Sin duda viajar en avión es
rápido y placentero, pero se pierden tantas cosas que se ven durante un
recorrido por tierra. Porque a quienes nos gusta coger carretera disfrutamos el
momento, mientras a otros no les obliga porque desde que arrancan empiezan a
quejarse y así el viaje se hace eterno. Planear el fiambre y luego preparar
sándwiches, huevos duros y papas cocinadas, empacar sal y un frasquito con ají;
frutas, papitas fritas y rosquillas, galletas de dulce y demás mecatos, es el mejor
abrebocas. Durante el recorrido entretener la muela con galguerías y antojos,
pero llegada la hora del almuerzo comprar las bebidas para buscar un lugar
agradable dónde disfrutar las viandas.
Íbamos por Fredonia y su
panorámica arrobadora. Pasado el pueblo viene un corto tramo con fallas
geológicas repetidas, lo que no es obstáculo para que el camino rinda mucho
porque desde que uno pasa La Pintada no encuentra buses ni camiones de ningún
tipo. Por Bolombolo la distancia se aumenta en unos 40 kilómetros, respecto al
trazado por Minas, mientras que por Fredonia la diferencia es de solo 4
kilómetros. Eso, más evitarse el estrés y el peligro que representa adelantar
tractomulas, ya justifica coger ese pintoresco atajo.
Al poco llegamos a la
intersección con la carretera que va de Medellín para Bolombolo, a la altura de
Amagá, y de ahí en adelante un corto tramo con algo más de tráfico, porque
suben los camiones cargados de las minas de carbón. Al coronar la cuesta
paramos en un rancherito a comer arepa de chócolo con quesillo, pero la delicia
de las viandas quedó opacada por la hora larguita que se demoraron para
despacharnos en un negocio que estaba casi vacío; creo que apenas prendían el
fogón, amasaban las arepas y le echaban el cuajo a la leche. Otra vez a la
carretera y en pocos minutos estábamos en la variante de Caldas, una obra que les
ha sacado chispas a los paisas. Ellos, que se vanaglorian de efectivos y
emprendedores, se han visto a gatas con una doble calzada que no está ni tibia.
Retazos de obra, desvíos, muros de contención y trabajos diversos, embrollan un
tráfico pesado y agobiante.
Por fortuna al terminar la
variante se empata con la avenida Regional, por la cual se fluye con facilidad
debido a que no tiene semáforos y la velocidad es constante; claro que no debe
excederse porque hay cámaras para pillar infractores. A la altura de la plaza
de toros hay que estar pendiente para coger la oreja que nos pasa al occidente
del río, aunque en ese cruce es fácil equivocarse porque una vez al otro lado,
si se sube al puente que hay debajo de la escultura del péndulo, debe atravesar
todo el centro del municipio de Bello. Eso nos sucedió y debimos detenernos en
unos pocos semáforos, pero de todas maneras el tráfico es ágil. En la glorieta
de Niquía empieza una autopista de varios carriles que permite recorrer de
forma rápida lo que resta del Valle de Aburrá, y otra vez concentrados para no
seguir por la amplia vía que lleva a Barbosa y sigue hacia el valle del
Magdalena. En la actualidad realizan las obras para mejorar esa intersección, donde
empieza la famosa subida de Matasanos. La carretera serpentea por la pendiente
y la panorámica es absolutamente espectacular, mientras algunos parapentistas realizan
piruetas frente a los asombrados viajeros.
Por fortuna a esa hora, diez de
la mañana, ya estaba vigente la limitación para vehículos pesados. La carretera
amplia y bien señalizada nos lleva hasta lo más alto del ascenso para empezar a
recorrer campos, lecherías y cultivos varios; recuerdo que hace años eran
tierras áridas y cubiertas de helechos. Quedan atrás las entradas a Don Matías
y Santa Rosa de Osos para seguir hacia Valles de Cuiba, donde hay otro de los
peajes que se congestionan en épocas de mucho tráfico en la vía. Sigue el ameno
recorrido hasta llegar a Yarumal, donde empieza a desmejorar el piso debido a
fallas geológicas. También aparecen los colonos asentados al costado de la vía,
gentes que llevan en esa región mucho tiempo dedicados a la mendicidad; creo
que los niños nacen con el brazo estirado.
Entre Valdivia y Puerto Valdivia
el daño causado por la falla es preocupante, porque en ciertos pasos la vía
está a punto de desaparecer. Por fin nos topamos de nuevo con el río Cauca y
allí empiezan el calorcito y el plan. Hasta Tarazá la carretera tiene reparcheo
y debe transitarse con cuidado porque el entorno está muy poblado; también
pueden verse los estragos ecológicos que dejan las minas de oro a cielo
abierto. Por esos lados nos detuvimos a disfrutar del fiambre, y muy pronto íbamos
con destino a Caucasia, el último municipio de Antioquia hacia el norte; quince
kilómetros después está La Apartada, desde donde inicia la carretera que nos
llevaría a nuestro destino. Son 38 kilómetros que después de bregar mucho lograron
asfaltar, aunque al principio está en mal estado y el resto se nota muy descuidado.
A las cuatro de la tarde, tras
once horas de camino, llegamos a un paraíso que ya describí alguna vez en esta
misma columna y que infortunadamente muestra las secuelas de la deforestación y
del calentamiento global.
@pamear55
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