viernes, agosto 12, 2016

Mi querencia natural.

Vivimos una rutina diaria que obnubila e impide que veamos la realidad que nos rodea, por lo que es común que no seamos conscientes de la maravilla de ciudad que nos tocó como vividero. Claro que es natural que todos nos refiramos de igual manera al terruño que nos vio nacer y por ello se cae en discusiones bizantinas cuando varios contertulios insisten en convencer a los demás de que tienen la razón. Lo importante no es persuadir a nadie de que la de uno es la mejor opción, sino apreciarlo y disfrutar al máximo sus ventajas.  

En estos países del tercer mundo es común que la gente quiera emigrar de pueblos y campos para las ciudades capitales, así deban afrontar dificultades y engrosar los cinturones de miseria. Sin embargo luchan y perseveran hasta que dan el salto a Bogotá, donde pasan trabajos y se rebuscan el pan, siempre con la meta de algún día cruzar el charco y devengar en moneda fuerte; no hay poder humano que los convenza de que si ganan en dólares, igual deben gastar en dólares. Lo paradójico es que los oriundos de esas grandes urbes dedican su esfuerzo a poder habitar en los suburbios de la ciudad, así deban desplazarse durante varias horas al día para ir a trabajar.

En nuestro medio a las familias acomodadas les dio porque sus hijos tienen que estudiar en universidades de Bogotá o Medellín, convencidos definitivamente de que el hábito hace al monje; y son muchos los que aguantan ese cañazo así deban saltar matones. Lo triste es que después de que los jóvenes se van no regresan sino a pasar puentes y vacaciones, cada vez con menos frecuencia porque ahora viajan al exterior con mucha facilidad. Muchos de ellos emigran a países lejanos donde forman sus hogares, por lo que a sus padres les toca disfrutar de los nietos por una pantalla de computadora; así son las familias modernas.   

Lo que me da golpe es oír a personas oriundas de ciudades intermedias como la nuestra y que residen en Bogotá, renegar por el caos que viven en el día a día. Utilizar el transporte público en horas pico es una agonía de supervivencia y quien tiene vehículo particular ve cómo con el paso del tiempo ese privilegio se hace menos viable, por los altos costos que tiene el mantenimiento del carro y la tortura que representa estar inmerso durante horas en fuertes atascos que minan la paciencia del más tranquilo; aparte del caos vehicular, el temor a ser atracado, a que le arranquen los espejos o las plumillas, a que lo bajen del carro y se lo roben. Vivir con ese miedo todos los días tiene que ser muy espantoso.

Que quienes proceden de provincia consideren la posibilidad de regresar a su tierra y así dejarles la capital a los bogotanos de nacimiento, para que puedan vivir en una ciudad sin tanta gente, más amable y ordenada. Lo que falta es que los jóvenes se convenzan de que si en la capital encuentran trabajo mejor remunerado, con lo que les pagan aquí les alcanza para tener una mejor calidad de vida. Porque en provincia todo es más barato, más fácil y descomplicado.

Pero sin duda lo mejor de vivir en Manizales es la calidad de su gente; porque las personas se miran a la cara, nadie niega un saludo, los ciudadanos interactúan sin conocerse, la amabilidad es innata y así la vida es más llevadera. Aquí nací y he pasado mi existencia, y aquí espero morir porque definitivamente esta es mi querencia natural. 

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