Al hacer un balance de tantos
empleos que han desaparecido con el paso del tiempo, la mayoría desplazados por
la tecnología, puede deducirse que es una de las principales causas de los
altos índices del desempleo actual; lo extraño es que en los estudios
referentes al tema nunca la mencionan. La llegada de la cibernética resultó ser
el puntillazo para miles de personas que se vieron relegadas de sus oficios por
máquinas que cumplen las mismas funciones, a muchísima mayor velocidad y con
escaso margen de error.
Un trabajo que subsiste porque no
puede ser reemplazado, al menos por ahora, es el de empleada doméstica. Claro
que las condiciones han cambiado en cuanto a horarios, salarios y demás
derechos y deberes. Hoy en día es un lujo tener una empleada tiempo completo, a
la cual debe pagársele salario mínimo, subsidio de transporte, seguridad
social, pensión, etc., mientras que es más común contratarlas por días u otros horarios
establecidos, los cuales son cada vez más reducidos. Y somos privilegiados,
porque en los países desarrollados son pocos quienes pueden permitirse dicho
gasto.
Me da golpe ver algunas empleadas
que se quejan porque el trabajo es muy duro, lo que hace recordar a aquellas
mujeres que se colocaban en casas donde la familia se componía de una docena de
personas, en promedio, algo muy común en nuestra cultura. Pero sobre todo porque
antaño el trabajo era más exigente, debido a que no tenían la ayuda de tantos
electrodomésticos y productos de aseo que existen en la actualidad. Basta
recordar la rutina diaria de esas mujeres, para preguntarse cómo daban abasto.
La cocinera se encargaba de su labor con esmero, mientras la entrodera era
responsable de mantener la casa como una tacita de plata; además de lavar y
aplanchar montañas de ropa. En un principio solo tenían libre la tarde del
domingo, pero luego se impuso que salían el sábado después del almuerzo y
regresaban el lunes madrugadas.
Como no existían alimentos
congelados, pre cocidos o elaborados, la fámula debía preparar todo en su
cocina. Antes de acostarse dejaba la olla con el maíz cocinado para madrugar a
molerlo, en un molino manual que no faltaba en ningún hogar; luego armar y asar
las arepas en una parrilla con resistencias eléctricas, lo que era una novedad
porque había aprendido en fogón de leña. Y preparaba arepas por cantidades,
porque no solo se consumían al desayuno sino que eran infaltables para
acompañar las comidas, para el algo, y además gustaban mucho a deshoras. De
igual manera preparaba empanadas, tamales, tortas, pasteles, dulces y demás
delicias.
Aquellas empleadas no contaban
con esa variedad de aparatos y productos que facilitan ahora la cocina. Las
neveras formaban unos bloques de hielo en el congelador que imposibilitaba la
manipulación de los alimentos allí guardados, por lo que cada cierto tiempo
debían desconectarlas para despejar el espacio. Recuerdo que llegaba a mi casa
los lunes a medio día y al pasar por la cocina para robarme una tajada madura o
una papa frita, encontraba el piso forrado con periódicos que entrapaban el agua
que chorreaba de la nevera; la puerta abierta y todo el contenido en el poyo
mientras la limpiaban por dentro.
A la entrodera sí que le tocaba
duro. Tendía camas, recogía ropa sucia y toallas, arreglaba baños, pasaba la
escoba, sacudía el polvo, organizaba el desorden, ponía la mesa y la recogía,
pasaba los platos, etc. Los pisos eran de madera y para mantenerlos relucientes,
una vez a la semana dedicaba tiempo a su cuidado: primero virutiaba con un trozo de esponja metálica que restregaba con el
pié mientras llevaba el ritmo como cualquier bailarina, luego aplicaba la cera
y después de que secara, procedía a brillar con una trapeadora; después
llegaron las brilladoras eléctricas para facilitar esa labor. Todos estábamos advertidos
del día que enceraban, porque quien entrara descuidado seguro que paraba las
patas al primer paso. Otro día lavaba vidrios, lo que hacía con periódicos
viejos, agua y alcohol. Y pasaba las tardes en el lavadero con la ropa, la cual
colgaba a secar en unas cuerdas en el patio; y cada que lloviznaba corría a
recogerla.
El señor que arreglaba los prados
llegaba siempre antes de medio día para lograr almuerzo. Todas las casas tenían
antejardín y patio trasero, prados que recortaba el hombre con una máquina
manual que producía un ruido muy particular; un machete, la lima, el rastrillo
y un costal para recoger la basura completaban su herramienta de trabajo. Cada
cierto tiempo iba un tipo que hacía ciertos oficios pesados como limpiar
tapetes, los cuales colgaba en el patio y golpeaba con una escoba; se subía al
zarzo a coger goteras, lavaba el garaje y cualquier otra cosa que resultara.
Esas labores se hacían bajo la dirección de la patrona
y ella misma participaba en algunas, como cuando resolvía hacerle una policía a los clósets. En mi casa
compraron un adminículo para aplicar la viruta, que consistía en una plataforma
pesada debajo de la cual se acomodaba la fibra metálica, y un palo como de
escoba para manipularlo. También servía para jugar, porque uno se paraba en la
plataforma, se acurrucaba, se agarraba bien y un hermanito lo jalaba con el
mango de madera. Otro de nuestros improvisados juguetes.
1 comentario:
Muy bueno su artículo, más que todo por el contenido social: el desplazamiento del hombre por la máquina y la tecnología.
Pero le faltó la estocada final: a esas mujeres les pagaban muy, pero muy mal, como se decía antes "con cualquier moco".
Pero menos más que surgió la tecnología porque hoy día si una persona pasa del marco de la puerta de su casa hacia adentro con el fin de hacer algo solicitado por usted, automaticamente hay que pagarle EPS, ARP y demás prestaciones sociales que hacen que esta clase trabajadora que eran las empleadas del servicio doméstico, se hayan vuelto artículo de lujo, desde luego muy por fuera del alcance de los asalariados.
En carne propia han sufrido algunas personas de mi familia por no haberse documentado bien sobre el hecho de lo que implica tener a alguien para que haga algunos oficios de la casa: resulta que hoy día después que un tiempo "prudencial" le llegan a su casa con un veradero "memorial de agravios" y usted tiene que vender un riñón , comprometer las corneas de ambos ojos, donar sangre de por vida, prestarse para un transplante de hígado y mandar a su mujer a trabajar como secretaria de servicios generales en una casa de familia, para poder pagar el contenido del memorial de agaravios de su empleada.
Como quien dice "arremánguese hermano y métase a la cocina, lave usted mismo su ropita y asee su casa solo una vez al mes", cordial saludo tataratataraprimo:
BERNARDO MEJIA ARANGO
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