miércoles, diciembre 07, 2005

¿Vida Fácil?

El oficio más antiguo de la historia del ser humano es la prostitución, y puedo asegurar que además no tiene cuándo acabarse. Siempre va a existir, en todos los rincones del planeta, y en diferentes formas y modalidades. Claro que lo que antes era actividad obligada de la mayoría de los hombres, visitar las casas de citas, con una clientela variada en capacidad económica y edad, ha perdido mucho auge porque con el libertinaje actual los muchachos no tienen que ir a "comprar cariño", ya que las sardinas lo aflojan desde que están púberes. Hace poco soñé que me encargaron un trabajo periodístico consistente en entrevistar una mujer dedicada a este oficio, y después de contactarla y advertirle que debía cuidarse con el vocabulario, empezamos nuestra charla.

Hice la primera pregunta y se despacha esa vieja en prosa, y no hubo quién la atajara. Lo primero fue indagar por qué les dicen mujeres de vida fácil. Esa mujer se fue encrespando y respondió: ¿Fácil dotor?, eso es lo más injusto que esiste. A quién le gustaría amanecer todos los días bailando, jartando trago sin ganas, metiendo vicio a las buenas o a las malas y arrancando p´a la pieza con todo el degenerado que aparezca. Puede ser feo, bonito, limpio, sucio, tarado, atarván, decente, oler a cañería, corrompido y usted no puede decir que no le agrada. Mientras tenga con qué pagar, figura atendelo porque de lo contrario la mandan a las patadas p´a la calle.

O será que es muy sencillo pasase una noche de frío en una esquina esperando que aparezca un marrano, y después tener que despachalo en el asiento de atrás de un Simca. Y los vergajos apenas se bajan la cremallera, pero a una le toca quitase hasta los aretes; y con ese frío tan espantoso. Lo pior es que los hombres con tragos no se vienen con facilidá y por eso dicen que tal cosa es más ademorada que polvo de borracho. Tampoco falta el día que en mitad del ajetreo aparece la tomba y ambos p´al calabozo.

Lo más injusto es que en las casas la dueña se queda con la mejor tajada, siendo que a una le toca poner toda la voluntá. Pero como el que tiene plata marranea, no queda de otra. Ella sentada jartando güisqui con los clientes jailosos mientras una bolea cintura, y toca dale participación, pagar la pieza, responder por los daños que haga el guache de turno -porque no falta el borracho que quiebra el acuario, se avienta en un sofá y le daña una pata o tumba una bandeja llena de vasos- y si le roban el rollo de papel de la pieza, la toballa o cualesquier otra cosa, por derechas se lo van descontando a una.

La gente cree que con ese oficio se consigue plata, pero qué va. Apenas alcanza p´a llevar algo a la casa cuando la dejan salir o cada mes que llega la regla y queda una fuera de servicio. El caso es que si se mama de que la esploten y logra ponerse al día con la doña, ensaya en la calle a ver cómo le va. Se acomoda en cualquier esquina y en menos de lo que canta un gallo aparece un vergajo a decir que esa manzana está ocupada y que si quiere trabajar, toca dale tajada a él por cliente atendido. Hágame el bendito favor. Chulos hijuemadres. Y ni modo de engañalo, porque tienen campaneros que la pistean y no le pierden paso, y onde trate de darle en la cabeza, el desgraciado la enciende a sopapos. A mí me tumbó varios dientes y si quiere le muestro el puente... la prósima vez me hago poner la chapa completa, aunque eso no puede notarse porque hay clientes muy corrompidos que apenas se enteran que una puede quitarse la dentadura, empiezan a inventar porquerías. Aunque una buena profesional no puede quitársele a nada y eso es como los aparatos que tienen los tacis, que según el tipo de servicio va marcando la tarifa.

Una vez me jui a trabajar a la costa porque quería conocer el mar y una amiga me dijo que en esos barcos llegan unos marineros más pispos que el diablo, monos y grandotes, que ni les interesa bailar porque no tienen idea, y que como traen una tupia de varias semanas, no demora nada el servicio. Y que no falta el que se encoñe con una y la saque a vivir juiciosa por allá en las estranjas. Luego viajé a Pasto, porque supe que es gente muy respetuosa y amable. Un día, llegó un zambito que había ahorrao para echarse el primero y me tocó a mí. Se quedó en pelota pero no quiso quitarse la ruana, y cuando le hablé del condón no entendía ni palabra. Entonces le expliqué que si se lo quitaba yo podía morime y el accedió de una. Como a los cuatro días apareció el cachetón ese con una cara de angustia... se cogía la barriga y los ojitos apenas le brillaban. Yo pensé que lo había pringao, pero el mocoso me preguntó:
- Oiga su mercé, no será que ya me puedo quitar ese cauchito, porque está que se me revienta la vejiga, pues.

Si será bruto e inorante ese montañero.

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