El ser humano es un espécimen bien
particular. Es curioso que tantos se comporten de forma similar, sin variar en
nada las detestables taras que nos han acompañado a través de los siglos. Sin
importar género, raza, color o religión, en todos los rincones del planeta y en
las diferentes épocas el hombre ha sido el mismo en cuanto a virtudes y
defectos. No cabe duda de que en la actualidad vamos en caída libre, debido a
la falta de principios y a una decadencia que parece no tocar fondo, pero en
general la actitud de las personas ha cambiado muy poco al compararla con
nuestros antepasados. Odio, solidaridad, envidia, honestidad, sevicia, entereza,
malicia o petulancia, son comportamientos innatos de nuestra especie.
Defectos que producen desazón y
repudio son la hipocresía y la mojigatería, que nunca han perdido vigencia y
son tan comunes en el diario devenir. En el mundo entero suceden tantas cosas
por debajo de la mesa, y aunque todos sospechamos de su existencia, mientras no
salgan a la luz pública nadie las da como ciertas. Pero el día que se
comprueban muchos ponen el grito en el cielo, se santiguan, rasgan sus
vestiduras, critican y descalifican, como si fueran los dueños de la moral y
los buenos principios.
Ejemplos hay muchos, aunque apelo
a sucesos recientes para que estén frescos en la memoria. Hace años, en una
requisa en el aeropuerto, pillaron a Carlos Osa Escobar con un cacho de
marihuana y hay que ver la que se armó; y me pegunto cuántos de esos que lo
señalaron escondían vicios y aberraciones aún peores. Cuando el gobierno de
Uribe compró las conciencias de los congresistas Yidis Medina y Teodolindo
Avendaño para asegurar esos votos a su favor, las voces de repudio se hicieron
sentir desde todos los rincones del país. Como si nadie sospechara siquiera que
así funciona la política en nuestro medio, que en el Congreso nadie vota por
compromiso o idealismo, sino a cambio de dádivas y beneficios. Cuántas
embajadas, notarías, contratos, puestos, etc., se habían repartido hasta entonces,
pero no fue sino que sucediera el hecho que menciono para que todos nos
escandalizáramos.
El lío de faldas del presidente
Clinton con una becaria de la Casa Blanca, cuyas faenas se realizaban en la Oficina
“oral”, es uno de los escándalos más sonados de las últimas décadas.
Reprochable que el hombre que desempeña el cargo más importante del mundo se
comporte de esa manera, pero daba risa ver a personajes de todos los
continentes furiosos, aterrados, ofendidos y asombrados por el hecho, como si
fuera la primera vez que sucediera. Cuántos de esos políticos, periodistas,
predicadores y dirigentes tendrían en su historial comportamientos similares, o
peores, y de dientes para afuera mostraban asombro y repudio.
El golfista Tiger Woods ha sido
el más famoso y reconocido de los últimos tiempos, pero no solo por su
rendimiento en el campo deportivo sino porque lo tenían como el adalid de las
buenas costumbres y el ejemplo a seguir como ciudadano, esposo y padre de
familia. Hasta que un día le empezaron a aparecer novias y mozas en todas
partes, aparte de que lo pillaron en una garrotera con la esposa, quien alcanzó
a romperle un vidrio del carro con un palo de golf. Quién dijo miedo, fue como
si el Santo Padre se hubiera puesto un arete. El escándalo no se hizo esperar y
todos tildaban al negro de inmoral, corrompido, irresponsable y promiscuo; como
si fuera muy raro que un tipo forrado en oro, que por sus compromisos no para
en la casa, con buena pinta y mucha fama, echara sus canitas al aire con
algunas de las tantas damas que lo acosan a diario.
Pero sin duda el alboroto que más
ha llamado mi atención en los últimos tiempos es el del ciclista estadounidense
Lace Armstrong. Desde hace mucho tiempo sabemos que las competencias
ciclísticas actuales son de una exigencia que sólo quienes recurren a ayudas
externas logran destacarse, y ahora el reto en la ciencia del dopaje es no
dejarse pillar. Recorrer más de 200 kilómetros en bicicleta todos los días,
durante casi un mes, sujeto a cambios climáticos y en competencia, no es para
hacerlo con la ayuda de bananos y bocadillos. Personas que conozco conversaron
con un ciclista criollo que compitió como gregario en un equipo europeo y el
tipo relataba que eso era una barbaridad; que llegaba el médico todas las noches
al hotel y sin siquiera pedir su consentimiento le inyectaba sustancias
desconocidas, las cuales llegaban a embotarlo hasta hacerle perder el sentido
de la realidad.
Tiene que ser muy pendejo quien
creyó que Armstrong, después de pasar por los tratamientos para superar un
cáncer, haya ganado siete veces la competencia ciclística más importante del
mundo y a palo seco. Y descubren la trampa y es como si se hubiera
personificado el mismísimo Lucifer. Los dirigentes aúllan, los periodistas se
aterran, moralistas y santurrones señalan y acusan, y los mandamases de las
empresas patrocinadores corren a suspender su millonaria inversión, como si nunca
hubieran sospechado siquiera que semejante abominación pudiera existir.
Mientras el personaje es reconocido todos empujan para aparecer en la foto,
pero cae en desgracia y nadie quiere saber de él. Qué humanidad tan puritana,
hipócrita y acomodada.
pamear@telmex.net.co
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