jueves, mayo 22, 2014

Empleos en extinción.


Al hacer un balance de tantos empleos que han desaparecido con el paso del tiempo, la mayoría desplazados por la tecnología, puede deducirse que es una de las principales causas de los altos índices del desempleo actual; lo extraño es que en los estudios referentes al tema nunca la mencionan. La llegada de la cibernética resultó ser el puntillazo para miles de personas que se vieron relegadas de sus oficios por máquinas que cumplen las mismas funciones, a muchísima mayor velocidad y con escaso margen de error.

Un trabajo que subsiste porque no puede ser reemplazado, al menos por ahora, es el de empleada doméstica. Claro que las condiciones han cambiado en cuanto a horarios, salarios y demás derechos y deberes. Hoy en día es un lujo tener una empleada tiempo completo, a la cual debe pagársele salario mínimo, subsidio de transporte, seguridad social, pensión, etc., mientras que es más común contratarlas por días u otros horarios establecidos, los cuales son cada vez más reducidos. Y somos privilegiados, porque en los países desarrollados son pocos quienes pueden permitirse dicho gasto.

Me da golpe ver algunas empleadas que se quejan porque el trabajo es muy duro, lo que hace recordar a aquellas mujeres que se colocaban en casas donde la familia se componía de una docena de personas, en promedio, algo muy común en nuestra cultura. Pero sobre todo porque antaño el trabajo era más exigente, debido a que no tenían la ayuda de tantos electrodomésticos y productos de aseo que existen en la actualidad. Basta recordar la rutina diaria de esas mujeres, para preguntarse cómo daban abasto. La cocinera se encargaba de su labor con esmero, mientras la entrodera era responsable de mantener la casa como una tacita de plata; además de lavar y aplanchar montañas de ropa. En un principio solo tenían libre la tarde del domingo, pero luego se impuso que salían el sábado después del almuerzo y regresaban el lunes madrugadas.

Como no existían alimentos congelados, pre cocidos o elaborados, la fámula debía preparar todo en su cocina. Antes de acostarse dejaba la olla con el maíz cocinado para madrugar a molerlo, en un molino manual que no faltaba en ningún hogar; luego armar y asar las arepas en una parrilla con resistencias eléctricas, lo que era una novedad porque había aprendido en fogón de leña. Y preparaba arepas por cantidades, porque no solo se consumían al desayuno sino que eran infaltables para acompañar las comidas, para el algo, y además gustaban mucho a deshoras. De igual manera preparaba empanadas, tamales, tortas, pasteles, dulces y demás delicias.

Aquellas empleadas no contaban con esa variedad de aparatos y productos que facilitan ahora la cocina. Las neveras formaban unos bloques de hielo en el congelador que imposibilitaba la manipulación de los alimentos allí guardados, por lo que cada cierto tiempo debían desconectarlas para despejar el espacio. Recuerdo que llegaba a mi casa los lunes a medio día y al pasar por la cocina para robarme una tajada madura o una papa frita, encontraba el piso forrado con periódicos que entrapaban el agua que chorreaba de la nevera; la puerta abierta y todo el contenido en el poyo mientras la limpiaban por dentro.

A la entrodera sí que le tocaba duro. Tendía camas, recogía ropa sucia y toallas, arreglaba baños, pasaba la escoba, sacudía el polvo, organizaba el desorden, ponía la mesa y la recogía, pasaba los platos, etc. Los pisos eran de madera y para mantenerlos relucientes, una vez a la semana dedicaba tiempo a su cuidado: primero virutiaba con un trozo de esponja metálica que restregaba con el pié mientras llevaba el ritmo como cualquier bailarina, luego aplicaba la cera y después de que secara, procedía a brillar con una trapeadora; después llegaron las brilladoras eléctricas para facilitar esa labor. Todos estábamos advertidos del día que enceraban, porque quien entrara descuidado seguro que paraba las patas al primer paso. Otro día lavaba vidrios, lo que hacía con periódicos viejos, agua y alcohol. Y pasaba las tardes en el lavadero con la ropa, la cual colgaba a secar en unas cuerdas en el patio; y cada que lloviznaba corría a recogerla.

El señor que arreglaba los prados llegaba siempre antes de medio día para lograr almuerzo. Todas las casas tenían antejardín y patio trasero, prados que recortaba el hombre con una máquina manual que producía un ruido muy particular; un machete, la lima, el rastrillo y un costal para recoger la basura completaban su herramienta de trabajo. Cada cierto tiempo iba un tipo que hacía ciertos oficios pesados como limpiar tapetes, los cuales colgaba en el patio y golpeaba con una escoba; se subía al zarzo a coger goteras, lavaba el garaje y cualquier otra cosa que resultara.
Esas labores se hacían bajo la dirección de la patrona y ella misma participaba en algunas, como cuando resolvía hacerle una policía a los clósets. En mi casa compraron un adminículo para aplicar la viruta, que consistía en una plataforma pesada debajo de la cual se acomodaba la fibra metálica, y un palo como de escoba para manipularlo. También servía para jugar, porque uno se paraba en la plataforma, se acurrucaba, se agarraba bien y un hermanito lo jalaba con el mango de madera. Otro de nuestros improvisados juguetes.

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Muy bueno su artículo, más que todo por el contenido social: el desplazamiento del hombre por la máquina y la tecnología.

Pero le faltó la estocada final: a esas mujeres les pagaban muy, pero muy mal, como se decía antes "con cualquier moco".

Pero menos más que surgió la tecnología porque hoy día si una persona pasa del marco de la puerta de su casa hacia adentro con el fin de hacer algo solicitado por usted, automaticamente hay que pagarle EPS, ARP y demás prestaciones sociales que hacen que esta clase trabajadora que eran las empleadas del servicio doméstico, se hayan vuelto artículo de lujo, desde luego muy por fuera del alcance de los asalariados.

En carne propia han sufrido algunas personas de mi familia por no haberse documentado bien sobre el hecho de lo que implica tener a alguien para que haga algunos oficios de la casa: resulta que hoy día después que un tiempo "prudencial" le llegan a su casa con un veradero "memorial de agravios" y usted tiene que vender un riñón , comprometer las corneas de ambos ojos, donar sangre de por vida, prestarse para un transplante de hígado y mandar a su mujer a trabajar como secretaria de servicios generales en una casa de familia, para poder pagar el contenido del memorial de agaravios de su empleada.

Como quien dice "arremánguese hermano y métase a la cocina, lave usted mismo su ropita y asee su casa solo una vez al mes", cordial saludo tataratataraprimo:

BERNARDO MEJIA ARANGO