jueves, febrero 04, 2016

Estamos de resetear.

Llegó el siglo XXI y con él una oleada de tecnología que no alcanzamos a asimilar, porque aparecen técnicas y modelos nuevos que convierten lo que apenas tratábamos de entender en temas obsoletos. Y aunque tratemos de evitar que los mecanismos electrónicos dominen nuestra existencia, con el paso del tiempo hemos permitido que una colección de dispositivos, claves, controles de mando a distancia, procedimientos y demás perendengues nos hagan la vida imposible.

A los teléfonos celulares por presentar fallas o bloquearse es necesario meterles un alfiler por cierto agujero, diminuto por cierto, y presionar para activar un botoncito que se encarga de resetearlo; lo que quiere decir borrón y cuenta nueva. Lo mismo pasa con la computadora personal o la tableta, que por perfectas que sean no dejan de ser máquinas y entonces se dañan, y pensamos que nos tragó la tierra; sobre todo si el diagnóstico del taller es que deben resetearle el disco duro. Como quien dice fregados, porque a esos aparatos les soltamos las funciones del cerebro de a poco y llegamos a un punto de no retorno en que se nos vuelven indispensables.

Lo increíble es que mientras unos vivimos en este mundo arrevesado, otros pasan su existencia en lo profundo de selvas y desiertos preocupados solo por conseguir comida, tener abrigo y bienestar, sin saber lo que son angustia, ansiedad, estrés o depresión. Confieso que me da repelús de solo pensar en vivir en una maloca, echado en la hamaca en pelota, mientras las horas pasan sin ningún oficio ni entretención; apiñado con el resto de la comunidad, sin servicios públicos ni otro tipo de comodidades, aparte de una rama para espantar moscos y zancudos.

Ellos allá tranquilos, relajados, mientras en el mundo civilizado nos preguntamos en qué momento decidimos aceptar todo lo que dicta el statu quo. La sociedad de consumo desbocada; un capitalismo salvaje apabullante; modas y tendencias que abruman; farándula y superficialidad. Vivimos en medio de mafias de toda laya, desde las de semáforo hasta la del Vaticano; una corrupción que no da tregua y lo más triste es que para la mayoría el valor de las personas depende del dinero que tengan, así sean majaderos sin cultura ni ilustración. Los poderosos manejan el mundo a su antojo sin importar el bienestar de esas mayorías que sufren y luchan por sobrevivir.

Por fortuna muchos pobres no se preocupan por lo que sucede más allá de su puerta, porque piensan que pase lo que pase ellos seguirán igual de jodidos. Al obrero raso o al campesino no lo desvelan el proceso de paz, las acciones de Ecopetrol, el dólar, Venezuela, la guerra en Siria, el galeón San José y tantos sucesos que mortifican nuestra existencia. Ellos hacen milagros con un salario infeliz que logran rendir y así mantienen la familia, tienen moto, toman trago y algunos hasta tienen moza.

Mientras a nosotros nos agobian los males ellos son saludables y nada les hace daño. O quién ha visto a un peón preocupado porque el almuerzo tiene muchas harinas; o por las calorías de determinado plato, o que prefiere la leche sin grasa. A cualquier hora recibe aguardiente, un plato de comida así acabe de almorzar, confites y hasta cigarrillo, aunque no fume. Hay que lograr, dice.  Por más que beba no le da guayabo, come lo que se le antoje y no sabe lo que es gastritis, insomnio o ansiedad. En cambio nosotros vivimos pegados del techo por una cantidad de sucesos que ocurren a diario y que no deberían estresarnos. Definitivamente a la humanidad le caería muy bien una reseteada.

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