miércoles, julio 05, 2006

Que Despiste Tan...

Quienes son estudiados en el tema de la genética humana, deben buscar la razón por la cual las mujeres, sobre todo las de cierta edad y determinado estado civil (señoras que llaman), son más despistadas que sus congéneres masculinos. En muchos casos, y después de analizar dicho comportamiento, podemos deducir que se hacen las bobas para eludir responsabilidades. Y cuando uno cree que la mujer es caída del zarzo, ella debe reírse del iluso que procede a solucionar el asunto sin sospechar la táctica utilizada. Pueden ser cosas mías, pero no recuerdo haber visto un marido que embolate las llaves, pierda las gafas o empiece a revolotear cuando timbra el celular. Aquí van algunos casos verídicos que confirman mis hipótesis.

Dos amigas iban en el carro, acompañadas de la hija adolescente de una de ellas. La charla no daba tregua y en algún momento Olguita necesitaba explicarle a su amiga una distancia determinada, y optó por mostrarle una valla que había a media cuadra: mire, es como de aquí a donde está esa foto de Higuita. Mencha, como le decimos cariñosamente a Carmenza, le dijo que no fuera bruta, que ese era Leonel. Entonces la muchachita con cierto desespero las interrumpió para corregirlas:
- Mami, por dios, ese no es ninguno de los dos. ¿No ven que es el Pibe Valderrama promocionando papas fritas?

La hermana mayor de Mencha está construyendo casa y le recomendaron una firma manizaleña, “Aristócrata”, para realizar los trabajos de la cocina integral. Cierto día estaban las hermanas en su almacén de telas y una amiga le preguntó a Ángela quién le iba a hacer la cocina, y ella respondió que Aristóteles; por cierto, un error aceptable porque ella no los conocía de antemano. Carmenza estaba ahí y metió la cucharada para decir:
- Ángela, no es Aristóteles, es Sócrates.

Yo voy con un amigo en carro y aunque no dejemos de conversar, ambos sabemos exactamente dónde estamos, para dónde vamos y además disfrutamos del paisaje y somos concientes de lo que sucede a nuestro alrededor. En cambio las señoras no saben, y lo que es peor, tampoco les importa. Dorita Robledo iba para Cali con una amiga y al salir de Pereira, llegaron a la glorieta que ofrece la opción de seguir hacia Cartago, ingresar al barrio Cuba o devolverse para la ciudad. Ellas le dieron la vuelta completa a la rotonda y cuando media hora después alcanzaban el alto de Boquerón, la compañera comentó:
- Oíste querida… ¿nosotras no pasamos ya por aquí?

En cambio mi mujer es más despistada. Un amigo tiene una finca en Neira y otra en Palestina y hace unos meses nos invitó de fin de semana. Yo preferí Neira, pero él propuso que con el invierno era mejor la otra opción porque es clima caliente. Anita oyó la conversación, pero sin escuchar; y advierto que hemos visitado ambas parcelas muchas veces. Viajé con mi hermano y los niños en un campero, y en otro carro iban las dos señoras. Pasamos por Chinchiná, siempre con ellas en el retrovisor, seguimos hacia Palestina y luego cogimos una carretera de penetración que lleva a la finca, pero por prevención decidimos dejar el carro en una casa para evitar el tramo más deteriorado por las constantes lluvias. Al llegar al sitio escogido, Laura le preguntó a Anita si reconocía el lugar, y mientras buscaba una fonda y una gallera que recordaba cerca de la finca de Neira, respondió que sí pero que eso estaba como muy cambiado. Al percatarme del despiste comenté que era el colmo de la desorientación, sobre todo después de pasar por Chinchiná. Entonces ella reviró muy segura:
- Pues mijito, me da mucha pena pero nosotras no pasamos por ese pueblo.

Cómo irá a ser cuando le sumen la demencia senil y el Alzheimer. Claro que nosotros también estamos expuestos a sufrir dichos males, y doy ejemplos. Es común que los hombres digamos que eso le pasa a las señoras por andar viendo telenovelas y programas de farándula a toda hora, en vez de ver algo más interesante o hacer otra actividad productiva como leer un libro. Ángela es casada con Pablo Robledo, quien le echa cantaleta porque no se pierde ni una novela, pero ella insiste que él se hace el que lee pero que con disimulo mira la pantalla por un lado del libro. Pablo nunca aceptó dicha acusación hasta un día que la mujer estaba en la cocina, y el hombre olvidó su posición y le gritó a voz en cuello
- ¡Mona, Mona, venga rápido que le quitaron el niño a Lorena!

El papá de un amigo trabajaba hace muchos años en un banco en Pereira, cuando todos los empleados ocupaban un mismo salón y tenían sus respectivos escritorios. Entonces el pago se hacía en efectivo, metido en un sobre, y el gerente empezó a llamarlos uno por uno para que recibieran el salario y firmaran la nómina. ¡Bonilla!, y el tipo procedía a cobrar; ¡Marulanda!, y vuelve y juega, hasta que gritó: ¡Mejía! Como nadie respondía el jefe preguntó si el sujeto no había ido a trabajar, hasta que alguno se acercó con prudencia y le dijo: doctor, Mejía es usted. El viejo se hizo el pendejo y atinó a decir:
- Ah sí, claro. Entonces prosigamos: ¡López!

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