martes, febrero 28, 2012

Manga por hombro.

Así decían nuestros mayores para referirse a algo mal hecho, desordenado, incompleto, sin pies ni cabeza. Si por ejemplo la mamá nos mandaba a arreglar el cuarto o la cocina porque no había empleada doméstica, y para salir del paso simplemente maquillábamos las cosas para que parecieran organizadas, ella de inmediato notaban el truco y recurrían a la mencionada frase. Cuando en mi casa uno aceptaba la trampa y se disponía a repetir la tarea, mi papá aconsejaba ponerle fundamento al asunto para que resultara satisfactorio.

Pues ahora que lo pienso en nuestro país la mayoría de las cosas se hacen manga por hombro. La sinrazón, el desorden, el desgreño administrativo y la improvisación son el común denominador en la mayoría de las entidades públicas, donde muchas veces no encuentra uno siquiera quién le de razón ante cualquier inquietud. Nadie sabe nada, nadie entiende, nadie responde, nadie acepta que hay un error, y lo que es peor, a nadie le importa. Entonces sale uno descorazonado y ante tanta desidia se pregunta, ¿cómo puede funcionar un país así? ¿Cómo es posible que no hagan nada para solucionarlo, que pasen los años y todo siga igual, que la maquinaria del estado se mantenga a flote a pesar de semejante despelote?

Uno de los tantos absurdos que vemos a diario en nuestro país es el relativo a los controladores aéreos. Mientras que el resto de empleados debe recurrir a métodos extremos para exigir a sus patronos un arreglo laboral acorde a sus pretensiones, a ellos les basta con ceñirse al reglamento de su trabajo para crear un caos en el tráfico aéreo que semiparaliza al país. En un principio para cualquier ciudadano es difícil entender este galimatías, pero la realidad es simplemente ésa.

Veamos: si los trabajadores de una empresa cualquiera, o de alguna dependencia del gobierno diferente a los controladores, deciden suspender actividades para obligar a sus patronos a mejorarles las condiciones salariales, se verán obligados a duras pruebas y sacrificios que deberán soportar con estoicismo para lograr su cometido. Paros, mítines, saboteo de máquinas o equipos, toma de instalaciones, enfrentamientos con dirigentes y negociadores, renuncia al salario durante el tiempo que dure la huelga, encontrones con la fuerza pública, detenciones, posibles despidos y muchas otras situaciones desagradables, además de que los insultos proferidos durante las discusiones dejan huella y crean una atmosfera pesada para el futuro.

En cambio los controladores aéreos llegan un día al trabajo y simplemente exigen el cumplimiento de las normas tal y como dice el reglamento. Por ejemplo que el aeropuerto Eldorado de Bogotá sólo puede atender 28 vuelos por hora; si está despejado los aviones deben mantener en el aire una distancia entre ellos de 10 millas y si hay restricción en la visibilidad esa distancia aumenta a 16 millas; para el carreteo también deben respetar distancias determinadas; y muchas otras condiciones que aumentan los tiempos de vuelo y congestionan la operación aérea de manera considerable. Lo que nos deja abismados, y que se confirma cada que estos señores recurren a dicha presión, es que la mayoría del tiempo el control de los cielos en Colombia funciona manga por hombro. Ellos mismos aceptan, tácitamente, que laboran por fuera del reglamento y que son flexibles con las empresas aéreas para que estas puedan obtener mejores rendimientos. ¿Cómo es que ningún congresista cita al Director de la Aeronáutica Civil para que explique semejante despropósito?

Al compararnos con sociedades desarrolladas vemos con angustia que países como el nuestro no pueden ser viables. Porque mientras en otras latitudes los dirigentes renuncian a sus cargos por asuntos que para nosotros parecen baladíes, como que fumaron mariguana durante su juventud, o un Ministro inglés a quien pillaron en una mentirilla menor, o a otros dos congresistas de ese mismo país que fueron grabados en plena sesión mientras veían viejas en pelota en un teléfono de esos que tienen internet, aquí es muy trabajoso que un infractor acepte su culpa. Qué podemos esperar después de que un Presidente financió su campaña con dineros de la mafia, luego su propio Ministro de Defensa lo denunció, los bandidos implicados confirmaron el trato con pelos y señales, y sin embargo el tipo sigue como si nada, opina, participa en política y es tratado con reverencia en virtud al cargo que desempeñó. Y a su fiel escudero, igual de cínico y marrullero, lo eligieron Gobernador y ahí sigue en la política como si la cosa no fuera con él.

