Las nuevas generaciones no sabrán
de qué se trata eso de la Guerra Fría, ahora que el término ha recobrado
vigencia. Pensarán que se trata de una zaga del estilo de La Guerra de las
Galaxias, de un conflicto en el Círculo Polar Ártico o de una competencia
comercial entre dos multinacionales productoras de helados y paletas. En cambio
para nosotros el final de ese conflicto tácito entre el bloque Soviético con
los países de la Cortina de Hierro, contra Estados Unidos y sus aliados de
occidente, representó que se extinguieran las novelas, películas e historietas
que basaban su argumento en el tema.
Empecé a cogerle gusto a la
lectura con las novelitas de vaqueros que leía en el colegio, cuando en clase
ponía el libro dentro del texto de estudio para fingir que estaba concentrado
en las enseñanzas del profesor; todas eran igualitas, la misma trama, idénticos
personajes y un final predecible, pero hacían pasar el tiempo a las volandas.
Después aparecieron las de Ian Fleming, en las que el agente secreto 007, James
Bond, participaba en las más apasionantes misiones del espionaje internacional.
La edición presentaba unos libritos pequeños, alargados, redactados en un
estilo muy particular que nos envolvía y entretenía. Después llegaron las
películas con el actor británico Sean Connery, que sin ser el primero en
personificar al sofisticado espía, fue el más recordado de esa primera época.
Pues ahora parecen querer
reactivar el añoso conflicto porque los eternos enemigos se muestran los
colmillos a diario. La diferencia radica en que ahora tenemos criterio y poder
de discernir, a diferencia de antes cuando el cine de Hollywood nos lavó el
cerebro y llegó a convencernos de que nombrar a los rusos era lo mismo que
referirse al mismísimo Satanás. En aquellas películas los militantes comunistas
se caracterizaban por torpes e ineptos, a diferencia del guapo, un espía de
occidente, quien siempre llevaba a término las más emocionantes y arriesgadas
misiones.
La historia de la península de
Crimea es antigua y complicada, pero sus habitantes se consideran rusos porque
el territorio perteneció a esa nación hasta 1954, cuando Nikita Kruschev se lo regaló
a los ucranianos. Ante la pretensión de Rusia de recuperarlo Ucrania puso el
grito en el cielo y buscó apoyo de la comunidad internacional, pero al darle al
pueblo la oportunidad de decidir su destino, el 95% votó por regresar a sus
orígenes. Entonces los países de Europa occidental se unieron a Estados Unidos
para torpedear el proceso, como si la historia de esas naciones no estuviera
basada en imperialismo e intervención; qué tal, el diablo haciendo hostias. Sin
duda se interesan por esa región debido a su localización estratégica, porque
de lo contrario ni siquiera opinarían.
Y a pesar del pataleo del
gobierno ucraniano, del respaldo del presidente Obama quien de distintas formas
ha tratado de disuadir a Rusia de la intervención, la señora Merkel que amenaza
y pontifica, los demás mandatarios del grupo de los 8, la OTAN, Comunidad
Europea y demás organismos por el estilo, el señor Putin viajó a Crimea y
Sebastopol con la plana mayor de su gobierno, y procedió a solucionar los más
urgentes problemas de esa región que ha soportado una larga crisis económica.
De una vez cuadraron el reloj con la misma hora de la madrecita Rusia y también
rebajaron el costo de los tiquetes de avión, para que los rusos se animen a
vacacionar en las hermosas playas del mar Negro.
Por otro lado los chinos con su nadaito de perro observan desde la
barrera el rifirrafe entre los fuertes de occidente, sabedores de que su
opinión ante cualquier enfrentamiento será tenida en cuenta por su poderío
económico y militar. Está claro que todos los que meten la cucharada en el
conflicto es porque tienen intereses económicos en esa región, ya que por allí
cruzan muchos de los oleoductos que abastecen a Europa de petróleo; además
están ariscos porque los rusos anduvieron de bajo perfil debido a una pobreza
franciscana que soportaron durante varios lustros, situación que parece haber
cambiado de forma radical.
En todo caso de llegarse a
reactivar el conflicto cambia definitivamente lo referente al espionaje, porque
aquellos agentes secretos que debían meterse en la boca del lobo para obtener
información ya están mandados a recoger. Ahora todo se controla desde una
habitación atiborrada de equipos electrónicos y señales obtenidas por satélite,
mientras unos genios teclean y observan sus monitores; intervenir teléfonos y
demás comunicaciones es pan de cada día. Si un simple ciudadano desde un
dispositivo puede localizar una residencia en cualquier lugar del mundo y
además observarla desde la calle frente al portón de la casa, qué no podrán
hacer quienes cuentan con toda la tecnología moderna a su disposición. Un
hacker es capaz de leerle a cualquier mortal hasta los malos pensamientos.
El espionaje físico lo realizan los miembros de
delegaciones diplomáticas y consiste en parar oreja cuando asisten a fiestas,
cocteles y demás reuniones sociales. No sobrevive sino el recuerdo de aquellos
queridos personajes: James Bond; Míster
Solo e Illya Kuryaki; el súper agente 86 Maxwell Smart y su compañera la agente
99; Los Profesionales, Doyle y Bodie, espías del CI5; y uno más reciente: Jason
Bourne. A todos los borró de un brochazo el señor Snowden. O mejor, de un clic.
1 comentario:
Bien por su artículo pariente lejano. Me ilustró sobre el tema el cual nunca abordé por falta de tiempo.
Preocupante, el "rescoldo" que dejaron las guerras está allí y de esas cenizas y carbones calientes se puede prender una nueva hoguera; como sino tuviéramos suficientes preocupaciones con los conflictos internos en los que siempre está metido el culebrero o uno de sus secuaces.
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