Algo que me mortifica es mirar
hacia Palestina y observar ese inmenso movimiento de tierra, en cuyo extremo
norte se perfila lo que tanto anhelamos quienes habitamos en este rincón de
Colombia. Aunque es muy corto el tramo ya puede notarse cómo quedaría esa
maravillosa pista de aterrizaje, pero al detallar el otro extremo de la obra no
provoca sino sentarse a llorar. Desde que el ingeniero Gustavo Robledo Isaza
planteó su idea empecé a imaginar los grandes aviones aproximándose a la cabecera
de la pista, panorámica que puede disfrutarse desde muchos lugares; es más, por
mi ventana veo la cicatriz rojiza que atraviesa la base de la cabecera
municipal.
Si todas las letras que hemos
escrito al respecto, si las palabras que se dicen acerca de la inmensa obra
pudieran cargarse en volquetas para echarlas en ese enorme boquete que
pretenden rellenar desde hace tanto tiempo, creo que ya se habría cumplido el
cometido. Hay que ir hasta allá y observar de cerca la magnitud de la obra,
imaginar el dinero que invirtieron en un inmenso muro de contención, la
cantidad de viviendas y demás edificios que debieron erradicar de la zona, los
barrios, colegios, instalaciones deportivas y demás infraestructura que construyeron
para reubicar a los pobladores, y en general las millonadas que se ha tragado
el proyecto, para que ahora vengan a decir que así no era, que lo mejor es
mover unos grados el eje de la pista.
Eso parece un chiste de mal
gusto, es como para Ripley o para el día de los inocentes. Cómo así que después
de invertir semejante dineral ahora toca empezar de nuevo a negociar predios,
se pierde lo invertido en el muro de marras y con seguridad en muchas de las
obras complementarias que ya se llevaron a cabo. De ser esa la realidad, tiene
que haber responsables que paguen en la cárcel por semejante metida de pata. La
plata que sí estará bien asegurada es la de coimas, serruchos, mordidas y demás
marrullas, porque en este país no es posible adelantar semejante inversión sin
que exista corrupción de por medio.
Opino que debemos aterrizar y
bajarle a las expectativas del aeropuerto, porque está claro que el Gobierno
nacional ya no mira con buenos ojos el proyecto; puede que siga aportando, pero
a cuenta gotas y así es imposible terminar la obra. Es mejor tener una pista más
corta en una zona con buen clima, que posibilita la operación nocturna y por su
localización puede recibir aviones medianos, que nos lleven sin escalas a
países vecinos, a San Andrés, la costa atlántica y demás regiones del país.
Claro que lo ideal es tener la pista de tres mil metros y una terminal moderna
y con futuro, pero eso cuesta una fortuna. Aseguremos un aeropuerto con
posibilidades de ampliación en el mediano plazo, porque el terreno es apto y ya
está adquirido.
Lo cierto es que Aeropalestina no
está ni tibio. Porque hoy la discusión se centra en la pista y los terraplenes,
que deben girar el eje del trazado, construir viaductos, que el terreno es
volcánico y otros tantos inconvenientes, pero superada esa etapa queda mucho
por hacer. Hasta ahora no he oído decir nada acerca de la terminal, la torre de
control y los equipos electrónicos, infraestructura, vías de acceso y aledañas,
los equipos de emergencia, etc. Todavía me da risa cuando recuerdo que por allá
en la década de 1980, el entonces gerente del proyecto se comprometió al aire
en mi programa de radio, sin ponerse colorado, que a finales del año siguiente
veríamos operar el aeropuerto.
Cuando hace unos años escribí
acerca del tema un personaje de la política local me tildó de pesimista. Pues
no me queda sino reconocer que soy negativo al respecto, y para confirmar su
opinión le digo que lo mismo pienso cuando veo en el periódico las tres
propuestas que hay para construir una nueva carretera que nos comunique con el valle
del Magdalena. Uno de los trazados propone un túnel más largo que el de La
Línea, el mismo que empezaron hace diez años y no hay riesgos de que lo
terminen pronto. Por ahora me conformo con saber que el Ministro Cardona dejó
asegurado el presupuesto para que mejoren la vía actual, trabajos que empiezan
a verse y que en algo agilizan el desplazamiento.
Cómo no ser pesimista si desde mi
juventud oigo hablar de una avenida que comunica el barrio La Sultana con el
sector de Maltería; o del túnel que uniría al barrio La Francia con Los
Agustinos; y qué tal la cacareada carretera al quimérico puerto de Tribugá; o
la Avenida del Sesquicentenario que se quedó en veremos. Mejor me tildo de
realista, porque basta ver la demora para terminar la doble calzada Lusitania –
La Playita, una obra de sólo dos kilómetros de longitud y que a ojo de buen
cubero parecía fácil, y cada año postergan la fecha de entrega; y hay que ver
el ancho del andén frente al Jardín Cementerio: da grima.
Ahora me pregunto quién seguirá
optimista cuando salga el tan esperado estudio acerca del aeropuerto y se
entere de que la inversión hasta ahora es de $300 mil millones, pero que para
terminarlo faltan $1.3 billones (con B de billete).
@pamear55
1 comentario:
Usted me va a perdonar pariente lejano por lo vulgar de mi expresión, pero leyendo su artículo no que queda otra expresión que la siguiente: cagadas hay por todas partes en este país.
Cordial saludo, BERNARDO MEJIA ARANGO
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