martes, marzo 25, 2014

Memoria viva (II).


A doña Leticia Cuartas Chica no le alcanzan las palabras para referirse a su abuelito Victoriano y con nostalgia lo recuerda en sus últimos años como un viejo imponente y bravo, de luenga barba blanca y bigotes con puntas hacia arriba, siempre dispuesto a entretener a sus nietos con relatos y anécdotas de una larga existencia. Fue reconocido en los primeros años de la aldea, que se convirtió con el tiempo en nuestra ciudad, como el primer amansador de caballos; y uno de sus parientes más querido fue el tan nombrado padre Adolfo Hoyos Ocampo, de quien decía que era muy pinchado porque se ponía zapatos. Entonces los nietos le preguntaban por qué él nunca había usado calzado, a lo que respondía que por haber caminado siempre a pie limpio, los tenía muy anchos y por lo tanto no existía zapato que le sirviera.

Después de habitar mucho tiempo en su finca de Sancancio, don Joaquín Arango Restrepo resolvió construir una casa en el centro de Manizales para residir en ella, en la carrera 21 con calle 29, y la finca quedó habitada por uno de sus hijos que ya tenía familia propia. Pasados los años el patricio murió y por fortuna Victoriano no tuvo problemas con los herederos a pesar de no poseer escrituras de los terrenos que ocupaba. Mucho tiempo después los asuntos de la familia Arango pasaron a manos de uno de los nietos, Daniel, quien resolvió vender los terrenos que había explotado la estirpe de Victoriano durante tantos años. El nuevo propietario, don Gustavo Larrea, después de conocer la historia de la familia Chica permitió que siguieran con los mismos privilegios.

Pero sucedió que el predio cambió de manos otra vez y el nuevo dueño fue un señor de apellido López, quien sin ninguna consideración procedió a desalojarlos de inmediato. Por fortuna el juez que dirimió el pleito falló a favor de los herederos de don Victoriano, aunque solo lograron que les reconocieran la vivienda y el patio, donde residieron hasta hace pocos años cuando decidieron venderla. Son muchos los recuerdos que guardan ellos de la casita, rodeada de árboles y con una vista espectacular, en la que vivieron tantas cosas durante su larga existencia.

Recuerda doña Leticia que en 1942 construyeron el Batallón Ayacucho, pero antes allí existió la tienda de un señor Luis Carlos, localizada exactamente donde quedaba la Guardia del Batallón en sus primeros años, sobre la avenida Santander. A diario los mandaban a ella y sus hermanitos a hacer algún mandado a la tienda, comprar chocolate, arroz, parva o velas, y aunque ellos parecían muy comedidos, la verdad es que cumplían la orden con gusto porque don Luis les encimaba una colación. Entonces hablamos acerca del imponente edificio que construyen en el lote que ocupó la vieja casa de La Camelia y así supe por qué ella conoce tanto acerca de mi familia. Resulta que durante su niñez la casona era de don César Vallejo y su mujer Mercedes Salazar, con quien trabajaba como agregado el papá de doña Leticia, y por lo tanto allí vivieron durante una temporada; por cierto, los patrones fueron padrinos de uno de los retoños de la familia Cuartas Chica.

En ese momento recordé una foto que tengo de esa casa, en la década de 1940, cuando ya era propiedad de mi abuelo Rafael Arango Villegas. La señora se emocionó al verla, empezó a rememorar momentos vividos allí y tuvo muy presente que desde aquellos tiempos Marina era la encargada de lavar la ropa de mi familia materna. Tiempo después, cuando doña Leticia ya tenía hijos pequeños, eran ellos quienes le ofrecían a la tía Marina llevar la ropa a La Camelia cuando estuviera lista; tanta amabilidad se debía a que mi abuela Graciela al verlos llegar sudorosos y cansados, los hacía entrar al comedor y allí les servían un refresco con parva para que tomaran el algo.       

Con el fin de recaudar fondos para el CEDER, a principios de la década de 1970 se presentó en el teatro Fundadores la compañía de teatro de Jaime Botero para presentar Asistencia y Camas, de autoría del abuelo Rafael. Encargaron a mi mamá y a la tía Lucy de conseguir varios objetos necesarios para la escenografía y se les ocurrió que Marina podía ayudarlas. Necesitaban, entre otras cosas, unas matas bien bonitas para adornar el corredor de la asistencia, pero las querían sembradas en bacinillas y ollas que ya hubieran cumplido su ciclo. Pues las hermanas Cuartas buscaron en un basurero y consiguieron una bacinilla vieja y desportillada, además de algunas ollas apachurradas, y allí sembraron florecidos novios, peralonsos y geranios. También les prestaron unas cortinas de croché y otros trebejos, y como contraprestación recibieron boletas para que todos asistieran a la función.

Deliciosa la tertulia con doña Leticia y don Hernan, el “hermanito” de 75 años que la acompañó, porque revivimos maravillosos momentos. Como cuando mencioné el Instituto San Rafael y Hernan me contó que Fray Escalante vive aún, el religioso franciscano que dirigía el taller de carpintería y metalurgia donde mi mamá iba todas las semanas a encargar algún trabajo. Con la sotana llena de aserrín, serio, recursivo y metódico, nunca lo vimos siquiera sonreír y solo respondía con monosílabos. ¡Me parece verlo!

No hay comentarios.: