martes, junio 24, 2008

Y nosotros… ¿qué hacíamos?

Cómo han cambiado las cosas con respecto a las vacaciones. Ahora en muchos establecimientos educativos se rigen por el calendario B, que termina el año lectivo en el mes de junio. Entonces la pausa de medio año es por un lapso considerablemente largo, mientras que a fin de año el descanso es más corto. Me late que se trata de una modalidad copiada del exterior, porque en los colegios bilingües despachan a los profesores a que pasen el verano con sus familias en el hemisferio norte. Y con lo que nos dicta imitar en todo a los extranjeros.

Lo más curioso es que para muchos estudiantes la época de vacaciones se convierte en un martirio; los chinos se jartan en la casa y no saben qué camino coger. Ni hablar del problema que representa para los padres de familia, debido a que la mayoría trabaja, y con desespero buscan qué inventarse para entretener a los muchachitos. Nada los mortifica más que saberlos en la casa idiotizados frente a la pantalla del televisor, del computador o conectados a los juegos electrónicos. Entonces recuerdo lo que representaba para nosotros salir a vacaciones, y no puedo entender cómo semejante regalo del cielo puede convertirse en un inconveniente.

Pensándolo bien, sí entiendo. A los infantes de ahora les tocó vivir una época de inseguridad y barbarie que les coartó la libertad; prisioneros inocentes de sus casas, edificios o conjuntos residenciales. Y aparte de los peligros que hay en la calle, súmele la paranoia de los papás que no les permiten ni asomarse a la ventana. Entonces no hay duda de que para nosotros la cosa sí era muy fácil, porque aparte de que las mamás permanecían en la casa, podíamos movernos sin ataduras ni imposiciones; al mocoso que se defendiera solo, lo echaban para la calle desde las ocho de la mañana y solo podía entrar cuando tuviera ganas de hacer popó, presentara un hueso roto o una herida abierta.

De manera que el menú de diversiones era ilimitado y menciono solo algunos. Jugábamos guerra libertadora, chucha o la lleva, cuclí, estatua y quemado. Con canicas de cristal a los cinco hoyos, al pipo y cuarta, al hoyito o nos inventábamos un recorrido para realizar una vuelta a Colombia, donde cada bola representaba un ciclista; dicha competencia también se practicaba con tapas de gaseosa rellenas de parafina o cáscara de naranja. Hacíamos comitivas, casas en los árboles, trincheras y escalábamos barrancos. Teníamos yoyo, trompo, balero, popo o bodoquera, navaja, pica pica, cauchera y marranita. Las cometas eran fabricadas por nosotros con papel de seda y engrudo. Y nos entreteníamos con actividades tan simples como sacar gusanitos de un barranco con la ayuda de un espartillo.

A cierta edad el pasatiempo preferido era rodar por las faldas en carritos de balineras. Después de ahorrar unos pesitos, mi papá nos completaba el capital necesario para fabricar las naves. Cogíamos el bus que nos llevaba al centro, bajábamos a las carreras hasta el Parque Liborio y en cualquier taller conseguíamos rodamientos de segunda. En una ferretería comprábamos puntillas, además del tornillo y las arandelas necesarias para darle movilidad al eje delantero. Después, en una construcción que hubiera en el barrio negociábamos con el celador para que nos vendiera unos recortes de madera. Solo quedaba conseguir un pedazo de cuerda gruesa para controlar la dirección.

El martillo, un serrucho, el machete para redondear los ejes y así poder meter las balineras, y a trabajar se dijo. Cada quien le ponía su sello personal al carrito, y nunca faltaban los gallos y las novedades; un cojín, calcomanías, rayas de color, dibujos y grabados adornaban las carrocerías. Concentrados en el ensamblaje nos turnábamos la herramienta, y nunca faltaba una mano amiga para solucionar cualquier inconveniente. Era cuestión de una tarde y todos a ensayar los carros.

Por fortuna en cualquier barrio de Manizales hay varias cuadras en pendiente para improvisar los autódromos. En el barrio La Camelia, donde vivíamos entonces, podíamos chorrearnos desde la Avenida Santander hasta la iglesia de Palermo sin peligro porque el vecindario apenas nacía y las calles eran desiertas. Ocho cuadras en bajada, con curvas de todo tipo, hacían del recorrido una aventura inolvidable. Podía llover, tronar y relampaguear y no hacíamos otra cosa que rodar por esas faldas. Manteníamos los codos y las rodillas en carne viva, o con costras de sangre seca, y las mamás no paraban de renegar porque destruíamos bluyines, camisas y zapatos. Lo de menos era el pellejo del zambo.

Además nos gustaba innovar y ponerle más peligro al programa. Como el carrito era para conductor y un pasajero, cogíamos prestado el atomizador que usaba la mamá para echarse laca en el pelo y lo llenábamos de gasolina. Entonces en plena carrera rociábamos las balineras con el líquido inflamable y la llamarada era inmediata, por las chispas que se formaban al rastrillar el metal contra el pavimento. Esa vaina nos producía unas descargas de adrenalina que no alcanzo a describir.

De noche nos dejaban salir un rato y la entretención preferida era hacer maldades. Quebrar bombillos, timbrar en las casas, azuzar los perros del vecindario, fumar al escondido, mortificar al celador y al que se atravesara. Por fortuna la gente era paciente y tranquila, porque de lo contrario no estaríamos contando el cuento.
pmejiama1@une.net.co

5 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Que recuerdos Pablo. quiero qgregar el siguiente pasatiempo de mi época, el aeromodelismo.

Si señores, se cogía un cucarrón, ojalá mierdero, se le amarraba un hilo de una de las patas traseras y cuando el "avioncito" decía a volar uno salía detrás como alma que lleva el diablo. al primer cansancio se "recobraba" hilo y lo traíamos de vuelta al campo de aviación. ¿que tal?

Anónimo dijo...

Hombre Pablo:
Imagino que en esas faldas de por allá no era fácil los partidos de fútbol, pero con seguridad que algo harían ustedes al respecto; con un balón que era un cuero de otro balón viejo relleno de trapos y las porterías marcadas con piedras...
Las excursiones a charcos a nadar, no podían faltar.
Y siempre eran corticas las vacaciones.

Anónimo dijo...

HOLA PABLO:
Nuevamente ingreso a tu blog y me veo trasladado a los pantalones cortos, nalgas rotas, cauchera en el blsillo trasero, bolas de cristal en los del lado, ni un centavo, curitas en loas rodillas, mertiolate en los codos, chichon en la frente y una mirada pícara que busca sanas diversiones y angelicales maldades. Que tiempos aquellos. No mejores que estos, pero tampoco peores. Eso si, más sanos, más originales, más de nosotros. Todo lo tenía; parece que se calcan los recuerdos y las vivebncias. faltó el asesinato de trinos en la mitad del vuelo, pero no lo cito, para no permitir que las lágrimas afloren a mis ojos y bajen por mis mejillas. JUANFER

Anónimo dijo...

Ha! tiempos buenos eran aquellos. Recuerdo que tambien usabamos tablas enjabonadas o enceradas para chorriarnos por las faldas.

Sebastián Dávila dijo...

Pablo:
Sumercé tiene razón con que todo tiempo pasado fue mejor. Todo nosotros aprovechamos la niñez de la mejor forma que pudimos. Pero nosotros no teníamos Internet, ni redes sociales, ni Xbox que permite jugar en línea, ni la oferta televisiva de hoy en día.
El mundo nos está convirtiendo en sedentarios, empezando por los niños. Porque la solución de los países extranjeros es enviar a lso chinos a los famosos campamentos de verano. Pero para eso aquí no hay plata.

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