viernes, mayo 04, 2007

AL FIN QUE?

Una vaina complicada es la forma como la iglesia ha querido difundir su mensaje para que cualquier ser humano, sin importar su inteligencia o capacidad de entendimiento, pueda asimilar las enseñanzas y compartir con los demás feligreses la palabra de Dios. Y digo complicada porque así como las parábolas llevan consigo un mensaje que cada uno debe interpretar a su manera, aparte de otras narraciones que encontramos en la Historia Sagrada, muchas personas con poca preparación las acatan al pie de la letra. Claro que cuando les da por echarle cabeza al asunto empiezan a dudar de la veracidad de las mismas.


En nuestra infancia el Catecismo del padre Astete fue el encargado de que aprendiéramos todo lo relacionado con el tema. Sencillo, porque un niño no se devana los sesos con el asunto de Jonás y su estadía de varios días en el buche de una ballena, para después ser regurgitado y devuelto a la playa sano y salvo. Ya en bachillerato, el muchacho va a decir que cómo así, si las ballenas no comen gente, y que una persona se ahoga en par patadas en semejante aventura. Las mismas inquietudes lo van a asaltar con historias como la del mar rojo desocupado para el paso del pueblo de Moisés, Sansón tumbando edificios a los empujones, o Daniel en un foso con varios leones hambrientos sin que le echaran muela. Lo peor es que al joven, ya universitario, no le interesa el asunto y poco tiempo va a dedicar para tratar de descifrar los mensajes implícitos en las historias.

El relato de Adán y Eva en el paraíso, que corren viringos por los campos mientras disfrutan del aire puro y los frutos que ofrece generoso el entorno, para luego embarrarla por el capricho de la imprudente mujer, es fácil de masticar para cualquiera. El problema es cuando después le hablan de la teoría de la evolución y el cuento original sale por líchigo, porque el sujeto empieza a cavilar sobre el tema y con seguridad va a quedarse con la teoría más creíble. Pero como mucha gente pasa su existencia sin acceso a ningún tipo de educación, mueren convencidos de que el edén existió tal y como lo describen los textos sagrados.

Los cristianos en el mundo son muchos, y un gran porcentaje de ellos son analfabetos sin recursos, parroquianos que tragan entero y siguen a pie juntillas todo lo que les diga su pastor espiritual. Ahí es cuando muchos curas aprovechan para utilizar el miedo como un instrumento que garantiza la fidelidad de su rebaño, igual que hacían con nosotros cuando estábamos pequeños. Pocas cosas producían más terror que la amenaza de ir a parar a los profundos infiernos por una mala obra, de la misma manera como un buen desempeño como cristiano aseguraba una eternidad sosegada y plena en el anhelado cielo.

Por lo menos a mí las figuras del diablo y el infierno me amargaron la existencia hasta que tuve la edad suficiente para razonar. Mejor todavía cuando el Papa Juan Pablo II confirmó que el sitio como tal no existe, porque así no quedaron dudas para ningún cristiano por iletrado que fuera. La paila mocha, el crujir de dientes, los alaridos lastimeros y las almas en pena pasaron a calificar servicios, y hasta la Divina Comedia dejó de ser una de las obras cumbres de la literatura universal, porque el sueño de Dante quedó convertido en una amarga pesadilla. Mucho menos el patas con cola, cachos y echando candela por las cuencas de los ojos.

Pero cuál será la desazón de los creyentes cuando sale el actual Papa, Benedicto XVI, con la noticia que el infierno como que sí existe. De manera que vuelve y juega con el tire y afloje, con el agravante que no todo el mundo se enteró del comunicado, y no faltan los que así lo conozcan, prefieran quedarse con las palabras del pontífice anterior, a quien por muchas razones la mayoría de los fieles le tienen más cariño y confianza; por algo está a punto de ingresar al santoral sin tocar aro.

Confieso que desde hace días vengo echándole cabeza a un asunto. Imagino que como los ejemplos anteriores, debe tener un mensaje oculto o una moraleja, pero nada que doy con ella. Se trata del caso de un cura del municipio de Soledad que fue obligado por la ley a reconocer un barrigón de 7 años que tuvo con una de sus fieles. Siempre hemos oído hablar del celibato, y en mi ignorancia supuse que esa condición incluía además la prohibición a tener hijos. Pues ahora resulta que los altos jerarcas de la iglesia católica perdonaron al sacerdote, con la condición que reconozca al zambo, lo sostenga y sobre todo que no lo vuelva a hacer.

Lo que faltaba: la plata de la ponchera para comprar leche en polvo. Porque imagino que después de esta sentencia muchos van a querer dejar descendencia, aunque la sociedad se llene de hijos únicos porque la condición de “no volverlo a hacer” es impajaritable. Y a pesar de que siempre nos han martillado con el cuento que la familia es lo primero, ¿qué carajo va a pasar con esos muchachitos que van a tener “padre”, pero nunca podrán compartir con un papá?
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y luego se preguntan que por qué los jóvenes nos alejamos de la iglesia.

Tenemos acceso a más información, leemos, cuestionamos ... pensamos.

Y de eso como que no se dan cuenta aún. Ya no nos meten gato por liebre, ya no. A otro perro con ese hueso. O esa costilla.