Durante el gobierno anterior el Presidente Uribe y el magistrado Valencia Copete, entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia, se acusaron mutuamente de mentirosos por un enojoso asunto que no cabe mencionar. Pues ahora se repite el caso entre el doctor Santos y Vivian Morales, la Fiscal General de la Nación, y sin entrar a discutir quienes tienen la razón, en ambos casos uno de los dos es un mentiroso. La situación es gravísima y sin embargo aquí no pasa nada, no hay quién exija una aclaración o insista en descubrir la verdad.

Si nos aterra lo que sucede en nuestro país, qué tal si nos enteramos de lo que disimulan por debajo de la mesa, aquello que ocultan para no pisarse la manguera, esas artimañas que nunca salen a la luz pública. Mejor dicho: ¡apague y vámonos!
pamear@telmex.net.co

martes, febrero 21, 2012

La lucha diaria.

Puede ser un asunto de percepción o que uno con la edad se entera de mucha cosa, conoce más gente o se preocupa por asuntos diferentes a los que lo desvelaban durante la juventud, pero hoy en día al ser humano lo atacan una cantidad de enfermedades que superan con creces a las que conocíamos en nuestros primeros años. Otras razones válidas son que los avances de la tecnología permiten a los galenos diagnosticar con mayor exactitud los diferentes males que nos agobian o que el daño que le hemos infligido al planeta se refleja en el deterioro que presenta la raza humana en las últimas décadas.

Un ejemplo de dicho incremento puede notarse con la proliferación del cáncer. Durante mi infancia esa palabra era casi desconocida y rara vez nos enterábamos de alguien que padeciera la enfermedad; además no existían los tratamientos que hay ahora y los pacientes tenían pocas expectativas de vida. Años después la dolencia se volvió más común hasta llegar a lo que es hoy, cuando casi todos los días sabemos de algún conocido que lucha contra el temido mal. Insisto en que las técnicas modernas, los sofisticados equipos para imágenes diagnósticas, los exámenes avanzados y tantas otras herramientas que tienen los especialistas en la actualidad, allanan el camino para detectar y combatir la enfermedad.

Lo jarto es que la reiterada aparición del terrible padecimiento ha creado una paranoia que no da respiro, porque cada que alguien siente un dolorcito por aquí, una jodita por allá, cierto malestar recurrente o una fiebre sin razón, lo primero que piensa es que le van a encontrar un cáncer. Y como ahora cada que uno va a donde el médico le saca una biopsia de algo, un lunar, un mordisquito en la endoscopia, un esputo, la costra de una peladura o lo que sea que pueda mandar al laboratorio, el paciente queda en una capilla insoportable durante las dos o tres semanas que demoran en dar los resultados del estudio. Ni hablar de la terronera que mantenemos quienes ya pasamos por la dura prueba, porque basta con tener un uñero o un gas encajado para suponer que ya nos retoñó la porquería esa. Como decía mi tío Guillermo: “no pregunte de qué murió sino dónde lo tenía”.

Pero sin duda la lucha diaria de los seres humanos en los últimos años es contra la temida depresión. Ella a cogernos y nosotros a no dejarnos, como cuando jugábamos “la lleva” durante nuestra niñez. Porque sin importar la situación económica, la salud, los problemas personales o cualquier otra condición, la angustia del diario vivir es un monstruo que debemos neutralizar a punta de control mental y actitud positiva. Ansiedad, desasosiego, intranquilidad, nervios y demás mortificaciones por el estilo se encargan de amargarnos la vida a los seres humanos, situaciones que debemos envolatar con pensamientos agradables y sobre todo no dejarnos agobiar por el existencialismo. Toca vivir el día sin pensar siquiera en un mañana.

Sin duda el instinto de conservación es algo muy poderoso en los seres vivos, porque de lo contrario quedaría muy poquita gente en este amarradero. Está comprobado que quien atenta contra su propia vida pasa por un momento de locura, porque mientras le quede algo de lucidez ese instinto innato se va a interponer al momento de tomar la desesperada decisión. Muchas personas han pensado auto eliminarse en algún momento de su existencia, cuando los problemas del diario vivir y las angustias acumuladas no les dejan ver una salida a su atormentada situación. Claro que muchos de esos supuestos suicidas lo que quieren es llamar la atención, como el que sube a una torre a amenazar con aventarse y nunca lo hace; o quien ingiere una sobredosis de pastillas pero llama a un amigo para contarle, confiado en que él se encargará de llevarlo al hospital.

