martes, julio 13, 2010

Salen con unas…

Para mi papá no había mejor entretención que conversar con los campesinos y escucharles su léxico, historias, costumbres y creencias. En su finquita pasaba horas en entretenidas charlas con el agregado y su mujer, quienes lo mantenían al tanto de todo lo que sucedía en la región. Recuerdo que llegaba a las carcajadas a contarnos lo que había dicho el uno o le que relató el otro, pero no con la intención de burlarse sino de disfrutar ese lenguaje maravilloso y autóctono que utilizan; además de que los relatos son graciosos y tienen un contenido filosófico muy interesante. Otra cosa que fascinaba al viejo eran los cuentos y salidas de sus nietos. Todos adoraron al abuelo, que aunque nunca fue un hombre cariñoso ni expresivo, con los nietos se transformaba y los cargaba, dejaba que le jalaran el bigote y si había que arrullarlos o dormirlos era el mejor en ese oficio.

A mi hijo le tocó el abuelo para él solo durante varios años porque era el único nieto, además de que en ese entonces mi padre estaba aliviado y lleno de vida. No se iba para la finca sin la compañía del niño y allá recorrían los caminos y conversaban de todo lo imaginable; desde que el muchachito aprendió a caminar lo recogía el sábado muy temprano y cuando regresaban, disfrutaba al resumirnos el contenido de sus charlas. Ojalá todos los niños aprovecharan a los abuelos para aprender de ellos, disfrutar de su compañía y darles la satisfacción de contribuir a la formación de la prole. Basta conocer algo de la infancia de personajes como Gabo, Vargas Llosa o Isabel Allende, para colegir que el hecho de haberse criado en casa de los abuelos marcó definitivamente sus destinos y los inspiró para relatar semejante caudal de experiencias maravillosas.

La nieta menor de nuestro clan es Maria Antonia, una mocosa tierna e inteligente que con su carisma gana el cariño de quienes la conocen. Mis padres la alcanzaron a disfrutar unos añitos y como eran vecinos, esa niña y su hermanito pasaban mucho tiempo con los abuelos. Cuando la muchachita tenía unos 3 años llegaba de la guardería a enseñarle a mi papá cómo debía respirar para que no dependiera de una máquina productora de oxígeno, y le hacía la mímica de la inspiración y expiración. A mi madre, que tenía una infección urinaria, la mocosa le dictaba cátedra al respecto y le explicaba que los “griñones” quedaban como a mitad de la espalda. Mi papá se desternillaba de la risa y casi siempre terminaba ahogado por el esfuerzo. Entró la niña al colegio y uno de mis hermanos le preguntó si allí también le enseñarían temas de la salud, a lo que respondió con mucha seguridad:
-No tío, porque yo medicina ya sé.

Y es que la zamba siempre ha tenido dotes de profesora. Hace poco, ya con 6 años, le dijo a mi hermano que una amiguita al contar se saltaba los números del 12 al 15 y que ella se había propuesto enseñarle cómo es la cosa. Que simplemente le había dicho que al terminar de contar hasta 10, volvía a empezar con todos los números en el mismo orden pero que les tenía que poner a todos un 1 a la izquierda. Al papá le pareció muy bien pero le preguntó si ella le había explicado bien el por qué se daba ese fenómeno de repetir otra vez los números, y entonces ella expresó textualmente lo que le había dicho a su amiga:
-Mira fulanita, tú no te preocupes por esa hilera de unos, que esos los puso dios ahí. Limítate a hacer lo que te expliqué y listo.

La candidez e inocencia de los infantes son hermosas. Salen con unas cosas que provoca comérselos a besos y eso le pasó a mi hermano cuando a Maria Antonia le dio por meterse a clases de piano. De inmediato buscaron la profesora, ya que una afición como esa hay que fomentársela, y cuando el papá la llevaba a la primera clase le preguntó por qué había querido aprender a tocar ese instrumento, a lo que ella muy seria respondió:
-No papi, es que cuando yo tenga por ahí 20 años me pienso conseguir un noviecito y así puedo cantarle canciones.

Pedro Luis es el otro pequeñín de la familia y un sábado le preguntó al papá si al otro día lo llevaría a bañarse en la piscina, pero antes de que le contestara, en forma contundente le advirtió: pero ahora no me vaya a salir con que si dios quiere, según como amanezca el día, lo que diga su mamá o alguna disculpita de esas. Y hace poco, mientras iban en carro de paseo para la costa, empezaron los adultos a saborearse los manjares que esperaban disfrutar. Que pescado frito con arroz con coco, que arepa de huevo, que unas buenas butifarras, hasta que nombraron el bollo y mi hermano, como es su costumbre, le dijo a Pedro que tenía que probar de todo. El niño se quedó callado un rato mientras sopesaba la situación, consciente de que si se negaba iban a empezar las peleas, hasta que propuso:
-Está bien papá, yo pruebo el bollo pero que no sea de perro ni de gato.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Ja,ja,ja. Con lo del viaje a la costa me hiciste recordar las vacaciones de junio, pero aquellos junios de verano, no los llovidos de hoy, en las que siempre nos íbamos para Cartagena con nuestros hijos Alejandro y Lina que no pasaban de los 10 años de edad. En uno de los tantos viajes, cuando pasamos por Bello en nuestro carro, es decir a los 20 minutos de haber salido de la casa, Lina me preguntó: ¿papi, falta mucho?

Anónimo dijo...

Pa que vea que ese interés por caminar se quedó grabado en mí desde los 5 años que caminaba con Don Hugo. Y ojalá perdure por siempre...