No cabe duda de que la
acumulación de calendarios nos cambia los gustos, el modo de comportarnos, la
sensibilidad, el ánimo y muchos otros aspectos de la personalidad. La vida se
ve con otros ojos y los problemas se enfrentan de manera diferente, tal vez
porque se tienen en el bagaje más vivencias y conocimientos para comparar. Estoy
a dos años de llegar al sexto piso, edad en que entra el sujeto a formar parte
de ese grupo conocido como la tercera edad. Y sin mencionar los achaques
físicos, que aparecen a diario y con enconada sevicia, preocupan los primeros
avisos de que la mente ya no es la misma: lapsus, lagunas, olvidos y errores,
que así sean mínimos, angustian.
Las pasiones humanas se sienten hacia
un semejante, o hacia animales, cosas, ideologías, etc. Y es común que disminuyan
con el paso del tiempo, situación que mejora la calidad de vida porque se
ahorra uno muchas rabias, sufrimientos, preocupaciones y desengaños. En cambio
el cariño por los seres queridos aumenta, así no se acostumbre recordarles a
cada momento a los demás que se les quiere, ya que sin duda existen otras formas
de demostrar el cariño hacia cada quien. Y si alguien tiene dudas, pues que
pregunte.
Un ejemplo del cambio respecto a
las pasiones puede ser el que tiene que ver con el fútbol. Ahora recuerdo cómo
me asombraba ver a mi mujer desentendida frente a un partido importante del
Once Caldas o la Selección Colombia; si perdían le importaba un pepino mientras
yo quedaba descompuesto y maluco. Pues hoy en día no reconozco siquiera a los
jugadores del equipo local, ignoro su rendimiento, no miro los resultados y ni trato
de ver los goles en el noticiero, cuando antes no me podían siquiera hablar
durante la sección de deportes del domingo por la noche. A la Selección le paro
bolas, si anda bien, aunque lo que más disfruto es el programa de reunirme con
los amigos para ver los partidos. Ya no grito los goles, no reniego ni insulto
al árbitro y si perdemos, me resbala. ¡Más bueno!
Otras pasiones comunes son las políticas
y religiosas, las cuales por fortuna me traen sin cuidado. En las primeras escojo
al menos malo y en las segundas respeto las creencias de los demás, pero manejo
una espiritualidad propia; además censuro las religiones. Y aunque cada quien es libre de apasionarse por
sus preferencias, detesto que quieran influir en los demás. Ahora en las redes
sociales se acostumbra que algunos aprovechen esa vitrina para difundir y
promover sus predilecciones, lo que se torna empalagoso y chocante. La mística
religiosa, política o de cualquier tipo, debe manejarse con tino y prudencia,
porque no debemos olvidar que los demás tienen sus propios gustos.
Una pasión que desapruebo es la
de coleccionar objetos. Nada más absurdo e inoficioso, porque si la colección
se mantiene guardada no tiene gracia y si está a la vista, se convierte en un
encarte. Durante la niñez de mi hijo acostumbrábamos armar modelos a escala y
cómo nos entreteníamos con ese pasatiempo; leer las instrucciones, organizar
todo sobre la mesa, desprender las piezas y empezar a ensamblarlas con la ayuda
del Cemento Duco. Llenamos una estantería con aviones, barcos, motocicletas,
carros y demás cacharros, y hay qué ver el polvo que recogían; entonces la
empleada los limpiaba y sin falta les arrancaba una hélice, el tren de
aterrizaje, el timón u otra pieza, las cuales siempre desaparecían. Al crecer el
chino casi no se desprende de todos esos trebejos.
Los animales siempre me han
gustado pero sin apasionarme por ellos. No tengo mascotas porque arriesgo a
encariñarme y termino igual a quienes tanto critico, porque las tratan como si
fueran personas; y después se muere el animalito y toca enfrentar el luto. Eso
de vestir el perro, dormir con el gato o invertir gran cantidad de dinero en el
cuidado de una mascota no va conmigo. Ahora me parecen violentas las corridas
de toros pero no me estremezco ni se me encharcan los ojos cuando pasan el toro
al papayo. Jamás se me ha cruzado por la cabeza que comer carne es un crimen
contra la naturaleza y disfruto como nadie en una matada de marrano; tampoco me
impresiona despescuezar un pollo.
A lo mejor es falta de compromiso
pero nunca milité en grupo alguno o me dejé alienar por una ideología. Será que
soy muy sangriliviano, como decía mi mamá, pero al morir una persona no me da
pesar, a no ser que se trate de alguien joven y lleno de vida. Por el contrario
si es un enfermo que sufre o un anciano que ya vivió lo suficiente, me alegro.
Porque hasta ahora nadie se ha quedado vivo y en muchos casos la muerte
representa un descanso para el finado y un alivio para sus allegados; tanto
físico como económico.
Entre tantas cosas malas la
senectud tiene sus ventajas, como que uno va sólo donde le provoca. Entonces la
mujer insiste en que es un compromiso, que qué pena, que si no vamos no nos
vuelven a invitar, y ahí comenta uno: ¡mejor! Leí una frase lapidaria de
Fernando Vallejo: “La juventud, cuando no se cruza con la muerte, termina
siempre igual: en la vejez hijueputa”.
pamear@telmex.net.co
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