Una medida sana es apartar los pensamientos negativos y lograr encausar la mente hacia temas amables y relajados. Quien se despierta a media noche y empieza a darle vueltas a los problemas cotidianos, y se pregunta acerca del futuro de sus hijos, qué pasaría en caso de quedar desempleado, cómo enfrentaría una separación de su mujer, cuál de los miembros de la familia será el primero en enfrentar una enfermedad grave o en qué momento se le volteará el Cristo, seguro amanece angustiado y durante el día no podrá concentrarse. Importante tener presente que nada gana uno con adelantarse a los acontecimientos, que es absurdo angustiarse por algo que no ha sucedido, y que lo más sensato es agradecer el día que logró superarse y rogar por sobrevivir al siguiente.

En todo caso es impresionante el sinnúmero de males y afecciones físicas y mentales que nos agobian en el presente. Se enferma alguien y empiezan los médicos a buscarle por medio de exámenes y pruebas de todo tipo, mientras que familiares y amigos se dedican a especular con posibles diagnósticos. Poco después el cuento se riega y empieza a pasar de boca en boca, con un tris de morbo adicionado por cada uno de los interlocutores, hasta que terminan resumidas todas las hipótesis con un dictamen muy nuestro, que puede oírsele a alguien cuando le preguntan qué es lo que tiene fulanito, y simplemente responde: “una güevonada toda rara”.
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jueves, febrero 16, 2012

Reglas de comportamiento.

Insisto en que nuestro país debería incluir en los programas educativos, desde la primaria hasta el último semestre de la educación superior, un curso de buen comportamiento donde se inculquen al educando principios, ética, moral, honorabilidad, respeto a las normas y todo lo que tenga que ver con hacerlos excelentes ciudadanos. Pero que no sea de esas materias consideradas costuras y en cambio se constituya en una de las más importantes para aprobar un curso, con varias clases a la semana y que sea dictada por profesores de reconocida idoneidad. Porque definitivamente nuestra sociedad seguirá por mal camino mientras todo el mundo haga lo que le provoque, nadie acate las reglas y la consigna sea que el más avispado se lleva la mejor tajada.

Claro que dicha educación debe iniciarse desde la cuna, en el hogar, donde infortunadamente cada vez es menor el cuidado que se tiene de una buena formación de la prole. Cada uno de nosotros aplica lo que vivió durante su niñez al momento de educar a los hijos, y basados en esas enseñanzas procedemos muchas veces a criticar la forma como algunos manejan el asunto en sus propios hogares, porque produce desazón ver que en la actualidad son muchos los infantes que se mandan y hacen lo que les da la gana. La forma como manipulan a los papás; el desconocimiento absoluto que tienen del respeto a las personas, sin importar edad, sexo o condición; esa manera displicente de tratar de “guisos” a todos aquellos que estén por debajo de su estatus social; y la modita que han cogido de exigir derechos, pero sin cumplir sus deberes.

Mi generación creció en hogares donde el papá decía la última palabra, sin tener que llegar a gritar o a repartir correa entre los hijos. Algunos padres eran violentos y cascarrabias, pero la mayoría ejercía su autoridad de una manera civilizada y ecuánime, con el buen ejemplo como herramienta de enseñanza; mi papá ni siquiera alzaba la voz, pero todos sabíamos que las reglas eran para cumplirlas. Por fortuna en aquella época las amas de casa podían permanecer en el hogar, porque aunque parezca increíble con uno que trabajara era suficiente para conseguir el sustento, y la madre pasaba el día advirtiéndoles a los muchachitos que le pondría las quejas al papá cuando llegara.

Mi mamá no pasaba de amenazarnos con una chancleta o de meterle un pellizco al que estuviera muy cansón, y para la educación recurría a la sicología. Si alguno resolvía al almuerzo que no se tomaba la sopa, ella muy tranquila la guardaba en una alacena y a la hora del algo, cuando servían chocolate con arepa y parva, le ponía al renegado su plato de sopa al frente con la consigna que no podía probar nada más hasta que se la tomara. Si el zambo resultaba muy gallito y tampoco la recibía, entonces a la hora de la comida se repetía el procedimiento. En ese tire y afloje mi madre siempre salía vencedora, porque uno se desesperaba al ver a los otros comer bien sabroso y mejor resolvía zamparse esa vaina, y de una vez debía tragarse el orgullo.

