martes, febrero 12, 2013

Viacrucis vial (II).


Sin duda viajar en avión es rápido y placentero, pero se pierden tantas cosas que se ven durante un recorrido por tierra. Porque a quienes nos gusta coger carretera disfrutamos el momento, mientras a otros no les obliga porque desde que arrancan empiezan a quejarse y así el viaje se hace eterno. Planear el fiambre y luego preparar sándwiches, huevos duros y papas cocinadas, empacar sal y un frasquito con ají; frutas, papitas fritas y rosquillas, galletas de dulce y demás mecatos, es el mejor abrebocas. Durante el recorrido entretener la muela con galguerías y antojos, pero llegada la hora del almuerzo comprar las bebidas para buscar un lugar agradable dónde disfrutar las viandas.

Íbamos por Fredonia y su panorámica arrobadora. Pasado el pueblo viene un corto tramo con fallas geológicas repetidas, lo que no es obstáculo para que el camino rinda mucho porque desde que uno pasa La Pintada no encuentra buses ni camiones de ningún tipo. Por Bolombolo la distancia se aumenta en unos 40 kilómetros, respecto al trazado por Minas, mientras que por Fredonia la diferencia es de solo 4 kilómetros. Eso, más evitarse el estrés y el peligro que representa adelantar tractomulas, ya justifica coger ese pintoresco atajo.

Al poco llegamos a la intersección con la carretera que va de Medellín para Bolombolo, a la altura de Amagá, y de ahí en adelante un corto tramo con algo más de tráfico, porque suben los camiones cargados de las minas de carbón. Al coronar la cuesta paramos en un rancherito a comer arepa de chócolo con quesillo, pero la delicia de las viandas quedó opacada por la hora larguita que se demoraron para despacharnos en un negocio que estaba casi vacío; creo que apenas prendían el fogón, amasaban las arepas y le echaban el cuajo a la leche. Otra vez a la carretera y en pocos minutos estábamos en la variante de Caldas, una obra que les ha sacado chispas a los paisas. Ellos, que se vanaglorian de efectivos y emprendedores, se han visto a gatas con una doble calzada que no está ni tibia. Retazos de obra, desvíos, muros de contención y trabajos diversos, embrollan un tráfico pesado y agobiante.

Por fortuna al terminar la variante se empata con la avenida Regional, por la cual se fluye con facilidad debido a que no tiene semáforos y la velocidad es constante; claro que no debe excederse porque hay cámaras para pillar infractores. A la altura de la plaza de toros hay que estar pendiente para coger la oreja que nos pasa al occidente del río, aunque en ese cruce es fácil equivocarse porque una vez al otro lado, si se sube al puente que hay debajo de la escultura del péndulo, debe atravesar todo el centro del municipio de Bello. Eso nos sucedió y debimos detenernos en unos pocos semáforos, pero de todas maneras el tráfico es ágil. En la glorieta de Niquía empieza una autopista de varios carriles que permite recorrer de forma rápida lo que resta del Valle de Aburrá, y otra vez concentrados para no seguir por la amplia vía que lleva a Barbosa y sigue hacia el valle del Magdalena. En la actualidad realizan las obras para mejorar esa intersección, donde empieza la famosa subida de Matasanos. La carretera serpentea por la pendiente y la panorámica es absolutamente espectacular, mientras algunos parapentistas realizan piruetas frente a los asombrados viajeros.

Por fortuna a esa hora, diez de la mañana, ya estaba vigente la limitación para vehículos pesados. La carretera amplia y bien señalizada nos lleva hasta lo más alto del ascenso para empezar a recorrer campos, lecherías y cultivos varios; recuerdo que hace años eran tierras áridas y cubiertas de helechos. Quedan atrás las entradas a Don Matías y Santa Rosa de Osos para seguir hacia Valles de Cuiba, donde hay otro de los peajes que se congestionan en épocas de mucho tráfico en la vía. Sigue el ameno recorrido hasta llegar a Yarumal, donde empieza a desmejorar el piso debido a fallas geológicas. También aparecen los colonos asentados al costado de la vía, gentes que llevan en esa región mucho tiempo dedicados a la mendicidad; creo que los niños nacen con el brazo estirado.

Entre Valdivia y Puerto Valdivia el daño causado por la falla es preocupante, porque en ciertos pasos la vía está a punto de desaparecer. Por fin nos topamos de nuevo con el río Cauca y allí empiezan el calorcito y el plan. Hasta Tarazá la carretera tiene reparcheo y debe transitarse con cuidado porque el entorno está muy poblado; también pueden verse los estragos ecológicos que dejan las minas de oro a cielo abierto. Por esos lados nos detuvimos a disfrutar del fiambre, y muy pronto íbamos con destino a Caucasia, el último municipio de Antioquia hacia el norte; quince kilómetros después está La Apartada, desde donde inicia la carretera que nos llevaría a nuestro destino. Son 38 kilómetros que después de bregar mucho lograron asfaltar, aunque al principio está en mal estado y el resto se nota muy descuidado.

A las cuatro de la tarde, tras once horas de camino, llegamos a un paraíso que ya describí alguna vez en esta misma columna y que infortunadamente muestra las secuelas de la deforestación y del calentamiento global.
@pamear55

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