miércoles, marzo 21, 2012

Obligatorio texto de consulta (I)

Circulan innumerables textos con frases célebres de algunos personajes que han sido muy fecundos en producirlas, como Marx, Confucio, Sor Juana Inés, Benjamín Franklin, Balzac o Frida Kahlo. Pues ahora encuentro en la red el Diccionario Aristizabal de frases colombianas, una recopilación de unas quince mil sentencias, dichos, máximas, refranes y apotegmas escogidos de todo tipo de publicaciones de nuestro país por el escritor bogotano Luis H. Aristizabal. Por orden alfabético se busca entre más de mil doscientos autores para disfrutar de frases sesudas, graciosas, genialidades, sarcasmos, ironías, verdades ocultas y muchas otras expresiones que nos ponen a pensar, además de que reflejan a la perfección a cada uno de los autores. Procedo a compartir algunas que encontré de personajes que llaman mi atención.

Del primer presidente colombiano que tengo conciencia es Alberto Lleras Camargo (en su segundo período, 1958-1962), pero como a tan tierna edad uno no se interesa por esas cosas, con el paso de los años me enteré de su trayectoria, honestidad y rectitud. Y basta con leer algunas frases del diccionario que menciono para conocer un poco de su personalidad, como cuando dice “Nadie podrá obligarme a proceder contra mi conciencia”. O esta otra: “No tengo con el liberalismo ningún compromiso que salga del territorio intelectual”. Y qué tal esta sentencia: “El poder absoluto engendra absoluta corrupción”. Esta es como para dedicársela a Julito Sánchez: “Un país mal informado no tiene opinión, tiene prejuicios”. Una que debería ser obligatoria: “Ministro que se equivoca, debe renunciar”. Así se refería a sus colegas de antaño: “La poesía era el primer escalón de la vida pública y se podía llegar hasta la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados”. Y aquí el fiel reflejo de su probidad: “Si fuera rico, si tuviera renta, viviría en un campo, alejado de todo, frente a la naturaleza, rodeado de libros”.

Después llegó al Palacio de San Carlos el Presidente Guillermo León Valencia (1962-1966), de quien se hablaba mucho en la época porque era amigo del traguito, algo imprudente y mete patas. Pero sin duda tenía una agilidad mental y una agudeza que desarmaban a sus enemigos y dejaban en ridículo a quien osaba criticarlo. A un impertinente concejal de cierto pueblo, le salió con esta perla: “Algún día, gallardo amigo, usted estará en el Senado de la República... Porque en un país donde la mitad es analfabeta es justo que tenga su representante”. En otra oportunidad un Congresista le dijo que entre ambos había un enorme abismo moral, y Valencia le respondió: “Yo sé eso desde hace tiempo pero me había dado pena decírselo”. Cuando se indispuso antes de dar un discurso y alguien insinuó que lo que hacía era esperar órdenes de su padre, expresó esta genialidad: “Esa es una sospecha de la que sólo se libran los hijos de los imbéciles”. Su fino humor y esa chispa innata pueden verse reflejada en lo que respondió cuando le propusieron que se casara con una mujer que había enviudado tres veces: “Yo soy muy mal cuarto”. Inolvidable la embarrada, que nunca se supo si fue por despistado o porque ya estaba copetón, cuando al hacer un brindis por el general Charles De Gaulle gritó a todo pulmón: “¡Viva España!” Por último, las palabras que le dijo a su hijo Ignacio mientras agonizaba en Nueva York en 1971: “Dígales que me dejen solo. Yo no me quiero morir delante de la gente”.

Como con el Frente Nacional la vaina era turnadita, en 1966 le tocó el turno a un liberal que gobernó hasta 1970, Carlos Lleras Restrepo. Con este mandatario podía decirse que a pesar de su baja estatura no era un presidente de bolsillo, porque si algo lo caracterizó fueron su férreo carácter y capacidad de mando. Un claro ejemplo, que recordamos muchos colombianos, es la alocución televisiva en la que se dirigió al país el 21 de abril de 1970, para frenar de una vez los levantamientos populares protagonizados por los seguidores de Rojas Pinilla que protestaban por el evidente fraude electoral.

Así se expresó el Presidente: “Aquí se sostendrá la Constitución y yo permaneceré en el mando hasta el 7 de agosto. No saldré antes de Palacio sino muerto, y de ésto deben quedar notificados tanto los que quieren promover desórdenes como los que resuelvan acompañarme en la guarda de la paz y de la Constitución Nacional”. Y a tantos periodistas que confunden la libertad con el libertinaje: “Desde ahora le notifico a la radio que cualquier estación que intente propagar órdenes de subversión o causar alarma, será clausurada definitivamente; perderá para siempre los canales que tenga adjudicados”. Los bogotanos también quedaron notificados esa noche: “En cuanto hace al caso de Bogotá, advierto lo siguiente: son las ocho de la noche. A las nueve de la noche no debe haber gentes en las calles. El toque de queda se hará cumplir de manera rigurosa, y quien salga a la calle lo hará por su cuenta y riesgo, con todos los azares que corre el que viola en estado de guerra una prescripción militar”. Y las reglas eran para cumplirlas: “Decretaré el reclutamiento obligatorio de quienes se declaren en paro, y quien no obedezca el llamamiento a filas, será considerado como desertor y juzgado en consejo de guerra”.
pamear@telmex.net.co

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Buenísimo su artículo sobre tanta frase y máximas de los expresidendes. Dos Puntos:

- Porqué la frase dirigida a Julito Sánchez: “Un país mal informado no tiene opinión, tiene prejuicios”?. Si se refiere a la W, yo la dejé pero por el estres que me causaba tanta porquería al aire.

- Porqué no citó algunas de las "bellas" metidas de pata de Turbay, el del corbatin? Ese se merece un libro completamente aparte, solo que no se caracterizò por ser inteligente.

Si algún día alguien me recordara por alguna frase mía, yo creo que esa frase sería: "Colombia ha merecido y sigue mereciendo los dirigentes que tiene", que es como si Bar Simpson dijera: "O sobran los marranos o hace falta comida para darles". Cordial saludo:

BERNARDO MEJIA ARANGO