jueves, julio 07, 2011

Paisaje cultural cafetero.

No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, dice el adagio popular. Por ello después de mucho trabajo, de hacer cabildeo, dedicarle esfuerzo y tesón, por fin podemos decir que nuestra cultura cafetera es reconocida mundialmente. Fueron años de labor mancomunada de gobernaciones, municipios, corporaciones autónomas regionales, universidades privadas, la red de universidades públicas del Eje Cafetero (Red Alma Mater) y los diferentes comités de cafeteros, quienes hicieron causa común para alcanzar un logro que es importantísimo para la región y el país.

En el año 2000 vinieron a Manizales representantes de la UNESCO, de diferentes nacionalidades, para enterarse de todo lo concerniente al Paisaje cultural cafetero, el cual abarca 411 veredas de 46 municipios, que albergan 24 mil fincas cafeteras donde reside una población aproximada de 80 mil personas; toda la zona está dedicada al cultivo del café y pertenece a los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y norte del Valle. Entonces tenía mi programa radial y después de entrevistar a tan distinguidos visitantes, recuerdo que todos se fueron de la región con una grata impresión de lo que aquí conocieron.

Es común que la gente, al enterarse de la noticia, piense que el reconocimiento se hace a aquello que conocemos como paisaje, panorámica o esa vista espectacular que ofrece la región a nuestros ojos. Pararse por ejemplo en el barrio Chipre, otear hacia los 4 puntos cardinales y ver tanta majestuosidad; o viajar por cualquier ruta de la zona referida y detenerse a observar los sembradíos, las montañas, los pueblos y veredas que se encuentra en el camino. O esos tapetes infinitos de diferentes verdes, los guaduales y las cañadas, las sementeras y los árboles frutales; los nogales, robles, carboneros, acacias y tantas otras especias nativas.

Pero el paisaje destacado es mucho más que eso: se refiere a todo lo que incluye nuestra cultura, heredada de aquellos colonizadores antioqueños que tumbaron montes para fundar sus haciendas a mediados del siglo XIX; costumbres, mitos y leyendas, música, gastronomía, idiosincrasia, literatura, lenguaje, arquitectura y otros muchos ejemplos que sería largo enumerar. Y aunque en nuestro país se cultiva café en otras regiones, como la Sierra Nevada de Santa Marta, en Huila y Tolima, en Cauca y Nariño, en los Santanderes y muchos otros departamentos, la cultura de esas zonas es muy diferente a la nuestra.

Porque aunque uno conozca toda nuestra región, en caso de despertar un día en una finquita o casa campesina localizada en medio de los cafetales, no podría decir en cuál de los departamentos se encuentra. Por más pistas que busque para despejar su duda, puedo asegurar que será infructuoso porque el modo de vida es idéntico. Si es una vivienda antigua estará construida de guadua, madera y bareque, tejas de barro en el techo, puertas de doble ala y grandes ventanas con postigos; amplios corredores con chambranas de macana y el servicio sanitario en uno de sus extremos. Las paredes serán encaladas, de un blanco reluciente, y la madera pintada con colores típicos de la región: rojo fiesta, azul marino, verde oscuro o amarillo mostaza.

En la cocina el fogón de leña, alimentado con madera procedente de la renovación de los cafetales, que hace de ese espacio un lugar oscuro por el ahumado de las paredes y el techo. Afuera de la cocina el comedor para los peones en un espacio amplio y abierto, porque en época de cosecha debe albergar muchos comensales. El menú diario varía muy poco: antes de clarear el día los tragos, que consiste en una taza de café negro endulzado con panela, llamado “chaqueta”; al desayuno chocolate, arroz, tajadas maduras, carne frita y arepa; para el almuerzo sancocho y a la comida frijoles rendidos con plátano verde, arroz, carne arreglada, maduro asado y arepa. Al corte les llevan “bogadera”, como denominan los diversos preparados para calmar la sed; uno tradicional es el “guandolo”, elaborado con agua, jugo de limón mandarino y panela.

Flores de colores adornan el corredor y en la pared son infaltables el Corazón de Jesús, el almanaque del granero y un afiche del comité de cafeteros. La casa rodeada de jardín y más allá están el pilón, la huerta casera, la sementera, el gallinero, la cochera y la tradicional cruz de mayo; todo elaborado con guadua, material codiciado por su versatilidad. Por la carreterita de penetración verá pasar los buses escalera, o chivas, y los tradicionales “yipaos” repletos de montañeros.

Una semana antes del reconocimiento de la UNESCO visitamos una finca cafetera y mi mujer, aficionada a la fotografía, se dedicó a retratar los animales domésticos, un atado de leña, los cafetales, las flores, los árboles, el paisaje y demás detalles. Luego colgó las fotos en una página especializada, donde lo hace gente de todo el mundo, y hay que ver la sensación que causaron. Un español quería saber a qué altura se cultiva el café, la neozelandesa celebró conocer la planta, el argentino alabó la panorámica, otro preguntó cómo lo cosechan es semejantes pendientes y muchos otros comentarios por el estilo.

Ayudemos a compartir esta noticia con nuestros contactos en el exterior; enviémosles fotografías, videos, panorámicas; invitémoslos a que nos visiten y promocionemos la región, porque somos pocos quienes tenemos el privilegio de conocerla. Y algo importante: nunca dejemos de admirarla.
pamear@telmex.net.co

2 comentarios:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Memoria genética la que debo tener. Me parece haber vivido en una finca de esas como la que usted describe.

Definitivamente soy de otra aspiraciones y otras costumbres. No quiero casa-finca copiando las grandes haciendas o ranchos mejicanos, o nortemaericanos o chalets suizos; nada de fuentes y jardines extravagantes, ni piscinas, jacusis (Así se escribe?), casas con aires acondicionados centrales, con jardines que hasta plantas importadas tienen, con un mini-zoológico y todo.

Amo la finca campesina en la que debí nacer. Me gusta como siempre su artículo, aunque esta vez me produzca nostalgia por la tierra de mis ancestros paisas.

Anónimo dijo...

Se me vinieron muchos recuerdos de Don Blas, la finca de Peláez y la infancia... pero cuando describió la cocina ahumada por el hollín del fogón me vi de 5 años asando masmelos en el fogón de Clara la agregada de la finca...

Excelente artículo...