lunes, enero 15, 2007

PILAS CON LA DEPRE.

Desde mediados de año venimos con la cantinela que esta vaina ya se fue así, como quien dice que se acabó, pero ahora el asunto sí es en serio. Mañana fenece este 2006, de lo que no hay vuelta de hoja. El tiempo pasa de forma irremediable; basta con mirar el segundero de un reloj y pensar que cada que ese palito pega un salto, es el tiempo que sigue de largo y sin retorno. Dichosos los pequeñines que no entienden de relojes o calendarios, por lo que viven su existencia sin afanes ni medidas. El agite actual hace que las personas se convierten en esclavas del tiempo y algunos añoran días con más horas para lograr hacer todo lo que tienen pendiente.

Una pregunta muy común es por qué cuando estábamos chiquitos el año era tan largo y en cambio ahora pasa volando. Las vacaciones se convertían en una prolongada temporada que disfrutábamos en toda su extensión, y los meses dedicados al estudio eran eternos y solo queríamos despacharlos con prontitud. La época de navidad se repetía después de un extenso lapso, y la anterior estaba en el recuerdo de los niños como algo remoto. Tal vez por ello nos la gozábamos, además que se desarrollaba en la fecha correspondiente. Como quien dice, diciembre era cada doce meses. La respuesta a este interrogante, según algunos, es que con el paso de los años el individuo tiene más con qué comparar y por ello cada vez el tiempo corre con más velocidad. Sin duda es un asunto que puede masticarse y hasta para filosofar se presta.

Es común que a muchos les entre la depresión por estas calendas, porque los coge la pensadera y esa vaina desespera a cualquiera. Que si voy a sobrevivir hasta el final del nuevo año; qué va a suceder con mis seres queridos; cuáles sorpresas me depara el futuro próximo; cuántas cosas deje de hacer en los doce meses pasados; cómo voy a enfrentar las situaciones adversas que se atraviesen en el camino; qué irá a pasar en el mundo con tanto despelote; dónde voy a estar en estas fechas dentro de un año y mil preguntas estúpidas que por más que tratemos, nunca les encontraremos respuesta.

De manera que mi consejo es que la tomen suave, sin angustias ni preocupaciones, porque el destino está escrito y es impajaritable. El tiempo discurre a como dé lugar y lo único importante es el momento. Si estoy vivo y bien en el presente, lo que puede suceder en el futuro no debe desvelarme. Preocuparse por lo que viene es un desgaste innecesario y solo deja zozobra y desazón. Hay que dejar a un lado los pensamientos negativos y pesimistas, e insistir en ponerle al mal tiempo buena cara. Basta con vivir el momento y tratar de hacerlo agradable. Nunca dejar de hacer nada que nos provoque y aprovechar las oportunidades que se presenten.

Por eso me parece una pendejada ponerse en la noche del 31 de diciembre a hacer promesas y a fijar metas difíciles de cumplir, porque después va a recordar todo el año esas intenciones y el no cumplimiento de las mismas solo trae mortificaciones. Claro que el optimismo es provechoso y hacer planes no le hace daño a nadie, pero que no sean compromisos ineludibles. Lo mejor, pienso, es no hacerlos en público para que después no esté nadie recordándole esa cantidad de asuntos que acumula en la carpeta de pendientes. Una solución práctica es que la media noche lo coja copetón y verá que no le da por berrear, ni por echarle cabeza a la existencia.

Lo grave del asunto es que la depresión viene acompañada de angustia existencial, la cual genera más interrogantes: que si me va a alcanzar la plata; que los hijos qué; y si me echan del trabajo; y que tal que me aparezca una enfermedad grave; o que me caiga la administración de impuestos; o que se incendie la casa. ¡Huy!, y estamos pasados de un buen terremoto; o va y me secuestran; y donde se me dañe el matrimonio… Todas vainas que pueden suceder, pero que lo más seguro es que no. De manera que para qué desgastarse con problemas virtuales, si con los reales hay para dar y convidar. Que nadie le gaste cacumen a pensamientos negativos y en cambio se dedique a disfrutar lo que tiene, y en la noche de san silvestre nada de ponerse trascendental. Que sea como cualquier otra, o preferible, si la dedica a la fiesta, la buena comida y a compartir con personas de su agrado.

No haga sino mirar el calendario a ver cuándo es el primer puente, para empezar a planear los paseos que espera realizar. Porque a ese programa sí se le puede botar corriente, ya que mejor que el paseo como tal es la planeación del mismo, las reuniones con los participantes, hablar de lo que piensan comer, beber o los paisajes nuevos que conocerán. Lo mejor es que para salir de viaje no hay que ser rico, porque ese plan abarca cualquier tipo de excursión y no discrimina a nadie. ¡Ah!, y recomiendo no tener en cuenta el primer puente de enero, porque para entonces apenas estaremos como a 38 de diciembre.
pmejiama1@une.net.co

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