A la hora de pedir un permiso la mejor táctica era decirle a mi papá cuando estaba concentrado haciendo el crucigrama del periódico, porque el hombre para salir de uno le decía que hablara con la mamá, y es bien sabido que ellas siempre han sido más fáciles de convencer. El caso es que cuando decían a algo que no, era no, a diferencia de los mocosos de ahora que al negarles cualquier cosa empiezan con una cantaleta desesperante, a repetir hasta el cansancio su petición, hasta que los papás les dan el visto bueno con tal de quitárselos de encima. Entonces los muchachitos crecen acostumbrados a que todo se puede alcanzar y durante su existencia, donde seguro van a toparse con obstáculos y privaciones, van a sufrir muchos desengaños y la vida se les tornará difícil.

Los principios y la buena educación deben inculcarse desde la primera infancia, y por ello pienso que la actitud de los colombianos va a demorarse en cambiar. Tendrá que producirse un relevo generacional porque los que ya tienen vicios de comportamiento no van a cambiar después de viejos, y así el corrupto lo será por siempre, lo mismo que el ladrón, el pícaro y el ventajoso. Creo que es muy trabajoso convencer a quien ha sido torcido para que enderece el rumbo de su vida. Aquel que no respeta normas, que aprovecha cualquier oportunidad para tumbar al prójimo, pisotea los derechos de los demás, no acata órdenes ni advertencias y se basa en la ley del menor esfuerzo, mantendrá su manera de comportarse hasta el final de sus días; y lo que es peor, dejará el mal ejemplo.

Muchos padres de familia se desvelan y preocupan porque sus hijos sean profesionales exitosos, consigan plata y se hagan a un espacio en la sociedad, pero olvidan inculcarles buenos principios. El ser humano debe ser ante todo buena persona, ciudadano ejemplar, respetuoso de las leyes y de los derechos de los demás. Mucho ojo con parecerse al antioqueño aquel que le repetía a su prole: Hijos, hagan plata honradamente. Si no se puede honradamente, hagan plata.
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miércoles, febrero 08, 2012

Si nace en diciembre…

He visto en televisión, en Señal Colombia, un programa español que convoca una gran cantidad de infantes de ambos sexos, con edades aproximadas entre los 3 y los 8 años. Se llama el Conciertazo y sin duda es lo más interesante que he visto en la programación dirigida a los menores. El presentador, Fernando Argenta, de una manera extraordinaria interesa a los pequeños en la música clásica de todos los tiempos y logra hacer del espacio un momento muy agradable para grandes y chicos; porque sin duda los adultos también lo disfrutamos.

En un gran auditorio colmado de pequeñines y con una orquesta sinfónica en el escenario, el presentador explica a los menores la obra que van a escuchar (sólo tocan los apartes más agradables y alegres para no aburrirlos) y después invita a varios niños a que pasen a los camerinos, donde los disfrazan con atuendos relacionados al tema que trata la melodía. Además, por una falsa ventana aparecen marionetas que personifican a los grandes compositores de la historia, con quienes el señor Argenta sostiene diálogos agradables y graciosos. Es sin duda un espacio didáctico, entretenido, cultural y muy enriquecedor.

Todo este cuento para resaltar algo que llama mi atención. Resulta que el programa se graba en España y cuando los niños que son escogidos para la representación suben al escenario, lo primero que les preguntan es el nombre y la edad. Todos tienen nombres tradicionales de nuestro idioma, como Augusto, Pedro, Manuel, Antonio o Alberto, y las niñas se llaman Carmen, Juana, Manuela, Elvira o Amelia. Pero de pronto sale un muchachito que se llama Yeison, Estiven, John Jairo o Wilder y no falla: el zambo es colombiano o ecuatoriano. Lo mismo pasa con las niñas que responden a Yamile, Leidi Yohana, Katerine o Dayana.

Entonces me pregunto de dónde viene esa manía de nuestras gentes más humildes de ponerle a sus hijos nombres extranjeros, los cuales copian tal cual y como les suenan, y entonces resultan unos híbridos que no son de aquí ni son de allá. Lo único que se me ocurre es que dichas personas, en medio de su ignorancia y del desespero por salir de la inopia, creen que los hijos con un nombre foráneo podrán mejorar su estatus y tendrán más oportunidades en la vida. Porque es muy entendible cuando la familia viene de ancestros inmigrantes y alguien quiere bautizar un retoño con el nombre del bisabuelo o de la abuela, pero sí quisiera preguntarle por ejemplo a una pareja de negros oriundos del litoral pacífico, que vivan en la extrema pobreza y alejados de la civilización, de dónde les nació la inspiración para llamar al recién nacido Maicol o Elizabé.

