lunes, febrero 01, 2010

Solidaridad prioritaria.

Quienes habitamos en el llamado cinturón de fuego del planeta tierra, donde los movimientos telúricos son comunes, nos fruncimos cada que se presenta una tragedia causada por un gran terremoto porque sin excepción nos preguntamos en qué momento podemos vivir una situación similar. Por fortuna en ciudades como Manizales la modalidad de construcción sismo resistente está reglamentada y hay control por parte de las autoridades, aunque en los barrios populares la gente se pasa la ley por la galleta. A las llamadas soluciones de vivienda les dejan la plancha lista para que el propietario después construya el segundo piso, pero el problema está en que la gente, en busca de sacarle varias rentas a su propiedad, le construye, con la ayuda de algún pariente que sepa manejar el palustre, varios pisos sin la menor técnica y sin utilizar los materiales adecuados.

Lo que da golpe es ver cómo las personas se impresionan ante la gravedad de la tragedia de turno, porque las noticias llegan por todos los medios y no dan tregua para asimilarlas. Además, porque le dan prioridad al amarillismo y a resaltar las imágenes más tristes e impactantes, que por cierto son las que más rating marcan y mejor facturan. Entonces el fulano que mira el telenoticiero, el que anda pegado del transistor o el que ojea el periódico, se estremece al enterarse de los dramas humanos y de las necesidades que padecen quienes de milagro salvaron sus vidas. Y ahí es que se viene la solidaridad desbordada, la ola de donantes y voluntarios, los gobiernos dispuestos a colaborar en lo que sea menester.

La pregunta del millón es por qué la gente no colabora con esa espontaneidad y compromiso sino cuando una tragedia sacude al mundo. Como si el hambre y la necesidad no estuvieran presentes a toda hora en nuestro país, sin mirar para afuera, porque bien cierto es aquello que la caridad empieza por casa. Acaso es necesario mostrarle a diario a la ciudadanía los cinturones de miseria de las grandes ciudades; los niños desnutridos que mueren por una simple diarrea en el litoral pacífico; los miles de desplazados que deambulan las calle mendigando una limosna para calmar el hambre; los desamparados que duermen a la intemperie abrigados con periódicos y cartones. Toda esa gente necesita alimentarse, precisa atención médica, sueña con una vivienda digna, merece tener acceso al estudio, clama por una oportunidad de trabajo para sobrevivir.

Por qué entonces los colombianos, que en apenas dos semanas donaron dos mil toneladas de alimentos y otras ayudas (¡dos millones de kilos!), y recogieron dos mil quinientos millones de pesos para los damnificados de Haití, no hacen ese mismo esfuerzo siquiera una vez al año para darle la mano a nuestros hermanos caídos en desgracia. Qué bueno que emprendieran una campaña de ayuda a los pobres a ver cuánto recogen; me late que el volumen no alcanzaría un mínimo porcentaje de las cifras descritas, y eso en los primeros años, porque pasado un tiempo nadie vuelve a colaborar. Así somos de absurdos e ininteligibles los “bobos” sapiens, como a bien tuvo bautizarnos el colega Oscar Domínguez.

No me opongo a que se tienda una mano a los pueblos caídos en desgracia, ni más faltaba, pero hay que tener en cuenta que en estos casos el mundo entero aporta todo tipo de ayuda para solucionar las necesidades más apremiantes. Me parece perfecto que de inmediato se envíen desde Colombia rescatistas, médicos, socorristas, hospitales de campaña, medicamentos y demás insumos aptos para atender lo más urgente en un principio, que sin duda es salvar las vidas que sea posible; y por cierto así obró nuestro gobierno. Pero como desde los cinco continentes llegan ayudas similares, pudimos ver el hospital de campaña que enviamos embalado en cajas porque no había una autoridad que autorizara su operación.

Creo que el ideal es que los países del tercer mundo colaboremos con personal calificado en rescates y profesionales de la salud, pero que el billete y las ayudas en especie las pongan los países ricos. Seguro en Suecia o en Canadá no hay mucha gente con falencias alimentarias o de otra índole, por lo que ellos sí pueden enviar toneladas de comida, colchonetas, materiales de construcción, vestuario, medicamentos y demás productos requeridos. Y que las grandes corporaciones financieras, los grupos económicos más poderosos, las multinacionales y demás organismos se metan la mano al dril; países como los Emiratos Árabes, que nadan en petrodólares; tantos multimillonarios que dilapidan el dinero en extravagancias; las estrellas del deporte que tienen unos ingresos inimaginables, entre otros, que se esculquen los bolsillos y hagan una vaca bien alentada.

Es triste decirlo pero es posible que el pueblo haitiano salga beneficiado de esto. Porque un país olvidado del mundo, con una pobreza casi absoluta y sin esperanzas de salir adelante, ahora acapara la atención de una comunidad internacional que con seguridad va a paliar muchas de sus necesidades. Tampoco sobra recordarle a quienes se babean por adoptar uno de esos tiernos negritos que quedaron huérfanos, que aquí existen miles de niños que esperan una familia que les de una oportunidad de vida. Y tenemos blancos, mestizos, morenos, negros retintos, aindiados, ojiclaros, grandes, pequeños, bonitos, feos, sanos, discapacitados… mejor dicho, como lo quiera con tal de que lo adopte.
pmejiama1@une.net.co

4 comentarios:

Carolina Martínez dijo...

Así es Don Pablo. Totalmente de acuerdo.

JuanCé dijo...

Pablo:
Tienes toda la razón; adicionalmente resultaría más fácil controlar el fin que tienen esas donaciones, pues a veces, como llegan repetidas, como el caso del hospital de combate, pues no se organiza y queda en manos de un vivo; en Colombia seguro que pasaría algo parecido, pero podría evitarse la repetición.
Sobre los negritos que pensaban secuestrar para educarlos y alimentarlos en USA, debería hacerse un juicio a esos malvados individuos que querían hacerlo: esos niños tienen la libertad de quedarse en Haití y morir de hambre, sin que nadie se atraviese en su vida, ni más faltaba...

Jorge Iván dijo...

Tu reflexión es muy válida, pero es una montaña de ilusiones porque la solidaridad, desgraciadamente, va atada a la tragedia. Así se lo inculcarón al mundo desde chiquito. Obviamente, hay otros canales que nos permiten hacer lo que tu dices, algunos tan sencillos y prácticos como llevar una libra de panela y un kilo de papas todos los domingos a la iglesia. La idea es que cada uno se esculque a ver como puede ayudar sin necesidad de que tierra nos lo recuerde con sus tembleques

Anónimo dijo...

Qué buen artículo... como dijo Cacol tiene toda la razón en cada palabra!