Darse una vuelta por el centro de
la ciudad es como recorrer un mercado persa, y más en esta época cuando se
acerca la Navidad. Qué mundo de chucherías, qué desorden, qué proliferación de
baratillos. Por fortuna ya no están con nosotros aquellos insignes comerciantes
que dieron lustre a ese gremio, porque los hubiera matado la pena moral al ver
los locales donde funcionaron sus reconocidos almacenes ocupados ahora por
ventorrillos donde ofrecen mercancías de cargazón. Claro que viéndolo bien, los
comerciantes formales tienen que competir con los vendedores callejeros que
invaden el espacio público y ofrecen fruslerías a muy bajos precios.
Lo que me da golpe es ver cómo se
contamina nuestra cultura con costumbres de otras latitudes. Porque ahora años las
ventas navideñas empezaban a mediados de diciembre y eran muy escasas; los
pocos vendedores informales aparecían por estas fechas a ofrecer musgo en la
carrera 23, en el andén detrás de la catedral. También vendían papel encerado y
unos años después empezaron a recostar contra la pared de la basílica algunos
pinos recién cortados, los cuales se utilizaban como árbol de navidad. Esos
vendedores sólo regresaban en vísperas de Semana Santa, cuando ofrecían en el
mismo sitio los ramos de palma para la procesión correspondiente.
La costumbre de utilizar un pino
natural, y después sintético, como árbol navideño, fue importada del hemisferio
norte porque antes preferíamos viajar al páramo a cortar un chamizo para tal
menester; de una vez recogíamos el musgo para el pesebre en las cañadas del
sector. La cultura ecológica no existía y para la gente era normal cometer
semejante atropello contra la naturaleza. No había felicidad igual a emprender
ese paseo un domingo de diciembre, con un buen fiambre, para conseguir los
materiales. Subíamos por la carretera hacia el nevado y a la altura del Cerro
Gualí, cogíamos la desviación para los termales y allí nos dábamos un baño. Después
a buscar el chamizo ideal, lo que requería de mucho tiempo porque como todos opinábamos
al respecto, no era fácil ponernos de acuerdo sobre cuál era el mejor; luego de
amarrarlo en el techo del jeep procedíamos a recolectar el musgo y nos íbamos
para la casa a seguir con los preparativos.
Como pedestal para el chamizo se
usaba un tarro grande de galletas de soda, bien cuñado con piedras y arena, y luego le pegábamos motas
de algodón y escarcha para adornarlo. No quedaba sino colgarle las guirnaldas y
unas bolas de colores, delicadas como cáscaras de huevo, que mi mamá recomendaba
manipular con mucho cuidado para no romperlas; claro que entre mayor era la
cantaleta, más bolas terminaban vueltas añicos. Para el pesebre teníamos
guardadas unas cajas de cartón, de diferente tamaño para darle relieve, que
cubríamos con papel encerado y después todo iba forrado con musgo, para
acomodar los diferentes trebejos que sacábamos de una caja llena de polvo y
telarañas.
La diferencia con el consumismo
que nos agobia en la actualidad es que entonces los adornos navideños eran los
mismos para todos los años. Rara vez había que reponer alguna cosa y para ello
bastaba ir al almacén de don Benjamín López, frente al parque Caldas por la
carrera 23, donde vendían desde la instalación eléctrica hasta las ovejitas de
plástico. De manera que todo el material para arreglar la casa de Navidad cabía
en una cajita mediana de cartón, a diferencia de ahora que esos cachivaches
ocupan grandes empaques que no encuentra uno dónde guardar.
Hoy en día la oferta de artículos
y adornos navideños es ilimitada, y muchos almacenes solo abren sus puertas
durante la temporada de fin de año para ofrecer árboles de todos los tamaños,
luces, colgandejos, estrellas, guirnaldas, farolitos, velas y peluches; disfraces,
delantales, manteles, servilletas y demás prendas diseñadas con motivos
relativos al tema; muñecos representativos del Papá Noel para todos los gustos
y presupuestos; y hasta cambian los colores tradicionales, rojo y verde, para
innovar de alguna manera.
En el centro de la ciudad los
vendedores ambulantes ofrecen mercancías a precios ridículos, y se pregunta uno
cómo traen una instalación eléctrica desde China, bien empacada, con muchas
luces e intermitencias, y la venden a esos precios. A lado y lado de la vía
pueden verse almacenes y vitrinas a punto de vomitarse, de lo atiborradas,
donde presentan todo tipo de cachivaches. Y la gente compra y compra, sin
importar que en sus casas ya no quepa un alfiler, y en enero empacan toda esa
mugre y la guardan durante el año, para adquirir más en la próxima temporada y
así engrosar el menaje.
2 comentarios:
La verdad estimado tataratataraprimo es que a mi la mayoría de esas cosas me resbalan, menos lo de la natilla la cual yo mismo hago, desde comprar el maíz,molerlo, remolerlo, colarlo y todo ese cuento; igual lo de los buñuelos y el arequipe (El desamargado es un dulce más bien valluno y lo prepara la suegra de una de mis hermanas)
Desde luego que en casa se usan todos esos perendengues de luces, guirnaldas, papás noeles y demás, pero porque al igual que yo tuve mis ilusiones quiero que mis nietos las tengan.
Pero como usted bien dice, la penetración cultural de otros países y tanta mercadería y consumismo alrededor de los temas de la navidad, se han encargado de crear una confusión de tal tamaño, que los balcones adornados parecen mas bien un carnaval.
La navidad,al igual que otras cosas que usted y yo vivimos, ya no son lo mismo. Saludos, BERNARDO MEJIA ARANGO
Pabloprimo:
Todo lo que mencionas del pesebre me hizo recordar mis propias navidades, las que ahora odio de corazón, en buena parte por ese abandono de costumbres que tuvimos, por aparentar lo que no somos ni seremos.
Nada como aquel pesebre con musgo que a lo mejor ya está haciendo falta para el suministro de agua, en el que uno podía ver una gallinita que muchas veces era del tamaño de una casa y una tierna oveja que podría comerse de un bocado los árboles de la plaza del pueblo; los patos del lago de espejo eran del tamaño de un tren, que en mi casa no podía faltar y que era una dicha verlo pasar al frente de la gruta donde nacía un muñeco seis veces más grande que la mamá.
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