Antes de que se implementaran en
las ciudades los llamados Sanandresitos era muy difícil conseguir artículos y
productos extranjeros. Por fortuna vivíamos muy bien con lo que ofrecía el
mercado nacional y en ese entonces la sociedad de consumo no se parecía en nada
a lo que es hoy. En Manizales las damas más pudientes recurrían a una señora
que vivía en el barrio Chipre y que traía ropa, perfumes, accesorios y demás
chucherías del exterior, por lo que en las fiestas de sociedad las mejor vestidas
eran las clientas de la reconocida matutera; ya después otras copiaron la idea
y aún existen personas dedicadas a traer maletas llenas de mercancía del
exterior.
Si uno quería comprar cualquier
artículo novedoso, salido de lo tradicional, se desplazaba a la calle 19 entre
carreras 19 y 21, donde se asentaban unos comerciantes informales en los
andenes y ofrecían sus mercancías en aquellos tradicionales catres de lona que
se armaban muy fácil y que fueron tan comunes en casas y fincas para acomodar
muchachitos. La gente empezó a llamar esos puestos los agáchese por la
necesidad del cliente de doblarse por la cintura para alcanzar algún artículo
que llamara su atención y la zona se volvió de visita obligada para propios y visitantes.
Quien quisiera mercarse una
loción Brut o Pino Silvestre; unas gafas Ray-ban; si buscaba una candela de gas
o el tarrito de combustible para recargarla; si tenía antojo de unos chicles
gringos o quería darse el ancho con una chocolatina Milky way; o buscaba
ponerse a la moda con unas camiseticas chinas que eran baratísimas, arrimaba
allí y después de regatear un poco calmaba el antojo. También vendían casetes
extranjeros cuando estos se pusieron de moda, Maxell, BASF, Sony o TDK, pues los fabricados en el país eran ordinarios
y tiro por zambo se enredaban dentro de grabadoras y pasa cintas.
Luego aparecieron los famosos
Sanandresitos, primero en ciudades de la costa atlántica, y quien los visitara
no podía regresar a casa sin algunos regalos que eran tradicionales: un paquete
de turrones Craft, uno de galleticas de higo, un frasco grande de Tang de
naranja, que no era nada diferente a esas bebidas en polvo que venden ahora a
precios módicos; y otras cuantas baratijas con empaques raros y novedosos. El
viajero llegaba además estrenando gafas y reloj, chiviados ambos pero muy
aparentadores; compraba algunas cervezas extranjeras en lata para chicaniar; un
cartón de cigarrillos Marlboro; y un flamante radio reloj para la mesa de
noche. No faltaba el que también traía un potecito de la famosa pomada china,
la cual según recomendaba el negro vendedor debía aplicarse en la herramienta
al momento de entrar a matar dizque para volver locas a las muchachas.
Durante muchos años la gente no
tuvo claro si comprar en Sanandresito era legal, porque así las autoridades
permitieran su existencia, después de salir uno del lugar con su
electrodoméstico lo podían parar en la esquina y quitárselo dizque porque era mercancía
ilícita. Un comerciante de Pereira era el zar del matute en los inicios de esa
modalidad de negocios y los manizaleños bajaban a comprar allí sus televisores,
equipos de sonido, el betamax o el novedoso exprimidor de naranjas, pero tenía
que hacer fuerza para que no lo fueran a detener en un retén de las Rentas
departamentales que había en La Batea, cerca a Chinchiná, porque allá le
quitaban lo que trajera.
Lo mismo sucedía a quienes
llegaban de San Andrés por el aeropuerto Matecaña, porque aunque el pasajero
tenía derecho a traer un cupo determinado, vaya pues explíquele esa vaina a un
guarda de la aduana a media noche y en plena carretera. El tipo, seguro
necesitado de plata, insistía en que era contrabando y procedía a confiscar
botellas de licor y cigarrillos extranjeros, cualquier electrodoméstico o
mercancía que trajera, por lo que fueron muchos los que debieron llegar a la
casa sin los encargos y además trinando de la ira.
Todavía siento pena ajena al
recordar algo que me sucedió cuando trabajaba en el aeropuerto a mediados de la
década de 1980. La Industria Licorera de Caldas organizó una convención en San
Andrés y entre los viajeros estaba el gobernador, un señor de esos de antes,
correcto, serio y de una honorabilidad sin tacha. Y como la ley de Murphy nunca
falla, cuando regresaron fue al mandatario a quien le embolataron el equipaje.
Personalmente atendí la queja del
ilustre personaje, quien además era amable y sencillo, y me puse en la tarea de
rescatar la maleta. Cuando al fin apareció me dio mala espina porque venía sin candado
y como supuse, al revisarla el doctor Jaime descubrió que faltaban dos botellas
de whiskey, un cartón de cigarrillos y otras regalitos que traía para la
familia. Yo no sabía qué decir ante semejante situación tan embarazosa y
procedí a disculparme mientras le prometía que la queja iría directamente a la
presidencia de la compañía, y que haríamos todo lo posible por dar con los
responsables. Entonces me palmeó la espalda y debí prometerle que el asunto
quedaba entre nosotros, pues arguyó que con seguridad se enteraban los
periodistas y mínimo le armaban un escándalo por contrabandista, y que él no estaba
dispuesto a enlodar su buen nombre por un par de chucherías.
pamear@telmex.net.co
1 comentario:
En Buga señorial le decimos agáchese a una serie de negocios en los cuales la mercancía se muestra en el piso, sobre algunos plásticos. El cliente tiene que agacharse para verla mejor.
En Buga están de moda, pero el más famoso es el de la galería (Plaza de mercado) La Satélite. Es fácil ver las señoras "bien" del pueblo, comprando allí, un sitio que por su ubicación podría catalogarse como estrato 3 e inclusive 2.
Con el advenimiento del la invasión de productos de origen oriental, a los cuales les decimos indiscriminadamente chinos, los agáchese se hicieron más populares todavía.
Mis hijos un día entendieron que las mismas pendejadas por las que pagaban un dineral en almacenes de marca, se compraban allí a precios muy pero muy cómodos.
Cordial saludo tataratataraprimo, bien por su artículo, me gustó.
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