Debo reconocer que si me sueltan
solo en Manhattan me traga la tierra, porque no estoy preparado para tanta
tecnología. Eso de interactuar con máquinas en vez de personas no es fácil para
un montañero como yo, y ni modo de preguntarle a alguien porque así entienda alguito
de inglés, comunicarse con cualquier transeúnte es muy trabajoso porque hablan
con acentos diferentes, modismos, dichos y demás variantes que lo dejan a uno
viendo un chispero.
La experiencia del metro fue toda
una novedad. El agite de la gente, el ruido infernal de los trenes, los
artistas espontáneos, los mendigos que habitan ese submundo, tantos personajes
estrambóticos, la suciedad de muchas estaciones y la modernidad de otras, la
complejidad de ese sistema de transporte y su eficiencia, el ambiente pesado
por la contaminación, y una señalización perfecta que permite a cualquier
usuario, después de una breve explicación, entenderla y utilizarla a su gusto.
Mientras esperábamos el tren en una de las estaciones detallé a cuatro negros,
ya setentones y distinguidos, que conversaban y calentaban la voz. Pues abordaron
nuestro vagón, se presentaron como un grupo de música góspel y nos deleitaron
con una bellísima canción a capela. Inolvidable experiencia.
Claro que nosotros, después de estar
una tarde inmersos en las entrañas de NY, resolvimos mejor desplazarnos en bus,
sistema que también funciona a las mil maravillas. Unas rutas recorren
avenidas, de norte a sur, y otras las calles de oriente a occidente; y como
casi toda la ciudad es cuadriculada, no hay pierde. En cualquier taquilla
regalan mapas de rutas y venden la tarjeta para utilizar ambos sistemas. Allá
quien lleva afán utiliza el metro, que es más veloz, mientras el bus lo prefieren
ancianos, amas de casa, discapacitados y familias con niños pequeños. Lo mejor
es que desde la ventanilla del bus puede conocerse la ciudad, ver gente en las
calles, vitrinas, la majestuosa arquitectura, los parques, etc., y termina uno con
dolor en la nuca por mirar los inmensos rascacielos.
Al ver el conductor a alguien en
silla de ruedas en el paradero detiene el bus, un sistema hidráulico baja el
vehículo hasta dejarlo cerca del piso y luego sale una rampa para el ingreso. Si
hay muchos pasajeros solicita a algunos que bajen mientras adelanta el
procedimiento, luego acomoda la silla en un espacio específico, la asegura bien,
pregunta para dónde vamos y al llegar al destino se detiene y repite la
operación. Otros buses tienen, en vez de rampa, un ascensor hidráulico para ese
menester. Los conductores, de ambos sexos, amables y dispuestos.
En vista de las multitudes, en
todas partes hay que hacer fila. Y ahí es cuando aparece la ventaja para el
discapacitado, porque con el grupo de mis acompañantes ingresamos por una
puerta especial y tenemos trato preferencial; así el tiempo rinde mucho. Debo
resaltar además que las personas son muy respetuosas y colaboradoras. Por ello
en los miradores del Empire State y del Rockefeller Center pude acomodarme
perfectamente para disfrutar de las espectaculares panorámicas; lo mismo en el
crucero que permite conocer Manhattan desde el río, la estatua de La Libertad y
los puentes que comunican la isla con el continente.
Asistir a una función en Broadway
emociona; recorrer los museos es una experiencia enriquecedora e inolvidable;
entrar a los grandes almacenes, así sea a mirar; estar rodeado de gentes de
todas las razas, colores y condiciones; y embelesarse durante la noche en Times
Square, donde el colorido, las luces, la tecnología y los personajes que se ven
lo convierten en sitio obligado de reunión. La Zona cero, la capilla de Saint
Paul donde atendieron los heridos del 9/11; Soho, East Villaje, la Estación
Central y recorrer a pie el Puente de Brooklyn, son destinos imperdibles.
Visitar el barrio chino y
regatear con los vendedores, observar unos ancianos músicos tocar instrumentos
desconocidos para nosotros, entrar al mercado donde ofrecen la más asombrosa
variedad de productos y saborear las delicias de la comida asiática. En Pequeña
Italia coincidimos con la celebración de San Genaro y por ello disfrutamos de
un festival gastronómico en la calle principal. Porque sin duda uno de los
mayores atractivos de NY es su oferta gastronómica, donde puede escogerse todos
los días un restaurante de un país o continente diferente; y desde el portero
hasta el chef son típicos representantes del país escogido.
La montañerada se nos notaba
cuando al cruzar una avenida por la cebra y al ver un Rolls Royce, Maserati o
Ferrari, mi hijo paraba, esperaba que pasara la gente, me dejaba solo frente al
carro y tenga su foto. Esos gringos apenas abrían los ojos asombrados y no les
quedaba sino reírse, sobre todo al vernos salir pitados cuando faltaban pocos
segundos para que cambiara el semáforo. Otra cosa es que nunca había visto
tantas mujeres divinas: rubias, morenas, eslavas, asiáticas, latinas, negras, musulmanas…
Mejor dicho, si uno se detiene a detallarlas no le queda tiempo para nada más.
Dicen que es mejor tener amigos que plata. Por ello
quedaremos agradecidos para siempre con nuestros compañeros de viaje, porque
gracias a su generosidad sin límites, cariño y entrega, pudimos disfrutar en
familia de una ciudad alucinante. Eso sí que quede bien claro: no cambio mi
tierra por nada del mundo. pamear@telmex.net.co
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