lunes, marzo 02, 2009

Las plagas modernas (II).

La humanidad, en todas las épocas, ha soportado diferentes plagas que mortifican su existencia y en muchas ocasiones se han encargado de menguar la población. A finales del siglo XX aparece el SIDA, que gracias a campañas preventivas, a unas comunicaciones que volvieron el planeta un pañuelo, a los adelantos tecnológicos y a las investigaciones en el sector de la salud, han impedido que el fatídico virus se expanda sin control. Como sucedió por ejemplo con La gran plaga, conocida también como peste negra o bubónica, que en el siglo XIV asoló a Europa y mató a un tercio de sus habitantes, y la cual era trasmitida por las pulgas que viven en las ratas. ¡Qué susto!, con el mundo de ratas que hay en nuestras calles.

Claro que sin duda las plagas más famosas son las de Egipto, que según el Antiguo testamento cayeron sobre los súbditos del faraón para que dejaran en paz al pueblo judío. Como los egipcios andaban confundidos con la montadera de la naturaleza contra ellos, que los había cogido de mingos, Moisés aprovechó el descuido para salir empecuecao con sus pupilos a buscar la tierra prometida. Entonces el Faraón se espabiló y arrancó a perseguirlos, pero ahí fue que el profeta se mandó una parada que yo todavía no logro asimilar: dizque abrió las aguas del mar Rojo y cruzaron como pedro por su casa sin siquiera mojarse las alpargatas.

Resulta que una de esas plagas fue que quedaron inmersos en una absoluta oscuridad y no volvieron a verle la cara al sol, y hay que enterarse de la aburrida que se pegó esa gente con el frío que hace en el desierto cuando “el mono” no se asoma. Pues fíjese que en la actualidad estamos a punto de sufrir la misma maldición, porque la contaminación hace estragos y de seguir al paso que va, no falta mucho para que empiece a oscurecerse el panorama. Las grandes ciudades presentan una nube de smog que las cubre y sin importar el clima, a toda hora el cielo está plomizo y al mirar a la lejanía, se observa una bruma que semeja calima pero que en realidad son gases y desechos tóxicos que envenenan a cuentagotas a sus habitantes. Las chimeneas de las grandes industrias y el escape de los vehículos automotores, sobre todo los que funcionan con combustible diesel, son los principales responsables de envenenar el aire y opacar el ambiente.

Claro que existen otras formas de contaminación, como la que agobia nuestra existencia por el ruido que produce el diario machacar de la vida moderna. Un zumbido al que nos acostumbramos y solo a media noche notamos la diferencia, cuando es necesario bajarle considerablemente el volumen al televisor que era apenas audible al medio día. Ya en la calle, los tímpanos se resienten con el rugir de los motores, cornetas y pitos, el vendedor que promociona a los berridos, las grúas de las construcciones, los altoparlantes, el taladro hidráulico, los equipos de amplificación en la puerta de los negocios y otros tantos ruidos que se mezclan en un solo estruendo atronador.

Además nos mortifica la contaminación que entra por los ojos, la visual. Por fortuna existen normas y reglas que controlan este tipo de atropello a nuestros derechos, como también sucede con las otras formas de polución, porque de lo contrario el afán del ser humano por producir sin importar el bienestar de los demás, nos tendría sin para dónde mirar. La publicidad es necesaria pero con moderación, porque no hay derecho a que aprovechen hasta el mínimo espacio disponible para acomodar letreros, pasacalles, avisos, logotipos, pendones, vallas y cuanta manera de promocionar se les ocurra. Hay que ver por ejemplo la publicidad que alcanzan a acomodarle a un carro de carreras, además de la que portan en sus uniformes el piloto y el resto del equipo.

Aterra la estupidez del ser humano al convertir en cloacas las fuentes de agua, consciente de que dicho líquido es el elemento más importante para nuestra supervivencia en la tierra. Un organismo deshidratado muere en poco tiempo y la ingesta de agua impotable causa traumatismos gástricos que también nos llevan a la tumba. Cuando nos acostumbramos a tener agua pura en todo momento en el grifo de nuestra casa, nos desespera que el precioso líquido falte aunque sea por un momento. Ríos, quebradas, arroyos, cascadas y lagunas son regalos que nos da la naturaleza, y tenemos el atrevimiento de envenenarlos y cortarles sus fuentes hasta hacerlos desaparecer.

Después de observar y oler el río Bogotá cuando desemboca en el Magdalena, es difícil aceptar que de esa gran arteria fluvial se nutren los acueductos de muchos municipios localizados en sus orillas. Claro que aparte del albañal a que me refiero, infinidad de afluentes llegan al río mayor para contaminarlo con todo tipo de porquerías, porque aunque parezca increíble, en muchos pueblos aún botan la basura al río; y para no ir muy lejos, hasta hace unos años en las ciudades intermedias procedían de igual manera. Cada año son menos los peces que habitan nuestras fuentes naturales y llegará el día en que su fauna desaparezca definitivamente.

Fíjese que si los egipcios se horrorizaron al ver el Nilo convertido en sangre, aquí nos encargamos de volver un estercolero nuestro río Magdalena.
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

la principal contaminación es el hombre mismo