viernes, diciembre 19, 2008

Vicisitudes de un peregrinaje (II)

Los hombres debemos reconocer que somos muy olímpicos y todo nos parece sencillo, mientras que las mujeres sacan peros, ponen pereque, son negativas y todo se le vuelve un mundo. Esa diferencia puede verse cuando salimos de paseo y nosotros creemos que basta con echar dos pantalonetas y unas camisetas en un maletín, mientras que ellas planean todo con tiempo, compran cremas y bronceadores, empacan mudas de sobra y no repiten vestido de baño ni muertas. Pues fíjese que hasta esos dos santos personajes, José y María, casi se agarran de las mechas porque al fin y al cabo ellos también fueron humanos. Sigo con el bíblico relato.

*Déjeme organizar el paseo y no me saque la piedra, que le recuerdo que el arcángel Gabriel le advirtió que este nacimiento va a pasar a la historia, y qué tal usted y yo agarrados. Mejor empiece a empacar y no sobra advertirle que no puede llevar mucha cosa. Tranquilo mijo, respondió ella con cierto tonito, que una con más de ocho meses de embarazo no necesita casi nada; y si el niño se adelanta ojalá nazca vestidito.

Quince días después volaba José en esa caspa de motocicleta y la pobre María bien incómoda porque entre el maletín en la espalda y su marido adelante, la barriga no le cabía. El chaleco tampoco cerraba y ese casco protector tallaba por todas partes, pero no decía ni mu para no darle el gusto. Eso sí, cada cuarto de hora lo hacía parar en donde fuera porque la vejiga la mortificaba, y había que ver al tipo renegar porque había logrado pasarse una docena de camiones y ahora a repetir la peligrosa operación. Y pónganse los impermeables y pare de nuevo para quitárselos; chaleco, casco, guantes y plásticos para los zapatos, y esa mujer que trinaba. Con toda la razón, además.

¿Si vio mija?, eso fue en un ya que llegamos. Porque yo vengo fresco. Espere pregunto dónde queda la dirección de mis primos que ahí seguro nos reciben; y fresca que el lunes, después del empadronamiento, arrancamos para la casa. Vea, aquí todo es mogollo, ya di con la dirección. María, como quien no quiere la cosa, mascullaba con ira contenida: Tranquilo viejo que yo vengo muy presentable con este disfraz y semejante barriga; y debo tener el pelo divino.

Pailas mija, comentó José cariacontecido, nos fregamos porque se corotiaron hace días y nadie sabe para dónde; vamos a la plaza que allá seguro me dan razón. Ella se acomodó en una cafetería y desde ahí lo veía conversar con todo el mundo, hasta que se vino como muy animado. Yo se lo dije, uno es jodido y de alguna forma se la rebusca. Fíjese que como los hotelitos siempre son costosos, cuadré con un doctor que nos da posada y a cambio yo le hago unos remiendos en una finquita que tiene allí no más. Por fortuna traje la herramienta. La pobre María debió zamparse de nuevo el disfraz y ahora el recorrido era por carretera destapada, con un polvero espantoso, y al llegar el tipo les cedió la pieza del reblujo y de una puso a José a arreglar unas chambranas.

Esa noche la mujer se sintió indispuesta por el cansancio y llegó a creer que el niño iba a nacer, lo que preocupó al carpintero que andaba sin un peso en el bolsillo. Madrugó y al conversar con algunos trabajadores le dijeron que no fuera tan pendejo, que vendiera la moto por lo que le dieran y llevara la plata a un negocio que había en el pueblo, que en unas semanas le daban un billete largo. El hombre ni corto ni perezoso arrancó con las instrucciones y encontró la empresa que operaba en un garaje, ferió la moto por una chichigua e hizo la inversión que lo iba a sacar de pobre.

José llegó tardecito con la sorpresa y encontró a su mujer con los dolores, y quién dijo que pasaba un carro a esa hora. Entonces le tocó a la alimentadora servir de partera y ahí entre aperos, herramientas y costales nació el barrigón, muy alentado por cierto. Los cogedores de café se arrimaban a noveleriar y a felicitarlos, y el agobiado padre madrugó al pueblo a retirar la plata para poder comprar siquiera con qué vestir al chino. Ni qué decir de lo que sintió cuando llegó y encontró un mundo de gente tirándole piedras al negocio dizque porque se largaron con el billete y los dejaron como el ternero.

Regresó a la finca y mientras María lloraba desconsolada, un pirobo le dijo que los paracos los tenían entre ojos y que era mejor que se abrieran. No hubo de otra que empeñar la herramienta y comprar dos pasajes para Bogotá, y allí se instaló donde un hermano que vivía en el barrio Egipto. No hay mayores datos sobre la vida de la Sagrada familia en los años siguientes, hasta que el muchacho entró a la universidad y cogió fama de revolucionario. Dizque no se perdía marcha, lanzaba arengas y era un duro para convocar manifestaciones. Las fuerzas oscuras ya lo tenían fichado y por cierto un fulano lo sentenció con esta frase: Ese man no llega a la edad de Cristo.

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Excelente Pablo esa presentación del nacimiento de Jesús bajo el acontecer de nuestros días. Ni de las pirámides se salvó el pobre carpintero. Eso si, te faltaron los tres culebreros que llegaron con sus menjurges a tratar de tumbar a José, y la estrella que iba derechito para Chinchiná, pero en Cali se la galafardiaron a punta de goles.