jueves, agosto 22, 2013

El Mayor Peñaloza.


En 1971 se creó en Medellín la empresa de aviación Aerolíneas Centrales de Colombia –ACES-, y uno de los nueve socios fundadores fue el Mayor Germán Peñaloza Arias; y aunque unos años después dejó de ser accionista de la compañía, siempre la sintió como propia y se preocupaba por ella hasta en el más mínimo detalle. El grado de Mayor lo obtuvo en la Fuerza Aérea Colombiana donde hizo su carrera como aviador militar, y al retirarse de esa fuerza dedicó todo su empeño a la creación de empresa en el sector privado. Primero fue la fundación de TARCA, por allá en la década de 1960, una pequeña aerolínea que conectaba a Manizales con Medellín y Bogotá y que operaba aviones bimotores con capacidad para unos pocos pasajeros; en compañía del capitán Luis Pérez y otros aviadores volaba la limitada flota.

El gremio de los pilotos, al menos el que conocí en los años que trabajé con ellos, de 1980 a 1990, se caracterizaba porque la mayoría eran mamagallistas, buenas vidas, mujeriegos, habladores de carreta, simpáticos y amigables, pero sin duda el Mayor Peñaloza era la excepción de la regla. Por aquella época él pertenecía al grupo de pilotos veteranos de la compañía y todos lo reconocíamos como el decano por su rectitud, honorabilidad y seriedad. El Mayor era metódico al extremo, responsable con su trabajo, comprometido con la empresa y nunca le conocimos una variable en su comportamiento. Todavía recuerdo el día que debí entregarle una carta remitida por la Aeronáutica Civil, donde le informaban que por cumplir los 60 años de edad no podía ejercer más como piloto comercial.

En aquella época ACES tenía 3 aviones Twin Otter con base en Manizales y para ello 12 tripulantes residían aquí; 6 pilotos y 6 copilotos. Todos ellos, además de quienes trabajábamos en tierra en el aeropuerto, éramos menores de 30 años y por lo tanto el Mayor era como un papá para el grupo. Muchas veces nos desesperábamos con él porque nos parecía chocho o resabiado, como es lógico por la diferencia de edad, pero reconocíamos su autoridad sin rechistar. A diario regañaba a los muchachos que manipulaban el equipaje porque tiraban una maleta o cerraban muy duro la puerta del avión; y me mantenía alto del piso porque en el edificio del aeropuerto dejaban luces prendidas durante el día. Yo le explicaba que eso se me salía de las manos porque era responsabilidad del administrador, y que ya le había dicho muchas veces, pero él insistía y llegaba a mandarme razón desde el avión con el operador de la torre de control: Que el Mayor le manda a decir que están prendidas las luces de la terraza…

Era tal su compromiso con la compañía que en el primer vuelo de la mañana, a diferencia de los otros pilotos que realizaban las pruebas del avión en la cabecera de la pista, él prefería hacerlas en la plataforma por si algún pasajero llegaba tarde pudiéramos llevarlo hasta el avión para que no perdiera el vuelo. Una vez que iban a viajar dos de sus sobrinos hacia Medellín empezó a hacernos recomendaciones con varios días de antelación. Nosotros imaginamos que se trataba de niños pero el día del vuelo se presentaron dos guaimarones, y como la ley de Murphy no falla y ese día se juntaron varios aviones en plataforma, debido a un error los embarcaron en el vuelo que iba para Bogotá. El Mayor volaba ese día y a cierta hora llamó por radio a preguntar cómo había salido todo, y no alcanzo a describir la cantaleta que tuvimos que aguantarle por semejante embarrada. Claro que lo mismo pasó con el Presidente de la compañía, el doctor Luis Fernando Botero, quien debido a su acelere se montó en el primer avión que encontró y también fue a parar a la capital.

Cierto día el gerente de Varta, un señor Escobar, nos llevó de regalo a todos unas lamparitas muy novedosas. Al verlas por la tarde el Mayor se quejaba de su mala suerte por no estar presente y un copiloto, William Quintero, de puro lambón le dijo que tranquilo, que ese señor vivía al lado de su casa y que con mucho gusto le conseguía una. Claro que después le dio pena hacer la gestión y se encartó porque al Mayor no se le olvidaba nada, y a diario preguntaba por su encargo; siempre que entraba en mi oficina me pedía que llamara a Quintero a ver qué se sabía. Muchas veces coincidíamos en el carro que nos repartía por la tarde, al terminar la jornada, el Mayor, Pepe Isaza, William y yo, y era hasta que Pepe preguntaba: Mayor… ¿en qué va lo de la lamparita? Y arrancaba ese señor a renegar por la falta de diligencia de William, mientras este arremetía contra Pepe a codazos, por sapo, y los tres conteníamos la risa para que el Mayor no se diera cuenta de la guachafita.  

Se fue el viejo después de una vida fructífera que dejó huella en la historia de la aviación colombiana, destacándose por su entrega a la profesión y una honorabilidad a toda prueba. Hasta los 81 años frecuentó la cabina de aeronaves en calidad de tripulante y a los 87 emprendió el vuelo sin regreso...
pablomejiaarango.blogspot.com

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