A doña Leticia Cuartas Chica no le alcanzan las
palabras para referirse a su abuelito Victoriano y con nostalgia lo recuerda en
sus últimos años como un viejo imponente y bravo, de luenga barba blanca y
bigotes con puntas hacia arriba, siempre dispuesto a entretener a sus nietos
con relatos y anécdotas de una larga existencia. Fue reconocido en los primeros
años de la aldea, que se convirtió con el tiempo en nuestra ciudad, como el
primer amansador de caballos; y uno de sus parientes más querido fue el tan
nombrado padre Adolfo Hoyos Ocampo, de quien decía que era muy pinchado porque
se ponía zapatos. Entonces los nietos le preguntaban por qué él nunca había
usado calzado, a lo que respondía que por haber caminado siempre a pie limpio,
los tenía muy anchos y por lo tanto no existía zapato que le sirviera.
Después de habitar mucho tiempo en su finca de
Sancancio, don Joaquín Arango Restrepo resolvió construir una casa en el centro
de Manizales para residir en ella, en la carrera 21 con calle 29, y la finca
quedó habitada por uno de sus hijos que ya tenía familia propia. Pasados los
años el patricio murió y por fortuna Victoriano no tuvo problemas con los
herederos a pesar de no poseer escrituras de los terrenos que ocupaba. Mucho
tiempo después los asuntos de la familia Arango pasaron a manos de uno de los
nietos, Daniel, quien resolvió vender los terrenos que había explotado la estirpe
de Victoriano durante tantos años. El nuevo propietario, don Gustavo Larrea,
después de conocer la historia de la familia Chica permitió que siguieran con
los mismos privilegios.
Pero sucedió que el predio cambió de manos otra vez y
el nuevo dueño fue un señor de apellido López, quien sin ninguna consideración
procedió a desalojarlos de inmediato. Por fortuna el juez que dirimió el pleito
falló a favor de los herederos de don Victoriano, aunque solo lograron que les
reconocieran la vivienda y el patio, donde residieron hasta hace pocos años
cuando decidieron venderla. Son muchos los recuerdos que guardan ellos de la
casita, rodeada de árboles y con una vista espectacular, en la que vivieron
tantas cosas durante su larga existencia.
Recuerda doña Leticia que en 1942 construyeron el
Batallón Ayacucho, pero antes allí existió la tienda de un señor Luis Carlos,
localizada exactamente donde quedaba la Guardia del Batallón en sus primeros
años, sobre la avenida Santander. A diario los mandaban a ella y sus hermanitos
a hacer algún mandado a la tienda, comprar chocolate, arroz, parva o velas, y aunque
ellos parecían muy comedidos, la verdad es que cumplían la orden con gusto porque
don Luis les encimaba una colación. Entonces hablamos acerca del imponente
edificio que construyen en el lote que ocupó la vieja casa de La Camelia y así supe
por qué ella conoce tanto acerca de mi familia. Resulta que durante su niñez la
casona era de don César Vallejo y su mujer Mercedes Salazar, con quien
trabajaba como agregado el papá de doña Leticia, y por lo tanto allí vivieron
durante una temporada; por cierto, los patrones fueron padrinos de uno de los retoños
de la familia Cuartas Chica.
En ese momento recordé una foto que tengo de esa casa,
en la década de 1940, cuando ya era propiedad de mi abuelo Rafael Arango
Villegas. La señora se emocionó al verla, empezó a rememorar momentos vividos allí
y tuvo muy presente que desde aquellos tiempos Marina era la encargada de lavar
la ropa de mi familia materna. Tiempo después, cuando doña Leticia ya tenía
hijos pequeños, eran ellos quienes le ofrecían a la tía Marina llevar la ropa a
La Camelia cuando estuviera lista; tanta amabilidad se debía a que mi abuela
Graciela al verlos llegar sudorosos y cansados, los hacía entrar al comedor y
allí les servían un refresco con parva para que tomaran el algo.
Con el fin de recaudar fondos
para el CEDER, a principios de la década de 1970 se presentó en el teatro
Fundadores la compañía de teatro de Jaime Botero para presentar Asistencia y
Camas, de autoría del abuelo Rafael. Encargaron a mi mamá y a la tía Lucy de
conseguir varios objetos necesarios para la escenografía y se les ocurrió que
Marina podía ayudarlas. Necesitaban, entre otras cosas, unas matas bien bonitas
para adornar el corredor de la asistencia, pero las querían sembradas en bacinillas
y ollas que ya hubieran cumplido su ciclo. Pues las hermanas Cuartas buscaron
en un basurero y consiguieron una bacinilla vieja y desportillada, además de
algunas ollas apachurradas, y allí sembraron florecidos novios, peralonsos y geranios.
También les prestaron unas cortinas de croché y otros trebejos, y como
contraprestación recibieron boletas para que todos asistieran a la función.
Deliciosa la tertulia con doña
Leticia y don Hernan, el “hermanito” de 75 años que la acompañó, porque
revivimos maravillosos momentos. Como cuando mencioné el Instituto San Rafael y
Hernan me contó que Fray Escalante vive aún, el religioso franciscano que
dirigía el taller de carpintería y metalurgia donde mi mamá iba todas las
semanas a encargar algún trabajo. Con la sotana llena de aserrín, serio,
recursivo y metódico, nunca lo vimos siquiera sonreír y solo respondía con
monosílabos. ¡Me parece verlo!
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