En este país ocurren unas cosas
que nos dejan estupefactos, iracundos, desconsolados y en un estado de
indefensión que desespera. Las conocemos de oídas y comentamos respecto a
ellas, pero al ver pruebas y testimonios la desazón nos invade. Somos
conscientes de que esto debe cambiar, pero la realidad final es siempre la
misma: no hacemos nada, no pasa nada y los corruptos siempre se salen con la
suya. Además, aprovechan nuestra indolencia y pasividad que son alarmantes.
Con las movilizaciones y paros que
son tan frecuentes en este país, recordé algo que siempre me ha sorprendido.
Durante el tiempo que trabajé en una empresa de aviación, hace ya muchos años, era
común que el gremio de los controladores aéreos exigiera mejores condiciones
laborales y durante esas protestas, quienes laborábamos en los aeropuertos
enfrentábamos muchas dificultades por el traumatismo causado a la operación
diaria de aeronaves. Pero a diferencia de cualquier otro asalariado que debe
recurrir a mítines, boicots, amenazas, enfrentamientos con los directivos y
muchas veces llegar a las vías de hecho, porque de lo contrario no le paran
bolas, a los funcionarios de la Aerocivil les basta con aplicar el reglamento
para crear un caos.
Aunque parece un galimatías, una
sinrazón, es absolutamente cierto y además una táctica que no tenía pierde; ¿o
a quién pueden sancionar por cumplir con su deber? El asunto funciona así:
resulta que según la regla un avión no puede carretear sino a una distancia
determinada de otro, a diferencia de como sucede ahora por ejemplo en Eldorado
donde largas filas de aeronaves esperan turno. Igual sucede con los tiempos reglamentarios
entre despegues y aterrizajes, además de otras muchas normativas que se pasan a
diario por la galleta. De manera que si los controladores deciden hacer
respetar las normas, no se alcanza a cumplir ni con la mitad de los vuelos
programados; los pilotos comerciales utilizan el mismo método de protesta. Quiere
decir entonces que en nuestro país la operación aérea se realiza sin cumplir
con las medidas de seguridad establecidas, con la anuencia de directivos y
autoridades.
Algún día dejó de llegarme la
factura mensual de un impuesto municipal y procedí a llamar para buscar una
solución. Después de luchar con el conmutador y saltar de tecla en tecla, por
fin logré hablar con la funcionaria encargada. Expuse el inconveniente,
convencido de que alabaría mi diligencia, pero respondió que el fallo estaba en
la empresa de mensajería. Le pregunté si podía remediarlo al enviarme otra
factura y respondió que no tenía tiempo, que el problema era mío.
Ahora me entero de un asunto que me tiene
perplejo. Resolvió el gobierno actualizar las licencias de conducción y como
suele suceder, la ciudadanía dejó el trámite para última hora; claro, como aquí
sabemos que aplazarán la fecha límite durante un tiempo indeterminado... Como
siempre, unos contratistas son los encargados de realizar los chequeos y demás
pruebas correspondientes, empresa que deja jugosas ganancias a ellos y a
quienes les adjudican los contratos. Nada qué hacer porque así funciona el
sistema, pero lo mínimo que esperamos es que realicen bien su labor. Además,
deberían efectuar exámenes de conducción y reconocimientos médicos completos.
Las irregularidades son escandalosas
y los casos que refiero los oí de boca de las personas interesadas; nada que me
contaron, supe, por ahí escuché. Va un señor de sesenta años y en el examen de
los ojos el encargado le pide que lea unas letras, lo que hace sin dificultad. Acto
seguido le ordena que se quite las gafas, ante lo cual el paciente admite que
no puede leerlas. Ahí el supuesto facultativo empieza a chulear ítems en un
formulario y pregunta al interesado si quiere que le ponga restricción de
gafas. Como este responde que no, el baboso muy orondo acata la sugerencia.
Otro señor realizaba la prueba de reflejos y mientras tanto la encargada, una fulana
con pinta de prepago, dándole la espalda se arregló las uñas mientras chateaba
por el celular; nunca comprobó el desarrollo de la prueba.
Estos eminentes profesionales
parecen desconocer que las personas de edad avanzada tienen deficiencias en sus
funciones y para ellos es lo mismo un anciano que un adolescente, por lo que
las pruebas técnicas, de reflejos y exámenes médicos son los mismos para todos
los aspirantes. Muchos viejos que padecen enfermedades de los órganos de los
sentidos, neurológicas y demás males comunes de la edad, aprueban sin problema
todos los chequeos necesarios para renovar la licencia; parece que la única
condición para obtener el documento es tener el dinero necesario para cancelar
el importe.
La mayoría de ancianos conducen con prudencia, pero
debido a su pérdida de funciones y demás achaques propios de la edad pueden
cometer una trágica imprudencia. Cierta vez llegó uno de mis hermanos a
contarle a mi papá, quien entonces tenía unos 75 años, que un amigo lo vio pasarse
muy tranquilo un semáforo en rojo. El viejo preguntó dónde y a qué hora sucedió
el hecho, pensó un momento y al darse cuenta de su error, entregó las llaves a
su hijo y le pidió que vendiera el carro. De manera que si el gobierno no
controla, queda en manos de cada persona decidir si es apta para algo tan
delicado como conducir un vehículo.
1 comentario:
Creo, estimado pariente lejano, que uno debe aceptar con dignidad el hecho de envejecer. Uno de esas demostraciones de dignidad, es entender que llegada "cierta edad", uno debe entregar las llaves, como un buen conductor elegido, punto.
De la pasmosa ineficiencia, es mejor no hablar.
Publicar un comentario