La situación actual del planeta, y
concretamente de nuestro país, no deja espacio para el optimismo. Puede tenerse
una actitud positiva y estar convencido de que todo debe mejorar, pero la
realidad obliga a aceptar que la situación es crítica. Con razón la juventud moderna
está reacia a casarse y tener hijos, porque sienten que no es justo traerlos a
esta leonera; y más con el futuro incierto que se vislumbra en materia
ambiental. Basta hacer el ejercicio un día cualquiera y leer prensa, ver
telenoticieros y oír radio para ver cuántas noticias buenas encuentra,
cualquier información agradable que alegre siquiera el rato.
En los cinco continentes
ciudadanos del común discrepan con el establecimiento; mafias de los grandes
conglomerados, corrupción, manipulación de las iglesias, desgreño
administrativo, recesión económica, maldad e injusticia. Las grandes capitales
de Europa y del mundo entero han sido sacudidas por las protestas de personas
que se autodenominan inconformes, porque son tantas las quejas que lo más
práctico fue aglutinarlas todas en una sola manifestación. Infortunadamente las
movilizaciones se reducen siempre a un asunto de aguante y cuando las gentes se
aburren de protestar, de dormir en los parques y tirar piedras, regresan a sus hogares
y seguimos en las mismas.
En Colombia estamos pasados de
nombrar la protesta con el mismo apelativo, porque aquí la lista de peticiones es
larga. Primero los cafeteros, a quienes se unieron arroceros, paperos,
paneleros y demás agricultores y campesinos; aprovecharon los transportadores
para unirse a la protesta, y siguieron en fila estudiantes, taxistas,
productores de leche, sindicalistas, maestros… No falta sino que policías y
militares resuelvan también reclamar y ahí sí nos traga la tierra. Sin duda la
insurgencia aprovecha el desorden y se infiltra en la protesta para crear el
caos, porque la mayoría de quienes asisten a dichas manifestaciones son
personas pacíficas que lo único que quieren es que las oigan. De resto son
chinches y desocupados que se carcajean mientras tiran piedras y hacen daños.
Los ciudadanos estamos
inconformes con el servicio de salud, con la justicia, las políticas de empleo,
la movilidad, los servicios públicos, el abuso de bancos y corporaciones, la
seguridad, el transporte público, la educación en general, los monopolios, el
costo de vida… y mejor recurro al etcétera para resumir. Y a pesar de que el
porcentaje de colombianos que salen a las vías para hacerse sentir es muy bajo,
es suficiente para paralizar regiones e impedir el tránsito de carga y
pasajeros; ahora viene el desabastecimiento, el aumento de precios y el abuso
de muchos comerciantes que aprovecharán la ocasión para lucrarse.
Otra situación que aterra de
nuestra actual realidad es la indolencia en que nos hemos sumido. Sin duda la
repetición de cualquier hecho hace que empecemos a verlo como algo natural y lo
que debería impresionar y prender las alarmas, pasa desapercibido ante nuestros
ojos. Cómo es posible que en Boston mueran tres personas en un atentado con
bomba y Estados Unidos entero se muestre solidario con las víctimas, en todos
los rincones haya manifestaciones, cadenas de oración, vigilias y ceremonias
para recordar a las víctimas. En Londres asesinan a un policía en la calle y la
ciudadanía en pleno se manifiesta para rechazar el crimen, desde la reina hasta
el más humilde ciudadano siente la muerte del agente como si fuera de su propia
familia y en el lugar de los hechos se acumulan ramos de flores, tarjetas de condolencia
y demás muestras de apoyo.
En cambio aquí es común que la
gente se indigne porque maltratan un caballito carretillero o alguien atropella
un perro con su carro, pero nadie dice nada cuando masacran a una docena de jornaleros,
mueren niños por balas perdidas, violan mujeres y adolescentes, atracan,
asesinan, secuestran y demás barbaridades. La avalancha de malas noticias nos
ha sacado callo y pocas cosas logran sacudirnos. Me preocupo de verdad cuando
leo en el periódico acerca de un atentado contra un grupo de soldados, donde
mueren varios de ellos, y paso por encima de la noticia sin prestarle atención;
antes pensaba en sus familias destrozadas por el dolor, en unas vidas truncadas
a tan temprana edad, en tantos amigos y allegados que los echarán de menos.
Ya era hora de que nos uniéramos
en una sola voz para reclamar por tanta injusticia, corrupción y desigualdad
social. La protesta debe perseverar hasta que los cambios sean tangibles,
porque promesas no queremos oír más; y espero que sin recurrir a la violencia
ni al desorden, porque estamos a punto de caer en un abismo oscuro y sin
retorno. El territorio nacional es un gran incendio donde las llamas afloran por
todas partes, y en ese río revuelto es donde pescan los amigos de la anarquía y
el caos.
Y no culpemos solo al Presidente
y a sus ministros, porque los responsables son todos aquellos que manejan el
poder político y económico de nuestra querida Colombia. Ojalá imperen la razón
y la cordura, que la protesta sirva de algo y que pronto regresemos a la
normalidad; y que Santos mida sus palabras para no repetir la torpeza del
primer día del paro, cuando dijo, palabras más palabras menos, que no habían
salido con nada, que todo estaba normal y que había sido más la bulla.
¡Imprudente!
@pamear55
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