Seguramente quienes no vivieron
épocas pasadas no encontrarán tan detestables los cambios generados por la
tecnología en ciertos aspectos, porque simplemente no tienen con qué comparar.
Claro que todo evoluciona y se moderniza, la agilidad y la optimización se
imponen, y el objetivo es disminuir costos de operación, pero el sufrido
usuario es quien debe soportar situaciones que lo hacen trinar de la ira y desesperarse
a cada momento. El caso es que todos los días son más los seres humanos remplazados
en su trabajo por las máquinas y a esa interacción con la cibernética es a la
que no podemos acostumbrarnos muchos.
Es curioso que al analizar los
economistas el problema del desempleo nombren diversos factores como causa del
mismo, pero nunca se refieren a que la tecnología ha desplazado numerosos
puestos de trabajo. Ejemplos son muchos y nombro el caso de edificios pequeños
en los barrios residenciales, cada uno de los cuales tenía un portero día y
noche para vigilar y atender las necesidades de los inquilinos. Como es lógico
esto requería de al menos dos empleados que se turnaban, aparte del que hacía el
remplazo del domingo, y además se generaban horas extras por festivos y
nocturnos. Pues hoy en día la mayoría de esas edificaciones tienen puertas
eléctricas en el garaje y una cámara que registra a quien timbra en el portón principal,
el cual puede abrirse de manera automática desde cualquiera de los
apartamentos.
Recuerdo que durante mi niñez,
como todos vivíamos en casas, en la época de vacaciones era común que los
propietarios dejaran un celador en la residencia mientras la familia se iba de
paso o a temperar a la finca. Pues ahora instalan alarmas y cámaras de
seguridad en las propiedades y desde una central unos pocos empleados monitorean
cualquier irregularidad que se presente. Hoy en día al llegar al parqueadero de
un centro comercial debe accionarse un botón que entrega el recibo y luego abre
la barrera para dar paso; lo mismo sucede a la salida y es así como la
tecnología realiza esas labores que antes desempeñaban seres humanos. Y los patronos
felices porque dichos aparatos nunca piden permisos, no se enferman ni se
sindicalizan, no exigen aumento y mucho menos llegan enguayabados.
Antes debíamos ir al banco varias
veces a la semana a consignar, cambiar cheques, hacer giros, sacar una
chequera, pagar facturas, pedir extractos y demás diligencias, gestiones todas
que quedaron en el pasado porque ahora pueden hacerse desde un cajero
automático o con la computadora personal. A la entidad bancaria ya no hay que
ir sino a pedir plata prestada o a ponerle la cara al gerente cuando el
sobregiro está salido de madre.
Pero sin duda las innovaciones
más detestables son los contestadores automáticos y los centros de llamadas,
conocidos como call center. A quién no han hecho echar chispas, cuando llama
desesperado y después de saltar de tecla en tecla no logra solucionar su
problema. Porque la añorada recepcionista podía mentirle a uno, darle caramelo,
envolatarlo o ponerlo a oír una odiosa tonada mientras buscaba una disculpa
para darnos, pero al menos quedaba la opción de desahogarse con ella cuando no encontrábamos
una respuesta satisfactoria. En cambio a una maldita máquina qué le dice uno,
cómo le explica, a quién se queja, qué camino coge si no logra encontrar quién
solucione su inquietud.
Y esa modita de pedirnos los
datos personales a toda hora desespera y ofusca. Llamar por ejemplo a que le
solucionen un problema con la señal de televisión o de internet y después de
escoger entre varias opciones del menú, por fin contesta alguien y lo primero
que hace es solicitar el nombre del titular de la cuenta y el número de cédula;
después quiere saber la dirección y el teléfono, no sin antes echarle una
retahíla acerca de los beneficios que ofrece la empresa que representa. A cada
momento suspende la comunicación, para volver al cabo de unos minutos y dar las
gracias por la paciente espera. Estos personajes hablan como por dentro de un
tarro y al pedirles que repitan, insisten con ese susurro monocorde e
impersonal.
Los centros de llamadas libraron
a empresas, entidades, corporaciones, despachos, etc., de tener que tratar con
el público. Ellos se encargan de contactar a los clientes y como es lógico, no
tienen ni idea de lo que hablan porque repiten como loras las instrucciones que
reciben. Por ello me da golpe ver como la gente los insultan, les echan vainas,
los regañan y hasta les hacen sugerencias, mientras a dichos personajes les
importa un carajo porque con seguridad mientras realizan su labor están
pensando en los huevos del gallo.
Hoy en día las entidades
bancarias hacen sus cobros por medio de estos centros de llamadas,
comunicaciones que acostumbran realizar los domingos muy temprano en la mañana.
Entonces el indignado moroso se sale de la ropa, vocifera, reniega e insulta al
desprevenido empleado, como si el tipo tuviera contacto directo con el gerente
del banco que reclama su pago. También causa gracia que quienes no pagan sus
obligaciones, por la causa que sea, utilizan como arma de defensa el ponerse
dignos y de mal genio cuando les cobran. Como si la culpa fuera de quien con
todo el derecho reclama lo que le deben.
pablomejiaarango.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario