lunes, mayo 04, 2009

El jugo de tubería.

Dice el refranero popular que las cosas se aprecian más cuando se pierden. Una moraleja muy cierta que podemos comprobar en casa si por alguna causa carecemos de uno de los servicios públicos domiciliarios, a los cuales nos acostumbramos hasta no poder vivir sin ellos. Cortan el teléfono y de inmediato toca llamar para que lo reparen, aunque ahora con los celulares la cosa no es tan grave; el gas falla muy poco pero si sucede nos enfrentamos mínimo a quedar sin fogón ni agua caliente, que es lo peor; sin luz quedamos más desprogramados que un poste; y el caos definitivo es cuando abrimos la llave del agua y se oye un ronquido como de volcán en erupción.

Al abrir el grifo, la pluma le dicen los costeños, pocas veces apreciamos ese don que tenemos a la mano y por el contrario la dejamos correr sin pensar que con la cantidad de agua que se pierde mientras nos lavamos los dientes, podría sobrevivir un habitante de un lugar inhóspito donde carezcan del precioso líquido. La comunidad de los bosquimanos, que habita el desierto de Kalahari en el sur de África, sobrevive prácticamente sin consumir agua y depende del líquido que surge de los escasos alimentos que por su conocimiento ancestral encuentra en tan árido entorno. Produce desazón verlos con una capa de mugre acumulada en toda una vida, y para un habitante de la civilización que debe lavarse las manos a cada momento porque no resiste el fastidio, parece inaudito que un ser humano pueda vivir así. Basta imaginar a qué les olerá la horqueta. ¡Gaquis!

Para no ir muy lejos, en los cinturones de miseria de nuestras ciudades la gente carece del servicio de alcantarillado y acueducto, y deben cargar agua desde alguna fuente que tengan cerca; claro que casi siempre se trata de aguas empozadas que presentan altos grados de contaminación, lo que causa problemas de salud en la comunidad y en los niños hasta la muerte. Si cada persona piensa cuánta agua tendría que cargar para cubrir lo que gastan un día en su hogar, seguro que deberá buscar la forma de comprar un carro tanque. Cuando veo las filas de gente con sus baldes, canecas, ollas y demás recipientes para conseguir el indispensable líquido, pienso para qué puede alcanzarles esa cantidad. Desocupar un sanitario requiere varios galones; el baño de una persona, así sea lavado de gato, consume otro tanto; puede que alcance para cocinar, pero no para lavar los platos; ni pensar en lavar la ropa; y hay que dejar un cuncho para consumo humano y cepillado de dientes.

Lo peor es que todos los días desaparecen quebradas, humedales y ciénagas, porque los humanos nos encargamos de desestabilizar el ciclo normal del planeta. Grande va a ser el odio que van a sentir los habitantes que nos reciban la posta en un futuro no muy lejano, cuando se vean abocados a una crisis mundial por falta de agua. Seguro los poderosos se quedan con las pocas fuentes y al común de la gente le tocará tomar un curso con los bosquimanos a ver cómo es que se vive a palo seco. De toda el agua del planeta, salada y dulce, esta última solo representa el 3%; los ríos, lagos, ciénagas y picos nevados del planeta corresponden al 1% y el resto está congelada en ambos polos. Estos últimos se derriten al desprenderse del casquete polar y su contenido se diluye en el agua del mar, la cual no puede consumir el hombre. No les quedará más remedio a nuestros lejanos descendientes que recurrir a la tecnología para montar plantas en los polos donde derritan hielo, y trasportarla por tuberías submarinas como hacen ahora con los hidrocarburos. Menos peligro correrán nuestros bandidos expertos en perforar los tubos para robar su contenido, y seguro el gobierno le pondrá sobre- tasa.

Eso de comprar botellones de agua es algo relativamente nuevo, porque a nosotros nos tocó en la finca tomarla de un nacimiento que muchas veces venía turbio. La dejaban reposar durante la noche para asentarle la mugre, luego sacaban la más limpia, la ponían a hervir y listo. Al servirla en un vaso podía notarse su color ámbar, pero nuestros mayores eran muy sangrilivianos y no le paraban bolas a esas minucias. Tiempo después, cuando íbamos a acampar al monte, el agua procedía de ríos y quebradas que muchas veces tenía un color terroso; en un pocillo de peltre sacábamos el agua, le escurríamos un limón, diluíamos una pastilla que dizque la volvía potable y al buche con ella. A muchos los atacaban las amebas pero bastaba con purgarlos y problema solucionado.

No quiero siquiera imaginar el día que los conflictos en la tierra sean por agua. Así como ahora el petróleo representa poder, llegará el momento que los que tengan recursos hídricos mandarán la parada. Por eso hay que disfrutar el agua, cuidarla, valorarla, agradecerla, ponderarla y degustarla. Cuando tenemos sed recurrimos a las gaseosas y todo tipo de bebidas artificiales que ofrece el mercado, cargadas de azúcar y productos químicos, pero la “guillotina”, como le dicen los malevos a esa necesidad de hidratar el organismo, solo se calma con el precioso líquido. Por algo aseguran que nada como el jugo de tubería.
pmejiama@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Los curas pierden el tiempo bendiciendo la agua, que de por si es bendita.

Jorge Iván dijo...

por error de dedo escribí la agua. favor leer el agua.