Algo que es difícil de asimilar
para las personas de mi edad es que en la actualidad la temporada de vacaciones
sea un verdadero problema para todos los miembros de la familia. En cambio para
nosotros era el momento más esperado del año y las disfrutábamos desde el
primero hasta el último minuto; además, para nuestros padres no significaba
ningún inconveniente porque si algún pariente tenía una finca allá íbamos todos
a templar, o de lo contrario nos quedábamos en la casa porque teníamos el más
amplio espacio para divertirnos: la calle.
Y ahí radica el problema actual,
porque los muchachitos no pueden salir a la calle, ir a un cine, recorrer el
centro comercial o tomar el algo por ahí en cualquier heladería sin la compañía
de un adulto; mucho menos jugar en mangas y potreros, programa que además no les
llama la atención porque ni siquiera lo conocen. Entonces se quedan en la casa
pegados del televisor, frente a la pantalla de la computadora, chateando con el
teléfono, embobados con sus juegos electrónicos y aislados del mundo al
conectarse unos audífonos en las orejas. Los padres de familia, que en su
mayoría ambos trabajan, se mortifican de saberlos en dicha condición y se
devanan los sesos a diario al buscarles programas para entretenerlos y
apartarlos de la electrónica embrutecedora.
En el hemisferio norte inventaron
hace muchos años los campamentos de verano para recrear muchachitos en épocas
de asueto, y como por aquí somos tan proclives a copiarles todo, ya ofrecen
varios programas de ese tipo en nuestro medio. Se me ocurre que alguien puede
medírsele a un negocio simple y llamativo, que consiste en conseguir una finca
típica de nuestra región y montar un campamento de vacaciones donde los niños
aprendan y disfruten con los juegos y entretenciones con los que se criaron sus
mayores. Yo no le jalo porque soy muy malo para manejar mocosos ajenos y al
primero que empiece a fregar le zampo un coscorrón, y seguro voy a parar a la
cárcel.
La primera condición es que los
muchachitos no pueden llevar al campamento ningún tipo de aparato electrónico, y
eso incluye el teléfono celular; tendrán derecho a comunicarse con sus casas
con cierta regularidad, para lo que utilizarán un teléfono fijo y así de una
vez aprenden a conocer ese aparato misterioso para ellos. También deben ir
advertidos de que la comida será la que se acostumbraba antes en las fincas, y
que por ejemplo al desayuno no les ofrecerán cereales, tostadas francesas, waffles,
panqueques ni huevos rancheros, sino calentado de frijoles, huevos pericos, arepa
con queso y chocolate en taza. El resto del menú también será típico y a la
hora del algo recibirán aguapanela con limón o Fresco Royal, bananos
congelados, leche postrera con cucas, tiraos, solteritas, empanadas y arepitas
recién asadas; y frutas como guamas, madroños, chachafrutos, zapotes, mangos,
mandarinas y guayabas.
La levantada será al alba para
ver ordeñar y después de un baño en agua fría y el desayuno, disfrutarán de una
variada programación: caminatas por el monte; pesca en quebrada con costales y
canastos; montada a caballo de a dos, para que se turnen porque uno siempre debe
ir “al anca”; comitiva para preparar el almuerzo cualquier día; recorrido
didáctico para conocer el cultivo y beneficio del café; bañada en el río más
cercano, para lo que deberán improvisar un dique a punta de piedras y cascajo;
y por último construir una casa en un árbol, con guaduas y hojas de plátano
para el techo, donde podrán dormir una noche los más aventados.
También aprenderán los infantes
diversos juegos que practicaron sus mayores y podrán participar en concursos de
yoyo, trompo y balero; apostar canicas a los cinco hoyos o al pipo y cuarta; correr
la vuelta a Colombia con tapas de gaseosa; jugar terreno con una navaja; y
elaborar zepelines con recortes de revista para lanzarlos con un popo o
bodoquera. Ninguno regresará a su casa sin aprender a fabricar una marranita
con un carrete de hilo, un pedazo de vela, una bandita de caucho y un palo de
bombón; armar cometas con varillas de guadua, papel de seda y engrudo a modo de
pegante; improvisar teléfonos con hilo y vasos de cartón; y un par de zancos
con trozos de madera.
Al caer la tarde se reunirán a echar
cuentos, para que conozcan mitos y leyendas como La Patasola, La Llorona, El
Hojarasquín o La Madremonte; se enteren de quiénes fueron Mirús y El putas de
Aguadas; se rían con los chistes de Cosiaca y Pedro Rimales; y aprendan
costumbres y tradiciones de nuestros campesinos. Después llega la comida, que
para todos es lo mismo y que debe tomarse en la mesa del comedor y a una hora
determinada; y como en la finca estará prohibida la televisión, los muchachos
podrán entretenerse un rato mientras se llega la hora de acostarse con diversos
juegos en los alrededores de la casa: chucha o la lleva, cuclí o escondite,
guerra libertadora, a poner gorros, etc.
Dormitorios con varios camarotes
para que los participantes se sientan acompañados, y como la disciplina debe
imperar, hay un horario para apagar luces. Ya que si los zambos se quedan
echando cuentos verdes o entretenidos con un concurso de pedos…
pamear@telmex.net.co
3 comentarios:
Pablo:
Me pido matricularme en tu campo de verano, pero para que los grandecitos recordemos todas las cosas que mencionas. Me babeo de recordar el tractor con el carrete de hilo, el caucho, la vela y demás.
Te consigo un grupo grande...
Me apunto de una si me dejan despertarme un poquito más tarde jejejeje
que lindo debe ser de visitar un campo en verano..
yo con mi hijo vamos a grido en la plata a tomar helado, al cine, a andar en bicicleta, pero con un campo y pileta sería todo más tranquilo y agradable para las vacaciones
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