lunes, abril 12, 2010

Hasta pecado será.

Pocas cosas me mortifican más que el derroche y la excentricidad. En un mundo donde hay tanta miseria, que presenta altas cifras de mortalidad por hambre, con millones de niños sin derecho a la educación o la salud, con gentes que viven en la calle sin pertenencias ni destino, donde el maltrato, el abuso y la esclavitud son pan de cada día, no soporto que unos pocos privilegiados destinen sus recursos a gastos innecesarios. Para mi gusto el despilfarro y el boato son despreciables, absurdos, insultantes. Y cuando me entero de dichos excesos, solo deseo a quien los comete que el destino se la cobre. Que algún día sepa lo que son el hambre y la necesidad.

Vi en un programa de televisión, dedicado exclusivamente al despilfarro, un hotel en la costa occidental de los Estados Unidos donde van las personalidades del jet set a disfrutar sus vacaciones. El programa se llama “Mundo de millonarios” y se trata más que todo de resaltar ese tipo de excentricidades absurdas. Empieza el presentador a mostrar los diferentes atractivos y en cada uno resalta cuánto hay que pagar por él: un masaje cuesta un ojo de la cara, cena en la playa para sorprender a la mujer amada un dineral, una vuelta en barco otra fortuna y así todo por el estilo, pero lo que me ofendió fue cuando hablaron de ciertos tipos de licores. El barman mostraba las botellas y decía el precio de cada trago, pero tragos como el aguardiente que se mandan de un solo golpe, y empezó a subir el precio hasta llegar a un tequila muy exclusivo cuyo costo era de mil dólares por trago. Entonces pienso en cuántas necesidades pueden paliarse con ese dinero y solo me queda la esperanza de que la Justicia Divina castigue dichos excesos.

El ser humano es dado a compartir su vida con animales y por ello son tan comunes las mascotas. Está bien que suplan sus necesidades básicas, pero de ahí a la extravagancia hay mucho trecho. Durante mi infancia en la casa siempre hubo perro, gato, conejos, tortuga, gallinas y palomas, pero todos vivían en el patio. Comían sobrados, cáscaras de hortalizas que nos regalaban en la galería, y un poco de maíz amarillo para las aves, mientras que el gato cazaba ratones y pájaros en el vecindario. En cambio ahora el consumismo inventa a diario diferentes alimentos, tratamientos de belleza y hasta juguetes para los animalitos. Y como a ciertos millonarios les gusta es aparentar, ya existe una aerolínea para transportar mascotas y en las principales ciudades del mundo hay hoteles cinco estrellas para alojarlas. No hay derecho. Y me cuenta una amiga virtual peruana, que vive en España, que vio exhibida ropa para perros con precios entre 50 y 300 euros. ¡Válgame Dios!, como si los animales necesitaran vestirse.

Es un gusto para cualquier padre festejar el matrimonio de su hija con una fiesta que reúna a familiares y amigos. Que no falten la torta, el champaña, la buena comida, el traguito y la música para entretener a los comensales, además de todos los detalles que dicta el protocolo, pero la inversión no debe ser exorbitante. Cómo es que hay gente que se gasta un infierno de plata en dicha celebración, si con mucho menos puede programar algo muy completo y el resto de la plata se lo regala a esa hija que empieza una nueva vida. Qué remordimiento si algún día pasa trabajos, saber que se tiraron ese dineral en una fiesta de la que no quedaron sino las fotos y el guayabo. Porque ya ni el sagrado vínculo perdura.

Son muchos los que se derriten al hablar de la plata que tiene otro fulano, de cuáles propiedades posee, cuánto billete mueven sus empresas y negocios, como se codea en un círculo de potentados y pertenece a los clubes más exclusivos. Que los hijos estudian en los mejores colegios y universidades, de los viajes que ha hecho, de las fiestas que celebra para hacer relaciones públicas, de las obras de arte que adornan las paredes de su casa. Y claro, todos quieren ser amigos del personaje, lo aceptan en su círculo social, así a sus espaldas digan que es una caranga resucitada, y se vanaglorian de su aprecio, pero vaya que ese fulano tenga un revés financiero y se quede en la calle. A ver cuántos lo siguen frecuentando, quienes lo saludan siquiera en la calle. Hasta dónde llega la estulticia de quienes creen que la gente vale por los bienes materiales que posee.

Al referirme a las mascotas recordé la anécdota de un amigo de Medellín, quien cierta vez se encontró con una sobrina que andaba güete con un perrito que le regalaron. No se cambiaba por nadie con su cachorro y cuando el tío le preguntó cómo se llamaba el chandoso, ella muy orgullosa respondió que Mateo. El hombre se lamentó por la manía de la gente de ponerles nombres de personas a los animales y le comentó a la niña si no le parecía más oportuno nombrarlo con un apelativo de animal. Pues a los pocos días se topó de nuevo con la zamba y ésta muy orgullosa le contó: Tío, ya le puse nombre de animal a mi perrito, ¡se llama elefante!
pmejiama1@une.net.co

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estuvo bueno ese cuento del final... me hizo reír mucho...

Jorge Iván dijo...

Pablo, ¿Te imaginás cuanto valdrá el caldito y el sauna para calmar el guayabo que produce una fuma de mil pesos por trago?

Jorge Iván dijo...

Cuales mil pesos, son MIL DOLARES. Es que no me cabe esa cifra en la cabeza

JuanCé dijo...

Pablo:
Guardadas las proporciones sobre lo que dices, es lo mismo con los gastos del Estado en muchas cosas, en especial en aquellas que dizque son una gran atracción popular. Por eso digo que al pueblo, además de circo, a veces deberían darle también un poco de pan.