jueves, febrero 11, 2010

La lógica irrefutable de los niños.

En más de una ocasión los niños nos desarman con su lógica rotunda y espontánea, y de forma absurda e irresponsable los adultos acostumbramos salirnos por la tangente para evadir la respuesta, convencidos de que la criatura olvidará el asunto en segundos. Porque nos da trabajo convencernos de que ese bebé que hasta hace poco solo balbuceaba algunas sílabas, reía al vernos hacer carantoñas, y comía y dormía durante casi todo el tiempo, de un momento a otro se convirtió en un ser pensante y racional. Y ahí es cuando sin darnos por enterados le enseñamos a mentir, a hacer trampa, a denigrar de los demás, a tramar; peleamos frente a él y tratamos asuntos delicados, como si lo hiciéramos delante de una mascota.

Infortunadamente nos acordamos muy tarde de cuidar la lengua delante de los pequeños, y casi siempre ocurre cuando algún comentario que hace el mocoso nos deja fríos, de una sola pieza. Ellos son unas esponjas que asimilan todo lo que sucede a su alrededor, aunque parezcan desentendidos, y es como si tuvieran antenas porque no se les pasa ni media. Se las pillan al vuelo y así los adultos hablen en clave o cambien los nombres de los implicados, el muchachito se entera del asunto antes de lo que uno cree. Recuerdo que en mi infancia nuestros padres, que sabían algo de inglés, aprovechaban ese idioma para comentar los asuntos prohibidos para nosotros; el problema es que a los zambos ahora les enseñan inglés desde la guardería. Otra modalidad que utilizaban los adultos era comunicarse por medio de jerigonzas previamente establecidas.

Los niños hablan sin tapujos, son directos y francos, y como no le ponen malicia a nada, se expresan sin dobleces ni argucias. A veces creemos que basta callarlos con un regaño, pero ellos se quedan rumiando el asunto hasta encontrarle alguna explicación. Cierta vez visitaba a mi mamá y coincidí con mi hermano Daniel y su hijo Pedro Luis, que entonces tendría 7 años. El muchachito se enteró de que en otro apartamento del mismo edificio había una persona que él quiere mucho y estaba desesperado por visitarla; entonces consultaba al papá a qué horas iban a ir, cuánto faltaba, si seguro lo llevaría y mil pregunta más, hasta que el papá se desesperó y lo regañó, le prohibió insistir con la cantaleta y le advirtió que si seguía con la joda, le daba una palmada; que él sí lo iba a llevar, pero dentro de un rato. En cierto momento fuimos a la cocina a preparar tinto y en esas apareció el muchachito, y le dijo al papá que si era cierto que en la vida todas las cosas tienen su momento. Nos miramos con asombro por lo inteligente del raciocinio y Daniel le dijo que sí, que tenía toda la razón, y entonces el mocoso se apresuró a preguntar:
-Papá, ¿entonces me puede decir cuál es el momento en que vamos a ir a donde fulanita?

Cuando María Escobar tenía unos 2 añitos, estábamos en Cartago en la finca de la abuela y mientras la niña se bañaba en la piscina, desde un corredor yo la observaba y cada cierto tiempo suspendía mi lectura para sacarle la piedra cuando le gritaba: ¡María Escobar es una bebé!; ¿quién es la negra más inmunda de esta casa?; ¡que le traigan el chupo a la bebita!; ¡Fo!, esa mocosa se poposió en la piscina; y demás pendejadas por el estilo, y ella furiosa porque no hay nada que ofenda más a un infante que ya se cree grande, que lo comparen con un bebé. Claro que a veces le daba tentación de risa, pero de inmediato me lanzaba unas miradas de esas que si mataran, me habría fulminado en el acto; entonces le decía que qué miedo, que estaba temblando del susto y que en el agua había una culicagada con cara de perro rabioso. Como no había nadie más por ahí cerca no le quedaba más remedio que oír la jodentina, hasta que me miró con los ojos entornados por el intenso sol, me apuntó con su dedito y soltó esta sentencia:
-Pablito, te lo advierto de una vez, ¡si sigues así, no vuelves!

Sucede también que olvidamos que los infantes ven la vida con ojos diferentes a los nuestros. Resulta que iba de viaje María, ya de 5 años, con sus papás, el hermanito y la abuela materna que viajaba con los niños atrás para entretenerlos y ponerles cuidado. Consuelo les conversa, les enseña cosas, los interesa en los diferentes temas y se esmera en ilustrarlos en todo lo que sea posible. En cierto momento, la muchachita le dijo a la abuelita que le contara por qué se había separado del marido, a lo que la mujer con mucho tacto y en un lenguaje fácil y comprensible, trató de explicar algo que no es fácil de exponer a un pequeñín. Cuando terminó con su relato, la nieta le dijo que si no había pensado en juntarse otra vez con el abuelito, y entonces ella muy asombrada le respondió que cómo se le ocurría, que si no le parecía que ese señor estaba muy viejo, arrugado, chocho y resabiado. La mocosa la mira de arriba abajo y comenta:
-Abuelita… ¡pero tú también!
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Ja,ja,ja. Me hiciste acordar del famoso "tenemeaquí" usado por mis viejos cuando querían que alguno de los hijos no estuviera presente en alguna conversación. Le decian a uno: "mijo, vaya dígale a su mamá que me mande un tenemeaquí"

Anónimo dijo...

Me hizo llorar con el último cuento de María... y me parece ver a semejante dulzura con esos ojitos que hace...