Es cierto que el gusto por los nombres, como todo, cambia según la época y en el caso de mi generación era común que los padres de familia escogieran nombres bíblicos para su prole. En cambio de la época de nuestros abuelos había nombres que ya nadie quería para sus hijos, como Eleuterio, Carlina, Ildefonso, Lucila, Melitón, Concepción, Marcelino, Dolores o Gratiniano. Luego nos tocó a nosotros escoger el nombre de la descendencia y se impusieron Mateo, Valentina, Lucas, Mariana, Tomás o Camila. Por ello en nuestro país es posible, basado sólo en el nombre, calcularle la edad y el estrato social a una persona.

Esto de los nombres rebuscados se me ocurrió al ver la nómina de los equipos del fútbol profesional de nuestro país para este año, y así por encima encontré que en Atlético Nacional jugarán Alexis, Stefan, Stephen, Alexander, Jherson, Jonathan, Avilés, Macnelly, Dorlan, Wilder, Johan y Stiwar. Millonarios tendrá en su nómina a Lewis, Leonard, Jarold, Jefferson, Jhonny, Mayer, Harrison, Wilberto y Yovanni. En Atletico Junior están Jáider, Bréinner, Sherman, Braynner, Jossymar, Giovanni, Vladimir, Maicol y Norbey. Y en Independiente Santa Fe Emerson, Yulián, Didier, Jonathan, Osnéider, Edwin y Yexton.

Juegan en el Deportivo Cali Jáiber, Jefferson, Danny, Helibelton, Yerson, Bryan y Junior; mientras que defenderán los colores del Independiente Medellín Breiner, Brayan, Leiton, Jefferson, Yohn Geiller, Jonathan, Yorley y Danny. En Cúcuta veo a Jimmy, Edwin, Geovanni, Jonathan, Dayron y Tommy; con el Deportes Pasto Wilson, Arbey, Eder y Arlington; y son Pijaos con el Tolima Anthony, Janer, Dávinson, Breiner, Eduard, Yair, Mike, Danobis, Jimmy, Wilmer, Wilson, Onel, Darwin y Robin. En Envigado veremos a Jefferson, Frank, Eder, Yeison, Yilmar, Johnny, Neider, Yulián, Benson y Wilson. El Boyacá Chicó fichó a Wilder, Elvis, Jhonny, Edwin, Yeison, Winston y Charles; Real Cartagena cuenta con Walter, Marlon, Háyder, Donald, Yesus y Anuar; y en Atlético Huila militan Eider, Jhonnier, John Harold, Ervin, Ormedis, Walden, Jeison, Jean Carlo y Edinson.

En Equidad juegan John, Darwin, Wilmer, Elvis, Frank, Dager, Dawling, Stalin y Ervin; Itagüí tiene a Robinson, Edigson, Arled, Joe, Marlon, Anderson, Johnny, Cléider, Yonaider, Yessi y Edwards; y Deportes Quindio escogió a Eder, Steven, Fainer, Hilton, Brian, Hamerly, Aldaír, Hámilton, Olmes y Jonhatan. Patriotas se estrena con Jhon Alex, Heber, Jonathan, Wéimar, Norbey, Wilson, Jhoján, Harol, Edward y André; y nuestro equipo del alma, el Once Caldas, presenta en su nómina a Jamell, Yedinson, Jesinger, Avimeleth, Harrison, Jean, Anthony, Ayron, Jefferson y John Eduard.

Recuerdo que en nuestra época, al oír un nombre muy rebuscado, la gente comentaba: ¡Hum!, si nace en diciembre lo ponen papeleta.
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miércoles, febrero 01, 2012

Televisión decadente.

Me da risa cuando oigo a legisladores y políticos hablar acerca del tercer canal de televisión privada que están desde hace tiempos por adjudicar en nuestro país, y dicen que se tratará de un espacio dedicado más a la cultura y la educación. Alguno se atrevió a prometer un canal como Discovery o Nathional Geographic, con documentales que ocupen la mayor parte de la programación. Morirán engañados quienes sueñen con algo así, porque en este país, igual que en la mayoría, lo único que convoca televidentes son las novelas rosas e insulsas, los concursos cursis, esos realitis que sacan a flote toda la bajeza del ser humano, los programas de chismes faranduleros y demás mugre por el estilo. Que se atrevan a implantar algo que valga la pena y con seguridad no les da un brinco.

Da tristeza ver cómo ha cambiado el estilo de la televisión en las últimas décadas. Pensar que antes debíamos contentarnos con dos canales nacionales, en blanco y negro, y sin embargo encontrábamos variada oferta para todos los gustos. En horas de la noche podíamos ver programas de concurso, periodísticos, musicales, una sola telenovela, humorísticos, noticieros, espacios educativos, comedias, etc., y hasta entretenidos enlatados gringos. El periodismo y la cultura tenían una franja importante y recuerdo las entrevistas de Pacheco, Margarita Vidal o Darío Arizmendi; los de variedades como Panorama o el de José Fernández Gómez; de contenido histórico recuerdo El pasado en presente, con Abelardo Forero Benavidez y Ramón de Zubiría, o aquel magnífico programa, Vida del siglo XX, presentado y dirigido por Alberto Dangond Uribe.

El talento colombiano podía verse en maravillosas comedias costumbristas como Yo y tú, Don Chinche, Romeo y buseta o NN (Nerón Navarrete), etc., donde estampaban a la perfección nuestra idiosincrasia y personificaban a los habitantes de las diferentes regiones de Colombia. Por fortuna las telenovelas eran pocas y escogidas, y casi todas trataban temas regionales y folclóricos. Los domingos por la noche presentaban por capítulos unas grandes producciones nacionales con historias maravillosas y contenidos valiosos, como La casa de las dos palmas o La vorágine. También podíamos ver series internacionales como Marco Polo, Los reyes malditos, Gengis Khan o Los Poldark.

Lo mejor es que en los hogares no había sino un televisor, en el hall de alcobas o en la habitación principal, donde se reunía toda la familia a disfrutar esa única entretención. En el caso de la televisión es muy cierto aquello que tanto gordo empalaga, porque antes con tan reducida oferta de programación siempre teníamos algo para ver, mientras que ahora con canales nacionales, regionales, privados y otros ochenta o noventa en el servicio por cable, muchas veces renegamos porque no encontramos nada que nos satisfaga. Nuestra televisión se volvió un asunto netamente comercial, vacío, estúpido, sin una pisca de respeto por el televidente, a quien manipulan a su antojo con los horarios de la programación.

Lo único que veo de televisión nacional son las transmisiones de fútbol y el telenoticiero Caracol del medio día. Y no es que me guste el canal sino que RCN me choca más, debido a que el amarillismo de ambos es vergonzoso, ya que se dedican a enumerar hechos de sangre sucedidos en las principales ciudades del país. Destinan un reportero a que trasnoche y registre accidentes y delitos que se cometen durante la noche en la capital, y así abren el informativo con la noticia que se chocaron un taxi y una buseta en el sur de Bogotá; eso debe presentarse en canales regionales o comunitarios. Con todo lo que sucede a diario en Colombia y el mundo podrían trasmitir noticias más relevantes, y un ejemplo de que sí se puede es el noticiero CM&, que empieza todas las noches a la misma hora y ofrece un formato mucho más agradable e interesante. Lo paradójico es que tiene muy pocos seguidores porque a esa hora presentan “telebobelas” en los canales privados. Qué triste realidad.

Durante muchos años encontré la solución en la televisión por cable, donde podía ver excelentes películas, documentales y otros temas de interés. Pero resolvieron doblar las películas y además las suspenden varias veces para meter publicidad. Otros canales que eran excelentes, como Discovery, Natgeo, History o Animal Planet, se dedicaron exclusivamente a temas como el de las prisiones (condenados a muerte, parejas asesinas, preso en el extranjero, pandillas salvajes, grandes escapes, etc.); o programas de supervivencia con unos pendejos que producen rabia; otros tipos recorren Estados Unidos para comprar chatarra y mugre; y a toda hora en Animal Planet aparece un baboso que funge de sicólogo canino. En resumidas cuentas, lo que les gusta a los gringos. ¡Estamos jodidos!

Ante semejante pobreza de programación queda la opción de conectar la computadora al televisor, que acondicionado a un teatro casero, nos ofrece una excelente opción para disfrutar de series famosas y todo tipo de películas subtituladas. Con la ventaja de verlas cuando le provoque, sin interrupciones ni publicidad. Claro que como no pueden ver a un pobre acomodado, ahora se inventaron unas leyes que buscan frenar este tipo de entretenimiento. Queda la esperanza que la unión de los internautas del mundo sea lo suficientemente poderosa para frenar a quienes quieren ponerle talanqueras al internet, porque de lo contrario quedaremos otra vez viendo un chispero.
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